jueves 18 de abril de 2024

OPINIÓN | 6 ene 2018

enfoque

¿Democracia?

Todos firmamos cada dos años millones de papeles en blanco a fulanos que ya han demostrado que no van a cumplir lo que prometen: todo voto es blanco como un cheque.


Por: LuCa

La política, podríamos decir, es la primera desaparecida de la democracia. La reemplazó el engaño y el arreglo pero, como la llaman “política”, pretenden que no nos demos cuenta.

La historia arrancó en 1983, cuando la democracia era lo más deseado por tantos millones de argentinos. Entonces, un candidato -Raúl Alfonsín- decía “con la democracia se come, se educa, se cura” y todos le creían. La democracia equivalía a justicia social, a vida digna: la política era, entonces, el instrumento para acceder a esas delicias.

Pero, desde entonces, la democracia argentina consiguió un gran logro, inesperado: convencernos de que la política es lo más repugnante. Los políticos nos vendieron -y lo siguen haciendo, impunes- que la política es lo que ellos hacen en pasillos oscuros y que el poder se usa para conservar el poder, y se ganaron el repudio más masivo: el recordado “que se vayan todos” de 16 años atrás. Por eso, en esos años, los que hacían política tuvieron -¿tienen?- que decir que no la hacían. Por eso, en esos años, en ciertas marchas las banderas políticas eran -¿son?- rechazadas por la gente. Y los militantes aparecían -¿aparecen?- como el peligro o, más preciso, la famosa lepra.

Había, por esos días, pocas certezas pero algunas eran muy fuertes. Nada era más homogéneo en la sociedad que el rechazo de los políticos: lo habían logrado. Creyeron que podían seguir haciendo uso de un sistema –la democracia de delegación- por el que prometían equis, hacían menos equis y recién les pedían cuentas si acaso en las elecciones de dos años después. Pero no, la idea de representación estaba maltrecha.

Y eso más allá de las características de cada representante, del ayer o del hoy: no se trata de que éste sea más honesto que aquel, aquel menos confiable que éste; se trataría, si acaso, de no tener que confiar, de tener formas de intervención que hicieran innecesaria la confianza. Es obvio: nadie firmaría un contrato que no incluyera alguna cláusula de salvaguardia, alguna garantía del estilo “si el vendedor no entrega la mercadería en el plazo de x días a partir de la fecha de pago deberá indemnizar al comprador con la suma de x pesos diarios hasta…”. Y, sin embargo, todos firmamos cada dos años millones de cheques en blanco a fulanos que ya han demostrado que no van a cumplir lo que prometen: todo voto es blanco como un cheque.

Y, mientras tanto, los políticos –los supuestos protagonistas de esa política que volvió, de esa nueva forma de hacer política que tanto pregonan- siguen, en general, sin producir respeto: una franja importante de la población sigue creyendo que son unos chorros inútiles tramposos; sigue, en síntesis, suscribiendo la definición de política –y sobre todo de los políticos- que la democracia argentina originó. Es curiosa la idea de que hay política cuando no se respeta a los políticos: sería una actividad sin sujeto, o algo distinto de lo que hacen sus sujetos supuestos.

 

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