viernes 19 de abril de 2024

OPINIÓN | 19 ago 2017

EDITORIAL

La libertad y el terrorismo informativo

Desde hace tiempo hay grupos, conservadores o dispuestos a disfrazarse de tales, que intentan por todos los medios económicos y políticos, ponerle un coto a la libertad de expresión que se vive a diario en Internet.


Por: Redacción Semanario de Junín

No se puede decir cualquier cosa, no se puede escribir cualquier cosa, no es posible que la opinión pública sea moldeada por miradas egoístas, cortoplacistas, desagradables; básicas, intolerantes, discriminatorias, sectarias. No hay forma racional de aceptar que cualquier persona, en cualquier lugar, detrás de un dispositivo electrónico instale el insulto como moda y la parcialidad como hábito.

Para situar el debate en tiempo y forma, quizás sea necesario establecer algún punto de contacto con momentos particulares de la historia de los países: con la muerte de Francisco Franco en 1975 y el posterior paso a la democracia, España recuperó de manera veloz y eficiente el camino de las libertades individuales, que habían sido aplastadas durante la dictadura.

En la ciencia, en la política y en la cultura se produjo lo que se denominó “El Destape”, título que se utilizaría un puñado de años más tarde en la Argentina, ante un proceso histórico similar. Y hubo un fenómeno curioso dentro de ese destape: la exhibición y consumo de pornografía en muchos ámbitos muy disímiles. En las calles de las grandes ciudades como Madrid o Barcelona, existían unos dispositivos que permitían ver un video o una película pornográfica, colocando un par de pesetas, como los sistemas usados para comprar diarios o revistas.

Esta situación de exhibicionismo y consumo pleno, fue duramente combatida y criticada por los grupos más conservadores de la sociedad española. ¿Qué hizo el gobierno ante esos reclamos? Nada, simplemente se limitó a dejar que fuera la propia sociedad de consumo, la que le pusiera coto a estas expresiones, para muchos exageradas. Con el paso del tiempo, el consumo de pornografía y el exhibicionismo pleno fueron ocupando un espacio mucho más reducido, en función de la demanda que tenía.

Desde hace tiempo hay grupos, conservadores o dispuestos a disfrazarse de tales, que intentan por todos los medios económicos y políticos, ponerle un coto a la libertad de expresión que se vive a diario en Internet. Y precisamente si hay algo que hace extraordinariamente única e irrepetible a Internet, eso es su capacidad de ejercer una libertad absoluta. Una libertad que gobiernos autoritarios como los de China o ciertas repúblicas árabes, no están dispuestos a tolerar.

Con todo a favor, la red de redes está plagada de personajes siniestros, que utilizando el anonimato permitido y explotado, se dedican a todo tipo de ejercicios malsanos, contaminando de bajas intenciones cualquier ámbito y cualquier persona. Baste entrar a cualquier foro de cualquier nota que se haga en cualquier medio más o menos relevante, para observar el imperio del insulto y la descalificación como norma. Y cuando esos mensajes de mal gusto son moderados por los responsables del sitio, se recurre al latiguillo de la libertad de expresión como un paraguas capaz de cobijar cualquier mensaje.

Esto es un error, la libertad de expresión puede y debe ejercerse con todas las garantías posibles y con la preservación, casi sagrada, del disenso. Lo que no es admisible es el insulto, la degradación de la condición humana, la degradación intelectual, la bajeza por la bajeza misma. La descalificación en vez del argumento, el grito en vez del diálogo y cuanto ejemplo pueda ponerse. Internet es en ese sentido un ámbito joven y se encuentran espacios de libertad absolutamente valiosos. Y es seguro que hasta que la propia sociedad de consumo no ponga coto a los terroristas de la información, habrá que contentarse con hacer un trabajo de separación de lo verdaderamente trascendente, de aquello que sólo busca herir, golpear o provocar. Porque hay oídos y ojos para todo, pero siempre está la libertad individual de elegir lo que uno quiere consumir, y cómo quiere hacerlo.

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