viernes 29 de marzo de 2024

LOCALES | 24 ago 2016

PERDIERON A SUS HIJAS

María Luisa y Juan Colo: Padres del dolor

A cuatro años de la desaparición física de su hija Sandra, doce después de haber sufrido la de Claudia, continúan apostando a la vida y luchando juntos por salir adelante. Juan Domingo y María Luisa Colo son, por sobre todas las cosas, ejemplos de amor y fortaleza difíciles de encontrar. Una historia marcada por el dolor y la voluntad de seguir eligiendo vivir pese a todo.


Por: José Di Prinzio

No hay una receta que establezca los pasos a seguir. Tampoco un antídoto lo suficientemente eficaz como para bloquear los sentimientos cuando la tragedia irrumpe en la vida de una vez y para siempre. No existen manuales instructivos ni soluciones mágicas ante el dolor que significa atravesar la muerte de un hijo. Nadie viene al mundo preparado para afrontar semejante golpe y la imposibilidad de superarlo obliga a pensar otras alternativas. Se trata de encontrar, al menos, una salida frente a tanta tristeza. Una que alivie, aunque sea mínimamente, ese padecimiento y permita sobrellevar la vida de la mejor forma posible. Un camino sinuoso como el que emprendieron Juan y Luisa Colo -verdaderos padres del dolor– que, lejos de darse por vencidos tras el asesinato de dos de sus hijas, eligieron salir a pelearle a la vida juntos y continuar mirando hacia adelante por su familia.

 

El Caso

 

El jueves 16 de agosto de 2012 Sandra Colo (43) fue encontrada muerta en Abracadabra, un salón de fiestas infantiles sobre calle Alem en el que trabajaba como empleada. Un año y medio más tarde, el 16 de enero de 2014 -también un día jueves- fue asesinada Paola Tomé (38) en Rowena, un local de venta de ropa de bebé ubicado en pleno centro de Junín. Aunque, en principio, fueron causas abordadas e investigadas por separado, la similitud en el modus operandi del autor, la huella de una zapatilla sobre sangre hallada y la exactitud en las muestras de ADN recogidas en ambas escenas donde se cometieron los crímenes, de acuerdo al trabajo realizado por el Laboratorio de Genética Forense de la Policía Científica Bonaerense , implicaron a Rubén Recalde como único responsable de ambos asesinatos siendo condenado a prisión perpetua en julio de 2015 por el  Tribunal Oral Criminal 1 (TOC1).

Dos historias signadas por la tristeza y el horror que marcaron para siempre a ambas familias y que, en el caso de los Colo, reabrió una herida que no había cicatrizado. “Si bien no hay crimen perfecto, intentaba hacer las cosas de una manera meticulosa. Cuando sucedió lo de Sandra teníamos las huellas de un hombre pero no mucho más que eso. Después vinieron las fuerzas especiales, que logramos traer de Buenos Aires junto con la fiscalía, y pensamos que hasta que no pasara otra cosa no iba a aparecer el asesino porque no teníamos nada. Cuando pasó lo de la chica en el centro (en alusión al crimen de Paola Tomé) por medio de distintos peritajes se lograron cruzar los ADN y el resultado terminó incriminándolo a él (por Recalde). La justicia dentro de todo venía haciendo bien las cosas. Se dio también que dejó su huella porque si no era por eso tampoco lo agarraban. Lo único que lamento es no haberlo encontrado yo antes que la policía”, sostiene Juan al describir el proceso previo al enjuiciamiento de Rubén Recalde, un chapista de oscuro prontuario que acumulaba numerosos antecedentes penales por robos y abusos sexuales desde 1980 y que había salido de prisión dos meses antes del homicidio de Sandra.

“En la primera entrevista que tuve ante la Justicia me convencí de que tenía que ser una sentencia ejemplar sobre todo por la clase de persona con la que me encontré. Vos lo veías y era un tipo sin corazón, sin alma, al que no le importaba nada. Le hablaban de lo que había hecho y ni siquiera movía la vista. Lo tuve a un paso y lo miré a los ojos para ver si me decía algo. Tuve muchas ganas de insultarlo pero no me salió nada, no por cobardía, sino porque estaba frente al juez, mi mujer, mis hijos y tenía que programar algo mejor para no hacer escándalos. Lo miraba y pensaba ‘¿este tipo redujo a Sandra?’, todavía me cuesta creerlo teniendo en cuenta el temperamento que tenía mi hija. Pero no la dejó ni reaccionar. Estaba acostumbrado a violar chicas. Él mismo, tengo entendido, declaró ya dentro de la cárcel a la psicóloga y a la justicia que había violado muchas veces y que ahora tenía ansias de matar. Se ve que se le estaba dando vueltas la cabeza del todo. Después pasó lo que pasó y, siendo sincero, si lo tuviera hoy en frente lo mato. Pero se tendrían que dar las circunstancias, tampoco lo iría a buscar. Si tuvo esa sentencia fue porque, en sí, fueron dos cadenas perpetuas. Le restaron quince años alegando que en Argentina no existe doble cadena perpetua y le terminaron dando 45 años. Con la edad que tiene no creo que a los 97 o 98 salga con ganas de seguir haciendo algo”, cuenta el padre de Sandra no sin disimular la impotencia que le provoca revivir la historia una vez más.

 

Recuerdo vivo

 

Al cumplirse el cuarto aniversario de su partida, la familia Colo realizó -como cada año- una misa en memoria de Sandra a quien recuerdan como un ser extraordinario. Como pidiendo permiso para expresarse y sin alzar nunca la voz, Luisa habla de las hijas que ya no están con la ternura de madre que esconde detrás del dolor. “En ellas pensamos todos los días. Más cuando llegan estas fechas. Veo pasar una chica gordita en una Honda y me parece que fuera ella. El otro día le decía a él, ‘mirá esa chica que parecida a Sandra’. Cosas como esas te pasan siempre. Uno las sigue buscando. Después soñarla, más de una vez”, cuenta mientras alza en brazos a uno de sus perritos que merodea por el living. “Los recuerdos que nos quedan de ellas son muchísimos y todos buenos. Las dos eran chicas extraordinarias”, dice Juan conteniendo la emoción que anuda su garganta y le impide continuar. “Las fechas son inevitables al igual que los momentos. Por más vueltas que le des, no se puede volver atrás ni se puede arreglar nada. Tenemos otros dos hijos, la vida continúa y hay que seguir luchando. Decidimos pararnos al frente de esto y seguir viviendo para no caernos ni flaquear. Demasiadas desgracias hemos sufrido. Perdimos dos hijas en doce años, creo que es para escribir un libro. Es muy difícil”, se lamenta.

 

Enemigo íntimo

 

Hace dieciséis años, la familia Colo sufría el primer revés del infortunio que les daría un vuelco trágico a sus vidas. El 15 de enero de 2000, Claudia Colo apareció asesinada en su lugar de trabajo, una reconocida compañía de seguros de nuestra ciudad. Dos días más tarde, un compañero de la joven fue detenido queriendo escapar de Junín en remís con destino a Buenos Aires. Terminó condenado a prisión perpetua. Era José Luis Correa, hoy preso en la cárcel de Sierra Chica. Claudia tenía sólo 25 años y un futuro por delante. Sus tres hermanos se abroquelaron alrededor de sus padres con el único objetivo de ayudarlos a sobrellevar la tristeza. La tragedia volvería a golpear a la familia doce años después al arrancarle a Sandra de sus propios brazos. “Correa tuvo salidas transitorias y después se las sacaron porque comprobaron que no hacía afuera lo que decía. Por lo que se tiene que cumplir los 25 años ahora. Primero dijeron que podían ser 22 y 3 a negociar pero con el asunto que mintió, según tengo entendido, se le cayó todo encima. En Junín sabemos que hubo un acercamiento de una persona que fue juez y que era tío de su mujer. A lo mejor logró acomodar algo y tal vez no pudo obtener sus beneficios. Pero ya está. Lo único que queremos es que la justicia cumpla y que termine la condena como corresponde”.  En prisión, Correa se recibió de abogado y estudió psicología, pero las salidas transitorias del penal de las que gozaba le fueron suspendidas en 2011 cuando se constató que no iba a la facultad como había declarado. Un psicópata que, una semana antes de quitarle la vida a Claudia, participó de una cena invitado por la familia a la que terminaría destruyendo pocos días después.

 

Atravesar el dolor

 

“Todos los días vivimos con esto, tanto con lo de Claudia como con lo de Sandra. Te levantás a la mañana y lo primero que hacés es pensar en ellas dos y después, bueno… seguís con la rutina del día. Tratamos de no estar mucho tiempo parados para no pensar tanto, de estar en actividad, de no dar lugar a que cuando llega la noche no puedas dormir. Yo fui constructor toda la vida y dejé de trabajar hace poco. Ahora estoy con mi mujer en el comercio”, dice Juan quien, junto a Luisa, atienden su propio local en calle Primera Junta donde pasan la mayor parte del tiempo.

“Nos aferramos a estar juntos siempre para no caernos. También lo hicimos por nuestros otros hijos (Marcelo y Soledad) que están continuamente encima nuestro, además de nuestros nietos”, comenta Luisa con voz pausada y suave.  “Nos casamos muy jóvenes, prácticamente nos criamos juntos y hoy llevamos casi cincuenta años de casados. Luchamos siempre, hemos visto la buena y la mala. Dios nos pagó con este gran golpe pero si nos ponemos a llorar, nos vamos nosotros dos también. Entonces hablamos y nos decimos que tenemos que seguir, que tenemos otros dos hijos y cuatro nietos por los que seguir mirando hacia adelante. Si te quedás, terminás arrastrándote y a mí no me gusta que me vean llorando en la calle, odio que me palmeen la espalda. Prefiero que me digan ‘hola Juan, ¿cómo estás?’ y nada más. Trato de sonreír mientras puedo y a la noche, cuando estamos solos, lloramos y la peleamos juntos” se descarga Juan. “Nos ayuda mucho el negocio porque estamos todo el día ocupados y no te da lugar a pensar demasiado. Más que ahora estamos jubilados y estamos los dos juntos acá”, comenta Luisa, quien encuentra en el negocio una suerte de consuelo a tanto dolor para el cual –dice– no hay receta posible. “Hemos sabido de parejas que han llegado a separarse después de la muerte de un hijo. En nuestro caso el secreto fue no caernos, y si uno se cae, tratar de estar ahí para levantarlo”.

Aprender a convivir con la angustia de aquello que no volverá a ser lo que fue parece ser el único camino posible. “No estamos bien, simplemente queremos seguir viviendo y demostrarnos a nosotros y a la sociedad que se puede. Como se pueden tantas cosas, también se puede vivir con el dolor. Eso es algo que no te lo va a sacar nunca nadie, pero hay que sobrellevarlo. Lograr eso ya es un triunfo”, concluye Juan.

 

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