Por: OMAR MERAGLIA

Estas primarias que acaban de fenecer no han arrojado gloria más si pena, porque más allá de los resultados que pudieran acontecer y que son –solamente- una apreciación subjetiva hacia el futuro octubre, ha quedado registrada la cultura del egocentrismo más acérrimo de un grupo de personas que no para de mirarse a sí mismas, producto de un devenir cultural de políticas sociales inducidas o no por el renombrado orden mundial, que nos han dejado devastados como sociedad.

Porque si una sociedad se define como aquella agrupación de personas que se unen en vistas a objetivos comunes interactuando en vistas a proyectos comunes, la pregunta que cabe es ¿cuáles son los proyectos comunes que unen a los juninenses? ¿Cuáles los que nos unen como Nación?

Porque ni siquiera nos une el espanto a la hora de establecer un futuro en medio de deseos desordenados, producto precisamente de esa incultura que nos sumerge en lo más sórdido del “sálvese quien que pueda”.

Y aparece la “avivada” la “agachada”, el ser ventajero aprendido en décadas pasadas como obedeciendo a un darwinismo económico en el que los que tengan trabajo, recursos, ingresos y renta… sobrevivirán. El resto “lo siento”.

Y lo vivimos futbolísticamente, prestos a la cargada del lunes por parte de los ganadores y la bronca inusitada de perdedores. Y en verdad, perdimos casi todos. Porque no queremos competir, sólo queremos ganar. Ante todos, contra todos y ya.

Veamos que estas PASO concebidas para la competencia interna de los grupos partidarios tuvo como protagonistas a pocos competidores entre sí y cada quien se armó un “rancho aparte” cuando el espíritu de la ley establecida en 2009 era efectivamente lo contrario.

Y así desde arriba hacia abajo cada quien –en su mayoría- se mira el ombligo y pone toda su atención a que no sea mancillada su zona de confort.

Porque cada vez más se ha perdido esa solidaridad que permitía aunque más no sea conmoverse por la situación del otro.

Hemos perdido la capacidad de ver las necesidades del vecino creyendo que las únicas que existen son las nuestras y entonces es imposible confluir hacia un proyecto en común.

Acostumbrados al neoliberalismo de los ‘90 en que votábamos la estabilidad monetaria para poder seguir pagando en cuotas la tele o el autito, mientras el Estado se achicaba y mandaban a los ferroviarios juninenses a criar conejos, hoy nos ponen de zanahoria el asfalto y quieren que nos dediquemos a la cerveza artesanal.

Y entonces yo voto por la cuota de la tele aunque pierda el tren y voto por el asfalto aunque sume pobres.

Porque sólo importamos nosotros. Los partidos políticos que no acuerdan objetivos básicos y los pequeños gestores arrogantes que se creen patrones de estancia en las intendencias.

Y no es de ahora, también antes se votaba por la soja que servía para subsidiar tarifas y sumarles pesos a algunos erarios públicos, sin tener en cuenta que los pueblos se deshabitaban y contaminaban, el interior estaba olvidado y así sumábamos más pobres en los suburbios.

Acaso todavía nos queda la soberbia de hablar de grietas, mientras debatimos desde el fondo del abismo en el que hace rato nos caímos.

Nos queda por delante lo único que vemos, la zanahoria que nos saben poner aquellos que alcanzan un poco apenas de poder y se aferran a él desesperadamente.

Y ellos demuestran también el egoísmo y la perversidad de llegar al sitial con promesas y actitudes divisorias a sabiendas de que el rebaño debe pastorear en un mar de confusión. Y aceptamos confundidos el juego, un juego en el que –aunque no parezca todos perdemos, aun creyendo que habíamos ganado.