sábado 20 de abril de 2024

LOCALES | 27 jun 2020

Análisis SEMANARIO

Administración caprichosa e irascible

La forma de llevar adelante la municipalidad de Junín por parte de la gestión de Pablo Petrecca está demostrando una inusitada violencia institucional por más que se la intente disfrazar a “protección al vecino”.


Por: Redacción Semanario

La pandemia y el aislamiento preventivo y obligatorio le han servido a la gestión del intendente Pablo Petrecca para poner en vigor una peligrosa violencia institucional que se ha disfrazado de altruismo con un mensaje de cuidar al vecino, cuando lo que se hace es alterar la paz social.

En ese marco, y a través de diversas presiones, hemos asistido a un manejo desprolijo de la situación dejando de lado la participación pluralista en lo que hace a lo político, tanto en lo partidario como lo institucional.

La paranoia para cuidar los límites desatada desde el principio de la pandemia dejó al desnudo el brutal desprecio de esta administración, tanto por los pueblos como por el sector de la ciudad “allende las vías”, algo que culturalmente se creía desterrado.

Y en esta suerte de naturalización de la violencia, se fortificó el centro de la ciudad, como si se tratara de reminiscencias del Fortín Federación que dio luz al desarrollo del distrito.

La medida, tomada por el Juez Federal Héctor Pedrp Plou, de no permitir más controles ruteros con la intención (tardía) de ordenar las rutas nacionales que peligrosamente habían sido “tomadas” por el municipio, generó una reacción más paranoica aún que hizo que la gestión Petrecca cerrara con montículos de tierra cada uno de los callejones de la ciudad y dejara habilitado sólo seis pasos que determinó “para residentes” y “para no residentes”, pero sin darle la señalética correspondiente y casi a desgano como si fueran niños a los cuales no se les satisfizo su berrinche.

La “operación montículo” fue similar a la ensayada en 2016 cuando las inundaciones amenazaban desbordar el canal del río Salado que une las lagunas de Gómez y El Carpincho y los funcionarios armaron terraplenes, aunque el desmadre se detuvo naturalmente antes que pasara a mayores. Aún con esa alarma, Petrecca y el resto de intendentes de la región no se ocuparon nunca más de reclamar las obras necesarias para evitar una situación semejante más adelante.

Y mientras se intenta dar una imagen de certezas en las resoluciones, no se trata más que de chapuzas que buscan salir del paso, pero que terminan generando importantes problemáticas a los vecinos.

Entonces, esta administración que aparece sospechada de tener vínculos con el espionaje, intenta ver en todo un complot para contagiar con Coronavirus al centro juninense.

¿Acaso hay tantos foráneos queriendo ingresar subrepticiamente al distrito? ¿Con qué motivo? ¿Qué tráfico ilegal estarían haciendo para esconderse del efectivo control del área de seguridad juninense?

Tal vez sólo se trata de una nueva operación de marketing, cuando en verdad termina siendo una situación violenta hacia los habitantes.

DISFRAZAR LA VIOLENCIA

Desde el inicio de la pandemia y el aislamiento, Junín ha tenido diversas situaciones de violencia con vecinos golpeados por la policía, un afectado de Covid a quien le incendiaron la camioneta, pulverizaciones céntricas no recomendadas por la OMS, peleas callejeras y reclamos por discriminación por parte de vecinos de barrios vulnerables.

Saúl Franco, doctor en medicina, en un simposio de Pediatría Social llevado a cabo haca ya 20 años en nuestro país, durante su discurso se refirió a la “negación de la violencia”, asegurando que “en este mundo al revés pretendemos vivir como si la violencia no existiera, o no nos afectara, o fuera algo de los otros, de los vecinos malos que sólo nos llega ocasionalmente por contagio pero que no nos es propio. Y es una negación muy interiorizada, hasta el punto de que invisibiliza y naturaliza la violencia. Por esta vía de la negación, y por algunas otras, nos vamos acostumbrando a la violencia, la banalizamos, perdemos la capacidad de asombro y reacción y siempre tenemos a la mano o en la boca una razón para evadirla, ocultarla, minimizarla. Con un agravante, estos procesos de negación y banalización no son sólo de los individuos. Son sociales e institucionales”.

Franco, pediatra colombiano, ya destacaba en ese entonces que “a muchos gobiernos no les conviene o no les interesa aceptar ciertos tipos de violencia. Ciertas instituciones, la escuela o algunas de salud, por  ejemplo, se escandalizan de saberse o sentirse señaladas como violentas. Y aun en las familias, los niños y hasta los adultos terminan por no identificar violencia sino a partir del golpe fuerte o de la sangre”.

Por lo tanto, es importante señalar esta situación en la que nos involucra la gestión municipal ya que termina imponiendo un guión perverso que nos aliena ante el problema, nos aleja de la realidad, nos clasifica de manera incorrecta, haciéndonos creer que “nos cuida”.

Este guión tiene el efecto negativo de responsabilizar con facilidad a los otros y, por tanto, de impedir la participación directa en la búsqueda de soluciones que favorezcan al conjunto y no de reacciones que terminen afectando a la mayoría.

En su trabajo sobre “Violencia y sociedad”, la Dra. Mayra Carmona Suárez, también médica y costarricense, puntualiza que existen múltiples definiciones de violencia, en especial las que se relacionan con la imposición de la fuerza física. Sin embargo, la violencia es un concepto mucho más global y complejo y se refiere a: "cualquier acto de comisión u omisión y cualquier condición que resulte de dichos actos, que prive a los sujetos de igualdad de derechos y libertades y lo interfiera con su máximo desarrollo y libertad de elegir".

Y en este escenario local, donde las respuestas parecen ligadas a los fortineros de hace 200 años, hallamos que “la violencia es tan vieja como el mundo y la historia; las mitologías y las leyendas nos la muestran como acompañado siempre a héroes y fundadores. Sin embargo, la violencia puede explicarse y siendo explicable puede evitarse”, como recalca Carmona Suárez.

Retomando las palabras de Jean Marie Domenach: "la violencia no consigue ya justificarse. Cuando las posibilidades últimas de violencia equivalen a la destrucción de la humanidad, resulta insuficiente reclamar limitaciones y controles. Se debe proponer otra visión del problema, otra política. El idealismo resulta necesario cuando confluye con el imperativo de la supervivencia."

La seguridad entonces, es una responsabilidad tanto individual como colectiva.

“La violencia es tan cotidiana que muchas veces no podemos percibir sus dimensiones reales, la vemos como algo natural, incluso le llamamos amor y preocupación, o bien, democracia o altruismo”, dice la especialista.

Por otro lado, puntualiza la investigadora en su trabajo: “llama la atención la facilidad con la que el público receptor de estos medios incorpora las representaciones difundidas. Esto se puede explicarse por qué se vive un clima de violencia social, de violencia cotidiana, y es más fácil aceptar que la violencia no es propia de ciudadanos ‘decentes sino de excluidos y desvalorizados delincuentes”.

Es así como la violencia puede convertirse en una manera de vivir, en una forma aceptada de conducta, respaldada por los hábitos populares y la moralidad convencional, en otras palabras, en una subcultura.

Es un hecho que si la violencia tiene éxito, habrá una gran posibilidad de volverla a utilizar; por lo tanto, el aprendizaje de la agresividad desempeña un papel destacado, desde el discurso y desde el modelaje, por ese motivo es importante desnudarla en los sitios donde acontece y favorecer los conceptos de la democracia y la república con el objetivo de que las instituciones gubernamentales respondan a sus representantes y no terminen utilizando el poder otorgado contra ellos.

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