lunes 29 de abril de 2024

LOCALES | 22 may 2018

SemanAgro

Leche y carne: más globos amarillos

A pesar de algunas tímidas referencias a la ganadería y el tambo, hacen falta verdaderas políticas agropecuarias con previsibilidad a futuro para poder cambiar el modelo de sojización.


Por: Semanario

Algunos productores se entusiasman con la posibilidad de volver a planteos ganaderos ya sean para carne o leche, pero la verdad pareciera que se trata de simples “pensamientos en voz alta”, que a la hora de bajarlos a la realidad se pegan de lleno con la falta de escenarios aptos para ello.

Y más allá de que en Junín pasemos por una jornada del Instituto de Promoción de Carne Vacuna (IPCVA) y una charla sobre lechería, lo cierto es que una golondrina no podrá hacer verano.

Por más que en nuestras recorridas ruteras veamos más animales pastando en los campos, nada parece indicar que se llevará a cabo algún programa o política acorde para que esa inversión tenga alguna previsibilidad.

Si nos metemos por los caminos rurales veremos “en vivo”, no sólo el “desastre vial” sino el abandono rural, con innumerables taperas, alambres caídos, tranqueras derruidas, aguadas rotas, molinos desvencijados.

¿Quién podría invertir en infraestructura destinada a ganadería, sin un gobierno que muestre un plan y un acompañamiento, más allá de estar conformado por técnicos capaces, innovadores y por cierto respetados en sus decisiones?

LECHE CORTADA

En tanto y respecto a la lechería, desde la instauración de Cambiemos en el gobierno, la gestión de la subsecretaría del área no ha hecho más que beneficiar a los grandes grupos y usinas en desmedro del tambero chico y mediano, acelerando la desaparición y con ello profundizando la exclusión de la ruralidad.

Los “espejitos de colores” que trajo la nueva administración nacional los hemos remarcado en numerosas ocasiones a través de estas páginas y lamentablemente en numerosas ocasiones las aseveraciones se vieron cumplidas.

Creer que se puede tener un horizonte sin un programa sustentado por políticas agropecuarias claras es como esperar que Papa Noel ingrese por el caño de la salamandra cada madrugada del 25 de diciembre.

Sólo cabe mirar el desenvolvimiento del nuevo ministro de Agroindustria, Miguel Etchevehere, ubicado ahora en la vereda de enfrente de la gremial agropecuaria, desmantelando el aparato que desde el otro lado decía defender. Arribado al cargo por su amistad con el Presidente de la Nación, pero tan falto de ideas agrarias como aquel.

Como si fuera poco, la sangría antiproductiva para el sector agropecuario aparece cada vez que se exporta carne vacuna, de oveja, de cordero, pescado, frutas verduras, hortalizas e innumerables productos que, por contraprestaciones políticas del mundo globalizado, nos “encajan” otros vivillos del mundo comercial, que a diferencia de nosotros intentan salvar a sus agricultores.

Y entonces, adivinen qué nos queda… Pues sí, la soja (y un poco de maíz). El monólogo del cultivo promovido por “otro” grupo de vivillos que a través de buen marketing publicitario, técnicos aburridos y periodistas replicadores, han logrado hacer creer al productor, chico, mediano y grande que es la mejor (y más sana) alternativa e incluso dándoles un plus para que no regresen al campo ni a los pueblos, y que se queden en la ciudad a mirar TV.

MIRADA LECHERA

Y como esto viene desde hace como 20 años, nos ponemos a llorar sobre la leche derramada (o no producida) y muchos añoran el tambo y el pueblo y el campo y los boliches donde se podía jugar a las cartas y tomarse un vino o una ginebra entre amigos.

Y creemos erróneamente que resultaría sencillo volver a las fuentes, pero quienes saben de tambos reculan de sólo pensarlo.

¿Cuál es el verdadero componente de un litro de leche tranqueras adentro?

Está dado -en principio- por un plantel de animales de excelente genética, necesarios para dar más litros por hectárea y hacer redituable el negocio. Esos litros de más también se logran en base a una buena alimentación y mejor sanidad, quiere decir que hay inversión en pasturas, granos, profesional veterinario y los insumos respectivos. También se requiere de buenas instalaciones para poder obtener una calidad tal como la exigen las industrias lácteas y personal profesionalizado en el manejo de los animales y el respectivo ordeñe.

¿Qué siente el tambero cuando ve el precio que se cobra al público y la comparación por lo que él recibe?

Siente un profundo desprecio por su tarea y la sospecha de que en algún punto de la cadena alguien se está quedando con su esfuerzo e inversión o al menos se está abusando no sólo de él como productor sino también del consumidor, quien en muchos casos necesita llevar esa leche a su mesa irremediablemente.

“Esa te la debo” diría Mauricio Macri si alguien le explicara claramente la situación lechera. Si alguien alcanzara a hacerle entender esa situación de impotencia del tambero y que no es desmérito sólo de la actual gestión de gobierno. La responsabilidad de la situación también se comparte con una industria procesadora poco competitiva que ha hecho pagar su obsolescencia al productor primario mientras que por otra parte le otorga privilegios al sector comercializador (supermercadista) a través de una posición negociadora timorata.

Esto, lamentablemente, cuenta tanto para las sociedades anónimas como para las cooperativas, algunas de éstas de renombre y que no han tenido la suficiente capacidad de proteger a los mismos productores que le dieron vida.

El fracaso de tantas cooperativas lecheras o las crisis que atraviesan hoy en día muchas de ellas es un capítulo aparte que sin lugar aporta y mucho a la crítica situación actual en la producción de leche en nuestro país, con un productor en jaque, vapuleado por propios y extraños y al mismo tiempo tentado por el “yuyo maldito” que resulta resistente a todo, menos a la sojización.

Tras un tambo que cierra, algunos de sus animales van a parar a otro, esto ha sido parte de la concentración tan anunciada, pero poco debatida para determinar sus consecuencias y que por esta falta de políticas claras de hoy y de ayer, se terminan beneficiando los grandes, esos que saben hacerse “amigos” del poder.

La posibilidad de sojización ha sido el elemento necesario para que los productores dejaran de lado los tambos más allá del amor que le profesaran y que venía de generación en generación.

Los desmanejos cooperativistas, el abuso de las usinas, las trabas a la exportación y el aumento a las retenciones (impuesto por Roberto Lavagna), hicieron que el amor por el tambo terminara en una decepción y los hiciera cambiar el rumbo a los tamberos, virando hacia la agricultura, con el objetivo de alcanzar una mejor rentabilidad aunque con el dolor de tener que abandonar una actividad que era, además, legado de antepasados y tradición familiar.

En resumen, los tambos cerrados no importan más que para darse cuenta de que el sujeto agrario, el productor chico y mediano y el tambero de pueblo, están desapareciendo a paso firme y con ellos las comunidades rurales en general.

Tal vez entonces nos pase como con el ferrocarril y un día al levantarnos nos demos cuenta que aquel entorno en el cual estábamos inmersos ya no existe y que con él nos han llevado nuestra propia vida y sólo somos fantasmas de un pasado floreciente, un presente engañoso y un futuro inexistente.

 

 

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