viernes 19 de abril de 2024

LOCALES | 12 jun 2017

Un rápido volver a vivir de Junín

La ciudad en la mira…

Los políticos y funcionarios deberían repensar la geografía de Junín, con sus necesidades modernas y un criterio más innovador. Barajar y dar de nuevo en dos temas urgentes: el tránsito y el transporte urbano de pasajeros.


Por: Ismael Canaparo

Juntar varios fotógrafos talentosos con la consigna de mostrar todo lo que es Junín, siempre pareció un trabajo complicado, que más tuvo que ver con la identificación sentimental de cada uno de esos profesionales que con la tarea en sí. Sin embargo, el recordado Alberto Haylli supo graficar como ninguno todos los espacios de su ciudad adoptiva. Lo hizo durante varias décadas, en las que pasaron distintas generaciones. Un trabajo impecable de fotoperiodismo, en el marco de búsquedas expresivas. Fue todo un enamorado de esa magia que surge de un papel mojado en la intimidad sagrada del laboratorio, de esos fragmentos de realidades tan potentes como el miedo vital de los cazadores de luz (“¿habrá imprimido?”), del instante de felicidad suprema que le diera la prueba de que ese momento existió.

Hay de todo en el inventario de El Gordo: estatuas de las diferentes plazas, el sabor del hierro de los talleres ferroviarios, los alaridos de las máquinas a vapor, vistas aéreas, el Parque Borchex con los tintineos de Pancho Melatini, la trayectoria de Eusebio Marcilla, la inmortalización de los goles del Coco Pelli, las travesuras de Taqueta, las delicias del Pelado Pérez, un bar perdido en el corazón del barrio Las Morochas, el descampado donde hoy se asienta la Plaza de los Niños, lugar de los circos y de los partidos barrio contra barrio, las lluvias, el empedrado, el inolvidable Parque San Martín que la piqueta cercenó para siempre, el ajetreo cotidiano de Sáenz Peña mimetizado con los carteles publicitarios, maniquíes, rostros, mármoles de cementerios, la Casa Conde, y tantas delicias más, las chiquitas y las grandes. La suya resultó una batalla contra el olvido, una lucha entre la naturaleza y la cultura, y sus comuniones azarosas.

La ciudad como tal, que nació el 2 de enero de 1906 (fecha que pasó inadvertida al cumplirse 110 años de la ley declaratoria), tuvo grandes controversias en el siglo XIX, especialmente con sus líneas de fronteras, los primeros dueños de las tierras, los adelantados y el Fuerte de la Federación. La explosión del crecimiento urbano no se hizo esperar, movilizando todos los discursos, contestatarios o elogiosos. Alimentó todos los sueños y pesadillas. Utopías, entusiasmos y prejuicios acompañaron la urbanización que reorganizó los centros de poder, de las jerarquías sociales, de las maneras de hablar, de las relaciones entre grupos.

Y un hombre tan de ese tiempo como Domingo Faustino Sarmiento no podía estar alejado de esos problemas. Su mirada sobre Junín tuvo un sueño: desarrollar el turismo y la producción agrícola en la laguna Mar Chiquita. Según cuenta la colega Martha Salas, “Sarmiento llegó a Junín con 73 años, aún saludables, y abrigaba proyectos e ilusiones de establecerse en el pueblo de Junín, distante a 260 kilómetros de la Capital. Tan firmes eran sus intenciones que llegó a solicitar un nombramiento de Juez de Paz, en 1884. Se extasió con la belleza de la laguna Mar Chiquita, la de Gómez y la de El Carpincho, en la cuenca del Salado, con el fantástico espectáculo de ver miles de aves como patos, cisnes, flamencos y pájaros flotando en la bruma de las aguas. Entusiasmado por la belleza del paisaje, Sarmiento, como hombre de acción, decidió explorar las lagunas, sus profundidades y su riqueza universal. En la estancia de los hermanos Muñiz, hijos del naturalista Francisco Javier Muñiz, se reunió con varios hombres de ciencias e iniciaron un proyecto que significaba aplicar al uso y recreo del hombre la superficie y profundidad de dichas aguas y las cadenas tributarias, que se unirían al Salado, y que atravesaba ya el ferrocarril de Buenos Aires al Pacífico. Sarmiento, con su mente creadora, vio en Mar Chiquita una estación balnearia y veraniega para millones de familias. La laguna tendría un puerto de embarque fluvial llamado Puerto Muñiz, y lanchas que la recorrerían. Se solicitó al municipio la prohibición de cazar aves en un radio de diez cuadras que sería el ejido lacustre de aves. También en nota al gobernador Carlos D'Amico, indicó que se proponía crear una escuela Normal que fuera también quinta agronómica. La propagación de árboles y la educación de niños huérfanos en tareas rurales eran su objetivo. El proyecto era muy ambicioso y hablaba de navegación, natación, ejercicios gimnásticos, paseos en coche y a caballo, etc. Se necesitaban árboles para dar vida a la monotonía de La Pampa. La propuesta también se refería a la lechería. Para ello, Manuel Guerrico le aseguró "cien vacas finas lecheras", una familia alemana le envió quesos y mantequilla que se harían con el rótulo de "Quesos y Mantequilla Junín". Todo parecía ir viento en popa hasta que se le advirtió a Sarmiento que la demanda no sería suficiente para evitar una ruina económica. La firma Unzué y Luro ya había fracasado en el mismo intento lechero. El prócer, desde Buenos Aires, desistió del proyecto muy dolido. Ya le habían llegado semillas de Tucumán, árboles de la Quinta Normal de Chile y más de 70 variedades pedidas a Filadelfia, Estados Unidos. En carta a Muñiz, Sarmiento dijo que el proyecto fue el acta de nacimiento y de defunción de un niño que no alcanzó a respirar una hora”.

Pero mucho antes de llegar a Junín, Sarmiento volcó ideas sobre lo urbano para Buenos Aires. Precisamente, una de las cuestiones centrales del siglo XIX fue la identidad de las ciudades. La capital no fue la excepción y tuvo en él, uno de los intelectuales más sobresalientes de esos cien años, los primeros intentos de modernismos, que luego se expresarían en acciones urbanas.

Alberto Haylli tuvo muchísimas miradas sobre Junín, partiendo de los retratos simples hasta los vericuetos más solemnes de la geografía urbana. A partir de su ojo ejecutor, desfilaron cientos, miles de testimonios de la ciudad que tanto amaba, pese a haber nacido en el pequeño pueblo cordobés de Buchardo, departamento de General Roca. Tenía varias “debilidades”, además del placer de compartir un café con amigos, como un rito diario. Por ejemplo, su cercanía con Marcilla lo llevó al seguimiento permanente del amigo y del ídolo, a través de todo el país. Pero no sólo eso. También se había comprometido con el crecimiento edilicio de su pueblo, mostrando calles, construcciones, el empuje de emprendimientos o la suma de territorios donde algo tuvo lugar. Para El Gordo, ese “algo” significaba instruir, informar, discutir. En una palabra, “callejear” a lo grande, como un elemento civilizador.

La historia juninense no es sólo una mera recopilación de biografías. Es también un variado conjunto de trabajos, textos y trayectorias que enriquecen las meras sombras o las borrosas siluetas que todo recuerdo abarca. El toque clásico de Haylli, su simpática personalidad, sus enfoques urbanos y callejeros, la evolución de su tarea documental y toda la escenografía que fabricó con su cámara, merece situarlo como uno de los grandes intelectuales de la escena artesanal. Entre otro de sus méritos, figura un tránsito impecable en el cine doméstico, trasladando la fotografía tradicional a una imagen viviente. En esa franja, inédita en aquel momento de Junín, supo plasmar historias, recorrer crónicas sociales y deportivas, presentar tintes turísticos, siempre vinculada a su ciudad tan querida.

“La ciudad es un poco como el agua que se echa desde una jarra: tiende a ir hacia los huecos”, señaló alguna vez el arquitecto José María Peña, con el objeto de señalar la expansión de un pueblo. Junín, en su conjunto, tiene necesidades básicas insatisfechas, en cuanto a obras importantes que “no se ven”, como agua, cloacas, gas, electricidad y otras que definen un perfil, tales como el tránsito y el transporte urbano, sin entrar en la escasez de trabajo y la inseguridad, aspectos de gran complejidad. Alguna vez desde la comuna se contrató a un experto nacional en tránsito urbano, quien fue lapidario para la solución del problema: aconsejó mano única en todas las calles juninenses. Ese dictamen “no vinculante” nunca se aplicó. En cuanto al transporte de pasajeros, suele circular una excusa complaciente, que dice: “La gente tardará tres o cuatro años en acostumbrarse”, en una clara subestimación a esa gente, que no es tonta. Si el medio le sirve, se volcará a él de inmediato.

La incorporación de la empresa Coppel al mercado comercial local, ubicada en las ex instalaciones del que fuera Banco de Junín, prometió revitalizar una zona histórica del centro, reactivando el uso público de sus calles. ¿Nace un nuevo centro, después de Sáenz Peña y Rivadavia? Arias ya tuvo un gran esplendor en décadas pasadas, con sus tiendas, sus cafés, casa de música, el cine San Carlos, la Pizzería Ribas. Fueron tres calles, desde Quintana a Sáenz Peña, de intenso movimiento económico, social y cultural. Bienvenida estas acciones inmediatas, cuyo fin es generar el rejuvenecimiento instantáneo de un sector céntrico olvidado. El “nuevo centro” tendrá obligaciones, claro. Como remodelar las fachadas de los edificios, adecuar la iluminación, las veredas, los árboles, el diseño de la publicidad y otros elementos del equipamiento urbano.

Nadie como él merece una calle que lo recuerde

Alguna vez me referí a Alberto Haylli como un “fabricante de imágenes “, dentro de un Junín que nadie fotografió mejor. El Gordo fue, acaso sin proponérselo, un verdadero artista. Sus testimonios familiares, deportivas, urbanas y callejeras marcaron un verdadero hito, acercándolo a la cultura popular de toda una ciudad.

Sin apelar a precisiones estadísticas, odiosas y casi siempre irreales, se podría decir que la singular y meticulosa trayectoria de Alberto Haylli es difícil de igualar. Y no porque en el género fotográfico juninense no haya existido una verdadera renovación luego de su última gran expansión en la década del noventa. La tuvo, sí, pero en una dimensión distinta, a raíz de las digitalización y otras lindezas, apareadas con la explosión de internet. Sin embargo, la tarea artesanal que desarrolló contó con varios condimentos, hoy prácticamente inhallables: fluidez en la resolución, coloquialismo, mirada cercana sobre lo cotidiano y olfato inalterable para elegir situaciones.

No fue un pionero en la fotografía local. Sin embargo, consiguió transformarse por muchos años en un verdadero intérprete de la más acabada expresión técnica. Reprodujo, como pocos, la realidad tal como la veía, casi sin parangón. Cambió la técnica por el arte, casi sin darse cuenta y sin importarle demasiado.

Pese al lacerante paso del tiempo, con su avasallante juego de verdades y fugas, sin embargo nos permite reconstruir, quizá desordenadamente, la vigencia que tuvo este fantástico buchardense, en épocas donde la tecnología y la alta complejidad eran inexistentes. Había que apelar a las picardías artesanales, haciéndole un guiño a la técnica y escapando por el lateral de la intuición y la certeza. En eso, Haylli resultó todo un innovador, influenciado por muchos rasgos espirituales: le interesó el deporte; vivió intensamente toda la campaña de Eusebio Marcilla; se preocupó por captar como nadie la geografía urbana de su querido Junín, sin desdeñar la llanura de los campos y los pueblos del distrito; hizo de la fotografía un rito familiar, porque él estaba en todos los sitios, sin importarle la condición social, tal vez como un duende travieso; inauguró la visión área de la población, con notas de una calidad estupenda. Todo junto, todo a la vez.

El mejor homenaje a su recuerdo sería que su nombre quedará grabado en una de las tantas calles de su Junín tan querido… 

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