viernes 29 de marzo de 2024

CULTURA | 4 feb 2020

LA FIESTA DEL REY MOMO

No todo lo pasado fue mejor, pero los carnavales sí

Noches interminables de bullicio, frenesí, diversión y comicidad, enmarcaron los carnavales de Junín, en distintas épocas.


Por: Ismael A. Canaparo

Llegan las celebraciones de carnaval. En Junín pasó de épocas de gloria al ostracismo total y con mucho esfuerzo todavía se trata de festejar, de alguna manera. Pero, desde luego, no llegan a ser tan masivas y abarcativas como en las décadas de 1950, 1960 y 1970. En aquellos años los corsos que se llevaban a cabo en la avenida Rivadavia, aggiornada con mucho colorido, esplendor y luces, que iba desde Arias hasta la avenida San Martín, pegando la vuelta por Sáenz Peña. Allí circulaban carruajes humorísticos, las tradicionales comparsas, las murgas callejeras, los personajes individuales. También los disfraces infantiles le ponían un tinte especial a cada noche. En ese sentido, el público sentía un gran orgullo al ver las comparsas que identificaban a un club o a un barrio. Mientras más numerosa, más atractivas. Horas después, empezaban a reinar los bailes, que se hacían en varios clubes, luchando por ejercer supremacía en cantidad de asistentes, como de creatividad. En tal sentido, Jorge Newbery, con su luz negra, le sacaba una pequeña diferencia a otras entidades no menos trascendentes como Villa Belgrano, Los Indios, Moreno, Ambos Mundos, Club Junín y Defensa.

Con la noche negra de la dictadura, esa alegría festivalera también desapareció. Y aunque con la vuelta de la democracia se fueron reflotando algunas cosas (los feriados desde 2011, los corsos y las murgas), el tiempo de los grandes bailes desapareció, especialmente por el cambio de costumbres de la gente, impulsada por las nuevas generaciones, que tomaron otras maneras de divertirse, aunque no mejores que aquellas.

Hablar de los bailes newberistas es recordar al dirigente Pedro Coloma, que fue el gran creador de la luz negra en los carnavales de la institución del Pueblo Nuevo y un constante innovador, año tras año, en materia de ideas y juegos de luces para estas fiestas bailables. La luz negra, en las citas masivas, fue una gran novedad en las décadas del ‘60 y ‘70. Sin embargo, muchos años antes tuvo un efímero paso: ocurrió en diciembre de 1940, cuando Azucena Maizani, máxima expresión del tango en ese momento, se presentó en las kermeses del Club Ambos Mundos, en su sede de Carlos Pellegrini y Primera Junta. La llamada “Ñata gaucha”, cantó acompañada por un trío típico, con un tintineante juego de luces negras.

En esos tiempos, la animación estaba a cargo de conjuntos locales, ya que los grandes números focalizaban su actuación en diversos medios porteños y del Gran Buenos Aires, donde se concentraba una extraordinaria cantidad de público. Era prácticamente imposible tratar de competir en la contratación de figuras o conjuntos de relieve. De todos modos, la gente concurría en gran número por la celebración carnavalesca en sí y no por los nombres. En otra fecha del calendario, sucedía al revés: había que contratar músicos importantes para atraer al público.

En el Newbery, en distintos años, brillaron las orquestas típicas de Osvaldo López, Arturo Viora, Héctor Raúl Bianco y la Bristol, dirigida por el violinista Enrique Fusé, entre otras. Fueron noches de grandes recuerdos, de encontrarse con amigos, de uniones de parejas, de miles de anécdotas que están ligadas a la vida del hombre común que realiza su vivencia, construye y reconstruye su propia historia. Seguramente todo esto no habrá sido distinto en ningún club, sociedad de fomento u ente organizador de los bailes de carnaval, tanto en Junín como en la zona,  tan propios de las décadas del ’50 y ´60, en especial.

Recuerdo una mágica noche carnavalera en la pista de Pueblo Nuevo, junto a mi amigo Rubén Massari (bandoneonista de Osvaldo López) y otros cómplices necesarios de copas, trasnochadas y milongas. Hacía mucho calor, aunque el humo de los cigarrillos era cortado por los ventiladores. Un reflector de luz azul jugaba en la oscuridad sobre las intrincadas sombras de los bailarines, y tornaba espantosa alguna cara pintada, que aparecía de vez en cuando para sumergirse después en el montón. Moviéndose al compás, con un largo trazo melancólico, la orquesta de Viora ejecutaba un tango vibrante, con la voz de Omar Decarre. El quejumbroso lamento de los bandoneones tan pronto se elevaba, trémulo, mientras los apasionados bailarines se balanceaban al unísono de la típica, al mismo momento que las sombras se dibujaban en las paredes iluminadas de azul. Adolescentes, jóvenes y adultos se entregaban con los ojos cerrados a la música, porque el tango es, entre todos los bailes, el de ritmo más salvaje y apasionado. Miré las cansadas caras que aparecían y desaparecían, como rostros barridos por una ola negra, bajo una luz que ahora se había vuelto violeta. Algunos parecían enamorados, y todos tenían un aire de felicidad. En las cadencias del ruido, cuando el quejido del fuelle se quebraba, podía oírse el murmullo de los ventiladores…   

Previo a las carnavales de 1956, Junín contó con un desfile de grandes figuras: en el Ambos Mundos, se presentaron sucesivamente Joaquín Do Reyes, con Rubén Lamelza y Hugo Soler; José Basso, con sus cantores Jorge Durán y Oscar Ferrari; Enrique Mario Francini, con Alberto Podestá; Osvaldo Pugliese, con Jorge Maciel y Miguel Montero y Alberto Morán, acompañado por la orquesta de Armando Cupo. En el Club Defensa, Roberto Lemos, ex vocalista de Juan D´Arienzo, con la típica de José Valente

Buceando en mi desordenado y tumultuoso archivo, tropecé con las orquestas que solían animar los bailes en Junín, organizados por distintos clubes de barrio y cooperadoras escolares, como así también entidades del campo, muy cercanas a la ciudad. Es así que aparecen, por ejemplo: Los Teddys; la típica Bristol de Enrique Fusé, con Antonio Mazzoni y Alfredo Peter; Jazz Montecarlo; típica Los Ases, de Félix D´Andrea;  Característica Lanzoni; Jazz Panamá; Jazz Don Luna; típica Tiempos Viejos; Quinteto Típico Junín; Jazz Los Cumbaleños; Jazz Constelación Cero;  Jazz Casco; Jazz Santa Ana; Típica Walter; Jazz Mirenda; Cuarteto Lapadula-Alvarez; Típica Astral; Conjunto Típico Cinco para el Tango; Conjunto Neo Tango; Típica Odeón; Típica El Porteñito; Típica Los Magos del Ritmo; Típica Los Estudiantes; Orquesta Típica Rodríguez-Corro, con Pedro Zerrillo; Típica Rex;  Típica de Rolo Ferreyra; Cuarteto Típico Giagante; Típica Alba y tantos otros.

Entre las hojas amarillentas de los diarios de la época (marzo de 1976), aparece el Club Argentino organizando “El carnaval de las flores”, con dos orquestas: Los Comboriqueños y Eleuterio Pigliapoco. Otros bailes de carnaval: en el desaparecido Club Once Estrellas, con sede en Chile y Bozzetti, en el Centro Juvenil Comandante Escribano de La Agraria, también en la Escuela Nº 10 de Saforcada y en el Club Sportivo Villa Talleres.

Un origen religioso

“Carne levare” significa quitar carne. La palabra carnaval se origina con la fusión de estos dos vocablos, que recuerdan al ayuno que hiciera Jesús durante cuarenta días en el desierto, antes de entrar a Jerusalén el Domingo de Ramos. Se celebra los lunes y martes que preceden al miércoles de Ceniza, fecha en que comienza la abstinencia santa. Pero, aunque las carnestolendas tienen su origen en lo religioso, también en la antigüedad fueron ceremonias paganas donde se invertían los roles de la sociedad por unos días: el rey en mendigo y viceversa, para matar después al chivo expiatorio social, que cometía excesos de los más variados. Nuestros antepasados lavaban así sus culpas para transcurrir el resto del año con la conciencia limpia y el orden intacto. No por casualidad se tomó como santo patrono de las mascaradas al Rey Momo, quien fuera expulsado del olimpo por satírico y jocoso, según la mitología griega.

 

 

OPINÁ, DEJÁ TU COMENTARIO:
Más Noticias

NEWSLETTER

Suscríbase a nuestro boletín de noticias