viernes 26 de abril de 2024

CULTURA | 5 jun 2017

ORLANDO LUIS RASIA

El bandoneón de Lalo es un toldo de estrellas

Es uno de los pocos fuelles que hoy rezongan en Junín, repleto de colorido y de matices. Se lo puede escuchar en varios lugares de la ciudad, preferentemente en el café/bar Picasso.


Por: Ismael Canaparo

Sentado a media mañana en Picasso, un reducto donde se junta religiosamente todos los días con amigos y en el que también, de tanto en tanto, suele servirle como plataforma para las actuaciones de su “Argentango”, el maestro Orlando Luis Rasia lee el diario y repasa algunas partituras musicales, antes de cruzarse hasta la fotocopiadora de enfrente.

Más conocido como “Lalo”, comenta con exactitud que su amor por el tango tuvo fecha precisa: 19 de febrero de 1947. “Ese día, con apenas seis años, mis padres me llevaron a un baile al Club Villa Belgrano, donde actuaba  Alfredo De Angelis, con sus cantores Carlos Dante y Julio Martel. Recuerdo que me alejé del salón y me metí en la pista para escuchar con más cercanía a la orquesta, que sonaba muy bien. Ahí se produjo mi primera aproximación al género. Ya entrada la década del 50, mi padre me mandó a estudiar el bandoneón con el profesor Salvador Mancuso, por muchos años el referente musical de Junín. Me gustaba más la batería, pero al viejo ni mencionarle ese instrumento. Lo cierto que estudié mucho, pero me cansó el solfeo. Abandonar era un acto impensable. Lo que yo quería era tocar, no darle tanto al solfeo. Pasó un tiempo y mi padre, que era ferroviario, se contactó en el taller con Arturo Viora, para que continuara con él mis estudios. Y así ocurrió. Con Viora logré enamorarme de nuevo con el fuelle y, a la par, crecer notablemente, ya que para inculcar conocimientos a sus alumnos, el maestro (un verdadero segundo padre),  apelaba a dos reglas inexorables: exigencia y severidad”, recuerda con cariño, para luego agregar enseguida: “Ese aprendizaje me permitió lograr un lanzamiento de fuego, con apenas 17 años, integrando la orquesta típica de Osvaldo López. Fue como tocar el cielo con las manos. La agrupación estaba conformada con el propio López como director y violín; Pocho Casimo, Atilio Malizia y Carlos Ferrara (violines); Deograsia Gómez (contrabajo);  Aurora Cancio (piano); Osvaldo Cancio, Bachi Villalba, Aurelio Rodríguez, Lalo Massari y yo (bandoneones); Lalo Ferrari y Omar Decarre (vocalistas) y David Ferro (presentador)”.

Vive desde hace 53 años con Marta Mabel Mañasek, con quien se casó en 1964. El matrimonio le brindó una gran alegría con la llegada de dos hijos, Claudio y Mauricio, felicidad que se extendió, ternura mediante, a cuatro nietos: Rodrigo, Piero, Alejo y Genaro. “Curiosamente, mi esposa nació el mismo día y el mismo año que yo (14 de noviembre de 1941), de modo que siempre ahorramos plata con un festejo compartido”, se ríe.

Artista o laburante (Lalo trabajó 32 años en el ferrocarril, ingresando como aprendiz electricista junto a Alberto Rudi, su gran amigo de toda la vida, y retirándose como supervisor principal de la sección Aire Acondicionado, además de 28 años como operador telefónico de la ex ENTEL), cuenta con detalles minuciosos parte de su niñez y adolescencia, en el barrio que nunca abandonó: su entrañable Villa. “Yo vivía frente a la Plaza Sarmiento, casi al lado de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús. Por consiguiente, hice toda la primaria en la Escuela Nº 18 y el secundario en la Escuela Fábrica ‘Yapeyú’, egresando como Experto Ebanista. La plaza tuvo varios cambios en su fisonomía, por una razón esencial: mi abuelo me contaba que en ese lugar había funcionado un vaciadero de basura, motivo por el cual con el correr del tiempo se producían hundimientos y hasta inundaciones. Sobre la calle Iberlucea (hoy Padre Ghio) se construyó una gran fuente rectangular, que nunca pudo ser llenada con agua a raíz de varias rajaduras, producto de lo endeble del terreno. Algo que no conocí: me dicen que la plaza primitiva tenía una cancha de básquetbol y juegos para niños, además de hermosas glorietas, donde todos los domingos la banda del Ejército brindaba conciertos musicales. La verdad es que pocas cosas del barrio me resultaron indiferentes, ya que fui testigo de las calles de tierra, de la excavación para los desagües pluviales, de las tareas cloacales y de la red de agua, paso previo a todo el asfaltado. ¡Cómo olvidar los carros de las panaderías ‘La Equidad’ y ‘La Victoria’, el de los lecheros, el vendedor de gallinas y huevos, el afilador, el carrito de Nicola con sus helados y obleas, el primer ladrillo de la nueva iglesia…!”.

“Cada uno nace para ser algo en la vida y yo crecí jugando al básquet y al fútbol en mi querido Villa, y también crecí escuchando tangos. Con el tiempo, entendí que la verdadera pasión pasaba por el bandoneón. Creo que el bandoneonista por adopción es un cultor de aquella frase de Roberto Arlt: ‘Por prepotencia de trabajo’. En ese terreno se basa mi trayectoria de tantos años, traduciendo sentimientos, en un intento de amalgamar lo que está escrito con lo que suena”, dice con humildad Lalo Rasia.

A los 75 años, Rasia es uno de los pocos músicos juninenses que todavía pueden contar aspectos de la época dorada del tango y que aún camina por los escenarios locales y regionales, aferrado a su amor por el dos por cuatro, sin claudicaciones ni estridencias, ofreciendo un talento conmovedor. Y aunque algunas de las interpretaciones de su repertorio hablen de la nostalgia, el olvido y el fracaso de un romance, Lalo es un hombre que desborda vida por todos los poros. Dice que “prefiere mirar hacia adelante, porque el pasado está enterrado, aunque es lindo recordarlo”.

Pero aunque no quiera mirar atrás, “cuando tallan los recuerdos” deja que su prodigiosa memoria lo lleve a los años 60, tiempo de bohemia, gomina y camisas de seda. Y su memoria lo traslada: “Inmediatamente después de lograr la baja del servicio militar (me tocó en el Colegio Militar de la Nación), recibí en casa una inesperada visita. Cuando llego después de una práctica de básquet en Villa Belgrano, me encuentro con Arturo Viora. Por entonces, la orquesta de Osvaldo López se había disuelto, lugar donde había disfrutado mucho por la calidad de los muchachos a los que traté. El gran maestro me ofreció integrar la fila de bandoneones de su orquesta, lo que significó una alegría difícil de explicar. No tardé ni un segundo en aceptar, pero le expliqué que creía que no tenía los conocimientos fundamentales como para formar parte de tan excelente agrupación. Tampoco se retrasó su respuesta: ‘Tranquilo, yo te voy a apoyar, simplemente porque te conozco como un buen alumno’. Tuvimos un gran éxito en todos lados. Fue una orquesta muy prestigiosa y requerida de manera constante por clubes y entidades. En los fuelles, estaban Arturo Viora, Edgar Chechi, Obdulio Tipaldi y yo; en violines, Luis Linguido, Enrique Mirambell, Rosendo Singla y Delio Destéfani; en contrabajo, Walter Dujesiefken; en voces, Omar Decarre y Edgardo González; animador, José Teme y glosista, Cholo Rucci”.

Lalo reconoce que las décadas de los 60 y 70 no fueron propicias para el tango, tanto en el ámbito local como nacional. Lo explica así: “Desde principios de los 60, comienzan a surgir otras nuevas corrientes renovadoras del tango, que se le llamó ‘la vanguardia’. Fue la sucesión de una serie de conjuntos e intérpretes que se alejaron de lo clásico en el género, no sólo en lo que hace a obras y formas, sino también a los mismos instrumentos. Se empezaron a disolver las grandes orquestas, por cuestiones de costos y presupuestos, dando lugar a formaciones más chicas (sextetos, quintetos, cuartetos, dúos, etc.). Referentes como Mariano Mores, Aníbal Troilo, Sexteto Tango, Osvaldo Berlingeri, Ernesto Baffa, Rodolfo Mederos y Atilio Stampone, entre otros, comenzaron a experimentar con nuevas sonoridades y temáticas. Le siguieron otros.  Pero el más reconocido innovador fue Ástor Piazzolla, uno de los músicos argentinos más importantes de la mitad del siglo XX. Pese a las críticas, hay que reconocer que Piazzolla hizo con su octeto un gran aporte para la renovación del tango, que contenía instrumentos hasta ese entonces totalmente ajenos al tango, como la guitarra eléctrica, el bajo eléctrico, el teclado eléctrico, el sintetizador, la batería y el saxofón. Realizó también una innovadora fusión entre el tango y el jazz con el saxofonista estadounidense  Gerry Mulligan, y fue de influencia para el sub-género del rock nacional argentino. En mi caso, integré el cuarteto de Obdulio Tipaldi, que completaban Atilio ‘Peto’ Díaz en guitarra y José Briccola en bajo, con la voz de Héctor Burgueño”.

El resurgimiento, según opina Rasia, se produjo en la década del 80, con “el fenómeno generado por el espectáculo ‘Tango argentino’, que recorrió  el mundo durante más de doce años por los lugares más recónditos del planeta. Eso hizo ‘resucitar’ al tango, ubicándolo en su lugar merecido. Esta compañía, creada y dirigida por el productor Claudio Segovia, reunió con talento y mucha creatividad a las más grandes figuras del canto, la música y la danza porteña. Las grandes personalidades del mundo, desde actores de Hollywood a príncipes, desde presidentes a músicos, concurrieron a este acontecimiento de gran nivel artístico, enamorando de ‘tango’ a todos por igual. Con este eterno estigma de argentinos de volver la mirada a lo que se consagra ‘afuera’, el tango resurgió en su propia tierra. Después, ya en los ´90, comenzaron a multiplicarse (especialmente en Buenos Aires) ‘las milongas’, esos lugares de encuentro para bailar, y gracias a ello el tango recobró fuerzas y popularidad”.

Lalo no se detiene con los recuerdos, repasando –a grandes rasgos- cada uno de sus momentos: “En el año 1998 fui convocado por el maestro José ‘Pocho’ Luca para integrar una gran orquesta de veinte músicos, con intérpretes y vocalistas locales, denominada Típica Junín Tango. Debutó con un recital en La Ranchería, a sala llena. Con la animación de Daniel Ganci, desfilaron cantores de la talla de César Diotti, Miguel Suárez, Luis Fernández, Rosana Ferreiro, Jorge Gallardo, Hugo Casanova, Julio Pulido, Omar Decarre y Omar Pagano”. Y también habla del presente: “Desde 2002 y hasta estos días, dirijo el conjunto ‘Argentango’.  Los primitivos componentes fueron: Nelson Lorenzo (bandoneón y director), Hilda Isaac (piano), Valeria Huichaqueo (teclado eléctrico), Walter Dujesiefken (contrabajo), Liliana Salino y Omar Pagano (voces). También actuaron, en distintos momentos, ilustres invitados: Adolfo ‘Cacho’ Falcón, Mariano Guglielmeti, Hugo Fusé, Arturo Viora, Mario Aragües, Daniel Ferrúa, Claudia Levato, César Diotti, Jorge Gallardo y María Angela Picchi. En la actualidad, está constituido por mi bandoneón y el piano de Hilda Isaac, con las voces de Analía Ramos, Jorge Micheref y Juan Andrés Pastorino. El año pasado presentamos un disco, llamado ‘Juntos’, editado gracias a la colaboración especial de FM Tango 104.9 y un grupo de auspiciantes”.

 

 

Amo y señor de los abuelos bonaerenses

Lalo Rasia tomó parte en distintas ediciones de un ex clásico, en los que brilló  varias veces, transformándose en uno de los bandoneones más importantes de la provincia: los Torneos Abuelos Bonaerenses. Relata así su experiencia: “Comencé a participar en el 2000. Claro que primero, antes de llegar a Mar del Plata, había que superar las etapas previas, tanto en el ámbito municipal como regional. La final de ese año la disputé con 15 bandoneonistas y obtuve una mención especial del jurado. En el 2004, en tanto, logré la medalla de plata y dos años más tarde, obtuve la de bronce. Allí, en La Feliz, me encontré con otros colegas, amantes del fuelle: José “Pocho” Luca, Nelson Lorenzo, Walter Crocinelli y el cantor Omar Pagano. Fue una linda experiencia, con seis días de alojamiento y pensión completa, más un acompañante”.

El sueño de tocar con el fuelle de Fresedo

Rasia tuvo una prolongada relación amistosa con Luciano Leocata, conocido bandoneonista, compositor y director de orquesta (fallecido el 5 de junio de 2012), autor –junto a Abel Aznar- de numerosos registros (el más resonante, “Y volvemos a querernos”, estrenado por Florindo Sassone con la voz de Jorge Casal y grabado simultáneamente por Osvaldo Pugliese con Alberto Morán). “Lo frecuentaba mucho en SADAIC, donde él tenía a su cargo la dirección del museo de la entidad. No le importaba consumir el tiempo con tal de charlar sobre tango. Es así que intercambiábamos opiniones, regalos y anécdotas. En ese marco de los obsequios, me permitió tocar con el bandoneón que había pertenecido a Osvaldo Fresedo… ¡yo tocando el fuelle de Fresedo…, ¿te imaginás? Todo un sueño. Interpreté ‘Mimí Pinsón’, de Aquiles Roggero y José Rotulo. Fue una cosa muy emocionante. Ese día mágico, el museo tuvo otro protagonista de lujo: Andrés Natale, primer bandoneón de José Basso, que hizo un tango de su autoría: “Requien para un bandoneón”. Por último, con el mismo instrumento de Fresedo, Leocata nos deleitó con un gran éxito suyo: “Y todavía te quiero”

 

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