jueves 18 de abril de 2024

OPINIÓN | 13 oct 2017

editorial

El dedo índice del fanatismo

Pareciera que despertamos con resaca moral por haber defendido fanática e ingenuamente causas justas, como si fuéramos ángeles, como si no fuéramos contradictorios e imperfectos.


Por: Redacción Semanario

¿Han visto cómo a Pinocho le crece la nariz por mentiroso? Pues a todos, con el tiempo, lo que nos  empieza a crecer es el dedo índice. De tanto andar señalando, opinando, sermoneando, terminamos por subirnos al púlpito de la arrogancia moral. Allí encaramados, “revelando” lo que creemos importantísimos argumentos a favor o en contra, hablando con la boca demasiado abierta, nos ataca ese síndrome caracterizado por el crecimiento anormal del dedo índice, y puede llegar a tal punto que lo veamos descolgarse del púlpito y arrastrarse entre las piernas del público.

Pareciera que despertamos con resaca moral por haber defendido fanática e ingenuamente causas justas, como si fuéramos ángeles, como si no fuéramos contradictorios e imperfectos. Salimos de nuestras casas con regusto a hipocresía en la boca, con terror de mirarnos el dedo y encontrarnos con que creció otros dos centímetros. Tener la razón ¿no es la causa última de guerras, peleas, palizas, abusos, separaciones, divorcios, venganzas?

Tener la razón hasta las últimas consecuencias, comprobar, a ojos de todos, que tenemos razón y que el resto se equivoca. Invocar incluso a la Justicia Divina que vendrá en el Fin de los Tiempos para demostrar que los otros se equivocan y que nosotros estamos en lo cierto. Castigamos a los incrédulos, a los escépticos, a los que nos llevan la contra, a los que no nos comprenden. Denunciamos, justicieros, las injusticias, los pecados del resto… Pero aquello que a primera vista parece loable puede resultar peligroso. Nada más dañino que lo que se disfraza de justicia y en el fondo es mala leche, venganza, obstinación, vocación didáctica mal encaminada.

Por supuesto que hay contradicciones, que existen casos de veracidad comprobada, francamente escandalosos, y denunciarlos, por los medios que sean, es un deber y una obligación. Qué indigno callar ante la injusticia, hoy que estamos tan convencidos de que todo hay que decirlo, sacarlo a la luz, castigarlo, y recordarlo cuando Facebook nos pregunta ¿Qué estás pensando?  Pero llega un punto en que ese dedo, tan acostumbrado a estar en los bolsillos, crece de más.

Leyendo las opiniones publicadas y autopublicadas, de un lado y del otro de la “grieta”, se tiene la impresión de vivir rodeado de angelitos que van por la vida cabalgando en los coloridos ponis del amor por la humanidad y el medio ambiente, la justicia social, la equidad de género y esa larga lista de causas maravillosamente buenas. ¿Y qué si de vez en cuando tenemos un par de ideas de esas que no se ganan el aplauso de nadie, de esas que van en contra de lo que la mayoría en ese momento considera correcto y admirable?

Qué tentación opinar lo que ya piensan todos, así a uno lo aplauden en las redes sociales agradeciéndole por publicar “justamente lo mismo que pienso yo”. Cuando la gran tragedia de la humanidad es que personas que piensan distinto sean incapaces de dialogar, de convivir con la incertidumbre y la ambigüedad, de tomarse a sí mismas con sentido del humor.

Qué gran carga para el mundo son los fanáticos, porque incluso los “malos” creen que son los “buenos”, y consideran que están señalando, denunciando (o eliminando) al culpable.

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