miércoles 24 de abril de 2024

DEPORTES | 14 mar 2018

prócer juninense

Eusebio Marcilla: errante en las sombras, te buscan y te nombran

Ya pasaron más de seis décadas de su muerte y los memoriosos no lo olvidan y siguen contando anécdotas de este fantástico deportista.


Por: ISMAEL CANAPARO

Se cumple otro aniversario de una fecha negra para el deporte juninense: el trágico fallecimiento de Eusebio Marcilla, un verdadero ícono de toda una ciudad. Hace 65 años, exactamente un 14 de marzo de 1953, el “Caballero del Camino” nos dejó para siempre. Ese día nació la leyenda de un gran hombre ético e insobornable, que le ganó al tiempo.

A tono con los tiempos periodísticos actuales, que suele descartar con rapidez la investigación y el rescate de personajes singulares, ya sea del deporte, de la política, de la música o de la cultura, las nuevas generaciones se están quedando sin saber quién fue realmente Marcilla y en qué momento de la historia argentina le tocó desenvolverse. Por suerte, en algunos colegios se le da un ligero repaso al aspecto regional y los niños curiosos pueden interesarse sobre aquellos protagonistas de nuestros hechos recientes.

Sin embargo, el paso del tiempo es enemigo de ese calor social que a través de tantos años se atesoró como un preciado legado. En tal caso, comienza a deteriorarse una imagen, desconocida para miles de ciudadanos. Y es aquí cuando el periodismo tiene una misión fundamental, que no es otra la de mantener viva una llama, un mensaje, un camino. De otra manera, el silencio o el ocultamiento involuntario, comienza a desgajar lenta e inflexiblemente la identidad del protagonista. Eso es lo que no queremos en el caso de Marcilla.

Si hoy viviera, los almidonados diseñadores de felicidad ajena y la farándula periodística del Turismo Carretera difícilmente incluirían a Eusebio en sus estrategias de marketing. Es que Marcilla nunca pactó con los demonios ni con las dictaduras. Era proclive, sí, a inventar diabluras con su talento. Y se escapó, siempre veloz, de los caminos comunes y de las frases hechas. Con humildad, pero también con algo que hoy escasea en los mostradores de la Argentina: fue ético, lírico, aséptico. En otras palabras, nadie lo hubiese encontrado, hoy, cambiándose de camiseta y de bando, mirando embelesado las mieles del poder. Ese es el espejo en el que deberían mirarse los jóvenes de hoy, torturados y asqueados por los malos ejemplos.

El coleccionismo es una pasión que suele comenzar en la infancia y que se prolonga a través de los años, como una manía incorregible. No es mi caso, aunque confieso haber dedicado gran parte de la niñez y adolescencia al acopio de bolitas, figuritas, estampillas, boletos de tren, frascos de Toddy, programas de cine, chapitas, mariposas, revistas y demás souvenirs que repiqueteaban en mi curiosidad. Con escolar devoción, también guardaba recortes de las actuaciones de Marcilla (era vecino nuestro y siempre que pasaba saludaba a todos los chicos que estaban jugando a la “cabeza” en la calle Pedro Aparicio), fotos dispersas que conseguía por gentileza del Gordo Haylli, “Gráficos” hoy amarillentos y autitos en miniatura con el Nº 4, rellenos con plomo y masilla. Sin saber de qué se trataba, la estética se apoderó de estos verdaderos símbolos, como si fueran una obra mágica, una oración interminable, en la que el orden de los factores alteraba, sí, el producto. Tampoco sabíamos que inocentemente estábamos llegando a una sintaxis rigurosa, proponiendo una secuencia histórica engañosamente ingenua.

Realmente, Eusebio Marcilla es un prócer juninense. Mafalda, el singular personaje de Quino, alertaba que el surgimiento de prohombres era una simple cuestión de rachas: la historia que nos enseñan desde la escuela primaria está llena de figuras épicas el siglo diecinueve y deja vacante el siguiente. Pero la respuesta es sencilla. En la Argentina, el brillo nacional lo sacan los deportistas.

A tantos años de la muerte del señor de la carretera, lo nuevo es rescatar lo valioso, donde quiera que aparezca, aunque sea en lo antiguo. Hoy la única certeza es el cambio constante, buscando la mejor convivencia con él. Aprendiendo a recordar es lo mejor que podemos brindarles a las nuevas generaciones.

Marcilla adquirió notoriedad en una época donde muchos apellidos ilustres acaparaban todo. Sin embargo, en base a su particular estilo pudo entrar en ese mundo y si bien no llegó al título, su figura es recordada cada vez con mayor intensidad, aún a más seis décadas de su muerte, por todo lo que hizo por la categoría. Más allá de su capacidad para alternar el volante con la preparación de su máquina, acuñó una gran personalidad, mostrando la humildad como rasgo principal. Forjó hazañas y luego, ante el asedio periodístico, se limitaba solamente a decir: “No es para tanto, al fin y al cabo son cosas del automovilismo”. Su mayor ambición fue ganar un Gran Premio y coronarse campeón. Para ello luchó siempre, con una sola bandera: la caballerosidad. No consiguió ninguno de los dos sueños, pero cristalizó algo que muy pocos logran: el cariño y la admiración de la gente. Dos circunstancias reservadas únicamente para los grandes.

Estamos completamente convencidos de que si Marcilla viviera, es poco probable que hubiese estado de acuerdo con el actual desenvolvimiento ultra/comercial de la categoría. El nacimiento de la Asociación Corredores de Turismo Carretera (ACTC), surgida en 1960 como necesidad de independizarse de la CDA del Automóvil Club Argentino, lo habría tenido entre los puntales y, acaso, en la misma conducción. Entre los fundamentos de su creación, figuraban cosas que el tiempo fueron deteriorando: organización de los clubes de sus propias carreras, ayuda, defensa y patrocinio de los pilotos, atención a las iniciativas de sus socios, desarrollo técnico y deportivo y otras no menos relevantes. Claro, cómo no iba a estar de acuerdo con esa impostergable quijotada, si él, Eusebio, era un enamorado de la libertad, que pugnaba contra el despotismo y la dictadura. Y hacer nacer a la ACTC representaba, inequivocadamente, un acto de libertad.

Conociendo la filosofía de vida que enarboló siempre, nos permitimos cavilar sobre aspectos puntuales. Por ejemplo, si a Eusebio Marcilla le tocara vivir el Turismo Carretera actual, con seguridad estaría en la vereda de enfrente. No comulgaría con una categoría que ha olvidado literalmente a los clubes que le posibilitan la infraestructura de los escenarios y, lo que es peor, a sus propios afiliados, que no son otros que los pilotos. Una categoría donde impera el poder discrecional de unos pocos en detrimento de la mayoría, que por ahora asiste en silencio a muchos despropósitos y desbordes de los que mandan. Una  categoría que cambia alegremente sus reglamentos sobre una temporada en marcha. Una categoría que sigue corriendo igual con muertos o accidentes graves en la pista, bajo el estúpido lema de “la fiesta debe continuar”, sin decir que lo hace por el inhumano afán comercial, emparentado  con la televisión. Una categoría que cobija a los pilotos “obedientes” y castiga a los “díscolos”. Una categoría sospechada de digitar resultados y hasta campeonatos.

Marcilla, ni loco, hubiese corrido aquella recordada competencia de TC en Junín, bajo una intensa lluvia y medidas de seguridad casi inexistentes. Es que a él le sobraba lo que tanto escasea: sensibilidad para olfatear las cosas espirituales y no las del negocio. Y no sólo se hubiese cruzado de vereda, sino que habría luchado con todas sus fuerzas, como lo hizo en aquella nefasta época de Luis Elías Sojit y sus apóstoles, cuando las radios capitalinas anunciaban, a secas, el paso del coche Nº 2. En definitiva, fue un adelantado. No compartiría la actualidad de la categoría, simplemente porque amaba eso tan entrañable que se llama LIBERTAD. Muchos dicen, a 65 años de su muerte, que fue un “maestro”. Gran equivocación. Marcilla no fue un maestro de nadie. Porque absolutamente nadie, desde entonces, aprendió a enarbolar sus banderas de lealtad y caballerosidad. Fue, en todo caso, un maestro sin alumnos…

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