viernes 19 de abril de 2024

LOCALES | 19 feb 2018

La muerte siempre es injusta

Recuerdos, a partir de Débora Pérez Volpin…

El fallecimiento de la talentosa periodista y diputada, de amplia, generosa y brillante trayectoria, golpeó muy fuerte en el sentimiento unánime de los argentinos, sea cual fuese su color político. Ese deceso tan inesperado nos impulsó a recordar, con el mismo cariño que sus compañeros despidieron a Débora, a otras figuras de nuestro propio entorno.


Por: ISMAEL CANAPARO

Cuando muere un periodista, un silencio profundo inunda la redacción. El olor a tinta deja de perfumar, los micrófonos se apagan, las cámaras cesan de emitir imágenes. Y lo más importante, se acalla una voz. El Gordo Soriano solía decir “que habría que matar a la muerte, porque siempre, en todos los casos, es injusta y arbitraria”. Pero cuando muere un periodista la tristeza se agiganta hasta límites insospechado y más aún si ese periodista refleja con nitidez lo que uno reclama, exige o sueña para la profesión.

Uno de los méritos del periodismo es hacer creíble lo increíble, sin necesidad de apelar a los efectos especiales ni a los subterfugios de la mentira. En un tiempo en que lo real se abalanza con la contundencia de su existir sin reparos, el periodismo sigue manteniendo ese especial estatuto no escrito en el que se miente diciendo la verdad o viceversa y se siguen postulando retratos oblicuos del mundo. Esto es lo que nunca acometió Débora Pérez Volpin, que siempre se apartó de las luces estridentes, de los lugares comunes, haciendo del buen gusto, el equilibrio y la sensatez sus armas más contundentes. Prefirió dejar un lugar privilegiado donde muchos quisieran estar, para involucrarse en cuestiones sociales y humanas, apostando a un costado político de difícil resolución. Sin embargo, su coherencia pudo ser advertida por la gente, que la catapultó como legisladora de la CABA, por el partido de Martín Lousteau. El diputado nacional, quien invitó a la periodista a participar de su espacio, expresó: "Débora no dejó el periodismo por fama o poder, lo dejó por la vocación de transformar las cosas para el bien; eso la hace superior a la inmensa mayoría de los políticos, muy superior. Era una persona sin dobleces, sincera, genuina. Tenía la templanza y el coraje más importante, no importa qué pasara alrededor de ella, siempre estaba centrada, no importa el contexto", agregó.

Pérez Volpin decidió el año pasado renunciar al periodismo y postularse al cargo de legisladora porteña. Encabezó la boleta de Evolución acompañando la postulación de Lousteau como diputado nacional. La periodista consiguió su banca en la elección de octubre y se integró al bloque de SUMA+, aunque solo participó en una sesión legislativa. Fue el 22 de diciembre del año pasado cuando se votó el Presupuesto porteño. Debía regresar el 1º de marzo, con el inicio del año legislativo en la Ciudad.

En rigor, uno queda conmovido ante las innumerables muestras de dolor por la desaparición inesperada de Débora, por parte de los amigos, compañeros, allegados, colegas de medios adversarios y televidentes que ni siquiera la frecuentaron jamás en persona. Y uno, que también es mortal y sensible, no puede menos que recordar a los queridos amigos propios que partieron, de los que nos quedan, apenas, recuerdos. Íntimamente pienso que alejándonos del dolor, los recuerdos son para el placer. Quizá porque pocas cosas hay que sean más placenteras que escribir algunas palabras sobre un amigo y eso se nota. Es una especie de sustancia/contraste visible porque de sentimientos se trata y no de una materia inocua. Veamos algunos casos que han quedado grabados a fuego en nuestro corazón, de los muchos testimonios no apuntados aquí, igualmente entrañables:

Rubén H. Massari

Nos conocimos en la oficina del jefe de Talleres. Trabajamos juntos un montón de años, hasta que él completó sus sueños de independencia y se alejó del ferrocarril. Después, jamás dejamos de frecuentarnos. También nos juntaron las guitarreadas, los bailes y las trasnochadas. Rubén tocaba el bandoneón en la orquesta de Osvaldo López, después de estudiar con Salvador Mancuso y Aurelio Rodríguez. Cuando la típica actuaba en los bailes de luz negra en el Newbery, el rito de la amistad se acrecentaba. En el boliche de Siracusa, en la esquina de avenida San Martín y Comandante Escribano, solíamos encontrarnos con Jorge “Chiquito” Rocha, Nipón Barrionuevo, los hermanos Burela, Polo Cárdenas, Arnaldo Lambrisca, Noe Pavón y Elio Terribile. La discusión iba del fútbol a la música. Por ejemplo, a muchos no le gustaba el cantor que había elegido el Gordo Troilo para reemplazar a Edmundo Rivero. Las opiniones estaban divididas, a raíz de la modalidad del nuevo cantor: … ¡un tal Roberto Goyeneche…!. Ya se sabe lo que pasó con el Polaco. Rubén era amigo de las travesuras y las bromas. Recuerdo una en especial. Por entonces, como pecado de juventud, me atreví a incursionar como árbitro de básquet y recién empezaba a dirigir las divisiones inferiores. Se acostumbraba que un juez que iba a controlar Primera, acompañara a un novato en el preliminar de Cadetes. Una noche, en la vieja cancha de Alsina y Almirante Brown, chocaban Argentino y San Martín, ante un marco imponente. A Cárdenas le tocaba apoyarme, pero se pusieron todos de acuerdo y Polo recién apareció en el segundo tiempo, con un argumento que no me tragué (“lo hice para que te acostumbraras”). Fueron los veinte minutos más interminables y angustiosos de mi vida.

Miguel A. Villafañe

Se lo puede recordar poniendo todos sus reflejos y solvencia al servicio de Sarmiento. O por su firmeza en la marca y en la prestancia para la entrega. O evocando su título de campeón juvenil Panamericano de la mano de Ernesto Duchini. O demostrando su capacidad para transformarse en el único entrenador de la historia verde en dirigir al equipo en tres divisiones distintas, las más trascendentes en ese momento: C, B y A. O instalándose en los brillos de aquel Jorge Newbery de los 70, ese mismo Newbery de las hazañas y los milagros. O simplemente nombrando su apodo, Chacho. Porque Chacho es su identificación natural, es una marca. Decir Chacho es decir Miguel Angel Villafañe. No es cierto que a los amigos no se los pueda criticar. De hecho lo hice en varias ocasiones, siempre por cuestiones de tácticas futboleras, forma de plantar a sus equipos, o por determinadas posiciones de jugadores. Pero él nunca dejó de tratarme de la misma manera, con el mismo respeto de que estaban hechos los análisis. “No nos vamos a pelear por un simple disenso futbolístico”, decía.  En los últimos años, ya alejado de la actividad pero actualizado como pocos, nos encontrábamos –café mediante- en el ACA, alimentando el vicio del fútbol.

Roberto de Benedetto

Fantástico amigo, no del fútbol ni del periodismo. Amigo de la vida, de las cosas simples, de la familia, de los momentos compartidos, tanto de humor como de opiniones punzantes. Sabio en cuestiones callejeras, era muy inteligente a la hora de encarar los temas más dispares, los intrascendentes como los importantes. Su recuerdo está intacto, así como las anécdotas que jalonaron un montón de aquellos años felices. Todavía cuesta creer que su partida haya sido definitiva. Como el Gordo Troilo, el Robert siempre vuelve…

Miguel A. Schiavoni

Los que fueron sus amigos, compañeros de trabajo o cómplices de utopías futbolísticas, o todas las cosas a la vez, saben con certeza que destilaba pasión por los poros, sin ser complaciente para nada con la “historia oficial”. También podía ser cariñoso al extremo, bondadoso, categórico, inteligente, noble, leal, culto, divertido, abierto, dispuesto, riguroso consigo mismo y “flojo” hasta las lágrimas con las cosas que le enternecían. Nunca entró en la denuncia estúpida que solo sirve para hacerse notar, sino que prefirió exponer sus ideas y opiniones entre la gente con la que se sentía cómodo. Con Miguel se podía bromear, al punto de decirle que su horrible enfermedad (tenía problemas cardíacos) era a la vez muy tierna, ya que el corazón se le había agrandado más de la cuenta. Sus ocurrencias merecerían una antología. “Mirá, yo soy un Negro verdadero. Fijate si no es cierto: nací un 1º de mayo, amo al peronismo, fui hincha de Gatica y de Gardel, aunque me faltó solamente saber tocar el bandoneón”, así solía intentar ridiculizarse cuando estaba dentro de un grupo íntimo. Con él se podía hablar de un cuarteto de Beethoven, de una sinfonía de Haydn, de una canción de Joan Manuel Serrat, del último disco del Chaqueño Palavecino o de las actuaciones de la Mona Giménez. Se podía, en todo caso, instaurar rápidamente cualquier tema. Es que tenía cultura. Tenía calle.

Elio Osmar Carrón

Destilaba paz. Un ser de otra galaxia. No habrá otro igual. Le salía la serenidad por los poros, le brotaba la espontaneidad, le salpicaba la simpleza y la humildad. Sincero como pocos, se mostraba directo con las cosas que no le gustaban. Amaba al peronismo. Supo ser dirigente de abajo, actuando en una comisión de reclamos a favor de sus compañeros ferroviarios, pero siempre militando con coherencia y responsabilidad, además de respetar a rajatabla las opiniones diferentes. Nunca le mezquinó a trabajo alguno. Hizo de todo, siempre con la frente alta. Cuando la dictadura empezó a echar gente de las empresas del Estado, él sostenía que “no siento miedo de perder el trabajo, porque todavía me quedan dos brazos para luchar”. 

Ethel C. Sartor

Ethel Sartor fue otro gran amigo. Un constante caminador del deporte de todas las épocas, sentimiento que no abandonó jamás. Su recorrido resultó amplísimo en el tiempo y en las circunstancias. Parecía difícil encontrar otra persona más actualizada y estudiosa que él y, como si fuera poco, con juicios de valor agudos y para nada complacientes. No solía decir lo que otros querían escuchar. Dentro de su llamativa humildad, escondía una alianza con la sinceridad y, por consiguiente, con la crítica constructiva.

En épocas casi idénticas, Ethel Sartor compartía con grandes maestros (los Tablada, Rabanito Caporaletti, Fito Inglese, Reynaldo Caramelo, Alides Marchesi, Héctor Rebecco, el Negro Tomeo y tantos otros) el equipo de Mariano Moreno, casaca a la que ayudó a dar la vuelta olímpica en varias ocasiones. Su estilo no era, ciertamente, la de un virtuoso. Rudo, sí, pero sin mala intención. Su gran contextura física para marcar la punta derecha y la honradez para jugar, le permitía ciertas licencias de los árbitros, en aquello de que “la pelota pasa, pero el hombre no”.

Ismael A. Casim

Sintetizó uno de los mejores dirigentes del fútbol juninense. Hablar con él era como ver confluir en una misma persona, historia y presente. De igual manera que contaba cómo jugaban cada uno de los Tablada en su romance increíble y pasional con Moreno o de cómo conoció a los viejos dirigentes de la entidad del barrio El Molino, también se refería a las necesidades de otros clubes. Fue uno de los pocos que se animó a contradecir en público a Julio Grondona, en una conferencia que El Jefe de la AFA dio en Chivilcoy, en una de las reuniones de la Federación Norte. A Casim no le daba lo mismo cualquier cosa. Peleaba con uñas y dientes por todo lo realmente justo. Un hombre íntegro e incorruptible.

Hugo M. Fernández

Caudalosa como una catarata fue la trayectoria de Chelo Fernández en Sarmiento, que arrancó prácticamente desde su adolescencia, para convertirse con el correr de los años en una pasión difícil de controlar. En mi opinión, no hubo otro dirigente más talentoso que él en la entidad verde, simplemente porque supo interpretar todo lo bueno que la experiencia le dejó trabajando junto a otros monstruos sagrados, como Abraham Piñeyro, Gorgonio de Miguel, Andrés Suárez, Ernesto Sabella, Ramón Astorga, Hugo Petraglia, Pascual Di Prinzio, Waldemar Riera, José Wanza y Carlos Fernández, entre otros, agregándole una fuerte personalidad. Se llamaba Hugo Marcelo para los formulismos mundanos, para la tarea bancaria en su querido Provincia, figuraba así en la libreta de enrolamiento, pero nadie lo conocía por sus nombres y muchísimos otros ni siquiera por el apellido. Era simplemente “Chelo”, a secas. Ningún otro dato faltaba para saber de quién se hablaba o a quién había que dirigirse.

José F. Giorgetta

Más que mi tío preferido, el que me hacía los barriletes y el que me llevó a fichar en River, club en el que jugó mucho tiempo, fue un consecuente cómplice de mis años juveniles . Algo así como un segundo padre. Recuerdo todo lo que sufrimos cuando cayó el gobierno de Perón en 1955 y él estaba haciendo el servicio militar en Punta Indio. Pasaron semanas enteras sin conocer su paradero, lo que alargó la agonía de la espera. Por suerte, volvió sano y salvo. En los últimos años de su vida de trabajo y sacrificio, lindante con la hermosa familia que forjó, lo acompañaba a cobrar su jubilación. Allí, en la paciente espera bancaria, discutíamos sobre política (nunca coincidíamos) y aprovechaba para “chicanearlo”, con cualquier excusa, por su pasión enloquecida por los Millonarios de Núñez.

José María Cisaro

Inteligente al mango y amigo sin cortezas, Pepe Cisaro es otra de las compañías que uno extraña a rabiar. Hincha fanático de dos divisas: Sarmiento y Racing Club, era un increíble crack en cuestiones estadísticas del fútbol. Cuando alguien lo buscaba en su casa de la calle Urquiza y no lo encontraba, había cuatro lugares infaltables para ubicarlo: la iglesia San Ignacio, el kiosco de diarios y revistas de Osvaldo Baños, un banco de la plaza 25 de Mayo o la sede de Sarmiento, donde hoy está la Sociedad Rural. Gran lector, siempre tenía diarios a la vista y libros en su mesa de luz, por las noches. Católico convencido, concurría misas con asiduidad. Un Pepe bueno, solidario y honesto.

José Luis Buono

Hay periodistas que están en los medios porque quieren demostrar su inteligencia, o su maravilloso talento, o su compromiso con la historia de la ciudad. Algunos, en cambio, que son mayoría, porque pueden juntar publicidad para pagarse su propio espacio y darse el gusto de agarrar un micrófono o aparecer en cámara, sin darse cuenta que el periodismo es una cosa seria. Hay otros que lo único que pretenden es contarnos qué es lo que pasa, sin interponer su persona. José Luis Buono pertenecía a esta última raza.

A varios años de la muerte de Pepe, es interesante rescatar sus rasgos, a modo de sincero homenaje. Era un periodista claro e inteligente porque había decidido transitar las calles y las vidas de la gente de su Junín entrañable. Lo atrapó el deporte y fue un verdadero pionero en muchas cosas. Por ejemplo, trajo la radio a Junín cuando la radio no existía. Seguía las campañas de Sarmiento como visitante y los sábados a la noche, por alguna emisora capitalina, uno podía conocer algo más del verde. Sabía detenerse en el deporte amateur y lo empujaba como pocos, especialmente al atletismo y al fútbol de entrecasa, sin descuidar su otra gran pasión: el boxeo.

Amadeo Elizalde

El tiempo ha modificado mucho nuestras valoraciones e ideas, pero el recuerdo, la exaltación y el imán de aquellas personas que marcaron a fuego la educación y la literatura de Junín, casi sin darse cuenta, jamás cambia ni pasa de moda. Es el caso de Amadeo Elizalde, que sigue siendo  -a muchos años de su muerte- una especie de repertorio solemne y talentoso, nunca inventariado. ¿Quién no vibró con sus clases magistrales, únicas e irrepetibles? ¿Quién no se sintió el más importante del aula, cuando él abrazaba al “perdedor” de un ocasional examen y le dejaba picando la sensación de revancha, con un simple ”no importa, ya va a salir”? ¿Quién no advirtió su complicidad para gambetear la rigurosidad de dos horas de matemática, historia o geografía, transformándola en un vendaval de frescura y espontaneidad, con olor a cosa “simple”, pese a la avalancha de signos, nombres, fechas, ecuaciones, símbolos, operaciones y razonamientos? ¿Qué alumno no quería parecerse a él, sin culpa de cholulismo barato, tan solo por sospechar que estaba enfrente de alguien comprometido con sus ideas, con sus formas de educar, con sus previsibles rasgos de generosidad, no exentas de la rigidez imprescindible que se necesita para “transmitir”?

Con un juninense en los premios TEA y DeporTEA

En los premios “Estímulos 1998 al periodismo joven”, otorgados por las escuelas de periodismo TEA y DeporTEA, un juninense compartió escenario con Débora Pérez Volpin, reconocida en aquel momento por su tarea periodística en televisión: Luciano Canaparo, de “La Verdad”, incluido en el rubro de diarios y revistas, designación impulsada por los periodistas Guillermo Blanco y Horacio Frezzotti.

En esa  entrega de distinciones, celebrada en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza (Corrientes 1660, de la CABA), se observan nombres de otros periodistas que luego alcanzaron interesantes dimensiones en distintos medios. Por ejemplo, Julián Mansilla (ex Perfil y TN, hoy en la Superliga), Gerardo Young, María Julia Olivan, Leila Guerriero, Marcela Tauro, Mercedes Ninci, Marcela Pacheco, Gustavo García, Martín Casullo, Pablo De Biase, Gustavo Ronzano, Gastón Recondo, Sebastián Vignolo, Eduardo Caimi, Daniel Mollo, Gustavo López, Alejandro Fantino, Darío D’Amore, Angela Lerena, Alejandro López,  Juan Manuel Durruty, Martín Liberman, Mario Cordo, Claudio Mauri, Gerardo Quintana y José Ignacio Lladós, entre otros.

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