jueves 18 de abril de 2024

OPINIÓN | 16 sep 2017

MEdios sobre medios

Primera plana

Las garantías especiales que protegen la libertad de expresión se justifican porque defienden la posibilidad de que exista una prensa abierta e independiente que nos acerque lo que parece ajeno, nos descubra lo que parece oculto y nos aclare lo que parece confuso.


Por: LUCIANO CANAPARO

Hay muchas formas de hacer periodismo. La TV y la radio son extraordinariamente importantes y las redes sociales y el “periodismo ciudadano”, en muchos lugares o momentos, son alternativas cuando la prensa es capturada, comprada o silenciada por el poder. Pero hay algo que caracteriza a la prensa escrita, algo que va más allá del placer de desdoblar el diario y zambullirse en él, con el deseo de que nadie nos interrumpa.

Los diarios -los más vigorosos, rigurosos, independientes y profesionales- pueden investigar y contar historias que requieren un arduo esfuerzo. Historias que se someten a rigurosos principios y ásperos debates internos y cuya publicación final no se encuentra limitada al brevísimo espacio de otros formatos. El rigor y densidad de las historias elaboradas luego de estos procesos, les confiere una importancia radical dentro del caótico e ilimitado flujo de información que se produce minuto a minuto.

La importancia de este trabajo periodístico que se somete al juicio de credibilidad de sus lectores y que intermedia con rigor entre la sociedad y la fuente, sigue teniendo un impacto difícil de igualar. Para decirlo de manera más clara: en un mundo de enormes cambios en los procesos comunicativos y de una vertiginosa circulación de información, la primera plana sigue siendo “la primera plana”.

En este sentido, la portada impresa, la primera página, no es actualizada cada 15 segundos ni puede consumirse en el breve espacio de un titular de un medio audiovisual. La primera plana aparece en la mesa del comedor, en el quiosco de la esquina, en los café, en los lugares de trabajo, en la casa de los amigos y, naturalmente, en los escritorios oficiales. En un mundo en el que la circulación de información se produce a velocidades nunca antes vistas, la primera plana tercamente sigue ahí. Escrita. Indeleble. Y pocas cosas pueden igualar su impacto sobre los funcionarios corruptos, los políticos que abusan de su poder, que traicionan los valores y principios democráticos.

Otra característica única de la prensa escrita es que nos obliga a recorrer caminos que otros formatos nos evitan, pero que son fundamentales si queremos fomentar valores sociales como la tolerancia y el pluralismo. Cualquiera que quiera llegar, por ejemplo, a la sección Deportes de un diario, incluso en formato digital, debe toparse, aunque sea de manera rápida y superficial, con titulares sobre economía, seguridad, guerra y paz, o con opiniones políticas similares o divergentes a las suyas. Eso no pasa en otros medios en los que la información puede ser severamente filtrada, segmentada, dirigida y seleccionada.

Las redes sociales y el “periodismo ciudadano” han contribuido de manera única al proceso comunicativo e incluso han propiciado nuevas y muy valiosas formas de participación. Pero lo anterior no implica que resulten suficientes para que una persona pueda acceder a la información que necesita para actuar como miembro de una comunidad, para adoptar decisiones que tienen un impacto colectivo o incluso para confrontar sus propias creencias o percepciones.

La prensa escrita, especialmente allí donde es abierta y diversa, nos obliga a confrontar nuestras propias creencias y a reconocer el valor de la diferencia, la importancia del pluralismo, la virtud de la tolerancia. No sucede lo mismo en parcelas inmunes al pensamiento diverso, crítico, contradictorio.

Pero en segundo lugar, aún estas nuevas y revolucionarias formas de ejercer ciudadanía y ampliar la democracia, requieren del pausado, riguroso y complejo trabajo del periodismo profesional de los diarios.

En suma, en una democracia necesitamos al periodismo profesional, serio e independiente, en formatos que nos permitan conocer las razones de una historia, su contexto, los distintos puntos de vista, las explicaciones contradictorias o las visiones complementarias. Y todo esto, sin controles oficiales que desconfían de la razón humana o que se abrogan el derecho a decidir lo que podemos leer en libertad.

En este sentido, la consolidación de sociedades democráticas pasa por impedir que los funcionarios puedan arrebatarnos el derecho a conocer informaciones o ideas incluso cuando estas puedan parecernos absurdas o injustas; a reaccionar con más, y no con menos debate, a estas ideas o informaciones; a cambiar de opinión si un columnista nos convence de que estábamos equivocados; o a conmovernos con una crónica sobre la belleza que fue capturada en una pieza que da gusto leer despacio y releer.

Por todas estas razones, es necesario reforzar todas las garantías para defender la prensa libre de los ataques de los funcionarios autoritarios que buscan controlar la esfera pública, y de mercados voraces. En realidad, esa prensa independiente, plural y vigorosa es la mejor barrera contra el autoritarismo, y la mejor forma de lograr sociedades más tolerantes, justas e incluyentes.

Debemos rendir un homenaje al periodismo honesto y valiente que en muchos lugares enfrenta enormes dificultades para poder seguir echando luz sobre temas vitales. Y debemos ser conscientes del valor que hay detrás de cada una de las historias a las que cientos de lectores acceden a diario, como un milagro en letras de molde. Esa especie particular e imprescindible de literatura cotidiana que surge del rigor, la pasión y la honestidad de los periodistas que investigan para revelarnos historias de corrupción o abusos de autoridad; o que rescatan la belleza de la creación humana para anunciarnos el nacimiento de un nuevo libro de poesía.

Esa literatura única y necesaria, fruto del esfuerzo, la tenacidad y la sensibilidad de quienes escogieron el oficio que García Márquez, el periodista, calificó como “el mejor del mundo”.

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