viernes 29 de marzo de 2024

CULTURA | 5 sep 2020

UN VERDADERO PRÓCER DEL TANGO

Roberto Goyeneche: el secreto de vivir después de la muerte

“Yo siempre canté los sentimientos a flor de piel. Sin sentimientos no puede existir nada, no se puede vivir. Es la única manera que tiene el hombre de mirarse hacia adentro”, decía el Polaco.


Por: Ismael A. Canaparo

El 27 de agosto pasado se cumplieron 26 años de la muerte del Polaco, el último símbolo indiscutido del tango. Goyeneche fue la continuidad exacta, una especie de mezcla maestra con Piazzolla. Como a Astor, a él se lo discutió durante décadas por su falta de fidelidad a los modelos. Pero no hizo otra cosa que responder a la esencia de la música de Buenos Aires: la apropiación de tradiciones, la incorporación de formas nuevas de expresión. Inventó, casi sin saberlo, algunas técnicas armónicas contemporáneas, repletas de un gusto personal muy acentuado. Lo suyo fue también un rechazo a los moldes tradicionales, a la repetición y a la utilización de esquemas formales, a veces muy obvios.

 

Tenía 68 años, dos hijos, una nieta. Dejó grabados más de 100 discos, con tres mil temas, sin repetir ni uno. Empezó a cantar en los 50, cuando ya el tango iniciaba su interminable tobogán. Tuvo que luchar contra la irreversible declinación de la sublime música del cordón. Fue de los pocos que supieron encontrar un corcho para no zozobrar. Mucho después de Troilo, a medida que el cantor enronquecía, inventó al decidor, artimaña que resultó, sorprendentemente, su mejor as, porque le encontró el sonido a las palabras, cada una de ellas eran un látigo o una caricia; lo que debían ser; casi como manos. Naciéndoles desde las entrañas.

 

Distintas fuentes aseguran que grabó con Horacio Salgán los tangos “Naranjo en flor”, “La mesa de un café” y “Nunca tuvo novio”, pero no fueron editados. El propio cantor aseguró varias veces que también ingresó a estudios con la primera orquesta en la que actuó como vocalista, dirigida por Raúl Kaplún, pero que sus grabaciones con esa formación corrieron igual suerte.

Roberto Goyeneche, con Aníbal Troilo y el chacabuquense Cárdenas.

 

“Hace veintiseis años murió Roberto Goyeneche”, dirán la mayoría de los diarios argentinos en sus secciones dedicadas al espectáculo. Y a quién le importan los homenajes tan evidentes como éste, si acá nomás está la música, la que él representó con tanta dignidad. El lugar más común y a la vez la más contundente expresión de su inolvidable paso por este suelo, es pensarlo en “Garganta con arena”, con letra de Cacho Castaña, que en poco tiempo se transformó en un verdadero himno para sus seguidores, especialmente en la voz de su discípula más prestigiosa: Adriana Varela.

 

De la puerta para afuera, Goyeneche ha tenido un recuerdo sutil pero continuo de estas casi tres décadas de soledad. Aunque éste sea el país de la desmemoria y las descalificaciones. Aunque en las radios ya casi no se lo escuche. Hace algunos años, el brasileño Caetano Veloso dedicó uno de los mejores momentos de su concierto en el Gran Rex a la memoria del Polaco, interpretando “Un boliche”, esa monumental obra de Cabano y Acuña. También Luis Eduardo Aute, en un escenario madrileño y bajo otras luces, se dio el gusto de entonar “Garúa”, una joya de Troilo y Cadícamo, como un tributo emocionado al hincha empedernido de Platense. Más acá de la sutileza, pero cerca del corazón, el Flaco Spinetta solía sentir el placer de escucharse a sí mismo, a través de temas que dignificó el Polaco.

 

Pero como en todo este tiempo el mundo siguió andando, quizá corresponda preguntar qué quedó vivo de su talento, de aquella voz acompañada por el bandoneón camorrero y serpeteante de Pichuco, dónde está su desafío. Porque en la radio suenan otros idiomas, incluso cuando nadie canta.

 

Estuvo en Junín en muchas ocasiones, primero con Troilo y después ya como solista, buscando el regreso al primer brillo, ese que nunca perdió. Recuerdo perfectamente una anécdota que lo tuvo como protagonista en la platea de Sarmiento, el 17 de agosto de 1982. Era una noche de martes, húmeda y pegajosa. Jugaban Sarmiento y Platense, por el torneo Metropolitano de Primera División. El Polaco, que iba a San Luis a cumplir con varios compromisos, se quedó a mirar el partido, por dos motivos: la simpatía por el “calamar” y su amistad con Eduardo Anzarda, “El Chavo”, aquel exitoso ex DT de Huracán de Tres Arroyos, un puntero izquierdo que entre el 80 y el 83 hizo enronquecer a la hinchada marrón con goles espectaculares. Se lo presentaron a Ernesto Sabella y éste lo invitó a sentarse en el palco de las autoridades, pero Goyeneche prefirió ir escalones más abajo, con algunos conocidos de Vicente López. “Mire que acá puede gritar los goles sin problemas, nadie le va a decir nada”, le advirtió un Pocho distendido y chispeante, quizá presumiendo que el Polaco sabía que de ese lugar él había echado al mismísimo Angel Labruna, por haber gritado un gol de Defensores de Belgrano, muchos años antes.

El Polaco y Pichuco. “Si no te vas, te echo”, le dijo Troilo cuando entendió que Goyeneche ya tenía vuelo propio.
 

No todo Roberto Goyeneche es genial, pero en todo lo que hizo hay mucho de genial. En esto, habría que recorrer sus últimos años para entender por qué volvió a animarse por afuera de los seguros terrenos ya recorridos, apareciendo –en tonos más apagados- versiones antológicas de “Sur”, “Un boliche”, “Barrio Pobre”, “Pa´lo que te va a durar”“San Pedro y San Pablo”, “La última curda”, “El Motivo”, “Mi luna” y “A Homero”, proponiendo el regreso a las sonoridades más oscuras y descarnadas.

 

Poco antes de su fallecimiento, en Michelángelo, donde compartía el cartel con Adriana Varela, un periodista le preguntó si seguía trabajando por necesidad o por gusto. “Por necesidad siempre se trabaja. Pero hay dos necesidades: una, la de ganar dinero, y la otra, espiritual. Yo canto por esta. Tengo que cantar porque Dios me dio ese don, y no lo puedo defraudar. Por ahí me duele hasta la ropa, pero yo subo igual. Soy honesto. Una vez me dijo el querido Gordo Pichuco que el exceso de responsabilidad es perjudicial. Y yo no soy medido, voy a cara e´perro con todo. Pero no a pelearme, ni a matar a alguien. Voy a hacer lo que sé hacer. No voy a ir a cara e’ perro con Pavarotti, viejo...”.

 

Si hiciesen falta rasgos de humanidad en el gran cantor, también están guardados por allí su malhumor, sus contradicciones evidentes y sus exabruptos a veces innecesarios. El resto, sobre todo hoy, es un recuerdo agradecido, reverencia de respetuosa admiración. Y a la vez todo sigue intacto en cada pecho que elige latir al ritmo de su cadencia tan porteña, troileana y spinettiana, paredón y después.

 

Tangos con sabor bien juninense

 

En 2005, con motivo de su centenario, la entidad calamar editó un CD, denominado “Polaco, Platense te dice gracias”, con los registros más emblemáticos de Goyeneche. Esa verdadera joya tanguera cuenta con “olor” juninense, ya que reúne tres temas en vivo con el sexteto de Carlos Buono, en Michelangelo: “Desencuentro”, “La última curda” y “El motivo” y cuatro con Juanjo Domínguez: “De barro”, “Afiches”, “Por una cabeza” y “Cuando tú no estás”. Totalmente imperdible.

 

“El Polaco fue la culminación de un estilo en retirada”

 

El periodista Jorge Göttling, que trabajó en varios importantes medios de prensa, sobre todo en el diario Clarín donde durante treinta años escribió en distintas secciones, desde política internacional -fue cronista de guerra- hasta espectáculos, aunque se destacó por sus columnas costumbristas y sus crónicas sobre tango (sobre todo en épocas donde ocuparse y hablar de tango no quedaba tan bien como hoy en día), tuvo la siguiente semblanza del Polaco: “Un escalafón virtual ajeno a toda lógica evolutiva ( a veces no sólo ajeno, sino hasta inverso) distingue al vocalista de orquesta típica del cantor solista y a éste del “diceur”, categoría nunca se sabe bien si honorifica o eufemística para eludir a formas residuales del oficio. Un trayecto lineal ha llevado a muchas voces del género desde la primera jerarquía hasta la última, en tránsitos, a fuer de inevitables, más o menos afortunados desde el punto de vista de los resultados artísticos. Roberto Goyeneche no es sólo un ejemplo afortunado de este desplazamiento: es el troquel.

 

En plena juventud, Goyeneche fue la culminación de un estilo en retirada; destello tardío de la tradición de la “típica”, brilló como el fulgor que deja en las pupilas una luz que se apaga. Cuando se alejó de esa tradición (o más bien, después que esa tradición pareció extinguirse en él) no fue para seguir la huella conocida de sus predecesores sino, aun respetando una filiación indudable, detrás de una invención propia. Su transformación personal terminó por transformar el género; su manera de cantar se convirtió en una influencia de alcance sólo comparable a la de Gardel, en un lugar común.

 

Para Goyeneche, la orquesta de Aníbal Troilo fue nada menos que el soporte de una construcción. ¿Pero qué significó el cantor para la orquesta, en el surtido de sus grandes voces? Tomemos el caso de “Pa´que bailen los muchachos”. Si la versión de “Pa´que bailen los muchachos” de Troilo-Fiorentino del ´42 fue a su modo definitiva en su perfume de época, la versión de Goyeneche con Troilo del ´63 (que es su despedida como cantor estable de la orquesta) tiene su propia marca. La profunda diferencia entre Fiorentino y Goyeneche es en realidad la diferencia entre dos épocas, la distancia entre el vocalista y el frontman como elementos de la orquesta típica. La suavidad, la introspección y el papel secundario de Fiorentino contrastan con la rectitud y la proyección de Goyeneche. La estricta sujeción al ritmo bailable de la orquesta, por parte de uno, tiene su contracara en el fraseo libre, por momentos cercano al recitado, del otro”.

 

 

 

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