Hoy se pueden detectar tumores milimétricos pero no podemos visibilizar las poblaciones en riesgo que mueren por desnutrición en algunas provincias del país o a los jubilados que peregrinan por los hospitales públicos.

El láser se ha convertido en un aliado de la cirugía, pero la obesidad infantil no es parte del debate diario en las escuelas y salitas y menos aún en los estamentos del Estado que deciden qué se sirve de alimento en las escuelas.

Cada jornada se conmemora el día de tal o cual patología para “concientizar”, sin embargo los medicamentos son parte de un negocio que mueve miles de millones en marcas, patentes e intereses variados, sin que nadie pueda ponerle freno a un sector clasista y poderoso.

Vivimos en una era donde en mayor o menor medida el confort está en los hogares, pero cuesta cruzarse con la alegría cotidiana.

Tener salud debiera ser algo natural, pero cada vez parece ser más difícil tenerla.

Demasiada angustia, competencia, necesidades que en verdad no lo son, síndromes productos de culturas vetustas y sin sentido. Nuevos y viejos virus, bacterias asesinas y ese sentido precario de querer ser eternos.

No hay nada que pueda mostrar mayor desigualdad que el tratamiento de la salud. Nada más desigual que vivir en una sociedad donde se promueve más la cura que la prevención.

Desde hace 50 años en los hospitales locales se batalla contra la tuberculosis y la sífilis, hoy se vuelve a alertar contra el sarampión. Hasta hace algunos meses atrás el gobierno de turno se despreocupó ante la falta de vacunas insertas en el calendario respectivo y actualmente no se han salvado esas dificultades, pero se intenta.

Estamos acostumbrados a pedir más trabajo, más educación, más caminos, más vacaciones, pero pocas veces más salud.

Sólo quienes ingresan a la tercera edad sin mayores coberturas que las que les brinda su jubilación entienden que se trata de un sector prioritario de atender y que las falencias pueden costar la vida. En el mismo sitio se ubican los desocupados y los más vulnerables, los de siempre, los nadies.

Revertir el proceso será difícil, pero siempre aparece la utopía para abrazarnos.

La medicina mercantilista ha sido objeto de numerosas críticas en variados sectores sin embargo no se ha podido corregir algo que resulta despiadado a la hora de la desigualdad social.

Ya en la década del 70, el filósofo francés Michel Foucault, que tuvo una posición muy crítica de la medicalización, señaló: "en la medicina se genera riqueza en la medida que la salud constituye un deseo para unos y un lucro para otros".

En un editorial de 2012, el Dr. José María Ceriani Cernadas, miembro Honorario Nacional y Director del Consejo de Publicaciones de la Sociedad Argentina de Pediatría, planteaba en el título “La creciente medicalización de la vida: ¿Somos los médicos conscientes de los perjuicios que produce?”.

Para Ceriani, la "Era tecnológica" creó múltiples beneficios, “pero también generó múltiples efectos indeseables, entre ellos la mercantilización de la medicina originando la pérdida de sus metas originales y los principios éticos. Este aspecto no sucede por la tecnología en sí misma, sino por el inadecuado uso que se le da”.

La idea generalizada en la sociedad actual de que con la tecnología se puede lograr una vida "cada vez mejor" tiene una influencia perniciosa y contribuye a generar la falsa premisa de que el progreso es ilimitado.

Asimismo, destacaba el especialista que “el aumento en la prescripción de medicamentos para todo tipo de dolencias, incluso cuando no está probado que sean útiles, genera progresivamente un consumo excesivo que en la gran mayoría de las veces es injustificado y acarrea el riesgo de efectos adversos”.

Replantear los sistemas de salud y la cultura saludable debe ser parte de un debate imprescindible e inmediato para poder tender a una sociedad más justa, pero también con ciudadanos más nobles.