miércoles 24 de abril de 2024

CULTURA | 1 jul 2017

UNA MIRADA NOSTÁLGICA

Los parques de diversiones nos han visto crecer a todos

Un retrato de aquellas costumbres juninenses, ligadas a las salidas en familia, con los niños como personajes infaltables. Una mirada que apela al humor y a la nostalgia, siempre a partir de los recuerdos.


Por: Ismael Canaparo

Junín, como todas las ciudades importantes, contaron en décadas pasadas (fines de los ‘50 y el ‘60, en especial) con la visita periódica de parques de diversiones itinerantes, verdaderos centros de atracción, deleite y asombro para todos los públicos. Los niños, en especial, gozaban en plenitud con estos palacios de entretenimientos.

Cada tanto, la ciudad se estremecía cuando llegaban estos monstruos de acero y de alegría. Todo se juntaba: la música de la calesita, los gritos, los anuncios, las risas alocadas, las luces de colores y el asombro de los más pequeños. Se transformaba en otro motivo de encuentro entre amigos, en épocas donde escaseaban los lugares de ocio.

Había dos sitios clave para su instalación. El más utilizado fue el predio donde hoy se levanta la Plaza de los Niños, punto de partida para una aventura colectiva, donde los chicos empezaron a enfrentarse a emociones fuertes, a muy corta edad, ante la mirada atenta de sus mayores. El otro lugar importante resultó la manzana de Sáenz Peña, 25 de Mayo, General Paz y avenida San Martín, frente al que ya era por esos tiempos el edificio de la Sociedad Comercio e Industria, terreno por entonces transformado en un potrero de fútbol, tal como el anterior.

Una de las seducciones máximas, además de La Vuelta al Mundo y la Montaña Rusa, fue el llamado Tren Fantasma, icono de muchas generaciones, una serie de “sustos” tan sorpresivos como inocentes, pero que solían poner la piel de gallina a niños y adultos. Recuerdo perfectamente, evocando aquellos años felices, el recorrido que hice acompañado (y abrazado a puro espanto) de mi tía Carola. Los coches iban ingresando por turnos y lo primero que se encontraba en el recorrido era una larga recta que nos llevaba directamente a la boca de un monstruo verde. Al atravesarla, se entraba directamente en una especie de jungla en la que las puertas se abrían de un golpe seco con su sonido característico, y esquivando arpías, reptiles y un sinfín de seres extraños, el vagón seguía su marcha hacia otras civilizaciones, mezclando el terror con el surrealismo. Otro monstruo esquelético con la boca abierta, en este caso de color rojo, nos aguardaba para que cruzáramos su garganta, desembocando en un cementerio con una calavera gigante que movía su boca, como burlándose de nuestra presencia. Así se nos conducía hacia el interior de pirámides abandonadas, donde se podía sentir el verdadero calor del desierto entre esfinges, tumbas y momias. También aparecía un hombre lobo de espaldas a nosotros. Un escalofrío nos decía que más adelante nos encontraríamos con él cara a cara… Se suponía algo inofensivo, pero tras este paisaje, nos esperaban detrás de cualquier puerta duendes, ogros, una mujer desnuda que resultaba ser un cadáver al acercarnos, demonios retorciéndose, serpientes enormes con cabezas humanas, iguanas inmensas. Un demonio gigante nos miraba socarronamente desde el techo, mientras pasábamos por debajo de sus piernas abiertas, en plena ascensión. Para darnos impulso, o para burlarse de nosotros, expulsaba una gran ventosidad desde su trasero, mientras el vagón iba transitando la rampa con un gran estruendo. De repente, como salido de la nada, nos encontrábamos cara a cara con el hombre lobo que antes habíamos visto de espaldas y, encendiendo el ventilador que tenía a sus pies, nos lanzaba una escalofriante ráfaga mientras él se inclinaba sobre nosotros. Vampiros, arañas, ratas. Cualquier criatura extraña tenía su lugar en el interior de los túneles y estaba dispuesta a capturarnos. Tras unos cuantos zig-zags entre puertas oscuras, golpes y estruendo aparecíamos en el exterior. Muchos con las orejas y los ojos tapados todavía, no nos dábamos cuenta de que habíamos salido. Los ingenuos que pensaban que ya estaban a salvo se llevaban una gran sorpresa al poner un pie en el andén de la estación, que los recibía con un soplo de aire comprimido.

Otro de los juegos preferidos tenía que ver con una atracción de altura: el vértigo de “La Vuelta al Mundo” (también conocida como “La rueda de la fortuna” o “La rueda panorámica”) y el inocente miedo que asomaba en cada nuevo giro, todo conectado con el tic tac de nuestros corazones.

Alrededor del parque, en una especie de redondel gigante, funcionaban distintos juegos, como “péguele al mono”, el sapo, tiro al blanco, ejecución de penales en un arco de fútbol y encestar con un aro cuellos de botellas, entre otras atracciones. Todos ellos con módicos premios a los ejecutantes, que consistían, generalmente, en vasos, compoteras, muñecos, etc. En rigor, nadie se iba sin conseguir “algo”, por modesto o valioso que fuese.

Es indudable que el encanto mayor del parque, más allá del Tren Fantasma, giraba en torno a la calesita, una fascinación única e intransferible para los chicos. Sólo ellos lo saben. En sus pequeños corazones, repletos de torbellinos, están bien guardadas las llaves de una alegría mayúscula. Los chiquillos pueden treparse, sentarse en el mateo, en el caballito o en el auto en miniatura y girar, girar, girar… Eso mismo: dar vueltas, viajar a ninguna parte, andar para quedarse acá, en el mismo lugar, en el mismo instante, casi. Los giros podrían ser infinitos, pero nunca las vueltas alcanzarían para llegar por fin a la revelación de cómo es lo que los niños sienten. Aquel adulto/abuelo que dice que no recuerda haber subido alguna vez a una calesita, es porque en verdad nunca lo hizo. No hay manera que uno pueda olvidarse de esa sensación, aunque haya sido muy pequeño. “Acaso el éxtasis de los pibes de una calesita sobreviene cuando consiguen sacar la preciada sortija, que además de amor propio, les da derecho a otra vuelta. La idea es que la ganen todos una vez, que sientan que lo ganan ellos. Una de las cosas más lindas que tiene este trabajo/diversión es la relación con los chicos. Los ves llegar con timidez y luego se van abriendo”, decía el recordado Osvaldo Pacífico, un maestro jardinero sin título, que tuvo su calesita durante muchísimos años en la esquina de la avenida San Martín y Roque Sáenz. ¿Quién no recuerda aquel tintineante “¡Pluma, Pluma…! que Osvaldo voceaba, mientras hacía girar esa “cale” tan amada?

En la Argentina, las diversiones mecánicas se han ido extinguiendo poco a poco. Brasil, por caso, es la excepción: actualmente existen unos 70 megaparques, con centenares de atracciones para chicos y grandes. Claro que todavía siguen existiendo los parques móviles, muy acotados si se los compara con los de décadas atrás, que siguen llegando a Junín de tanto en tanto.

La periodista Evangelina Himitian cuenta en La Nación que “…actualmente sobrevive en el país sólo el Parque de la Costa, de futuro incierto, y dos centros muchos más pequeños que se levantan en Luján: Argen Park y el Parque de Luján, que albergan muchos de los juegos que deslumbraron a los chicos argentinos en los 80 en el Italpark y en Parkerama, un parque itinerante español que finalmente se afincó en esa ciudad del oeste bonaerense. Interama, convertido en Parque de la Ciudad, está cerrado desde 2007, después de una fugaz reapertura. Hoy, un grupo de fanáticos reunidos en la Asociación Argentina de Amigos de los Parques de Diversiones libran una batalla de recursos de amparo para evitar que sea completamente desmantelado. Aseguran que con el correcto mantenimiento los juegos podrían volver a funcionar. Pero la mayoría ya han sido directamente desguazados. Del olvido, o mejor dicho del óxido, han logrado sobrevivir otros dos parques itinerantes: Super Park, que recientemente estuvo en el partido de Avellaneda y acaba de instalarse en Rosario, y Megaplay, de gira por Santa Fe. Hoy, el parque más grande de la región está en Brasil, en el estado de Santa Catarina, y pertenece al empresario televisivo Beto Carrero, que fue comprando los mejores juegos del Italpark y armándolos allí”.

La atracción de los números vivos

Aquellos grandes parques que anclaban en Junín, permanecían en la ciudad por espacio de treinta a cincuenta días, para regocijo de mucha gente, que veía otro motivo para la salida familiar, en épocas donde escaseaban las atracciones populares de concurrencia masiva, más allá del cine en su época de mayor esplendor. Había en ellos algo especial, al margen de tantas ofertas de juegos y entretenimientos: números vivos. Cada fin de semana, en un escenario montado en el mismo predio, la empresa visitante presentaba diferentes números artísticos, todos de relieve. Por ejemplo, los memoriosos recuerdan la actuación de un grupo que estaba en ese momento en plena euforia de éxitos: “Los Cinco Grandes del Buen Humor”, compuesto por cinco actores cómicos excepcionales: Zelmar Gueñol, Juan Carlos Cambón, Guillermo Rico, Rafael Carret y Jorge Luz.  También congregó una numerosa asistencia de público la presencia de una cantante joven, figura de Jabón Federal en emisoras porteñas: Susanita Peña. Varios vocalistas de tango de prestigio, muchos de ellos enrolados en grandes orquestas, desfilaron por ese “palco escénico”. Como Héctor Mauré, Alberto Castillo, Alba Solis, Aída Denis, Edmundo Rivero, Rodolfo Lesica, Alberto Gómez,  Hugo del Carril, Armando Laborde, Angel Vargas,  Alberto Echagüe, Floreal Ruiz, Paya Díaz, Alberto Marino, Roberto Firpo y su cuarteto, Roberto Rufino y Jorge Casal, entre otros. Además, se lucieron otros humoristas, como José Marrone, Pepe Biondi, Fidel Pintos y Emilio Disi. Otros tiempos, otras miradas. Poco a poco estos emprendimientos de gran convocatoria dejaron paso a diferentes alternativas, no mejores que aquellas…

 

OPINÁ, DEJÁ TU COMENTARIO:
Más Noticias

NEWSLETTER

Suscríbase a nuestro boletín de noticias