jueves 28 de marzo de 2024

LOCALES | 4 jun 2020

ENTREVISTA SEMANARIO

La mente en cuarentena

Un análisis profesional sobre el impacto del aislamiento en la cabeza de los afectados. Semanario consultó al psicólogo-psicoanalista Patricio Diego Vargas, ex residente del Servicio de Salud Mental del HIGA Junín.


Por: Semanario

El jueves 19 de marzo, día previo a la hora cero de la cuarentena, el Ministerio de Salud de la Nación publicó una serie de recomendaciones para la población argentina. Signaba al coronavirus como foco de amenaza para la salud mental. Apuntaba que “ante un evento tan disruptivo socialmente como la pandemia actual, es importante tener en cuenta que nuestra salud mental se verá afectada de alguna manera”. Y destacaba, incluso, el valor de cuidar la salud mental tanto como la salud física. La cartera de salud lo anticipó antes del inicio del aislamiento social, preventivo y obligatorio. Hace unos días, el presidente Alberto Fernández dictó la quinta prórroga del decreto, y con ella, la extensión de la incertidumbre.

La coyuntura actual es ya un campo de estudio. “No pasa nada, esto no me va a afectar, están exagerando”; “es catastrófico, no lo van a poder controlar, estamos totalmente desprotegidos”; “debo aprovechar esta situación para hacer todo lo que tengo pendiente, debo ganar tiempo”. La nueva pandemia dispara estados de ansiedad. El elevado nivel de incertidumbre que acompaña esta situación precipita y mantiene un estado de captación ansiosa que constituye la preparación frente a una amenaza nueva y desconocida.

“La cuarentena necesitó de cambios de comportamientos cotidianos abruptos que hubo que aceptar para cuidarnos y cuidar a los demás. Eso trajo conflictos, obviamente. ¿Quién está preparado para modificar abruptamente cómo vive? Una de las consecuencias fundamentales de la primera fase fue que muchos se encontraron en una etapa de duelo y dolor por las pérdidas de todo tipo, para no perder la básica y fundamental: la vida. Ahora bien, eso no se puede vivir sin crisis de algún tipo y factor. Aunque nosotros, los psicoanalistas, no generalizamos y vamos ateniéndonos un poco a la crisis de cada cual”, dijo a Semanario el psicólogo y psicoanalista Patricio Diego Vargas (MP 10.337), ex residente del Servicio de Salud Mental del HIGA Junín.

-¿Cuáles son (y serán) las consecuencias de la cuarentena sobre nuestro comportamiento?

-Está bueno como la pregunta ya delimita en sí misma parte de los problemas atendibles de esta pandemia. La pregunta apunta a las consecuencias de la cuarentena, no del virus, aunque no hay una sin la otra. No todos los países la aplicaron de la misma manera, en cuanto a los grados de flexibilización y los tiempos. La cuarentena es la forma de tratamiento preventivo contra el virus. Es la única forma eficaz, hasta tener vacuna, para no enfermarse. Después vienen todas las otras instancias de atención si alguien se infecta. Pero eso ya son otros niveles de atención. El primario es la cuarentena. Para quienes la prevención fue ineficaz o injusta (sectores vulnerables y derechos vapuleados) y se contagiaron, está preparado el resto del nivel de complejidad del sistema salud.

Pero volviendo a la pregunta, la cuarentena necesitó de cambios de comportamientos cotidianos abruptos que hubo que aceptar para cuidarnos y cuidar a los demás. Eso trajo conflictos, obviamente. ¿Quién está preparado para modificar abruptamente cómo vive? Una de las consecuencias fundamentales de la primera etapa fue que muchos se encontraron en una etapa de duelo y dolor por las pérdidas de todo tipo, para no perder la básica y fundamental: la vida. Ahora bien, eso no se puede vivir sin crisis de algún tipo y factor. Aunque nosotros, los psicoanalistas, no generalizamos y vamos ateniéndonos un poco a la crisis de cada cual. En términos de salud pública si hay que generalizar, porque se toman medidas en términos comunitarios. ¿Esas crisis se tienen que leer en términos patológicos? No necesariamente. ¿Son las propias de tener que atravesar situaciones de incertidumbre profunda, dolor, pérdida, temblor de la vida cotidiana? Seguro. ¿Muchas necesitan atención? Sí; muchas veces son consultas para despejar situaciones apremiantes para que las crisis puedan seguir su proceso y su resolución; para otros, quizá el nivel de agudeza o de insistencia de un padecimiento nos permita vislumbrar otros síntomas psicológicos y ahí ya hablamos de otro tipo de tratamiento. Entonces, como síntesis, podemos decir que los comportamientos se ven afectados desde distintos puntos de vista: por lo necesario para hacer lo que nos obligó la situación, por las crisis que eso generó a niveles individuales y colectivos, y también si esta coyuntura para algunos es propicia para desencadenamientos de síntomas, de cuestiones previas de cada sujeto, que para nosotros son indicación especifica de un tratamiento.

Ahora, si esto a su vez va a traer consecuencias en sí misma en términos subjetivos y por lo tanto, los comportamientos se verán afectados como consecuencia de aquello, no lo sé. Y es muy difícil saberlo.

Si el distanciamiento va a afectar modos de vincularnos tampoco lo sabemos. Sí vemos que hay una posibilidad y una exacerbación de la comunicación virtual, y eso quizás nos permita entender un poco más a los adolescentes, que tanto miedo y preocupación nos daban por su hiperconexión. Y ahora los grandes también descubrimos que ahí hay muchos canales de encuentro. Que los chicos juegan, hablan, intercambian. El otro día uno de trece me contaba que estaba en un grupo virtual con amigos y hacían un juego de dibujar y adivinar. No sé, es un ejemplo muy sencillo. Pero pone en esa línea otras cosas. No solo son jueguitos. Mucho de eso va a quedar. Soportes virtuales para muchas cosas. Si a su vez eso va a cambiar las formas de la amistad, del deseo, del amor, lo subjetivos de la época, no lo sabemos. La cuarentena es una irrupción temporaria en la vida cotidiana, en todos sus aspectos, en la época. La pandemia no es la época.

-¿Existe un “perfil psicológico” al que esta situación afecte en mayor medida?

-Los que trabajamos desde el psicoanálisis por ahí no usamos  como referencia el “perfil psicológico” para pensar lo que le sucede a un sujeto, a un paciente. Eso da como resultado radiografías fijas de cómo se caracteriza a un sujeto y qué se espera de él y a veces así anulamos la posibilidad de escuchar y poder trabajar en otros sentidos. Nosotros trabajamos con la idea de “estructuras clínicas”.

Eso nos permite pensar cierta ordenación de los síntomas de un paciente y de qué forma hacer un trabajo terapéutico, que igualmente, eso sí, va a ser particular, sin posibilidad de abreviaturas que salten etapas. Igual no todo es tan sencillo. He escuchado pacientes que parte de sus síntomas estaban relacionados a miedos insistentes, profundos, limitantes, por fantasías de morirse por equis causa, y ahora, cuando la incertidumbre de la muerte se materializa en algo posible, esos síntomas aparecen apaciguados. Como se ve, a veces las cosas no funcionan lineales en salud mental. Por supuesto que hay pacientes con síntomas muy severos, donde cuidarse es un problema por varios factores. Un paciente con un brote psicótico, el encierro en su casa se revela como un factor desestabilizador; tenemos ahí un problema. Un paciente con una adicción. Adicción, no uso o abuso. Esto a un paciente lo va a afectar de otro modo. Personas con síntomas de ansiedad apremiantes, que no pueden quedarse mucho tiempo en un lugar o con una persona, que necesitan ir y venir, porque si frenan aparecen las respuestas sintomáticas, escucho que la están pasando peor. Ni hablar de la tristeza en la población de más riesgo, o la desesperación del otro sector muy afectado, que son las personas mayores.

Igual esto varía mucho. No es lo mismo un persona mayor en un pueblo, por más que no tenga familia, pero a lo mejor cuenta con una red de contención cercana, con una jubilación, que no tiene riesgo de contagio porque no circula el virus; o los que tienen familia, nietos y ya se han empezado a juntar los fines de semana. Eso, comparado con un jubilado que vive en Fuerte Apache, hacinado, o en la Villa 31, y con su gente lejos, con dificultades para encontrarse con sus afectos, teniendo que ir a un comedor para alimentarse, expuesto.

No se puede no tener en cuenta todos estos factores, para no caer en la fácil patologizacion de las reacciones, comportamientos o síntomas acrecentados por todas estas cuestiones. Incluso hay personas que, inesperadamente, han atenuado sus síntomas en el encierro, por el gran desgaste y trabajo psíquico que les llevaba el mundo de las relaciones sociales. Otros descubrieron que no van a poder volver a trabajar en el grado de intensidad y estrésque lo hacían, que estar en su casa les trajo un bienestar inesperado. Otros, todo lo contrario: la convivencia acrecentó situaciones de violencia, irritabilidad,cansancio. Ni hablar de quienes vivían situaciones de abuso en la convivencia.

Obvio también que en este tiempo escuché también a varios pacientes a los que la situación laboral los complicó muchísimo. Les bajó el laburo, los ingresos, incluso algunos perdieron el trabajo. Por supuesto que eso angustia, desorganiza. Y ahí tenés una situación complicadísima que a su vez repercute en la subjetividad, pone en crisis. Que eso sea patológico es otra cosa.

-¿La falta de contacto físico, de vital importancia para nuestro bienestar psicológico, qué peso tiene en este contexto?

-Con este tema tenemos parte de lo que planteé en las otras respuestas y que ahora podemos retomar más específicamente. Porque esto vino para quedarse, en términos comunitarios, hasta que se encuentre una forma de prevención efectiva, universal, tranquilizante.

El contacto físico es por donde circulan los cuidados, el amor, el deseo, el erotismo. Alguien que atraviesa la cuarentena cuidado por otros, en pareja, acompañado, seguramente en términos de amor no será lo mismo que para alguien que su mundo del amor y la sexualidad lo vive en términos esporádicos y en encuentros casuales, que tenía que tomarse dos trenes en el conurbano para ver a la otra persona, o generar situaciones sociales exclusivamente, como salidas y boliches.

O por ahí adolescentes que no ven a sus parejas hace un par de meses, como he escuchado, por los cuidados, y sus relaciones se virtualizan un poco más. O retomando el tema de los abuelos y los nietos. O de esa generación con los nietos. Están los abuelazgos que no son de sangre, obviamente. Entonces, todo el afecto de los abrazos, de compartir, de jugar... es una carencia para las dos partes. El contacto físico en ese sentido, y sus restricciones, representan una pérdida en los modos del encuentro. Y sobre todo porque cuando todo esto pase va a quedar un grado de alerta y de sobre significación de los contactos corporales. Y ahí sí veremos si se confirma o no si eso va a producir cambios permanentes y profundos en la subjetividad.

Un abuelo solo en el AMBA, alejado de sus nietos o de sus hijos, va a vivir esto de una forma; los adolescentes y el poliamor, en un barrio de la Capital, de otra; dos adolescentes, en una provincia del norte, donde no hay virus y pueden moverse con otras libertades, de otra. En los más afectados tiene el mismo peso que su falta, ahí está su importancia. Amigos y amigas que no se abrazan, que no pueden estar cerca, parejas que no pueden acercarse o tener relaciones, abuelos que no se pueden abrazar con sus nietos, hijos mayores con sus padres lejos, sobrinos que no pueden viajar a visitarse. Es una vida cercenada en ese sentido. Y justamente, como decíamos al principio, es parte del costo del modo primario de cuidarse. Ahí radica parte de su dificultad también. Ahí hay parte de la dimensión que afecta cuidarse. Aunque también ahí está parte de la posibilidad de no enfermarse.

-¿Los profesionales de la salud mental hacen alguna evaluación acerca de qué modo la sociedad juninense viene transitando la pandemia?

-Creo que esa es una pregunta para hacer a los organismos públicos y oficiales de la salud mental. Si te referís a estudios sobre el tema en términos comunitarios a nivel local no conozco, en términos específicos de nuestro campo, la salud mental local en la cuarentena. A nivel de estar presentes en los comités de crisis, supongo que vendrá del lado de las figuras de asesores.

Lo intempestivo del cambio obligó a que mucho personal en los servicios de salud mental fuera considerado no esencial y fuera licenciado. También de a poco se han ido retomando las formas de atención. Alicia Stolkiner, de lo mejor en salud mental comunitaria y derechos humanos en nuestro país, asesora a la Dirección Nacional de Salud Mental que baja criterios. Ahí hay una presencia importante e inédita en nuestra historia. Después, obviamente, están las evaluaciones que se hagan en los servicios correspondientes a nivel local y las políticas que decidan para cada situación y cómo ponerse en marcha.

No hay que olvidar que el interés fundamental, general, comunitario, es preservar la vida con los mismos derechos para todos, por lo menos esa tiene que ser la obligación y el horizonte, y en base a eso ir buscando alternativas.

Tal vez la pregunta marque un déficit: ¿Haría falta un observatorio multidisciplinario funcionando en términos de salud mental? ¿Un comité de emergencia en el área que aporte en la evaluación y el seguimiento de la pandemia, como de otras situaciones?

Por supuesto que los profesionales que trabajamos con colegas, intercambiamos, y de alguna manera hay una evacuación constante que hacemos de nuestro trabajo y también se traslada a las cuestiones sociales de salud.

-¿De qué modo dan contención a sus pacientes, que eran atendidos antes del aislamiento y ahora no pueden tener “cara a cara”?

-A diferencia de otras disciplinas y las particularidades que tiene para evaluar, diagnosticar y tratar a los pacientes, nosotros trabajamos por medio del diálogo terapéutico, la psicoterapia, el análisis. Si bien hay muchas líneas psicológicas y modos de tratamiento, ninguna prescinde del instrumento fundamental que es la escucha y la palabra. Por eso fue posible, seguramente con distinta suerte, efectividad y posibilidades, el pasaje al tratamiento virtual. Las llamadas y las videollamadas. Eso permitió a muchos aceptar la propuesta y continuar con sus tratamientos. Tanto pacientes habituales como nuevos. La posibilidad de la instituciones públicas y privadas para las urgencias, con sus guardias, e incluso la posibilidad de intervenir en el domicilio de los pacientes si la situación lo requiere.

Esto abrió algunos debates y conflictos en la vuelta a la atención presencial, que si bien fue autorizada, necesita de protocolos precisos y todavía con la recomendación para aquellos pacientes que no pudieron por varios motivos adecuarse a la atención virtual. Finalmente, luego de algunos debates y presentaciones, se logró tener esta opción de atención. Por supuesto que esto también reveló muchas de las situaciones precarias en las que se trabaja. Las obras sociales, siempre pagando poco y a destiempo, al principio negándose a reconocer la atención virtual, después poniendo requisitos absurdos para confirmar que la atención fue efectivamente realizada. Algún colega, incluso, me contó que una obra social pedía una foto del paciente y el analista durante la videollamada, para mandar como comprobante. Es muy desgastante. Esto generó mucha incertidumbre en los colegas. Pensemos en alguien que hace dos o tres años se recibió, que depende mucho de la sobras sociales, que le cuesta armarse un sustento con la profesión, y de repente le sucede que no solo algunos pacientes no quieren la modalidad virtual sino que las obras sociales se niegan a cubrir lo que si hacen, entonces se encuentran trabajando pero sin cobrar. Una situación difícil. Por suerte se logró que lo reconocieran y ese es un derecho que no se puede perder, porque muchos pacientes, hasta que esto no pase, por ser pacientes de riesgos o lo que viven en las grandes ciudades, afectadas por cuarentenas menos flexibles, van a seguir necesitando de este modo de atención.

-La psicología es una ciencia que se basa en los pensamientos, sensaciones, percepciones. ¿Quedará marcada por esta “anormalidad”? ¿Habrá que replantear algunas cuestiones? ¿Cuáles?

-Yo creo que hay una marca de cambio. Y tiene que ver con lo que  decía en la pregunta anterior. Para poder pensar los tratamientos virtuales, que muchos van a quedar como modalidad permanente. O para los psicólogos que viajen a atender a otras ciudades o para los pacientes que viajaban para atenderse, ¿no va a ser esta una posibilidad de continuar los tratamientos cuando pase la pandemia? Un paciente, que por una dificultad no podría viajar, ¿no va a tener la opción de hacer la sesión por videollamada? Eso obliga a repensar un poco los fundamentos de la práctica. A revisar cómo trabajamos y qué hacemos.

Hay un montón de docentes dando clase gratuitas y pagas, por internet. En mi caso clases de psicoanálisis, pero para seguir estudiando y profundizando. Creo que esto no solo va a dejar marca en los medios de tratamiento sino en la accesibilidad a formarnos. Acá no hay facultad de psicología, pero la hubo, somos muchos colegas que necesitamos seguir estudiando, y todo eso está afuera, en las grandes ciudades. ¿No es una forma ahora de poder hacer todo eso virtual? Sí. ¿No va a quedar parte de eso? Yo creo que un montón.

Creo que va a quedar una forma de accesibilidad para sumar a lo que ya había en los tratamientos, que todos vamos a tener que experimentar y encontrarle la vuelta como profesionales, porque las dificultades en ese sentido no son solo de los pacientes. Los colegas que atienden niños seguramente tienen mucho que investigar y contarnos de las experiencias increíbles que vienen tratando de hacer con esos tratamientos. Otros, por la dificultad de las patologías, van a seguir con los dispositivos presenciales habituales.

-La mente humana, desde la concepción occidental, está capacitada para resistir mensajes permanentes de terror, encierro y muerte, como por lo general se difunden en los medios de comunicación. ¿Cuál puede ser el resultado de ese “acoso psicológico” luego de la pandemia? ¿La sobreinformación puede jugar en nuestra contra?

-En esta pregunta hay condensada un montón de cuestiones que nos obligarían a conversar de varias cosas. Pero ahí ya hay una concepción de la información y sobre todo de cómo se informa. Como los mensajes tienen no solo datos sino también tendencias que los ordenan, bajadas de líneas, marcación de agendas, intereses. Es parte de todo el asunto. Nadie recibe información o no recibe información solamente. Informarse en tiempo de crisis y de necesidad de saber no es tan fácil. Si bien la concepción occidental clásica plantea que lo central de la mente es la razón y ese es el instrumento que le permite a las personas orientarse, discernir, comprender y actuar racionalmente; no solo eso muchas veces eso  menos criterioso de lo que se piensa, sino que a su vez es una vía de manipulación. ¿De dónde sale que el problema son las dificultades de la cuarentena y no la pandemia? ¿De dónde sale que un periodista llore por televisión porque no puede ver a un familiar y eso genere olas de indignación y movilización, cuando en realidad eso es lo que vive la gente todos los días? ¿Vale informarse con paneles de opinadores seriales, que desde el rating y el sentido común dicen qué hacer y qué criticar? No digo que no se escuche pero pregunto: ¿ahí está la información que necesitamos?

Habla una autoridad sanitaria que, en definitiva, es gente formada, especializada, que no ocupa esos lugares porque sí. ¿Escuchamos eso? ¿O escuchamos a los invitados a los programas de opinión con sus ideas, intereses, formas de comunicar y operaciones? Bueno, escuchamos todo. Pero hay que informarse en esa ensalada. Creo que en definitiva esto corre la misma suerte que otras situaciones sensibles e importantes para la comunidad y que tienen el mismo tratamiento mediático. En ese sentido vivimos acosados mediáticamente y lo más increíble es que a la tele, o los medios que usemos, los prendemos solos. La sobreinformación es inmensa. Confunde. Es imposible prescindir de especialistas en comunicación, creíbles y éticos, que ayuden a discernir y a la multiplicidad de posibilidades de comunicar.

-Hoy muchos hablan de ‘anormalidad’ y ‘normalidad’ a la hora de referirse al futuro. ¿Existe la normalidad? ¿Cree que este hito viral puede dejar algún tipo de cambio en la sociedad local?

-Yo creo que cuando hablamos de lo humano y sus formas comunitarias, de ningún modo podemos pensar en la categoría de “normalidad”. La sociedad, atravesada por el lenguaje, se viene transformando de época en época. En todo caso lo que existen son situaciones “normalizadas”, que es bien distinto. Ahora, si algo está “normalizado”, necesito de un proceso que lo acentúe con esas características. No es un estado natural que sufre desviaciones a las que hay que volver. Es fundamental eso. Porque en nombre de querer hacer pasar lo “normalizado” por lo “normal”, se cometen injusticias, discriminaciones, segregaciones, forzamientos sociales y se pone fuera de la norma lo propio, rechazado, haciendo a determinados grupos responsables, culpables de situaciones que tienen que ver con todos. ¿Es “normal” o está “normalizado” que lo sectores más vulnerables vayan a sufrir la peor parte de la pandemia como vemos que va a ocurrir? Suponiendo que cuando esto pase recuperemos la habitualidad, ¿eso no va a hacer volver a una “normalidad” o ciertas funcionamientos “normalizados” que van a necesitar de los infinitos cambios sociales que todavía necesitamos para vivir un poco mejor todos, en equidad? Repito lo que decía antes: va a estar “normalizado” que necesitemos del distanciamiento social por mucho tiempo, no del encierro preventivo. Esto último, en las grandes ciudades, va a ser así más tiempo. Si eso se va a traducir luego en cambios subjetivos permanentes, nuevas formas de “normalización”, está por verse.

-¿Hay una “adicción a la libertad”?

-Esta es una pregunta llamativa porque planteada así combina dos contrariedades. Se supone que la adicción condiciona la libertad. Es un empuje frente al cual alguien no puede hacer lo que quiere sino lo que la necesidad le impone. Por eso se llama así. No tiene mediación que permita fácilmente hacer otras cosas. Eso, a su vez, relacionado con uno de los ideales más grandes de la humanidad -la libertad. ¿Uno no podría dejar de sentir un empuje a ser libre? Puede ser. Lo que sí podemos decir es que la libertad, como otra de estas cuestiones, aparece acrecentada con la pérdida. ¿Uno toma conciencia de su importancia cuando se encuentra afectada? Es probable. Pero también hay otra cuestión, si la pensamos como la planteás. Si hay un empuje a la libertad propia a pesar de que las situaciones no lo permitan. ¿Alguien podría reclamar en nombre de esa libertad? Sí, puede. ¿Es ético? Ese es el tema. Si una sociedad, para que funcione comunitariamente, necesita de ciertas renuncias estructurales en nombre del bien común, ¿puede hacer lugar a reclamos de ese tipo? La adicción a la libertad suena más a un acto individualista, egoísta, que desmiente al otro, que a un valor colectivo donde prima el bien común y el reconocimiento del otro.

 

 

 

 

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