miércoles 24 de abril de 2024

CULTURA | 3 nov 2018

SEMANARIO CULTURAL

Lo insondable y lo transparente

Una mirada sobre “Nostalgia de la luz”, un documental de Patricio Guzmán.


Por Isabel de Gracia, especial para Semanario

El fondo negro de la pantalla se cubre de un polvillo cósmico. O quizá es arena. O quizá no es la pantalla sino la bóveda del cielo. El ruido de unas estructuras que se mueven anuncia la presencia de los telescopios. Rieles, paneles corredizos, cúpulas giratorias, engranajes, poleas. Somos testigos de la apertura de una carcasa gigantesca. Si la inmensidad puede ser percibida a través del sonido, ésta seguramente es una manera.

Así comienza “Nostalgia de la luz”, el documental de Patricio Guzmán sobre la astronomía, la memoria y el desierto chileno.

"No hay nada, no hay insectos, no hay animales, no hay pájaros. Sin embargo está lleno de historia. Es una tierra castigada, impregnada de sal, donde los restos humanos se momifican y los objetos permanecen. El aire, transparente, delgado, nos permite leer en este gran libro abierto de la memoria, hoja por hoja".

Pero, a pesar de los deseos, el libro no se lee hoja por hoja. Ni siquiera está abierto. Justamente lo que el documental relata es la historia de una imposibilidad, la de transparentar el pasado.

En el minuto 28 aparece una de las escenas más crudas y a la vez más hermosas de la película: un cementerio en el medio del desierto. Son las tumbas de los mineros. Hay ataúdes rotos. Hay zapatos, ropa, pelo intacto, huesos. El viento que sopla y un cielo de un azul metálico.

En el desierto de Atacama, los campos de concentración de la dictadura se construyeron sobre las estructuras de minas abandonadas, y éstas, sobre las tumbas de indígenas o salitreros. Al pie de los observatorios conviven dibujos precolombinos tallados en las rocas junto con infinidad de volátiles partículas de huesos de fusilados y desaparecidos.

Hablando sobre museos y memoriales, Régine Robin (“La memoria saturada”, Waldhuter Editores), describe este fenómeno de yuxtaposición como una "puesta en presencia de la historia de los estratos memoriales del lugar", necesaria para construir "una memoria crítica que tome conciencia de la relación de fragilidad que las sociedades mantienen con su pasado".

Esta memoria "no temería la indeterminación, la ambigüedad, la aporía, el espacio dialógico abierto a las significaciones memoriales, inclusive las formas que predican la ausencia de sentido y la opacidad absoluta del acontecimiento". Sería una memoria que renuncia "al fantasma de la transparencia y la autenticidad, al fetichismo de las reliquias, permitiendo la anamnesis".

Sin embargo, parece difícil huir de ese fetichismo cuando el relato nos muestra la imagen hipnótica de los objetos encontrados en la pampa desierta (cucharas que suenan con el viento, botellas de vino, botas, chaquetas fantasmales) reunidos en un improvisado museo al aire libre. 

Y más aún cuando aparecen las mujeres buscadoras de Calama. O mejor, cuando aparece nuevamente el desierto inconmensurable, y en el medio del desierto las mujeres buscando con una palita los restos de sus desaparecidos. Es sencillamente espeluznante.

Pero una fisura comienza a abrirse en nuestra percepción. Imagino por un momento a nuestras Madres y familiares de desaparecidos buscando restos humanos en la inmensidad del río o de la llanura argentina. Una tarea tan fuera de escala, tan desgarradora, tan profundamente solitaria, que es difícil de concebir. Sin embargo, estas mujeres chilenas han pasado más de 30 años buscando en el desierto.

¿Es posible que ese dolor no se sublime nunca? ¿Es posible que, por lo contrario, se concentre cada vez más hasta tener la justa medida de un hueso? "Pasé toda la mañana con el pie de mi hermano", dice una mujer, "fue el gran reencuentro y quizá también la gran desilusión". Y a la vez que percibimos claramente la magnitud del daño infligido, nos cuesta comprender cómo podría extraerse un sentido político de un ritual tan íntimo y material. "Se lo llevaron entero, yo lo quiero entero, no quiero un pedazo. Y no de él solamente, sino que de todos". La tarea no tiene fin, el duelo de estas mujeres no terminará nunca, la reparación social o simbólica –aunque sea en una cuota mínima- parece casi imposible, tanto como encontrar un cuerpo "en algún lugar de la galaxia".

Y si esta comparación es la que sostiene la tesis del documental, es a la vez el propio documental el que la desarticula a medida que transcurre y se van acumulando los minutos de extrañeza.

No, no es lo mismo encontrar el cuerpo de un desaparecido que encontrar un cuerpo celeste en el espacio. No es lo mismo conjeturar sobre el sentido de nuestra historia que conjeturar sobre el origen del universo. No es lo mismo o no puede ser lo mismo, porque la diferencia es política. Y francamente nos resulta improbable que Patricio Guzmán hubiera realizado un documental sobre los grandes telescopios que habitan el inagotable desierto chileno si esa tierra, sembrada con los huesos de los desaparecidos, no estuviera exigiendo una interpelación que vaya más allá de la reconstrucción imposible de los cuerpos (en tren de especulaciones, podríamos decir que tampoco Ariel Dorfman hubiera escrito "Memorias del desierto").

Es entonces cuando la poética del documental, esa analogía fascinante entre la astronomía y la memoria, ese intento de homologar dos formas de mirar el pasado, se despliega ante nuestros ojos no como una metáfora tranquilizadora sino como una denuncia, la denuncia de la diferencia.

 

 

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