viernes 29 de marzo de 2024

OPINIÓN | 13 ago 2017

ELECCIONES 2017

Una campaña vacía, llena de furcios, que terminó saturando

En las PASO, la perfomance de los candidatos dejó mucho que desear. Más propaganda que información y bocas cerradas.


Por: Adriana Amado Suárez (*)

Está llegando a su fin el brevísimo recreo de la veda.  Ahora sobrellevar el segundo tramo de una campaña que amenaza ser tan agobiante e insulsa como en la primera parte. En el último mes se arrojaron a los ciudadanos mensajes que crecían en cantidad a la vez que devaluaban la importancia de la elección. En una catarata interminable, partidos con nombres de fantasía calcados entre sí competían a cuál decía el lugar común más común: unirnos, ser felices, tener trabajo, bajar impuestos. Todas propuestas imposibles de rechazar pero improbables de cumplir desde la modestia de una banca en un parlamento que no es reconocido por su eficiencia republicana. En los doce segundos de los comerciales no solo no cuentan cómo podrán lograr tan loables objetivos sino que, tratándose la mayoría de los candidatos de reincidentes, tampoco dicen por qué no consiguieron concretarlos en todos estos años en que vienen haciendo de las suyas en el sector público.

Los espacios cedidos a los partidos agregaron nuevas excusas para acelerar el éxodo  de las audiencias de la radio y la televisión, en busca de trincheras para escapar del bombardeo de mensajes. Ni el teléfono daba ganas de atender en estos días. O eran encuestadores inoportunos que pretendían que compartamos a una voz grabada datos personales e intención de voto con la única ayuda de doce teclas. O era algún jefe municipal para avisar en qué plaza del barrio podríamos encontrarlo sin que nuestra incomparecencia lo disuadiese de seguir dispendiando dinero público en llamadas no solicitadas. Los infelices poseedores de una línea fija a esta altura estamos extrañando los llamados de los que solo insistían en la oferta de seguros de vida.

Para colmo, internet saca sus conclusiones de cada clic que damos y cada segundo que nos demoramos al revisar pantallas y nos arma un menú intragable de mensajes políticos con más frecuencia que la recomendada. Todo desconoce lo que sabe hace más de setenta años la publicidad y es que la saturación es el error más caro no solo porque cada aviso cuesta cientos de miles de pesos de producción sin importar si luego alguien lo ve, sino porque gastando más consigue el efecto contrario a la recordación. Por estos días, la mitad de los ciudadanos declara no tener ganas de ir a votar. Otro tanto dice que recién en el cuarto oscuro decidirá a quién le dará el voto. Solo es contundente el porcentaje de los que saben a quién no votarían en ninguna circunstancia. La comunicación política ha contribuido mucho a esta democracia apoyada en el rechazo más que en la adhesión.

En este contexto, la no comunicación se volvió un diferencial de los candidatos que prefieren la mística del pasado a la posibilidad de que abran la boca y confirmemos sus limitaciones del presente. Ratifica esta estrategia el festín que se dan medios y redes amplificando frases infelices de candidatos que hablan demasiado. La sabiduría popular advertía que el pez por la boca muere. Ahora sabemos que el candidato también. Pero entre unos que se quedan en la comodidad del aviso filmado y otros que se incineran en cada declaración inoportuna, va girando una campaña donde hay más propaganda que información. Por lo menos, en ese juego, los ciudadanos vamos entendiendo quién marca el paso en el baile electoral porque vemos que cuando el político no quiere, el periodista no puede. Y cuando el político quiere, al periodista le es muy difícil correrse de ese papel instrumental en que lo deja como partícipe necesario de la difusión.

En esa centrifugadora de mensajes electorales, terminan todos revolcados y olvidados de que el personalismo es lo contrario al espíritu parlamentario de la institución a la que se postulan, una de las desprestigiadas de la democracia. Los informes de Latinobarómetro muestran que el poder legislativo está entre las instituciones menos confiables del continente en las últimas tres décadas. En Argentina, el índice de confianza de la UCA asigna un promedio de menos de quince puntos de confianza para los últimos diez años.

La agenda para el tramo que resta hasta las elecciones legislativas no puede seguir girando alrededor de qué candidato va a ganar porque en el congreso son tan importantes las mayorías como las minorías. Y para elegirlas necesitamos saber qué aportará cada quien a la consolidación de ese poder gubernamental del que sale la legislación que nos sujeta. No poco contribuyen a esa imagen de descrédito en las leyes y en la institución que las sanciona que tanto postulantes como representantes no hagan otra cosa que cruzar gritos y acusaciones así en las sesiones como en la campaña. Si a partir de hoy políticos y periodistas van a seguir hablando de ganadores y perdedores no se extrañen que la ciudadanía los mire con el mismo escepticismo y desinterés que mostró en las PASO. Las campañas electorales tienen bastante que ver con esta sensación de democracia devaluada.

(*) Analista de medios.

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