jueves 25 de abril de 2024

CULTURA | 18 feb 2017

LUIS CERPA

La fotografía, el fuego sagrado

A los dieciséis un hecho inesperado le valió su incorporación como reportero gráfico del histórico SEMANARIO. Diario en el que se formó como profesional y donde profundizó su pasión por la fotografía. La primera Minolta, el ‘Menemóvil’, su relación con Sandro, la censura a la ‘Tetamanti’ y el legado en su nieto Federico.


Por: José Di Prinzio

Rumbo a su casa, la Ruta 188 se abre camino entre las motos que desafían al peligro haciendo malabares entre la polvareda que levantan a su paso autos y camiones. Los recuerdos surgen de inmediato y el viaje a través del tiempo resulta inevitable. Compañeros de trabajo que se convirtieron en amigos, primeras experiencias en el mundo periodístico y un sinnúmero de anécdotas que se agolpan una tras otra antes de arribar a destino. El sol se apaga con las últimas horas del día y las luces de los patrulleros amontonadas en una vivienda a la vera del asfalto reviven en su interior el fuego sagrado. El relato se corta de manera abrupta y su mirada hace foco en la escena. La adrenalina se apodera del instante y el deseo de obtener esa foto le recuerda que nunca es posible despegarse de lo que se ama. “Si vos no estuvieras ahora conmigo ya habría parado donde está la policía y me hubiese puesto a sacar fotos. No lo puedo controlar, es más fuerte que yo”, dice al pasar y reanuda la conversación justo donde la dejó. Su nítida memoria lo traslada hacia finales de los 80’s y a la visita a Junín del ‘Menemóvil’ a la que le puso el cuerpo cuando el caudillo riojano pedía al pueblo que lo siguiera, al tiempo que prometía la revolución productiva y el salariazo. Una breve estadía que terminó mal para el, por entonces, candidato de Anillaco quien debió huir a bordo del improvisado colectivo de campaña a 120 km/h luego de recibir una amenaza. Las fotos rescatadas de su archivo descansan sobre la mesa del comedor donde la conversación se llena de historias. Se lo ve joven y sonriente junto a personajes del ambiente y la política a los que llegó a conocer gracias a su amado oficio. “A mí nunca me gustó la fotografía social, no sirvo para eso. Lo mío es la calle, ahí es donde me siento cómodo”, cuenta quien durante años vivió en carne propia la presión de tener que conseguir ‘la’ foto de tapa con la importancia que eso implica para cualquier medio gráfico. La historia de Luis Cerpa es la del jovencito que estuvo donde había que estar en el momento indicado. Aquel que con apenas dieciséis años se convirtió en fotógrafo profesional casi de la noche a la mañana cambiando su vida para siempre. “Se aprende a sacar fotos quemando rollos. Podés leer e instruirte todo lo que quieras pero se aprende sacando fotos. Te van a salir una bien y diez mal, pero es la única manera de aprender”.

SEMANARIO

Un valioso regalo durante su adolescencia modificó su vida como no lo había hecho nada hasta entonces. La temprana aparición de la Minolta analógica, obsequiada por su abuelo, lo sumergió por completo en el mundo de la fotografía y le posibilitó dar los primeros pasos como reportero gráfico.

“A los 16 años mi abuelo me regaló una cámara de fotos Minolta que compró en el Hogar Obrero y me volví loco. En mi tiempo libre estaba todo el día en la calle haciendo fotos a lo que se me cruzara. Así comencé en la fotografía. En esa época trabajaba en Moncafé, la confitería que estaba sobre calle Arias frente al Banco Junín. De casualidad coincidí con la llegada a Junín de un helicóptero que había venido desde Buenos Aires con jefes y directivos del ferrocarril no recuerdo bien por qué asunto. Ese día yo estaba con mi cámara cerca del campito Sánchez y llegué a tomar fotos del aterrizaje y de la gente que se acercó a presenciar el evento. Al día siguiente me vino a ver José Gavilán, que trabajaba en SEMANARIO, y me preguntó si podía facilitarle las fotografías para publicarlas en el diario porque la visita de la delegación había sido de imprevisto y no habían llegado a cubrirla. Así que se llevó el rollo, las reveló en el diario y fueron noticia al día siguiente. Poco tiempo después el director del diario, Alberto Marrese, me hizo una propuesta laboral y arranqué a trabajar como reportero gráfico. Si bien yo era un fotógrafo aficionado dejé lo que estaba haciendo y empecé mi carrera en los medios. El diario se vendía por la foto de tapa. Era muy novedoso para la época el tratamiento que hacía de la noticia. Cuando estábamos en el edificio de calle Alem todos los medios periodísticos de Buenos Aires que venían a cubrir Sarmiento en el ascenso del 80’ mandaban la foto en blanco y negro desde un aparatito (una especie de scanner) a las redacciones de Capital Federal. Contaba con un laboratorio avanzado para ese momento. SEMANARIO salía el domingo a la noche y el lunes a la mañana estaba agotado. Los coches pasaban a buscarlo antes de que salieran a repartirlo a los kioscos. Era otra cosa, muy diferente a lo que había. El director te decía ‘pasó esto y vos tenés que traer esta foto’ y la tenías que conseguir como sea. Cuando venía Sandro al club Rivadavia, íbamos al hotel y le hacíamos la nota con Darío Suárez. Me acuerdo que nos decía ‘hoy entrar al Rivadavia va a ser un desastre’. Y era así. Nosotros entrábamos por alguna casa de la manzana del club y él llegaba saltando por los techos y los tapiales. Era la única manera que tenía de entrar al club sin que lo molestaran. Tenía una suite para él en el hotel Embajador en la que paraba cada vez que venía. Siempre con su atado de cigarrillos y su botellita de whiskie. Cuando me fui de SEMANARIO abrimos con mi mujer una casa de fotografía frente al cine San Carlos pero siempre continué ligado a mi tarea como fotógrafo a pesar de que no trabajé más en los medios. Por ahí me llamaban de El Gráfico cuando necesitaban alguna foto de un partido de básquet, iba  y se la sacaba”.

TAPA Y CENSURA

En 1978, dos años después de la aparición en sociedad de Semanario, hizo su debut profesional en el diario dirigido por Alberto Marrese con quien aprendió los gajes del oficio y de quien guarda los mejores recuerdos. Una rica etapa de su vida en la que hizo grandes amistades llegando a trabajar, como colega, del legendario Alberto Haylli quien por entonces lo hacía para el diario La Verdad.

“Recuerdo que ni bien ingresé al diario me dio una gran mano Osvaldo Danunzio, que era el fotógrafo oficial y prácticamente me hice con él. Fue un gran compañero y una barbaridad de persona. También estaban Celso Risolo y su hijo, Tato. En ese momento para La Verdad sacaba fotos Alberto Hailly y para Democracia el Negro Zara. El día que vino a cantar la ‘Tetamanti’ (Lía Crucet), que en ese momento era furor, nos mandaron con Horacio Frezotti a cubrir el show. Me acuerdo que Alberto (Marrese) me dijo ‘traé la foto porque esta semana tenemos que agotar’. Cuando nos encontramos con ella y le contamos lo que necesitábamos, se desnudó en frente nuestro y dijo ‘sacá todas las que quieras’ (risas). Ese número lo censuraron antes de que saliera a la calle. Imaginate es ese momento lo que provocó esa tapa. Tuvieron que volver a imprimir la tapa otra vez con la faja de censura sobre la foto. Eso fue alrededor del 82’. Historias como esas, hay miles. En otra oportunidad vino a actuar el Puma Rodríguez al cine San Carlos. Ella (aludiendo a Silvia, su mujer) estaba haciendo sociales y yo fotos para el diario. Fuimos a cubrir el espectáculo y cuando bajamos a saludarlo se le ocurrió decirle si tenía idea lo que daría la gente que estaba en la sala por tener una foto con él. Ahí nomás le contestó ‘qué problema hay, decile al director del cine que los haga pasar de a dos y me saco una foto con todos’. Alrededor de doscientas personas se terminaron llevando una foto con él. No lo podíamos creer, te imaginás que vivíamos de la fotografía. Otra que pasaba siempre era cuando íbamos a cubrir fútbol y rogábamos que saliera la pelota en algún lugar de la foto, y si era entrando al arco, mucho mejor. Sacabas la foto, revelabas y recién ahí podías ver lo que habías fotografiado. Ahora es todo mucho más fácil y casi no hay margen de error. La fotografía digital fue una revolución para la fotografía. Imaginate que nosotros hacíamos el blanco y negro, le dábamos el tono y el contraste. Era más artístico todo. Lo manejábamos nosotros en el laboratorio. Cuando estaba dejando mi trabajo en el diario, a mediados de los 80’s, pensé en abrir un laboratorio de revelado y dedicarme a eso. El director, que era un visionario, me dijo ‘ni se te ocurra invertir dinero en esa empresa porque se viene la fotografía digital’ y nosotros ni sabíamos lo que era eso. Lo que lamento es no haber podido conservar mi material, quedó todo en el diario y la mayoría se perdió”.

PAPARAZZI INFRAGANTI

En 1982 inició su noviazgo con Silvia Romero quien se convertiría, tiempo después, en su mujer y en la madre de su hija, Ivana. Al igual que él, una apasionada de la fotografía que también despuntó su hobbie trabajando en medios locales durante años y de quien se volvió inseparable.

“Era habitual que el diario te mandara a sacarle fotos a los presos. Preso que entraba a Tribunales era foto de tapa, esa era una política. Un día me dijo Alberto: ‘tenés que ir a sacarle fotos a unos presos que traen de Chacabuco’. Se me hizo tarde y caí justo cuando los presos entraban esposados aunque no llegué a hacer las fotos. Así que me quedé un rato esperando y cuando salieron hice lo de siempre, me les puse adelante y empecé a gatillar mientras los tipos caminaban delante de mí. En la seguidilla de fotos empecé a ver las manos de los presos cada vez más cerca. Habían salido bajo fianza y me empezaron a correr por un lado los presos y por otro los familiares en un Peugeot 403. Deben haber sido no menos de ocho o diez cuadras con los tipos corriéndome por la ciudad. Terminé la odisea escondiéndome en el cantero de una casa debajo de una planta. Me querían matar, de hecho me fueron a buscar al diario y terminaron pidiendo el rollo con las fotos. Nunca se las dieron, de hecho salieron igual. Y otra vez que la pasé mal fue con el caso del senador Peira. Me había dicho Alberto que lo siguiera por toda la Rural y que le sacara en cada movimiento que hiciera porque teníamos que hacer fotos de la dieta del senador. Así que fue instalarme y seguirlo por donde se moviera. Me dieron un teleobjetivo de 200 mm que tendría unos treinta metros de alcance y lo seguí todo el día haciéndole fotos mientras comía. Al día siguiente lo sacó en tapa con el título ‘la dieta del senador’ y en las imágenes aparecía comiendo todo lo que le iban ofreciendo en los puestos, se armó un quilombo. Me quería matar, estaba enloquecido”.

EL HEREDERO

Nunca logró alejarse de la fotografía de manera definitiva, aunque la necesidad de nuevos aires lo llevó por otros caminos. En 2009 inauguró Junín Plac’s, un emprendimiento familiar al que se encuentra abocado desde entonces junto a su compañera de la toda vida. Sin embargo, desde hace unos meses, inició su segunda etapa como reportero gráfico en el medio en el que se hizo profesional: Semanario. Eso sí, ya no tiene la presión de hacer la foto de tapa.

“Mi nieto se llama Federico, tiene 14 años y es quien heredó todos mis equipos. O mejor dicho, los que me quedaron después que nos entraron a robar a casa. Es el hijo de Ivana, nuestra hija. Lleva la fotografía en la sangre igual que yo. Todo lo que tengo queda para él. Le encanta sacar fotos pero no aún no sabe si va a seguir mi camino. La idea es que aprenda y que siga hasta donde quiera. Además tiene la viveza que hace falta para ser reportero gráfico. No es fácil la calle y él es bastante caradura. Se mete donde sea y consigue la foto. No sé si va a ser fotógrafo pero sé que le gusta mucho. Yo empecé de muy chiquito en esto y no tuve ni tiempo de pensarlo demasiado. Cuando quise acordar me encontré sacando fotos para un diario. Él lleva mi escuela”.

(*) En las imágenes (históricas) que acompañan esta nota se lo puede ver a Luis Cerpa junto a Carlos Menem y Eduardo Duhalde, Flor de la V y Cris Miró, Ricky Martin, José Marrone, Emilio Disi y Los Pimpinella.

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