jueves 25 de abril de 2024

CULTURA | 3 dic 2017

A 80 AÑOS DEL NACIMIENTO DE SU ORQUESTA

Aníbal Troilo, el personaje más querido y omnipresente del tango

“Alguien dijo alguna vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo?... ¿Cuándo?... si siempre estoy llegando...”.


Por: ISMAEL CANAPARO

La vida y la trayectoria de Aníbal Carmelo Troilo ejercen una fascinación muy fuerte tanto en los tangueros como en los que se dedican con amor a exaltar la música que él interpretaba y a reunir testimonios acerca de ella, pese a los 42 años de su fallecimiento.

A las numerosas biografías, epistolarios, historias y demás especies, viene a sumarse ahora un acontecimiento relevante: los 80 años de la primera presentación de la orquesta. Lo hizo en el Marabú, uno de los más famosos cabarets de la década del '40, que tenía por sede un suntuoso sótano de la calle Maipú al 300, en pleno centro porteño, refugio nostálgico de los esplendores de antaño, guarida inflamada por la picardía de los noctámbulos

Al principio, tenía una inclinación proclive a los conjuntos de la época, pero de inmediato comenzó a advertirse una firme y marcada aceleración rítmica, algo que sintetizaba un empuje novedoso, ya que al margen del rezongo profundo del bandoneón de Pichuco, la grata sonoridad del piano a cargo de Orlando Goñi y el aporte fundamental del contrabajo de Enrique “Kicho” Díaz, fueron valiosos artilugios que empezaron a deleitar a la “barra tanguera” de ese Marabú repleto de gente entendida en el género que apasionaba a Buenos Aires. Años más tarde, Astor Piazzolla comentaría entre sus amigos que “La orquesta debería haberse llamado Troilo-Goñi-Kicho Díaz”.

Aníbal Troilo hubiese cumplido 103 años el 11 de julio pasado, precisamente una fecha a la que se conoce como “Día del Bandoneón”. En virtud de ello, por aquellos días se suscitaron diversos homenajes y reconocimientos, destinados a exaltar la monumental obra de El Gordo de Buenos Aires. Afortunadamente, los hábitos parecen haber cambiado. Es más hermoso celebrar los nacimientos que conmemorar los aniversarios necrológicos. En este caso, el hallazgo tiene que ver más con la calidad que con la recordación, más con la valoración que con la evocación. ¿Quién osaría incorporarle algún acento, algún punto, alguna coma a una historia ya escrita sobre Pichuco?

En la colección “Los grandes del tango” se lee que “Aníbal Troilo irrumpe en el tango como una deliciosa brisa reconfortante, con la suficiente fuerza para variar, cambiar, producir impactos, hacer que el tango prospere, mejore, canalice la correntada de modernización que lo venía empujando. Semejante posibilidad, tan tremenda tarea le está asignada a un gordito que aprendió a tocar el bandoneón en seis meses y después, sin poder aprender oras infraestructuras técnicas, se puso a interpretar y escribir, a crear orquestas y definir estilos, sin nada de libros. Como los pájaros que aprenden a cantar sin profesores. No sabía instrumentación. Cuando funda su orquesta, trabajó “a la parrilla” y escribió partituras como quien dice “al pie de la vaca”. Esto es, en el mismo momento de tener que dar la cara al público. Eso le fue posible solamente a un tocado por las mágicas varitas de la estética y, especialmente, a quien supo rodearse de buenos, extraordinarios lectores, capaces de improvisar con esa viveza avasallante que caracterizaba a Troilo y a los troileanos”.

El recorrido por la obra de Troilo es, fundamentalmente, un tránsito por zonas placenteras, repletas de genialidades. Su discografía es amplia e imperdible. Arranca en 1938 con dos temas instrumentales: “Comme il faut” y “Tinta verde”, nada menos que de Eduardo Arolas y Agustín Bardi. Su último registro data de 1971, cuando grabó un álbum completo con Roberto Goyeneche. Acompañó al Polaco en “Corazón de papel”, “Sur”, “Tinta roja”, “Una canción” y “El bulín de la calle Ayacucho”, entre otros temas. Es cierto que varios de sus proyectos tuvieron que ver con regresos a formaciones, repertorios o modalidades musicales ya probadas. El Gordo tomaba eso como un ligero descanso para buscar impulso nuevamente. Le servía para exhibir de inmediato algo nuevo, creativo, vibrante que le permitiera internarse en paisajes musicales diferentes.

Pichuco fue capaz de tomar el tema trivial de una esquina y convertirlo en un motivo universal, como “La última curda”. Al Gordo le lloraba el alma cuando gemía un fuelle, que “lastima bandoneón mi corazón con tu ronca maldición maleva... tu lágrima de ron me lleva hasta el hondo bajo fondo donde el barro se subleva”. La piadosa ingenuidad de estas rimas fue, de todas formas, sólo uno de los innumerables ropajes que vistió la inventiva de Troilo. También asumió la calidez de “Sur”, las arrogancias de “Garras”, las tristezas de “Garúa”, cuando uno va solo “como un duende que en la sombra más la busca y más la nombra”, terminando en el instante que el “cielo se pone a llorar”.

La historia menuda, esa que queda registrada más allá de los recuerdos y las estadísticas, ubica a Aníbal Troilo como uno de los creadores supremos del tango. Se definía a sí mismo como un músico a secas, sin aditamentos. Como creador original, basta escuchar cuatro compases para identificar cualquiera de sus orquestas. Hay, en todas ellas, la impronta del director. Ese sonido inimitable partió de su manera de matizar los crescendos. Sobriedad y elegancia son los dos adjetivos que mejor le calzan. Como bandoneonista hay que subrayar la sencillez en la digitación y la serenidad del temperamento. No fue un instrumentista espectacular, pero sí un adelantado: desdeñó el modo enfático de utilizar el fuelle para sostenerse en modalidades y necesidades de la vieja guardia, sin abandonar su inspiración melodista.

Supo elegir, como pocos, a sus cantores. Cuando algunos nunca creyeron haber oído tan fantástica combinación de una orquesta y una voz, se maravillaron con “Toda mi vida” (Francisco Fiorentino), “Farolito de papel” (Alberto Marino), “Naranjo en flor” (Floreal Ruíz), “Yo te bendigo” (Edmundo Rivero), “Mi vieja viola” (Jorge Casal), “De vuelta al bulín” (Raúl Berón), “Te llaman malevo” (Angel Cárdenas), “Un boliche” (Roberto Goyeneche), “María” (Roberto Rufino), “Desencuentro” (Elba Berón), “Barrio de tango” (Nelly Vázquez), “El último farol” (Tito Reyes). Aníbal Troilo brotó, fantasmal, de aquello esencial que ya apenas existe: la necesidad de hacer música con lo propio, expresando al barrio, a la ciudad, a la noche, al idioma, al recuerdo, a las tristezas. No habrá ninguno igual, seguramente.     

Estos fueron todos sus vocalistas, dentro de un perfecto equilibrio entre orquesta y cantor: Francisco Fiorentino, Alfredo Palacios, Amadeo Mandarino, Alberto Marino, Floreal Ruíz, Edmundo Rivero, Aldo Calderón, Jorge Casal, Raúl Berón, Carlos Olmedo, Pablo Lozano, Angel Cárdenas, Roberto Goyeneche, Elba Berón, Nelly Vázquez, Roberto Rufino y Tito Reyes. Roberto Achábal no llegó a cantar con la orquesta, pero sí con el cuarteto.

El poeta uruguayo Horacio Ferrer lo definió con pocas palabras: “Aníbal Troilo era un tipo íntegro, tocando y existiendo. Una suerte de amoroso bolsillo dado vuelta, pero con la delicada discreción del que no tiene bolsillos porque ya está desnudo y sólo ante su propia eternidad. Y él no lo sabía”.

En rigor, no hubo ninguna cosa –después del tango- que a Troilo le gustara más que el fútbol. Solía decir que para jugarlo hacían falta dos de las cosas que a él le sobraban: armonía y ritmo. Su tío Juanca lo acercó una vez a la vieja cancha de avenida Alvear y Tagle, cuando el Monumental era todavía un sueño, y desde entonces fue hincha fanático de River. Se hizo amigo entrañable del rufinense/juninense Bernabé Ferreyra, luego de que La Fiera recalara en Tigre. Hay una frase que sintetiza todo el fervor de El Gordo: “Nunca va a haber un ídolo como Bernabé. Puede que haya habido mejores jugadores, pero ídolos como él no habrá. ¡Mataba!. ¡Asesinaba!. Fue único. Es indiscutible, así como hubo un solo Leguizamo, un solo Gardel, un solo Fangio, un solo Bernabé. ¿Sabés lo que representa Bernabé para el pueblo? Gente que nunca había pisado una cancha iba solamente a verlo a él. En un momento en el que el fútbol estaba bastante bajo, lo levantó él solo”.

Pichuco estuvo en el debut de Bernabé, la tarde que le hizo tres goles a San Lorenzo. También el día que contra Racing marcó un impresionante tanto desde la mitad de la cancha y no dejó de aplaudir a De la Mata cuando gambeteó a media defensa de River para convertir un gol histórico. “Lo aplaudí porque siempre me gustaron las cosas lindas”, se justificaba. Después se hizo amigo de los integrantes de “La Máquina”, de Adolfo Pedernera, de José Manuel Moreno, de Renato Cesarini, del Tuerto Ramos, ex técnico de Sarmiento. Más tarde aparecieron otros, como Alfredo Di Stéfano y el botija Walter Gómez, hasta que la pasión futbolera se prolongó en Enrique Sívori y con los primeros “compases” del Beto Menéndez.

El domingo 18 de mayo de 1975, mientras Pichuco agonizaba en la sala de neurología del Hospital Italiano, River, su River, empataba 0 a 0 con Vélez, en el Monumental. Era el puntero con siete puntos de ventaja sobre el segundo y sería campeón tres meses después, tras una espera de 18 años. El Gordo siempre lo decía: “uno no se muere de golpe, sino que se va muriendo de a poquito, con cada amigo que se va quedando en el camino”.

Su última actuación en Junín

Un reconcentrado Aníbal Troilo plegó el bandoneón sobre sus regordetas rodillas y en un acto que pareció siendo minúsculo le sonsacó de a poquito una versión de “A fuego lento”, monumental obra de Horacio Salgán, que arrancó una gran ovación. Eso ocurrió en los primeros meses de 1957 (exactamente el viernes 15 de febrero), cuando El Gordo estuvo por última vez en Junín, en las kermeses de Sarmiento, con Roberto Goyeneche y Angel Cárdenas, que la entidad verde solía realizar en la manzana que hoy ocupa el Colegio Marianista. Después la orquesta arrancó con “La flor de la canela” (un dúo memorable entre el Polaco y el chacabuquense). Pasó por “Pa´ lo que te va a durar” (Goyeneche) y “La última” (Cárdenas). Luego vendría “Intermezzo” y la gente se paralizó: escuchaba como si allí, sentado, piloteando una hilera de bandoneones, tocara un marciano, un raro virtuoso de esos que no se encuentran en ningún lado.

Homenaje de Piro y la Tana Rinaldi

En honor a los 80 años del nacimiento de la orquesta de Aníbal Troilo, el bandoneonista Osvaldo Piro y Susana Rinaldi ofrecieron el domingo pasado un brillante espectáculo en el CCK, bajo el título “A Troilo con amor”. También estuvieron José Colángelo –último pianista de la orquesta de Pichuco– y Juan Carlos Cuacci, eterno arreglador y director de “La Tana”.

“Es cierto que Piazzolla nos obligó a estudiar a todos. Pero vos analizás a Troilo como compositor y te das cuenta de que tenía una capacidad increíble. Cómo escribió tan bien, cómo compuso tanto. Te digo más, si Troilo no hubiera sido así, Piazzolla no lo hubiera querido nada, lo habría matado. Pero Pichuco fue el mejor y además tan generoso que hizo que el mismo Piazzolla empezara a darse a conocer, primero como arreglador y después como compositor. Cuando todos le aconsejaban que no estrenara “Tanguango”, por ejemplo, porque a la gente no le iba a gustar, el tipo se empecinó y lo hizo. El Gordo era de mirada amplia y generoso como ninguno”, subrayó Piro, en una nota que le realizó la periodista Sandra de la Fuente.

 

 

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