jueves 28 de marzo de 2024

CULTURA | 9 mar 2019

LE HABLÓ AL SUBURBIO, AL BARRIO, A LOS CONVEN

Evaristo Carriego rescató lo auténtico de la marea arrabalera

En 1912, cuando tenía 29 años, murió de tuberculosis, dejando un solo libro publicado (Las misas herejes).


Por: Ismael A. Canaparo

Evaristo Francisco Estanislao Carriego nació en Paraná (Entre Ríos) el 7 de mayo de 1883. Era hijo del abogado y periodista del mismo nombre que tuvo gran actuación después de Caseros. Durante su niñez la familia se trasladó al barrio porteño de Palermo. Se educó en Buenos Aires, y desde joven vivió el clima de las tertulias literarias porteñas, en las cuales gravitaban Rubén Darío y Almafuerte.

Se vinculó a la revista anarquista “La Protesta”, y a otras publicaciones como “Papel y tinta”, “Idea”, “Caras y Caretas” y otras. Allí dio a conocer también sus poesías y cuentos breves, que pintaban la vida del suburbio. Su único libro de versos editado en vida, “Misas herejes”, apareció en 1908. Adquirió cierta fama con los poemas, pero no pudo disfrutarla ya que murió de tuberculosis el 13 de octubre de 1912. Dejó una obra de teatro, “Los que pasan”, estrenada en el teatro Nacional poco después de su desaparición. Jorge Luis Borges, que fue su gran admirador, trazó un penetrante ensayo sobre su vida y obra.

Carriego vivió en Buenos Aires con la seguridad de ser poeta y la urgencia del reconocimiento: "Imponía sus versos en el café -dice Borges en la obra citada-, ladeaba la conversación a temas vecinos de los versificados por él. Participó, con sus urgencias, del ambiente literario de la primera década del siglo XX, frecuentó los cafés famosos, se desveló hasta la madrugada en las reuniones de escritores, pero se iba alejando lentamente, como volviendo hacia un centro único de interés: "En vez de amplificar más cada día su campo de observación -añade el autor de “El Aleph”-, Carriego parecía complacerse en reducirlo. “Me basta con el corazón de una muchacha que sufre”, dijo cierto día en el ardor de una discusión. Su vida se constituyó así como su poesía, con elementos primarios y simples.

“Buenos Aires es una ciudad que podemos vivir, que acaso podemos ver y que, ciertamente, no podemos mostrar. Vienen extranjeros a esta ciudad, les mostramos el barrio de la Boca, el barrio de la Boca es menos un suburbio de Buenos Aires que un suburbio de Génova; les mostramos el parque de Palermo, que se parece a otros parques de otras grandes ciudades; les mostramos el Barrio Norte, que representa nuestra nostalgia del país; les mostramos el Barrio Sur, pero casi toda Sudamérica es Barrio Sur, con más patios, más aljibes, más zaguanes y, acaso, más ilustres iglesias. Buenos Aires es una ciudad para ser querida y para ser vivida, no para comunicarla a otros.

Ese problema es el que tienen los poetas de Buenos Aires. Por eso, Carriego, a principios de este siglo, buscó una solución sentimental y pintoresca. Pero no sé si Buenos Aires es sentimental y sé que Buenos Aires, sobre todo el Barrio de Palermo, que fue el barrio de Carriego, y que fue el mío también, no era un barrio pintoresco. Ahora, Carriego alguna vez se acercó a la épica. Esos fueron sus mejores momentos. Por ejemplo:

 

Sobre el rostro adusto tiene el guitarrero

viejas cicatrices de cárdeno brillo

en el pecho un hosco rencor pendenciero

y en los negros ojos la luz del cuchillo.

 

Pero esto tampoco es típico de Buenos Aires. Esto corresponde a un paisano criollo de cualquier ciudad. Ahora, tendríamos también muchas piezas de Lugones. El autor ha pensado seguramente en Buenos Aires. Pero entiendo que hay una discordia entre el vocabulario lujoso y las arduas metáforas de Lugones y la ciudad de Buenos Aires, que, como ya dije, es una ciudad un poco gris y un poco invisible.

Tenemos también los poemas de Horacio Rega Molina, por ejemplo, “Carta a un domingo humilde”. Allí yo he encontrado el sabor de Buenos Aires. Aunque es, me parece, demasiado pintoresco para Buenos Aires. Algunos me han llamado poeta de Buenos Aires. Lo soy en el sentido de que he querido dar una expresión poética de la ciudad, pero no creo haberlo conseguido.

En todo caso, el único texto mío en el que algunos han reconocido el sabor de Buenos Aires es un cuento, un cuento policial titulado “La muerte y la brújula”. Un cuento que ocurre en una especie de Buenos Aires de pesadilla o de alucinación, en el que hay una Rue de Toulon, que corresponde al Paseo Colón, una vieja quinta en un lugar llamado Triste-le-Roy, que corresponde al viejo hotel, hoy desaparecido, del pueblo, de mi pueblo en cierto modo, de Adrogué. Y allí Buenos Aires está sugerido.

Y esto me lleva al poeta que, si no me engaño, ha dado la mejor versión de Buenos Aires. Y la ha dado justamente porque no ha procedido por descripción sino por alusión, ha rozado ligeramente a Buenos Aires, y por eso nos…* la expresión de nuestra querida ciudad. Y simplemente es, como todos ustedes lo saben, Fernández Moreno.

*… aquí recordando unos versos suyos, unos versos en que toma...* y…* expresión del centro de Buenos Aires y lo da por insinuación y alusión. Los versos dicen así:

 

Piedra, madera, asfalto

si me enterrasen bajo el pavimento

Piedra, madera, asfalto,

en una calle del centro.

Piedra, madera, asfalto,

Casi no estaría muerto.

 

Y ahora quiero dejarlos con estos versos de Fernández Moreno resonando en el espíritu de ustedes y en mi espíritu.

Yo lo quise a Fernández Moreno, y por pudor no se lo dije nunca, pero creo que él sintió la amistad y la admiración que yo le profesé”. (Jorge Luis Borges, en una conferencia por Radio Municipal, el 15 de octubre de 1963, en el programa “La ciudad viva”. Los puntos suspensivos corresponden a partes faltantes de la transcripción de la audición radiofónica).

Precisamente, en una entrevista con el pintense Roberto Alifano, poeta, narrador, ensayista y periodista, esto decía Borges: “Yo, personalmente, tengo una deuda con Carriego; él fue quien me reveló la poesía cuando aún era muy chico. Una noche en mi casa, Carriego recitó, de pie, de una manera aparatosa, un largo poema. No entendí nada, pero me fue revelada la poesía, porque comprendí que las palabras no eran solamente un medio de comunicación, sino que encerraban una especie de magia. El poema era “El Misionero”, de Almafuerte, y los versos que recitó Carriego aún están en mi memoria: “Yo deliré de hambre muchos días / y no dormí de frío muchas noches / para salvar a Dios de los reproches / de su hambre humana y de sus noches frías”.

El tango y su homenaje

El tango le rindió distintos reconocimientos. Eduardo Rovira es el autor de una página profundamente conmovedora, titulada “A Evaristo Carriego”, grabada en primer término por la orquesta de Osvaldo Pugliese. Después, el disco recogió numerosas versiones, todas de alta calidad, principalmente la del trío del propio Rovira desde su bandoneón, Fernando Romano en bajo y Rodolfo Alchourrón en guitarra. También lo hicieron las orquestas Color Tango, José Basso, Rodolfo Mederos, Osvaldo Fresedo, Leopoldo Federico y Alfredo Gobbi.

En el plano local, la agrupación liderada por Oreste Lapadula, de reciente formación, la tiene en su repertorio y no le va en saga, calidad mediante, a todas las grabaciones conocidas. Suena deliciosamente, tal la música que soñó Rovira para homenajear al poeta de los suburbios porteños.

 

 

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