sábado 5 de julio de 2025

LOCALES | 7 mar. 2018

UNA MIRADA A CONTRAPELO

La vuelta al depósito

Arranca un nuevo ciclo escolar, en un mismo marco, donde no se privilegia a los niños para experimentar y sentir el proceso integral de la vida, tal como lo predicaron tantos y, entre ellos, el filósofo indio Jiddu Krishnamurti.


Por: OMAR MERAGLIA

Comienzan las clases en el mismo marco que hace largas décadas, enarbolando las banderas desgastadas de una educación que no privilegia a los niños desde su ser individual y la experimentación, sino desde la perspectiva de uniformidad, dejándolos en el mismo estado que a la mayoría de los padres que concurren cotidianamente a llevarlos a un depósito llamado escuela.

Dicho esto ya habrá muchos estallando de ira, por sentir que se están injuriando las políticas sarmientinas y las memorias de tantos próceres que nos legaron esta (¿está?) sociedad en la que se lucha sólo por el poder, se mira para otro lado frente a la miseria y no se logra la paz ni la felicidad.

Es por eso que si nos paramos en la puerta de los colegios, pasado el acto de iniciación, la postal repetida de casi todo el año será la de ver a niños aburridos y padres apurados.

Y por más que el Estado y la sociedad sigan poniendo un manto invisible a estas cuestiones, no hay forma de instaurar un verdadero debate en el que la premisa sea educar para la vida y no para el trabajo.

Los maestros deben batallar contra su propia cultura incorporada, cuidando su empleo pleno de normas arcaicas y en muchos casos, cansados de acercar propuestas que por lo general terminarán encajonadas en el statu quo de supervisores que bregan por el puesto antes que por el supuesto.

Precisamente “La educación y el significado de la vida” es una pequeña pero enriquecedora obra del filósofo indio Jiddu Krisnamurti quien, seguramente con el brasileño Paulo Freire, resultan dos “tipos peligrosos” para los cánones de la educación argentina, volcada a instruir jóvenes para el trabajo y no para la vida. Uniformando conceptos y culturas en consonancia con los gobiernos de turno y según los preceptos empresariales propios y externos.

Por eso Krishnamurti sostiene que “el hombre ignorante no es el iletrado, sino el que no se conoce a sí mismo; y el hombre instruido es ignorante cuando pone toda su confianza en los libros, en el conocimiento y en la autoridad externa para derivar de ellos la comprensión”.

Y expresa que “lo que ahora llamamos educación es la acumulación de datos y conocimientos por medio de los libros (NdR: aún no se conocía internet; J.K nació en 1897), cosa factible para cualquiera que pueda leer. Una educación así, ofrece una forma sutil de evadirnos de nosotros mismos, y como toda huida, inevitablemente aumenta nuestra desdicha”.

Entonces asistimos a sociedades complejas plenas de desdichados, porque según el filósofo “el problema más urgente de cada individuo, es tener una comprensión integral de la vida, que lo ponga en condiciones de resolver satisfactoriamente sus crecientes complejidades”.

Y cuando nos chocamos con la pregunta incómoda -aunque innatural- acerca de por qué mandamos a nuestros hijos al colegio, por lo general las respuestas varían del “para que sean algo en la vida”, al que: “no pasen lo que yo pasé” y/o “tengan un buen trabajo”.

Y los preparamos para el trabajo, como si ese fuera el baluarte esencial que nos guiará hasta la muerte o al menos a la jubilación, en el convencimiento de que la falta de un empleo de calidad los hará una suerte de inútiles fracasados, así como cuando no tienen gran desempeño en la actividad escolar.

Todo ello lo resume Krishnamurti al hacer hincapié en que “enviamos a nuestros hijos a la escuela para aprender alguna técnica con la cual puedan finalmente ganarse la vida. Queremos hacerlos especialistas, pero ¿acaso puede la técnica capacitarnos para conocernos a nosotros mismos?”.

Y luego dice: “la vida es dolor, gozo, belleza, fealdad, amor y cuando la comprendemos en su totalidad, en todos sus niveles, esa comprensión crea su propia técnica. Pero lo contrario es falso, la técnica jamás puede producir la comprensión creadora” por ese motivo, según el filósofo indio “la educación actual (NdR: que no dista mucho de la del siglo XX donde recoge sus vivencias) es un completo fracaso porque le da demasiada importancia a la técnica y al subrayar la técnica destruimos al hombre”.

Entonces nos ponemos reflexivos cada marzo y nos emocionamos frente a cada nuevo ingreso, como lo hacemos en diciembre con los egresos, mientras que en el medio nos contentamos apenas con que haya clases para que nuestros niños aprendan (?) y se socialicen compartiendo (?) con sus pares y dejándonos tiempo para nuestras tareas ya sea laborales u hogareñas. Rodeándonos de frases hechas de esas que nos acompañan desde nuestra propia infancia y que también acompañaron a nuestros padres.

Sin reconocer que “cuando la función de ejercer una profesión es de máxima importancia, la vida se hace aburrida y oscura, convirtiéndose en una rutina mecánica de la cual huimos por medio de toda clase de distracciones”, tal como lo consideraba Krishnamurti, antes que existieran Facebook, Whatsapp e incluso Netflix.

NOTA PUBLICADA EN LA EDICIÓN IMPRESA DEL SÁBADO 3 DE MARZO 2018 

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