jueves 28 de marzo de 2024

OPINIÓN | 21 sep 2017

editorial

Protagonistas de un show particular

El merchandaising televisivo inventó el reality. Parodia de convivencia y de confrontaciones entre particulares personajes que, voluntariamente, se someten a mostrar virtudes y miserias propias, sin mayores tapujos.


Por: Redacción Semanario

La sociedad argentina atraviesa un momento de alta sensibilidad, y algunos temas resultan más gravitantes que otros. Incluso los medios de comunicación les otorgan enorme trascendencia a ciertas cuestiones en particular, lo que agiganta su vigencia.

Actúan. Luego se quejan. Hace algún tiempo la distinción entre los espectáculos de ficción y las alusiones a la realidad eran nítidas.

Tita Merello no era la "Madre María", y "la mala" de una telenovela podía ser una de las mujeres más buenas y tiernas del mundo. La mejor madre y una gran compañera de trabajo. Quien hablaba de su vida, no mezclaba ficción y realidad. Podía incluso mentir, pero nunca pretender confundirse con el show. Todos lo sabían.

El merchandaising televisivo inventó el reality. Parodia de convivencia y de confrontaciones entre particulares personajes que, voluntariamente, se someten a mostrar virtudes y miserias propias, sin mayores tapujos.

A partir de allí surgen formatos que son una mezcla híbrida. El ideal que manejan es definir su prestación, de muy dudosa calidad, según les convenga. Por momentos es "un juego que hay que saber jugar", por momentos "es la vida misma", y siempre es un vulgar bastardeo de muchas situaciones profundas, duras y desgraciadas. Claro que, todos los jugadores aceptan el juego. Firman contratos interesantes para las finanzas de cada uno. Ganan fama y reconocimiento. Se dan a conocer. Pregonan otras labores. Obtienen múltiples beneficios a cambio de una difusa contraprestación, que suele resumirse como "prestarse al show". Nadie les promete, ni les brinda piedad. Saben que deben exponer absolutamente todo. Pareciera, incluso, que quieren hacerlo. Lo disfrutan, y en cualquier caso lo cobran. Naturalmente, son seres humanos no exentos de los avatares de la vida. Nacen, crecen, se reproducen y mueren. Se juntan y se separan. Constituyen parejas y se divorcian. Son golpeadas y acusan a sus presuntos golpeadores. Y conviven en el show. Se espera, y lo saben que cualquier escándalo sea televisado. Lo permitido y lo prohibido. Algo elevado y lo más bajo de su repertorio.

Y se habla de ciudadanos mayores de edad, en pleno uso de sus facultades mentales y de sus derechos. Salvo situaciones muy particulares, y casos muy específicos, cada quien sabe cómo preservar su intimidad y la de su familia.

No es admisible la hipocresía de exigir de otros lo que uno mismo no cumple. La exposición es de tal calibre que algunas situaciones son objeto de pleitos que debe dirimir la justicia. Refieren a momentos muy duros en la vida de las personas. Si se pretende considerarlas, deben tratarse con altura y ubicación. Muchos espectadores pueden llegar a padecer instancias similares. No da ni para el chiste, ni para la parodia. Son dramas sociales y personales muy profundos. Duelen de verdad. Desgarran. Y habrá ingenuos y especuladores. Más recatados y menos escrupulosos, pero el show debe seguir... y sigue. Las polémicas y las opacas discusiones posteriores, no hacen más que completar un cuadro desolador.

Por supuesto que, desde el otro lado, hay un público que consume tanta mediocridad. Lo que sucede que, en muchos casos, ese público sufre situaciones graves. Sin show. Con mucha dureza, con dolor. Sin parodias, sin burlas y sin escándalos. Poniendo el pecho en momentos duros que se prolongan mucho más allá de lo deseado. Y lo más doloroso es que quienes declaman solidaridad, comprensión y respeto por esos dramas son quienes, impiadosos, lucran vergonzosamente con el dolor ajeno. Y está claro que cada cual prende o apaga el televisor cuando lo considera oportuno. Tan claro como el show y sus mediocres protagonistas.

 

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