viernes 29 de marzo de 2024

CULTURA | 8 dic 2017

JUNÍN TIENE QUIEN LE ESCRIBA

“Ritual”, un texto de Letizia Valeiras

En Semanario tenemos la intención de divulgar nuevas (y también experimentadas) voces de la literatura, y en ese desafío hoy te presentamos un cuento de Letizia Valeiras


El ritual empezaba temprano, y cada vez demoraba más tiempo, obligado por la artrosis a moverse lento. El Mito se daba una ducha rápida, como siempre, pero se demoraba más que todos los días en cambiarse. Recorría con la vista el ropero, sacaba dos o tres trajes, que tenía hace años para ir al baile, los apoyaba uno al lado del otro sobre su cama de una plaza. Entonces se empezaba a probar, parado frente al espejo. Sostenía cada uno arriba de su cuerpo menudo y flaco, sólo cubierto con el slip y la camiseta blanca, de todos los días. Se miraba con atención. Luego planchaba sobre la mesa el traje elegido y la camisa, que nunca variaba del blanco, y dejaba todo listo para la noche.

Ya vestido, se tomaba un buen tiempo para peinarse, muy despacio, cuidando que no se notara mucho el gel, pero que tampoco quedaran mechones desprolijos, que quisieran escaparse del sombrero. Estaba orgulloso de conservar, a su edad, su pelo fuerte; ninguna entrada, ninguna aureola sin cubrir en la cabeza. Una vez por mes, para seguir ganándole la batalla a la vejez, se tomaba el trabajo de ponerse una tintura que simulaba bastante el castaño de su juventud.

Estos últimos años esperaba ansioso el fin de semana. Aunque hacía unos meses que volvía un poco triste de los bailes en el Club Español. A sus amigos les pasaba igual. Los había asaltado una mala racha con la parca y cada noche los comentarios que circulaban sólo hacían referencia a que el Tano había dejado de venir porque estaba muy mal de salud, o la Bety que había muerto el lunes, de golpe. Cada sábado faltaba uno de los “fijos”. Se había encariñado con ellos después de tantos años. Lo angustiaba ver las caras de los que iban quedando, que se amargaban un poco más cada semana. Veía en esas ausencias, la suya propia. La cercanía de la muerte. Porque en algún momento les iba a tocar también a él y a sus amigos.

Ese sábado, sintió un escalofrío cuando atravesó la puerta del club. Le había costado dormir la noche anterior, la misma pesadilla de siempre, pero esta vez lo atormentó durante todo el día. Al fondo, sus amigos brindaban en la mesa redonda al lado del espejo. Norma bailaba con el Ruso en el centro del salón. Se había puesto el mismo vestido floreado del día que la conoció, cuando fue por primera ver al Español. En uno de los sillones amarillos descansaba el Tano, recuperado, y con un peluquín nuevo que le quedaba espantoso. Y al lado la Porota sonreía mirando a su alrededor, hermosa, con un vestido azul tan corto que sólo a ella le podía quedar bien a esta altura, con esas piernas sin ninguna marca del paso del tiempo. Se acercó a saludarla y la invitó a bailar. Por un momento pudo sentirse mejor, olvidarse de todo. Ni siquiera vio entrar a los tres hombres de traje y a las dos mujeres más jóvenes que los acompañaban, que enseguida se pusieron a hablar con algunos de sus conocidos.

Mito no dejaba de sostener la mano de la Porota. Quizá esta noche se animara a invitarla a su casa. Podían compartir el domingo. A los dos les gustaba levantarse muy temprano a tomar unos mates antes de que saliera el sol. Notó acercarse a dos hombres desconocidos , pero no les prestó mucha atención, distraído por un murmullo que empezó a recorrer el lugar. Aunque algo de la preocupación de la mañana volvió a acomodarse en su cabeza. No entendía por qué. Había pasado demasiado tiempo. Se preocupó recién cuando vio que algunas caras, de repente lo miraban con sorpresa. Vio al Tano ladear la cabeza señalándolo. Enseguida lo agarraron un hombre de cada brazo, mientras uno de ellos se identificaba sacando de su bolsillo una chapa policial:

-Sr. Aráoz, Somos del Tribunal Oral N° 1 de La Plata, nos va a tener que acompañar –le indicaron en voz alta, como para que oyeran todos los que estaban alrededor.

-¿Ahora? Son las once de la noche, ¿qué es lo que pasa? –mintió incredulidad el Mito.

-No se haga el cínico Aráoz, usted sabe lo que pasa.

La atención que hacía instantes sentía sobre él, se volvió más atenta, las caras a su alrededor, más inquisidoras. La Porota, ya libre de la mano del Mito, se alejó unos pasos, caminando hacia atrás, sin animarse a mirar a nadie. Norma y el Tucu lo miraron como esperando que aclarara que todo era un error, que el no tenía nada que ver. El Mito respondió con una mirada silenciosa, sus pupilas dilatadas, los ojos bien abiertos, fijos en sus amigos, que no querían creer, pero que en el fondo sabían.

En un costado, Porota, con los ojos vidriosos, parecía perder una batalla con sus recuerdos. Las imágenes se le aparecían todas juntas. La casa revuelta cuando volvió esa madrugada, la mano cálida y la compañía del Mito, la figura, joven para siempre, de su hijo Agustín. Su cuerpo se fue deslizando hacia el suelo, apoyado en la pared. Se quedó sentada ahí, sin poder moverse, sin poder llorar del todo, sin poder decir nada de lo que de golpe entendióbque tenía que decir.

El resto de los amigos del Mito no entendía bien qué estaba pasando, o no quería entender. Hasta que el Tano los empezó a nombrar, con su voz grave, bien alto, pero sin gritar, mientras se acercaba desde la puerta: Gregorio, el Chapu, Martincito, la Peti. Su cara contra la del Mito. La misma altura. Ninguno bajó los ojos.

-Te olvidaste de mí, cabrón.

La única respuesta que obtuvo del Mito fue una media sonrisa. Los labios cerrados, los ojos clavados en él:

-Ojalá me hubiera alcanzado el tiempo para todos.

 

Perfil de autor

Letizia Valeiras nació en 1983 y creció en Junín. Se fue a estudiar a Buenos Aires. Intentó con Medicina y terminó socióloga. Leyó, desde siempre, todo lo que caía en sus manos. Y aunque ahora elige con más cuidado, dedica gran parte de su día a la lectura voraz. Con sus treinta y pico vinieron las ganas de reencontrarse con su lugar de origen, y como no podía ser de otra manera, lo hizo a través de la literatura. De la mano de Germán García y su Nanina. Mientras trabaja como profesora en varias escuelas del partido de Tigre, estudia Artes de la Escritura en la UNA, porque hay amores de los que no se puede huir. Vuelve, como no hacía antes, y en la misma ceremonia, regularmente a Junín, porque como dice la canción, no sirve de nada escaparse. Publicó "La vacante" en la antología "Nuestros cuentos", editada recientemente por Rama Negra.

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