CULTURA | 3 jul 2018
UN GRANDE DE LA LITERATURA UNIVERSAL
¿Cómo puede usted pasar y no leer a William Faulkner?
En sus obras se destacan el drama psicológico y la profundidad emocional, utilizando para ello una larga y serpenteada prosa, además de un léxico meticuloso.
Por: ISMAEL CANAPARO
William Cuthbert Faulkner (25 de setiembre de 1897/6 de julio de 1962) fue un escritor de narrativa y poesía estadounidense, además de periodista. Es considerado el único probable modernista estadounidense de la década de 1930, y gracias a la profundidad y a la riqueza léxica de su prosa el mundo académico le asignó la justa denominación de “narrador de narradores”.
Fue recordado como rival estilístico de Ernest Hemingway (sus largas frases contrastaban con las frases cortas de Hemingway) y valorado como uno de los principales modernistas estadounidenses de los años 30, siguiendo la tradición experimental de escritores europeos como James Joyce, Virginia Woolf, Marcel Proust y Franz Kafka y conocido por su uso de técnicas literarias innovadoras, como el monólogo interior, la inclusión de múltiples narradores o puntos de vista y los saltos en el tiempo dentro de la narración.
El mundo académico sostiene que ejerció una extraordinaria influencia en la generación de escritores hispanoamericanos de la segunda mitad del siglo veinte. García Márquez en su “Vivir para contarla” y Vargas Llosa en “El pez en el agua”, admiten su influencia en la narrativa.
Su primera novela “La paga de los soldados” fue publicada en 1926. Posteriormente, en un viaje por Europa conocería al famoso autor James Joyce, del que sentía profunda admiración. Su obra “El ruido y la furia” (1929) marcaría un antes y un después en su literatura. Desde entonces es considerado un maestro de la narrativa. Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1949 y dos Pulitzer, uno en 1955 y otro póstumo en 1963 por las obras “Una fábula” y “Los rateros”, respectivamente.
El periodista Gregorio Belinchón realizó un interesante aporte en el diario “El País” de España, respecto a la incursión de Faulkner en el cine, donde escribió seis guiones, cinco de ellos para Howard Hawks: “Para el común de los españoles, William Faulkner es ese escritor al que fusilaba el intelectual argentino en “Amanece que no es poco” y que por tanto era recriminado por el guardia civil en el cuartelillo: “Le gustan a usted las extravagancias […]. Pero esto.... Ahora vienen estos amigos a contarme que usted ha plagiado Luz de agosto, de Faulkner. Hombre, Faulkner, William Faulkner. ¿Es que no sabe que en este pueblo es verdadera devoción lo que hay por William Faulkner?”. A él esta referencia le daría bastante igual. Su visión del mundo del cine fue dolorosa, aburrida y, finalmente, acabó hastiado. Faulkner intentó usar al cine como su teta alimenticia (no lograba muchos ingresos como escritor), pero el cine le devoró a él durante los años treinta y cuarenta. Y desde luego, siempre porfió contra su maquinaria. Es legendaria la leyenda -y como leyenda hay que tomarla- sobre el encuentro del escritor con un ejecutivo de la 20th Century Fox. Paseaba el escritor por los alrededores del edificio de los guionistas en el campus de la major cuando el directivo se cruzó en su camino y le preguntó qué hacía. Nada. ¿No tiene ideas? “Sí”, respondió el escritor, “pero las escribiría mejor en mi casa que en el edificio de los guionistas”. Al ejecutivo le pareció bien, y le permitió irse… sin sospechar que Faulkner no se refería a su casa en Hollywood, sino a su hogar en Oxford (Misisipi).
El premio Nobel nunca se adaptó. “Yo soy un granjero que cuenta historias”, se defendía. Nunca logró que su talento brillara. Pero firmó seis libretos, cinco de ellos para un genio, Howard Hawks (El sueño eterno, Tener y no tener, Tierra de faraones, El camino de la gloria y Vivimos hoy), y metió mano en un puñado más, en algunos de los trabajos de Raoul Walsh o John Ford. Además en Hollywood hizo dos buenos amigos, dos grandes bebedores como él: Humphrey Bogart y el ya mencionado Howard Hawks, un par de almas gemelas muy cercanas a sus gustos, y muy alejadas del oropel del cine. Como muestra de lo que le resbalaba ese ambiente, del centenar de cuentos de Faulkner solo uno, Tierra dorada, se desarrolla en la meca del celuloide.
En injusta correspondencia, ninguna de las adaptaciones de las obras de Faulkner está a la altura del autor. Tal vez Martin Ritt fue el que más se acercó con El largo y cálido verano (1958), aunque no estuviera muy brillante en El sonido y la furia (1959). En la pantalla, nunca hemos podido vivir a gusto en el condado de Yoknapatawpha, y para las nuevas generaciones, Faulkner es ese personaje secundario rebautizado como W. P. Mayhew en Barton Fink”.
En un homenaje a la mirada poliédrica de Faulkner (premio Nobel de 1950), cuatro escritores se adentran en sus predios para tratar de descifrar la riqueza de su universo en expansión que se presta a tantas interpretaciones: Más allá del mal emponzoñado que se percibe en las narraciones de Faulkner, para Ana María Matute es el mejor escritor que ha sabido imbricar una atmósfera especial con los odios y amores familiares, sentimientos anudados cuyo influjo contamina todo a su alrededor. “Describe como nadie el lado oscuro del ser humano, lo turbio e inquietante que puede haber en él”, arrostrado con un lenguaje “inconfundible por su fuerza y con un torrente que parece que no se acaba nunca”. Para Matute, el escritor ejerce una especie de embrujo sobre el lector al saber mezclar el misterio y la realidad sin llegar a ser fantástico, incluso con las acciones en apariencia vulgares pero que va desvelando poco a poco. Una de sus obras preferidas es “Luz de agosto”.
La comunión del entorno con los personajes y los hechos acaecidos, sospechados y futuros crean, para Ana María Moix, un personaje esencial e irrepetible: la atmósfera. Todo, dice, tan aparentemente suelto en un ambiente donde el clima y el tiempo parecen complementar los sucesos. “Aunque nada tan medido como sus relatos con una trama argumental realzada por la fuerza de la prosa que se desborda. Es la fuerza del estilo sobre el argumento que lo controla todo para crear un ambiente y una atmósfera donde todo fluye y encaja”. Y se aprecia en “Luz de agosto”, que es, para Moix, una de las novelas que más le gusta.
El sino de los personajes de Faulkner se siente y se vive, desvalidos, solitarios, criminales, inocentes, marginales, corruptos… Para entenderlos, Marcos Giralt Torrente sugiere imaginar por un momento que Dios existe y que conoce el desino de todas sus criaturas. Los personajes de Faulkner, dice el escritor, están predestinados de la misma manera: “su pasado o el grupo social al que pertenecen dictan su futuro, pero, como la mayoría ni siquiera es conscientes de ello, la aparente pasividad con que lo aceptan no es elegida, sino apenas una huida hacia adelante (una huida solo de vida) que resulta especialmente fértil a la hora de poner en un primer plano las aristas de la condición humana”. Dos de sus novelas preferidas son “El ruido y la furia” y “Mientras agonizo”.
Una criatura clave en este mundo literario es la mujer por todo lo que la envuelve en lo terrenal e imaginario. Luis Landero dice que la mujer joven en Faulkner es casi siempre el desencadenante de un proceso trágico. “Es la hembra que, sin quererlo, sin ánimo de seducción, atrae mortalmente al macho y lo somete a las leyes ciegas de la naturaleza. Ella es la depositaria del honor y la encargada de velar por la perpetuación de la especie”. Para Landero, el poder de ella es tan inocente y primario como inmenso y fatal. Por eso, “el hombre, el macho, intentará en vano huir de ella, pero acabará sucumbiendo a su implacable canto de sirena. El hombre, que aspiraba a la pureza o a la libertad, jamás le perdonará la esclavitud a que lo ha sometido la hembra con la fatalidad de sus encantos. La castigará o la despreciará por ello”. En cambio, añade, la mujer mayor, ya no fértil, “suele desempeñar el humilde papel de moderar, y sufrir, las fantasías épicas de los hombres”. Y “Luz de agosto” es, otra vez, nombrada como la novela favorita, seguida de “Mientras agonizo”.
Otros escritores también dijeron lo suyo: “Faulkner gusta de exponer la novela a través de los personajes. El método no es absolutamente original -El anillo y el libro de Robert Browning (1868) detalla el mismo crimen diez veces, a través de diez bocas y de diez almas-, pero Faulkner le infunde una intensidad que es casi intolerable. Una infinita descomposición, una infinita y negra carnalidad hay en este libro de Faulkner. El teatro es el estado de Mississippi: los héroes, hombres desintegrados por la envidia, por el alcohol, por la soledad, por las erosiones del odio. “¡Absalón, Absalón!” es equiparable a “El sonido y la furia”. No sé de un elogio mayor”. (Jorge Luis Borges).
“Pero, probablemente, la deuda mayor que contraje al escribirla fue con William Faulkner, en cuyos libros descubrí las hechicerías de la forma en la ficción, la sinfonía de puntos de vista, ambigüedades, matices, tonalidades y perspectivas de que una astuta construcción y un estilo cuidado podían dotar a una historia”. (Mario Vargas Llosa, introducción de “La Casa Verde”).
“Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: “Me niego a admitir el fin del hombre”. No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”. (Gabriel García Márquez).
“No puede discutirse, no puede preguntarse. Lejos, muy adelante de todos nosotros, está Faulkner. Yo dejaría gustoso de escribir si me dieran, en cambio, la tarea de administrarlo, de decirle basta y ser obedecido. Porque Faulkner no es perfecto, precisamente por eso. Por continuar trabajando cuando está cansado y borracho, cuando el mundo ha desaparecido y ya no puede saberse si la noche se mantiene protectora – para él– o la mañana llegó para todos los hombres, para el trabajo inquerido, para las preocupaciones no buscadas. Pero si yo pudiera dirigirlo…”. (Ernest Hemingway, durante una entrevista).
“Mientras agonizo”, un libro fantástico
En mi caso, cuando hace varios años empecé a frecuentar a Faulkner, no pude parar hasta recorrer toda su obra. Y en eso estoy. Un hermoso camino al que le faltan varios kilómetros. Ahora acabo de terminar “Mientras agonizo”, un libro publicado en 1930, que ya lleva una docena de ediciones. En la referida publicación (una obra menos monumental que “El ruido y la furia” o “¡Absalón, Absalón!”, por ejemplo) hay algo de eso: personajes vulgares en casi cualquier sentido del término, enfrentados a unas circunstancias adversas, y que se sobreponen a ellas definiéndose al mismo tiempo a sí mismos (y no siempre para bien). El argumento es simple: cuando muere Addie Bundren, mujer de Anse Bundren y madre de Cash, Darl, Jewel, Dewey Dell y Vardaman, estos emprenden un viaje imprudente en medio de la tormenta para cumplir su voluntad de ser enterrada en Jefferson, junto a sus parientes. El mundo creado por Faulkner es un trasunto imaginario de su tierra natal, un espectáculo sorprendente, rico y variado de hechos y dramas casi siempre directa o indirectamente motivados por el recuerdo y las secuelas de la Guerra Civil. Profundo conocedor de la historia de su país, ilustra y describe en este trabajo la decadencia del sur tradicional.
Sin embargo, en Faulkner no vale con contar el argumento para hacerse una idea. En él, la técnica es tan importante como el objeto sobre el que se aplica. En este caso, la novela está narrada desde diversos puntos de vista alternantes (hasta 15 narradores distintos en los 59 fragmentos en que se divide el texto) que muestran, a través de monólogos interiores, la personalidad y las preocupaciones de cada personaje (Anse es egoísta y materialista; Cash es pragmático; Darl, sensible y soñador; Jewel, impulsivo y agresivo; Dewey Dell, ingenua en su desesperación...). También Addie Bundren, la fallecida, muestra en un fragmento abrumador la tragedia de su vida: casarse con un hombre al que no quería y darle hijos que no deseaba.