jueves 18 de abril de 2024

CULTURA | 10 dic 2017

UN ESTRENO APROBADO CON CRECES

Profundos latidos del tango surgen de la orquesta de Lapadula

El gran maestro del piano presentó su flamante conjunto con un recital que tuvo lugar en el Club Social, ante una concurrida platea. Sonó muy bien, con mucha personalidad, más que nada por su enorme caudal instrumental, alimentado por excelente músicos. Sobresalió la dinámica grupal y la belleza de variados pasajes melódicos, ingredientes que se incrementaron con la voz de Omar Decarre.


Por: ISMAEL CANAPARO

Una brisa fresca recorre los pisos altos del Club Social. Muchísima gente se ha dado cita allí, junto a las enormes y centenarias mayólicas, cuyas figuras se inclinan sobre el viejo y hermoso salón. El público espera pacientemente sentado frente al escenario, que está de espaldas a la calle Hipólito Yrigoyen.

Afuera está lloviendo, apagando las furtivas estrellas de dos horas antes, mientras la luna aguarda con paciencia su momento para rodar sobre la avenida Rivadavia. El marco para este nuevo reencuentro con el dos por cuatro (quince días atrás, en el mismo escenario, había brillado la agrupación “Color Tango”, del chacabuquense Roberto Alvarez) y en especial, con el debut de la orquesta conformada por el maestro Oreste Lapadula, no podía ser mejor. El clima y el ánimo de todos se conjugaba, entonces, para recibir la ceremonia de la nueva formación y su música.

En cuanto a lo estrictamente musical, la orquesta tiene una mezcla de juventud y experiencia, con todas las de la ley (instrumentos, repertorio, arreglos y un cantor impecable). Si se pone atención en los detalles de esta flamante agrupación, es posible disfrutar de varios elementos. Suena grande justamente por su caudal instrumental (no porque busquen elevar decibeles). Además, su conductor prestigia los silencios, la dinámica grupal y la belleza de muchos pasajes melódicos. En un sentido más general se escucha una propuesta que resume el espíritu de las típicas tangueras, con influencia de la escuela decariana, pasando por la esencia de Alfredo Gobbi, hasta llegar a ciertos rasgos de Rodolfo Mederos, pero con gestos dirigidos a la síntesis y a valorizar las formas hacia un nuevo aporte a la música ciudadana. Al fin, la pretensión de Lapadula.

Son en total once músicos, un equipo completo de talentosos: Oreste Lapadula, en piano; Hugo Fusé, Juan Martín Decarre, Santiago Rosetti y Camila Luisi, en violines; Florencia Álvarez Gauna, en violoncello; Natalí Luisi, en flauta traversa; Miguel Salem, en guitarra; Oscar Farías, en bandoneón; Raúl Paulucci, en contrabajo; y Omar Decarre, en voz.

La orquesta encuentra su punto justo en la marcada acentuación del piano de Lapadula y en sus arreglos, que incitan al cambio de roles de los virtuosos instrumentistas. Por tramos, es el violín de Hugo Fusé el que lleva “la voz cantante” de la melodía, mientras que el fueye de Oscar Farías, la guitarra de Miguel Salem y el contrabajo de Raúl Paulucci se sacan chispas en solos cortos y juguetones. Un conjunto que suena imbatible, con un swing que soportará muy bien el paso del tiempo, si es que el apoyo del público y del mundo empresario se muestran solidarios con este sueño del director y de sus aliados musicales.

Un párrafo aparte para el inagotable Omar Decarre. Este fue un año un tanto particular para él, no sólo porque retornó a la actuación en varios escenarios locales después de haber amagado con un retiro que el público juninense no aceptó ni se lo permitió, sino porque volvió a cumplir el acariciado sueño de cantar con su hijo Roberto en la “Color Tango”, luego de aquella noche en La Ranchería, también acompañado por el conjunto de Alvarez. Elocuente, profundo, vivaz, nunca indiferente ni pasivo, Omar marcha por la vida tanguera haciéndose notar. Pero cuando sus cuerdas vocales empiezan a vibrar melodiosamente para recorrer un profuso y variado repertorio, no hay más remedio que rendirse  -y deleitarse- ante una de las mejores voces que ha dado el canto popular en Junín. Esa bella combinación de histrionismo, potencia y precisa afinación, en modulaciones sutiles y extremas, que mágicamente sabe sacar desde el fondo de sus entrañas para depositarlas directamente en las nuestras, es una celebración hermosamente perturbadora que sólo él y nadie más que él sabe calibrar en dosis exactas.

Durante casi dos horas, la orquesta de Oreste Lapadula recorrió las distintas épocas del tango, rescatando las músicas y poesías más paradigmáticas. El espectáculo  comenzó con tres tangos instrumentales. El primero de ellos, “Elegante papirusa”, del violinista Tito Roccatagliata, que arrancó una cerrada marea de aplausos. De inmediato, llegó “Ojos negros”, bella canción del bandoneonista Vicente Greco, en colaboración de Pedro Numa Córdoba, autor de la letra. En tercer término, el público ovacionó “A Evaristo Carriego”, que Eduardo Rovira dedicó al gran poeta argentino. Pero el gran momento de la noche (hubo otros, igualmente emotivos), lo generó la entrada de Omar Decarre, para interpretar esa bellísima canción de Eladia Blázquez, “Sin piel” (1970). Con sus ojos relampagueantes, el puño cerrado, el fraseo justo y el fuego abrazador de su voz, hizo “morir” a la platea, en especial cuando atacó la segunda parte de la obra: “Voy a aprender a llorar sin sufrir,/ Sin detenerme a mirar una flor,/ A encallecer lentamente /¡Igual que la gente sin alma y sin voz! /Voy a entender que se puede morir,/ Y latir al compás del reloj; /Como una máquina fiel /Igual que un robot sin piel…”

Tras cartón, Lapadula tomó el micrófono para presentar formalmente a su orquesta y explicar “que la idea nació a fines de marzo pasado, para ir expandiéndose poco a poco en la elección de los músicos que iban a ser parte de esta quijostesca empresa, con formas de sueños. Es un viejo deseo que viene de años atrás y por diversas causas se fue postergando. La agrupación reúne una amalgama de músicos experimentados con otros valiosos jóvenes, lo que supone darle una vitalidad importante a la idea. Nuestro repertorio está integrado por obras de autores clásicos, entre ellos,  Vicente Greco, David Rocatagliata, Julio De Caro, Aníbal Troilo, Alfredo Gobbi, Pedro Láurenz y Astor Piazzolla”.

A continuación, el director anunció otros tres registros instrumentales. La serie se inició con “Redención”, una hermosa página de Alfredo Gobbi, poco difundida, que nunca llegó a grabar con su orquesta. Existe una edición suya en solo de piano, que fuentes fiables dicen que fue realizada sin conocimiento suyo. Está tomada en Radio El Mundo en una época en la que Gobbi había entrado en un profundo misticismo y se le escucha decir que el tango se lo dedica a Jesús de Nazareth. Luego, un vals tan tradicional como hermoso: “Desde el alma” (1947), de Rosita Melo y Homero Manzi/Víctor Piuma Vélez. Por último, aterrizó el cautivante “Buen amigo” (1925), sublime versión de Carlos Marambio Catán y Julio De Caro, que inmortalizaron el propio De Caro, Pugliese, Troilo, Garello y tantos otros. De alguna manera, Lapadula impulsó para que la orquesta tomara el tema con fuerza, logrando un moderno aroma del antiguo canyengue, especialmente cuando sonaba el bandoneón de un virtuoso Farías, fueye que parece cantar, respirar y frasear como si fuera el último.

La saga del concierto siguió con otro bonito vals, “Romance de barrio” (1947), de Aníbal Troilo y Homero Manzi, en la voz de Decarre, que volvió a arrancar calurosos aplausos. La orquesta cambió de ritmo para embellecer aún más la noche, con “Milonga del 900” (1933), de Sebastián Piana y Homero Manzi. Regresó Omar para darle emoción a los versos de “Anoche” (1949), un tango de Armando Pontier y Cátulo Castillo.

El cierre estaba cerca y la orquesta se anticipó con una creación propia que Lapadula le dedicó a sus padres, el tango “Pa´ los viejos”. Enseguida, Decarre atacó con el mítico “Cristal” (1944), de José María Contursi y Mariano Mores. De inmediato, nada sonó forzado en “Lo que vendrá” (1955), del increíble Astor Piazzolla, donde la personalidad del conjunto se reveló como un instrumento de riquísimo sabor tanguero. La canción se estrenó en el programa "El éxito de cada orquesta", que iba por Radio Mitre a la tarde y lo conducía Julio Jorge Nelson (Isaac Rosofsky). En un momento dado, Nelson hizo una breve introducción anunciando ese tango, el que acababa de grabar Aníbal Troilo (24/9/1957), perteneciente a Piazzolla. "Va a ser un impacto -decía- por la maravilla de la orquestación, la dulzura de los violines y el ensimismamiento de Pichuco en el fueye. La orquestación es del propio Piazzolla y marca una referencia importante en el futuro del tango". Premonición confirmada plenamente.

Otro momento emotivo se originó en la despedida de Omar Decarre. Y nada fue como había sido hasta allí con este cantor tan visceralmente juninense, que ya venía de disfrutar de las mieles del reconocimiento unánime de la gente. El recinto se estremeció al conjuro de ese hermosísimo y antológico tango de José Dames y Horacio Sanguinetti, “Por unos ojos negros” (1955). Acostumbrado a cantar ante multitudes, sin embargo no dejó de emocionarse por el entorno y le insufló una gran sonoridad al tema, que tuvo su cenit con estas estrofas: “Por unos ojos negros / no tiene paz mi vida... /y sólo sé desearlos más y más, / soñarlos, y después llorar, llorar... / ¡Por unos ojos negros / las penas cubren mi alma!... / ¡Qué larga que es la calle del dolor, / buscando sin cesar tu amor!”.

Como en todo espectáculo de jerarquía, el final nunca es agradable. Siempre nos queda el sabor a poco. Lo cierto es que el cierre sonó maravillosamente bien, con una selección de temas de Carlos Gardel. Un epilogo acorde a lo que fue toda la velada.

La orquesta de Oreste Lapadula aprobó con creces el examen, si es que resultó una prueba y no un regreso al infalible lenguaje del arte tanguero, propiciado por juninenses de pura cepa y excelente madera.

Con el espíritu creativo intacto

Es difícil ponerle fecha de inicio a la búsqueda musical de Oreste Vicente Lapadula (pianista,  compositor, director y arreglador), nacido en Junín el 27 de noviembre de 1951. Pero quizá se pueda inferir un poco, en forma sintética, reflejando los datos puntuales que nacen de la publicación del libro “El Tango en Junín”, que escribieron en 1985 el historiador Roberto Dimarco y el pianista Oscar Velilla.

Por ejemplo, dice que Oreste “… tuvo como maestro a Nicolás Campaso. En 1975 forma dúo con Ricardo Pedraza en guitarra y poco después un trío típico con Carlos Buono en bandoneón y Omar Decarre como vocalista. A fines de 1976 forma un conjunto con Roberto Alvarez en bandoneón (más tarde integrante de la orquesta de Osvaldo Pugliese) y Horacio Salomone en bajo, con la voz de Omar Decarre. En 1981 actúa en dúo con Domingo Moles. En 1982 integra la agrupación orquestal de ‘María de Buenos Aires’, como pianista y co/arreglador. Durante estos años forma, además, pareja con Decarre, en piano y canto, grabando varios CD. En setiembre de 1983 crea su propio quinteto, lo que constituye en nuestros días el conjunto de más avanzada concepción estilística del género. Es autor de los tangos ‘Garrafal’, ‘Otoño’, ‘Carlitos’ y de la milonga ‘Don Zoilo’”.   

 

 

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