jueves 25 de abril de 2024

CULTURA | 20 dic 2019

UN HISTÓRICO DEL TANGO

Un tal Francisco Canarozzo…

Un Canaro bravío y varonil, que llevó el tango desde los peringundines hasta las residencias señoriales y lo paseó por todo el mundo.


Por: Ismael A. Canaparo

Francisco “Pirincho” Canaro (compositor, violinista y director), nombre artístico que adoptó cuando comenzó su monumental carrera, nació como Francisco Canarozzo, en la ciudad uruguaya de San José de Mayo, capital del departamento San José, el 26 de noviembre de 1888. Falleció en Buenos Aires el 14 de diciembre de 1964, a los 76 años.

Sus padres eran inmigrantes italianos y a finales del siglo XIX decidieron trasladarse a la capital argentina. Como su situación económica era muy preocupante, Francisco y sus hermanos Rafael y Juan alternaban su interés por la música con diversos trabajos, como el de limpiabotas y el de canillita. Francisco comenzó a tocar la guitarra de forma autodidacta en fiestas y celebraciones, para posteriormente aprender a ejecutar un violín construido por él mismo.

Canaro, al frente de su orquesta, se presentó varias veces en diversos escenarios juninenses, los mismos que la cruel piqueta condenó a la desaparición y al olvido. Por ejemplo, tocó en el Víctor Hugo, en el Prado Español, en el Parque Recreativo y en “La Republicana” (sede social del club Jorge Newbery, ubicada en Pellegrini y Cabrera).

Extraemos algunos conceptos de Ivo Pelay, poeta, autor teatral y periodista, de su libro “Mis bodas de oro con el tango”: “Francisco Canaro llegó al tango en los primeros años del siglo pasado cuando todavía decir tango era pronunciar una mala palabra. Era cuando la gente del bajo pueblo, siempre intuitiva, de daba al tango su habitual y simpático desparpajo patente de cosa propia, mientras el puritanismo, con su rigidez un poco colonial, lo censuraba, lo fustigaba y lo repudiaba”.

“Al tango lo desdeñaban, lo vituperaban, pero Canaro se lo puso al hombro en 1906. Epoca del tango bravío y varonil, al que la gente de avería le rendía culto en los bailes orilleros y en el Bajo. Las patotas y la indiada lo bailaban en Palermo. En las veredas suburbanas, el compadraje de alpargata floreada marcaba quebradas y cortes al compás de los organitos. Y hay algunas casas de baile y salones de moralidad a contramano donde florean los noctámbulos y las mujeres alegres, mientras en La Boca, modestas orquestas ejecutan la danza prohibida en los cafés de camareras. Tal el panorama del tango cuando aparece Francisco Canaro”.

“De ahí en adelante asiste a su transición. Pronto gana el centro y comienza a transformarse. La melodía viril y retozona de los viejos tangos se convierte, paulatinamente, en tierna y sentimental. Los valses, las habaneras de esa primera década no son ajenos a estas alteraciones. Varían también las letrillas que de impúdicas y procaces se tornan pintorescas y melancólicas. Nuestra danza toma carta de ciudadanía en los salones. Sin dejar los peringundines se introduce en las mansiones. Y claro está, las circunstancias hacen que la coreografía deba, de igual manera, modificarse. No es admisible que en residencias señoriales o casas de familia, las damas, doñas, misias y niñas, habituadas al eterno y moralísimo programa de vals, polca, mazurca, laceros, skating y “pas de quatre” se lancen ahora, de pronto, a bailar con corte y quebrada”.

“En todas estas expresiones de transformación y difusión, por una u otra causa, gravita siempre en mayor o menor grado, el nombre de Canaro. Desde “Pinta brava”, donde crea el tango-milonga, hasta “Pájaro Azul”, en que plasma el tango-fantasía, muchas son las variantes que imprime a sus composiciones, señalando por imperio de las costumbres de cada momento, la era evolutiva de nuestra danza popular”.

Los periodistas Julio Nudler y Néstor Pinsón compartieron en la página “Todo Tango” una certera semblanza sobre Francisco Canaro: “La suya es una historia densa, desbordante de situaciones, preñada de anécdotas, algunas de las cuales asumieron categoría de mitos. Niño nacido en la mayor pobreza, que no tuvo estudios, su única opción fue el trabajo. Cuando con su certero instinto encontró el camino de la música, logró lo que se propuso: éxito y fortuna. Los egoísmos y las mezquindades que como todo ser humano pudo haber abrigado pasaron a segundo plano. Su labor y sus ideas fueron ejemplos a seguir. Y fue el aglutinante de sus compañeros, pues desde 1918 luchó por los derechos autorales, no reconocidos en esos tiempos, hasta culminar en la creación de la actual SADAIC (Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música), fundada en 1935 y cuyo edificio fue erigido en terrenos adquiridos por Canaro.

Sus comienzos se confunden con los de la historia del tango. Tanto que un programa radial de mediados de los 50 acuñó una frase comodín para referirse a cualquier hecho muy antiguo: “De cuando Canaro ya tenía orquesta”. Su fortuna dio pábulo, además, a un dicho popular: “Tiene más plata que Canaro”, con el que se aludía a la opulencia de alguien.

Canaro fue “Pirincho” desde el alumbramiento mismo. La partera, al tomarlo en sus manos, exclamó al verle tanto pelo y un mechón enhiesto: “¡Parece un pirincho!”, aludiendo a un pájaro encrestado, común en el Río de la Plata. La familia llegó pronto a Buenos Aires, donde vivieron en casas de inquilinato (llamadas conventillos), en condiciones de extrema pobreza. Antes de cumplir los diez años ya voceaba diarios por la calle. Luego fue pintor de brocha gorda, y se empleó incluso en las obras del Congreso de la Nación.

Su debut oficial ocurrió en Ranchos, un pueblo perdido, a cien kilómetros de Buenos Aires. Se presentó allí con un trío, cuya actuación en aquel paraje duró poco, y por dos razones. Una fue que el palquito que sustentaba a los artistas tuvo que ser reforzado con chapas de hierro para guarecerlos de los balazos que solía intercambiar la clientela. La otra, que Canaro gustaba de las señoritas del local, atracción de la cual quiso disuadirlo el dueño del establecimiento, refiriéndole que el encargado de las muchachas tenía varias muertes en su haber.

De regreso a casa conoció a un nuevo vecino, el bandoneonista Vicente Greco —el mismo que poco tiempo después impusiera la denominación de Orquesta Típica a los conjuntos tangueros—. Canaro reconocería tiempo después lo que influyeron en él los conocimientos de Greco. Corriendo el 1908, ya estaba decidido que el camino de Canaro estaría en el tango. Actúa por entonces en los cafés concert que abundaban en el barrio de la Boca y su nombre comienza a ser reconocido. Luego se une a su amigo Greco y en diversas giras van encontrando la prosperidad que anhelaban.

En 1912, comenzó Canaro su trascendental labor de compositor con los tangos “Pinta brava” y “Matasanos” (sarcasmo por médico). A lo largo de su vida acumuló tal número de obras que hasta hoy se discute cuántas realmente nacieron de su inspiración, y de cuántas se apropió a cambio de favores o dinero. Pero como sostuvo el estudioso del tema Bruno Cespi, “… con que Canaro haya compuesto sólo el cinco por ciento de todos los temas que firmó bastaría para considerarlo un grande”.

“Matasanos” lo escribió a pedido de los estudiantes de medicina a punto de recibirse, que en el día de la primavera organizaban los llamados Bailes del Internado. Fue en uno de ellos cuando, contratado para presentarse con su conjunto, formado al efecto, por primera vez empuñó la batuta. Su orquesta fue la primera en ingresar en residencias aristocráticas, donde el tango era resistido.

En 1924, concibió la ocurrencia de incorporar un cantor a la orquesta, aunque sólo para entonar el estribillo, breve tema central de cada tango. Dio así inicio a la era de los estribillistas o chansonniers, el primero de los cuales fue Roberto Díaz. Varios años antes, Canaro había sido también pionero en la incorporación del contrabajo a la orquesta de tango, eligiendo para ese menester al morocho Leopoldo Thompson. En 1921, para animar los carnavales en el ya desaparecido Teatro Opera, de Buenos Aires, formó una orquesta de 32 músicos, masa orquestal desconocida por el tango hasta ese momento.

En 1925, marchó a París, donde el tango hacía furor. Ya estaban allí, entre otros, Manuel Pizarro y sus hermanos, cada uno con una diferente orquesta, Pizarro, y Canaro hizo lo propio con sus hermanos. Había llevado consigo a sus estribillistas Agustín Irusta y Roberto Fugazot, dúo al que unió con el pianista Lucio Demare. El resultante trío triunfaría en España y otros países de Europa por más de diez años. También, presentó en París una cancionista, Teresita Asprella, ya residente en Francia, y cuando viajó a Estados Unidos convocó a Linda Thelma.

Cuando regresó al país tras dos años de ausencia, buenas orquestas concitaban la preferencia del público. Sagazmente, Canaro emprendió una extensa gira por el interior del país para hacerse conocer en todos los rincones. Luego, a medida que la radiofonía cobraba auge, la utilizó a fondo, hasta convertirse en la mayor estrella del éter. Aunque otros músicos habían evolucionado y desarrollado estilos personales, el apellido Canaro era conocido por todos.

El teatro musical no fue su creación, pero todas las revistas que produjo fueron exitosas. Se valía de mínimos argumentos como pretexto para presentar sus números musicales. Sus cantores eran galanes, y a algunos tangos los modificaba para convertirlos en sinfónicos, utilizándolos como oberturas o intermezzi, ejecutados por la orquesta desde el foso. Exhumaba antiguos tangos, rebautizándolos, y les volvía a cambiar el nombre si se les agregaba letra. Así, su tango sinfónico “Pájaro azul” provenía de su anterior “Nueve puntos”; “Halcón negro”, de 1932, era previamente “La llamada”, y ya con letra pasó a ser “Rosa de amor”. Trató asimismo de imponer un nuevo ritmo, el tangón, que no resultó. También intentó con el milongón.

Su único fracaso se lo propinó el cine. Fundó la productora Río de la Plata, pero ninguna de las películas de ese sello le dio ganancias, y más tarde le costó desprenderse de la empresa.

Algunas de sus composiciones exitosas fueron “El chamuyo”, “El pollito”, “Charamusca”, “Mano brava”, “Nobleza de arrabal”, “La tablada”, “Destellos”, “El opio”, “Sentimiento gaucho”, “La última copa”, “Madreselva”, “Déjame no quiero verte más”, “Envidia”, “Se dice de mí”, “La brisa”, “Madreselva”) y “El Tigre Millán”.

En 1956, publicó sus memorias, tituladas “Mis 50 años con el tango”, abundantes en adjetivaciones. Un extraño mal, la enfermedad de Paget, lo condujo a la muerte, el 14 de noviembre de 1964. Su fortuna fue repartida en partes iguales entre su esposa legal, La Francesa, por un lado, y las hijas nacidas de sus amores con una muchacha del coro de una de sus revistas, por el otro.

“Tenés más plata que Canaro”

Comentan los hermanos Bates en su libro "La historia del tango": "Agradezcamos su esfuerzo (…) y pensemos que mientras haya valores de su naturaleza el tango no puede morir. Y dejemos que hablen de él, de Canaro, todo lo que quieran. El hacha que hiere al sándalo sale perfumada del tronco. Los que difaman a “Pirincho”, salen silbando sus tangos. Y la música, como el perfume, tiene la virtud de diferenciar a los gustos en buenos y malos (…) Él es símbolo de la época y, por sobre todas las cosas, es un digno símbolo de la música popular argentina".

Su fortuna dio pábulo, además, a un dicho popular: "Tenés más plata que Canaro", con el que se aludía a la opulencia de alguna persona. Se cuenta que estando Canaro con Gardel en el hipódromo, éste le pidió quinientos pesos (una suma entonces enorme) para apostar, pero advirtiéndole también que se olvidara de la deuda: "Yo soy pobre, y vos tenés toda la guita del país." Es que al lado de Canaro, hasta Gardel era pobre.

Por su parte Francisco García Jiménez, en "Memorias y fantasmas de Buenos Aires", expresa: "Canaro tenía la estampa recia, el carácter impulsivo, retaba violentamente a los suyos, exigía siempre. Todas virtudes, al fin y al cabo, que sirvieron para llevar el tango a una posición expectable.(…) Era un tipo de individuo que en el tiempo presente también tendría definición esencial: ´el jefe´".

"La influencia de los cantores como parte integrante del conjunto orquestal –se lee en "Historia de la orquesta típica", de Luis Adolfo Sierra– se debe también a la iniciativa de Francisco Canaro, pudiéndose aceptar que data exactamente de 1932, con la intervención de Ernesto Famá en ´La muchachada del centro´". (Tino Diez, periodista de Ingeniero White).

 

 

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