jueves 18 de abril de 2024

OPINIÓN | 24 sep 2018

MIRADA EXTREMA

La clase obrera no va al paraíso


Escribe Andrés Rissolo, especial para Semanario 

“La clase obrera no hará la revolución. Los militares ya no asechan a los gobiernos democráticos. Los burócratas socialistas están desactualizados. El estado omnipotente se quebró. La sabiduría del mercado ya no cree en nadie. No hay un actor universal de los cambios sino actores múltiples. Cada uno es, simultáneamente, varios sujetos sociales. Un obrero combativo puede ser también un violento racista. La democracia cada vez llega más lejos y, sin embargo, deja afuera millones de personas que viven en el desempleo y la marginalidad. Esos excluidos buscan respuestas que el sistema político no les da. Allí nace el peligro de los movimientos que pueden actuar en contra de la democracia”.

Ernesto Laclau  (1935-2014)  argentino, filosofo, teórico marxista, escritor pos marxista, profesor de la cátedra política en la Universidad de Essex, tuvo a su cargo un programa sobre Ideologías y Análisis del Discurso en el Tercer Mundo. Parte de su observación realizada en 1991 sucede en la Argentina del presente y su vaticinio anticipa la posibilidad de que los marginados sean la nueva fuerza contra la democracia.

Admirado por la ex presidente Cristina Fernández, Laclau tenía una residencia de más de 20 años en Gran Bretaña y analizó los vaticinios que Karl Marx había observado del capitalismo en el momento que expresaba que el cambio mundial llegaría de mano de los obreros y asestó la pregunta de cómo siendo los obreros agentes sociales siempre limitados y fragmentados podrían alcanzar la representación universal de la especie.

Desde esa época el profesor universitario consideró que “la clase obrera, como sector social, está desapareciendo en todos lados y por tal debía revisarse la noción sobre clase, ya que un obrero puede ser un activo militante de su causa en su lugar de trabajo, pero quizás, en su barrio, se convierta en un agresivo racista anti extranjero. Cada agente social es como varios sujetos sociales a la vez y no siempre todos tiran en una misma dirección.

El marxismo creía que el mundo se iba a simplificar y que, desaparecerían las clases medias y terminaría en una confrontación entre la burguesía y el proletariado - comentaba Laclau –hoy sabemos que la historia cambiará por la acción de diferentes actores sociales, aunque esto no de garantías de que el mundo progrese. Los actores sociales estarán representados por los intereses de las mujeres, minorías raciales, las minorías sexuales y los grupos medio ambientales que no van a estar sometidos a la orientación obligada de un solo sector”.

Ante semejante panorama se impuso la acuciante pregunta que más de uno se formuló, a saber: ¿qué sostiene al socialismo hoy si ya no está vinculado a la clase obrera?

El catedrático no vaciló en señalar que “el partido socialista puede concebirse como la regulación social en la vida económica pero ya no como una perspectiva de control total. La idea del Estado con un control absoluto ha fracasado, la idea de un mercado que se regule solo y el principio de vida se autoorganice también es una utopía. Hay intereses limitantes como la burocracia del Estado que genera corrupción y estancamiento”. 

Formulando la misma pregunta, pero para el sector opuesto en el espectro político, el politólogo aseveró que “ni los neoconservadores creían en Margaret Thatcher, la mayor intervencionista del Reino Unido. Sólo queda un capitalismo desorganizado, una etapa de fragmentación de los centros de poder y de una economía monopólica, donde los poderes parciales intentan coordinar acciones. Se están creando nuevas formas de orden y de control. A nivel internacional no hay en éste momento un centro único de poder, pero se da una internacionalización de los sindicalistas, las feministas, los ecologista. Eso actúa en contra de una concentración de poder”.

Otro de las cuestiones que concitó la atención periodística fue cuando el analista político se manifestó con respecto a las luchas de clases en el Tercer Mundo, en el período postmoderno, al cual calificó de “totalmente falsas. Nunca existieron aquí porque una de las cosas más difíciles de construir en esta parte del mundo es un “objetivo” en común, que es el caso cuando encontramos millones de personas marginadas que no ocupan ningún lugar preciso en las relaciones de producción.

La lucha de clases supone que hay actores relativamente unificados con una ubicación precisa dentro del tejido social a partir de la cual se desarrollan intereses y entran en confrontación. La dispersión del sujeto en varias posiciones sociales y la fragmentariedad de los actores sociales has sido siempre el caso, al menos en el Tercer Mundo. La alta desocupación, la organización de economía de subsistencia y otros fenómenos, no dan para hablar de una guerra de clases.  El problema es cómo  construir un interés para las masas marginales.

Y este es el problema por el cual no se termina de consolidar las democracias en América Latina. La alternancia en el poder y el desinterés de los vastos sectores marginales y pocos integrados por los partidos políticos. Mientras se analiza esta cuestión proliferan los grupos evangélicos en las capas populares y reemplazan incluso las militancias políticas de los más pobres.

El peligro es que esta entidad separada de los intereses políticos vaya en dirección opuesta al sistema político. Las comunidades religiosas han tenido los únicos discursos políticos que tuvo la gente cuando necesitaban construir para sus demandas una identidad política que el sistema no les ofrecía. Esto nos enfrenta a la dicotomización de los espacios sociales  y la construcción de las fronteras político – ideológicas. Esto puede derivar en hechos como islamismo fundamentalista,  el apartheid, los rastafarians.

Surgen generaciones muy fuertes de desarraigados, con creencias religiosas, que pasan a ser un grupo con lenguaje propio - explicó el universitario – con resistencia contra la policía, contra otros grupos; son la conducta opuesta a la racionalidad pura del mercado,  del aumento de la pobreza y del desempleo. Lo primero que se necesita en esta situación es algún orden y quien vaya a proveerlo es mucho más azaroso de los que se piensa. Es uno de los mayores riesgos para la democracia en las décadas que viene”.

Ante la defensa de la democracia y el fin de la utopía revolucionaria, Ernesto Laclau, concluyó que “la claudicación de la idea de la revolución mató el sueño jacobino de que la sociedad podía ser dominada a partir de un punto y ser reorganizada y racionalizada desde allí. Murió la ilusión moderna de que la sociedad sea racionalmente manejable, controlable. Con los discursos socialistas del siglo XIX se profundizó la revolución democrática, ahí se pedía la igual social. Hoy se pide por la igualdad económica. Los nuevos movimientos sociales penetran en la vida social, son una verdadera revolución. Ya nadie lo discute”. Ernesto Laclau. 1992. Universidad de Essex. Cátedra: Ideología y Análisis de Discurso.

Bueno… pero es argentino... no será para tanto.

 

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