jueves 25 de abril de 2024

LOCALES | 4 jul 2020

Análisis Semanario

Unabomber modelo 2020

En estos tiempos de pandemia, ir y volver a la zona del AMBA resulta para los juninenses una historia con ciertos acercamientos al anarquista estadounidense Ted Kaczynski.


Por: Redacción Semanario

Para el filósofo griego Sócrates “si alguien busca la salud, pregúntale si está dispuesto a evitar en el futuro las causas de la enfermedad; en caso contrario, abstente de ayudarle”.

Lo que parece un presagio lleva como 2500 años entre nosotros, aunque parece dicho hoy mismo por alguno de los provocadores de tanto vómito oral, en medio de una situación ante la cual hasta los más poderosos reculan en chancletas.

Sin lugar a dudas que este escenario ha dejado al desnudo algunas aristas, quizás las más miserables, de una sociedad inquisidora hacia el otro, manipuladora de la culpa y admiradora del castigo, propietaria de una dudosa moral que la disfraza de valores perdidos.

Y en ese cóctel maravillado de penurias, aparecen personajes odiados por vecinos en pijamas que saborean un chocolate caliente sentados en el sofá del vestíbulo, por cuyo ventanal el sol pasa y les da un sosiego inmerecido.

Y buscan con la mirada llena de rencor al ilegal que sale a pasear al perro sin barbijo, al abuelo insensato que se quedó sin vino y caminó 15 cuadras para comprarlo más barato, a la mamá que lleva al nene a cuestas y se pone a un metro con 25 centímetros del que está por delante de ella en la cola de la farmacia.

Resulta difícil caminar la vida en medio del caos, con vigilantes que no hacen más que sacudirse las migas que les caen en el regazo, pero que como si se tratara de onanistas mentales, sienten placer cuando alguien cruza la fina e indescifrable línea de lo legal e ilegal del obligado confinamiento.

Y del otro lado del relato, el sicario de estos tiempos -a los ojos de los necios- que creen que mata por dinero, cuando solamente escarba en la olla de la economía frenada para ver si queda algo para llevarse al buche.

Y el tipo de estos pueblos, los nuestros, con historias de malones aniquilados; con el permiso nacional para circular se anima a ir hasta el AMBA porque necesita de un trámite o un “algo” que no hay en Junín y barbijo en boca visita un par de comercios, carga combustible, come un sánguche y hace pis en la ruta.

Al llegar de vuelta enciende el televisor donde todos le dicen que los casos de Covid/19 dejarían sin camas a los hospitales, que ya son 20 mil contagiados en CABA, que fueron 2500 nuevos en el país, que murieron más de mil por el maldito virus y que en Junín… Hay dos internados, y un par fueron dados de alta e imagina que el basquetbolista ya debe estar verde de encierro, haciendo triples con pelotitas de papel tirando desde el baño al cesto de la cocina.

Y el tipo que fue y vino, que meó en la ruta para no entrar al baño del peaje, se siente el Unabomber, aquel trágicamente célebre Ted Kaczynski, anarquista superdotado que durante 17 años aterrorizó a Estados Unidos enviando cartas bomba.

Entiende que él mismo puede ser una “bomba de Covid”, si es que por alguna razón voló una partícula del virus y logró atravesarle el barbijo.

Y una vez más, trae el recuerdo de cada minuto pasado entre el ida y vuelta. Con quién habló, si las gotas de la saliva llegaron, si al tipo ese se lo veía en buen estado, si tosía, si tenía los ojos rojos o algo que permitiera conocer cuál era su fiebre en ese momento. ¿El vuelto del peaje? ¿Lo pasé por alcohol y agua 70/30? ¿Me toqué la cara? ¿Y si era asintomático como el novio de María Eugenia?

Y él –el viajante siniestro- sigue sintiéndose Unabomber porque podría poner en peligro a algún juninense. No se cree que es Vidal, porque sabe que no podría tener nunca los privilegios de la clase política.

Y se arrepiente de haber ido y siente que le pica la garganta porque escuchó que te pica la garganta y se huele las manos empapadas de alcohol para saber que no perdió el olfato y se imagina 15 días guardado, sin poder jugar al 87 porque había soñado que iba al cajero electrónico y le avisaba que ya no le quedaba ni una moneda.

En medio de semejante paranoia cierra la ventana, se cree perdido porque en las cabinas de peaje fue filmado yendo y viniendo de Junín a Buenos Aires. “Estoy hasta la bolas”, grita.

Piensa en los que tienen ganas de salir a pescar y hacen caravanas, los que quieren abrir los bares, los restaurantes, los gimnasios y cree que por su culpa, si llegara a dar positivo, si explotara la bomba que armó tal como el anarquista aquel, no lo podrán hacer.

Y claro, le viene a la mente que si al proveedor de frutas y verduras le prendieron fuego la camioneta, a él esta gente gaucha del interior le puede incendiar la casa y que la municipalidad una vez te puede arreglar una camioneta, pero no te va a estar construyendo algo.

Y termina sintiéndose la mierda misma por el sólo motivo de que después de tres meses necesitaba ir hasta el infierno más temido y volver a salvo de las llamas. Se huele a quemado y hasta le parece tener una línea de fiebre.

Reza por lo bajo cuando su compañera le sirve el plato de sopa a la espera no de que esté sabrosa, sino que pueda sentirle el gusto.

Ni quiere mencionar la posibilidad de contagio para no contagiarse, se lo devoró la estigmatización, el mal de estos tiempos en los que el prejuicio se naturaliza y a los normales más idiotas que esconden sus miserias en un bolso oscuro les molestan los putos, los buenos, los malos, los pobres, los ricos, los giles, los vivos, los negros, los judíos, los gitanos, los todos, los nadies.

“No tenía ganas de nada. Sólo de vivir”, soñaba entre sus novelas el mexicano Juan Rulfo y es probable que podamos hacer el ejercicio de seguir viviendo aún a costa de correr algún riesgo, poniendo al otro como par y no como extraño, a partir de las conspiraciones berretas que buscan enemigos donde no los hay.

Por lo que se ve, la humanidad deberá tener que corregir cuestiones inherentes a la sociedad, en un marco de igualdad y de equidad, de lo contrario cuando pase el miedo seguiremos con el ceño fruncido hasta la próxima pandemia, cuando lo que debe importar frente a estos y otros hechos desgraciados, es la calidad de vida y no la resistencia a ella.

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