viernes 29 de marzo de 2024

OPINIÓN | 18 sep 2020

Mirada extrema

Celebrar la vida

Escribe Andrés Rissolo.


Los estragos que producían los mortíferos gases letales en la Primera Guerra Mundial fue motivo del viaje que realizó el médico argentino Enrique Telémaco Susini al frente de batalla en Europa. Los reportes militares, desnaturalizados de sensibilidad alguna, daban parte de la muerte de 50.000 soldados en el día, y destacaba la importancia de no haber retrocedido un palmo en el terreno, pero tampoco avanzado.

Entre la parafernalia bélica, el sistema de comunicación radial entre el alto mando y los distintos escenarios bélicos llamó poderosamente la atención del galeno argentino. “No puede ser que esta tecnología se use nada más que para reportar el número de bajas de los ejércitos”, pensó, musitó,  repitió, una y mil veces el gualeguaychuense.

Las incipientes experiencias en teleradiocomunicaciones no les eran desconocidas a Susini, un entusiasta radioaficionado que ya en Buenos Aires de 1910 había desarrollado, junto algunos amigos, el estudio y práctica en la incipiente electrónica. Fue por eso que las primeras válvulas termoiónicas francesas marca “Metal” formaron parte del bagaje que desde el viejo continente trajo escondidas en las mangas del sobretodo.

Sin embargo, ese pensamiento seguía repicando en su cabeza, cada vez más fuerte: “No puede ser que esta tecnología se use nada más que para reportar el número de bajas de los ejércitos”. Esta tecnología debería ser un bálsamo de alivio al alma y llevar contención al dolor que una guerra produce, pensaba.

Desde esa perspectiva de sensibilidad humana, Susini comenzó a reclutar amigos para gestar un acto que conmovió al hombre en su humanidad y al mundo por su contundencia. La hazaña no fue ni fácil ni sencilla. La construcción del equipo transmisor con una novísima tecnología tenía más escollos.

Mucho fue el empeño, pero más las ganas y la porfía para consagrar ese alivio que se elevara por los cielos para sosegar las ánimas maltrechas y doloridas. Y fue así que Enrique Susini, junto a sus amigos, concretó ese anhelo con la primera transmisión de radiodifusión pública en el mundo, realizada el 27 de agosto de 1920.

Desde el teatro Coliseo de Bueno Aires se transmitió la ópera sacra “Parsifal”, de Richard Wagner, dirigida por la batuta del prestigioso maestro Félix von Weingartner, con la actuación del tenor italiano Maestri.

Susini y sus colaboradores habían instalado un transmisor valvular de 5W en el techo utilizando una antena conectada a la cúpula de un edificio cercano, y para tomar el sonido del teatro colocaron un micrófono con una bocina de gramófono en la sala de reflectores. La transmisión continuó por aproximadamente tres horas y fue recibida tan lejos como Santos (Brasil), donde fue escuchada por el operador de radio de un barco.

Junto con su sobrino Miguel Múgica y sus amigos César Guerrico y Luis Romero Carranza, formaban parte del grupo de radioaficionados y pronto adquirieron el apodo de “Locos de la Azotea”, debido a que su hobby involucraba maniobras casi acrobáticas para poder colocar y sintonizar las antenas de hilo largo que se utilizaban por aquellos días en las terrazas de altos edificios.

Durante este tiempo, el grupo concretó la idea de utilizar la radio como medio de difusión cultural, que se convirtió en una de las primeras estaciones de radiodifusión con programación regular en el mundo. La transmisión fue anterior a la realizada por Estados Unidos, un año después para las elecciones presidenciales de Warren Gamaliel Harding, en Estados Unidos.
 

En 1925, Susini se reúne con Albert Einstein, quien al conocer el trabajo desarrollado en las telecomunicaciones, el científico, padre de la Teoría de la Relatividad, no dudó en calificarlo como "una de las primeras inteligencias de la Argentina".

En nada se había equivocado el celebérrimo físico. Por esos años, Susini había creado la compañía radiotelegráfica Sociedad Anónima Radio Argentina, empresa que entró en el negocio de la onda corta entre Europa y Sudamérica, con comunicación directa entre España y Argentina.

Con estaciones repetidoras en Paraguay y Madrid la compañía fue la más pujante y competidora con sus competidores, logrando el mayor control de las comunicaciones. En 1930, fue vendida a la ITT por 200 millones de dólares.

Su visión sobre el futuro de la onda corta no tuvo respaldo en la Argentina. Cuando se declaró la Segunda Guerra Mundial, el sistema de radio para todo el planeta se realizó en éste modo. Toda nación que tenía algo que decir lo hacía por radio y en onda corta.

Incansable, Susini fue también parte de la música, el cine, el arte, en un país que se ubicaba en el tercer lugar en el mundo. El cine, a través de la compañía Lumiton, recorrió el planeta con las vistas argentinas. Argentina era el lugar en el mundo para ser vivido gracias a este tipo de empresario.

Pero, más allá de la técnica, la tecnología y los negocios, el servicio de radiodifusión creado en la argentina hace cien años tiene, esencialmente, a la comunicación oral como parte del proceso que influye en la organización psíquica de las personas.

La voz permite crear un mundo de posibilidades persuasivas para las audiencias. La voz determina una intención en la comunicación y se relaciona con los aspectos histriónicos y dramáticos nacidos de la poética aristotélica en Grecia.

La radio va posicionando la voz en el imaginario colectivo de las audiencias convirtiéndola en una identidad sonora. La radio tiene atrofiados todos sus sentidos, menos uno: el acústico. Y es el único que requiere, pues no necesita los otros.

El radioescucha recrea las imágenes que están en su mente y las evoca incentivando la imaginación, que es la capacidad que tiene el ser humano de formar imágenes en su percepción que no existen, pero que pueden nacer a partir de los sentidos.

Los más profundos sentimientos son vivificados por el estímulo directo de la radio. Y ese es el secreto más importante que Enrique Susini logró develar y aplicarlo a un sistema que sólo comunicaba la lista de los óbitos.  El doctor Susini ponderó la vida estimulando la imaginación para confortar el alma.

Ayer, como hoy en pandemia, cobra vida aquel viejo slogan de la década del cincuenta que rezaba “cada uno en su casa y la radio en la de todos”. El “milagro” de Susini llegó con esa magia que se escucha y se imagina para arrullarnos con su música, informarnos, contarnos historias y hacer realidad cuentos y fantasías.

Para hablarnos en forma clara, con la instantaneidad que hoy le permite la tecnología moderna, de estar en contacto directo, al instante, informado al oyente de lo sucedido donde fuere. La radio late con el pulso de la sociedad, viviendo la onda de acompañar e instruir a cada instante para celebrar la vida.

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