jueves 25 de abril de 2024

LOCALES | 30 mar 2020

Editorial

¿Cuál era el apuro?

Por: Omar Meraglia


En 2004, Carl Honoré, un periodista francés, publicó el libro “Elogio de la Lentitud”, el cual terminó transformándose en una bandera del movimiento “slow” (lento), abogando por ciudades de andar pausado, platos de comida adecuada con productos y tiempos de cocción y preparación naturales y una vida para degustar en lugar de engullir.

La situación sanitaria actual nos pone a reflexionar, si alguno gusta de hacerlo, acerca de esa vida impetuosa que la mayoría tuvimos hasta hace un par de semanas, aunque algunos trabajadores esenciales la sigan padeciendo y aún más gravemente ahora.

Pero para quienes son parte de esta obligada norma, se trata de una oportunidad preciosa que sería penoso perderla.

Vivir en Junín, como en tantos distritos del interior bonaerense, implica un beneficio que a veces no es apreciable en su verdadera dimensión. De hecho, estar en permanente contacto con noticieros de la gran urbe sólo provoca una sensación de ahogo y angustia, como si estuviéramos  viendo una película de terror, aunque sepamos que el monstruo no está en nuestra casa.

Incluso nos sumamos a situaciones propias de lugares donde viven millones de habitantes en cercanía, con una densidad de población alta, corriendo entonces a las espaldas de quien pasó de repente diciendo que todo estaba a punto de estallar y ni siquiera teníamos en claro porqué corría ni porqué lo decía.

Cuál es el apuro de salir de atropellada, apareciendo frente a las cámaras de fotos o televisión diciendo cosas con el fin de hacerlo primero que los otros.

Cuál es el apuro de llenar los carritos del súper para higienizar nuestro cuerpo si lo que tenemos que limpiar son las rutinas.

Cuál es el apuro empresarial de remarcar sin piedad, cuando la economía tal como la explicaban los gurúes del sistema se hizo pedazos en todo el mundo.

Cuál es el apuro de que los niños terminen la tarea, si la escuela ya no empieza “de madrugada” y les queda todo el día para hacer el aprendizaje más llevadero y no enredarse en una carrera en la que se enseña que no importa si -en ese interín- hay que dejar al compañero en el camino.

Vale disfrutar que el mundo no sea como nos lo han querido vender y empezar a vislumbrar que cosas nos conviene comprar y qué otras seguir dejándolas en la góndola por más que parezcan de oferta.

Algunas comunidades científicas han perdido la arrogancia y dejan al desnudo sus miserias de competencia embarcados en una ciencia mercantilista que ha dejado a algunos engañados y a otros corrompidos.

Hizo falta apenas un material tan básico como un virus para mostrarnos por donde pasan algunas de las cosas más naturales de la vida, justo a los seres humanos tan afectos a creer que la inteligencia es mérito de quien pasa con honores los exámenes que propone una tribuna anquilosada, cuando en verdad se trata de mostrar capacitación cada día para sortear los obstáculos que nos impone una sociedad que camina en sentido contrario a lo que significa igualdad, tolerancia e inclusión.

¿Cuál era el apuro para llegar a este punto de semejante deshumanización?

En una parte de su “Elogio de la Lentitud”, Honoré nos recuerda que “en la actualidad existimos para servir a la economía, cuando debiera ser a la inversa. Las largas horas en el trabajo nos vuelven improductivos, tendemos a cometer errores, somos más infelices y estamos más enfermos. Los consultorios médicos están llenos de gente con dolencias producidas por el estrés: insomnio, jaquecas, hipertensión, asma y problemas gastrointestinales, por mencionar sólo unos pocos trastornos. La actual cultura del trabajo también está minando nuestra salud mental”.

Y mientras unos condenan la actitud gubernamental de ampliar el aislamiento, pensando en que la caja no recibe el tintineo de las monedas entrando, otros se entregan mansos al pedido a la espera de que el costo no sea la propia vida.

Hay un tercer sector, el siempre olvidado, que no conoce de alcohol en gel ni de agua potable para lavarse las manos. Acostumbrado a comer lo que haya cuando haya, queda en el último lugar del pensamiento, incluso más atrás de los ancianos que hoy son prenda de cambio con la economía capitalista.

Quienes más suelen quejarse son aquellos a los que casi nunca les falta algo, lo que no logran entender es que en la comunidad en la que vivimos no nos está sobrando nadie.

Tal vez que la cuarentena se amplíe hasta el final de la Semana Santa, sea todo un símbolo de que a partir de allí haya una resurrección de los valores, que el cielo sea para todos y nadie siga pataleando en el infierno.

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