miércoles 24 de abril de 2024

OPINIÓN | 1 jul 2020

MIRADA EXTREMA

Más allá de las palabras

El periodismo moderno justifica su existencia por el gran principio darwiniano de la supervivencia del más vulgar.


Por Andrés Rissolo, especial para Semanario

El presidente de EE.UU, Donald Trump, anunció que quiere introducir una ley que acabe con algunos privilegios de los que se benefician las redes sociales e intenta intervenir estos medios para limitar su inmunidad por los comentarios que comparten los usuarios en sus plataformas.

El mandatario evalúa si su Gobierno puede "eliminar o modificar" la conocida Sección 230 de la ley de Decencia de las Comunicaciones que exime a las redes sociales de responsabilidad por los contenidos publicados por sus usuarios, lo que eliminaría el escudo legal que protege a estas empresas de acciones judiciales por la forma en que controlan el contenido en sus plataformas.

“Las plataformas sociales asumen el papel de un ‘editor’ cuando agregan etiquetas de verificación de hechos a publicaciones específicas, según informó a la BBC el senador republicano Marco Rubio que, además, argumenta que "la ley aún protege a las empresas de redes sociales porque se consideran foros, no editores".

Hoy por hoy, la tecnología permite que cualquier habitante de este mundo se sienta un periodista. La posibilidad de sacar una fotografía o grabar en video una imagen o audio, que luego son subidas a estas redes de acceso y aportes de datos, promueven la fantasía de ser parte de la comunicación social.

Crasa inexactitud. La documentación de un hecho en forma fortuita o adrede solo lo convierte en testigo ocasional, pero no necesariamente en un hombre de prensa. Jamás.

Las plataformas sociales se sumaron a la destrucción de la institución periodística como la fuente tradicional, segura y confiable de información. Su accionar trajo aparejado, además, la precarización del trabajo del periodista.

La actividad, largamente bastardeada por la anuencia en el medio de ególatras, meretrices, ignaros con recursos materiales, viles y serviles de diversas índoles, junto a los ahora ya no ocultos operadores políticos y publicitarios, en permanente desmedro de la labor de prensa, tanto, que ya se encuentra en vía de extinción el medio gráfico, idóneo para el análisis, la reflexión y expresión de ideas, que llevan más de 140 caracteres.

El sistema digital, si bien permite la conexión global, es un sistema hecho de ex profeso para sacar los mayores réditos económicos eximidos de toda responsabilidad laboral, jubilatoria, social y jurídica.

Cada vez son menos los periodistas que trabajan en relación de dependencia. La mayoría son monotributistas, porque según dicen los empresarios los números no cierran para pagar a un trabajador más, pero si dan perfectamente las cuentas para que sus status de vida y placeres no varíen.  

El periodismo es un trabajo, con técnicas especificas para realizar preguntas y obtener respuestas, con una metodología definida en la búsqueda de información, con el aporte del conocimientos, de idiomas, de cultura, y el oficio propio que los años brindan y el ímpetu perenne de quienes lealmente lo ejercen cuidando particular e íntimamente su forma.

Desde la simple propuesta en pos de una evolución del intelecto y de las acciones futuras, con un espíritu superador a las deslealtades y las traiciones en una sociedad abierta a los negociados, la actividad periodística se ve afectada desde diversos ámbitos, con distintos procedimientos que sólo buscan el ese silencio cómplice que los enriquece.

Es ahí donde son convocados quienes integran las auténticas huestes depredadoras de la comunicación, reunidas en una caterva de impúdicos que discurren entre lo procaz y lo sicalíptico, con la pretensión cotidiana de perturbar el raciocinio y tratar de establecer así el pensamiento cero en la población.

Perimida entre las amarillas hojas de la historia y el olvido se encuentra el Estatuto del Periodista Profesional de la Ley Nacional Nº 12.908, con la cual se dio marco al trabajo de prensa contra el avasallamiento empresario.

Más hondo, en el pozo del oscurantismo y las tinieblas queda aquel 2 de febrero de 1891, cuando en Buenos Aires se crea el Círculo de Cronista que posteriormente se conociera como “Círculo de Periodistas de La Prensa,” entidad decana del periodismo americano, formidable ariete a favor de la libertad de prensa, de la ley de propiedad intelectual, el día del periodista y la ley de jubilaciones.

Arteramente destruida hace pocos años, la entidad identificó al periodismo como una de las profesiones de riesgo en el mundo, aceptado universalmente por la Organización de la Naciones Unidas, hecho éste que no obstante hoy es un mero trazo de tinta difusa para la legalidad y sindicatura argentina.

Esta ley y ésta identificación ante el riesgo está tan desconsiderada como las preguntas: “¿por qué se debían de ocultar…?  o ¿por qué se les han de tener por ignorantes…? que en aquel 7 de junio de 1810 se realizaba el director de “La Gazeta” con un pueblo que quería saber de qué se trataba. A pesar del tiempo transcurrido, esas mismas preguntas están latentes en la población ante la desazón de ciertas medidas de gobierno.

“En una época de engaño universal decir la verdad se convierte en un acto revolucionario”, advertiría George Orwell, mucho tiempo después de la muerte de Mariano Moreno en alta mar, pero coincidía con uno de los grandes historiadores del imperio romano, Cornelio Tácito, cuando expresó: “rara felicidad de los tiempos en que es lícito sentir lo que se quiere y decir lo que se siente”.

El trabajo periodístico, de interpretar y expresar los problemas de la sociedad frente a la adversidad ejercidas por los círculos de poder, sus adláteres y acólitos, no ceja en el transcurso del tiempo. La discusión en sustitución del diálogo utilizado hoy por los pseudosperiodistas, cuando tratan temas superficiales, con el modo fascista de no escuchar al otro y el tratar de imponerse siempre  impidiendo la posibilidad de expresión, es la creencia de ser periodista.

Estos creídos, muy cerca de la farándula y de los deportes, nunca se aproximan a los temas de importancia, y cuando lo han hacen los resultados son tan terribles como ellos mismos. 

Ejercer el periodismo para fomentar los intereses intelectuales, morales y materiales de la sociedad, velar por la libre expresión y difusión del pensamiento, estimular la cultura periodística para que la prensa alcance y mantenga su mayor eficacia y ponderación, no ha sido ni es una tarea fácil. Tampoco es trabajo para advenedizos.

“El periodismo moderno justifica su existencia por el gran principio darwiniano de la supervivencia del más vulgar”, fustigó un avezado literato, pero más allá de tal aseveración, la permanencia del periodismo de ayer, de hoy y de siempre, será  para ser un periodismo de construcción, con verdaderos periodistas. 

 

 

 

 

 

 

 

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