viernes 29 de marzo de 2024

CULTURA | 20 jul 2019

UTILIZÓ EL SARCASMO EN LUGAR DE LÁGRIMAS

Celedonio Flores, el poeta de la calle

Hace 122 años nacía “Cele”, creador de decenas de letras inmortales, en las que el lunfardo se volvió literatura y poblaron desde la prostituta al desocupado.


Por: Ismael A. Canaparo

Las letras de Celedonio Flores caminan por el tráfico vivo de todos los tangos que forman la verdadera antología porteña. Llevó al dos por cuatro a lo más alto, en momentos en que solo pronunciarlo significaba una mala palabra. Al tango lo desdeñaban, lo vituperaban, pero él se lo puso al hombro.

Nació en el porteño barrio de Villa Crespo el 3 de agosto de 1896 y murió en el mismo lugar el 28 de julio de 1947, a los 50 años. Se crío junto a criollos e inmigrantes de diferentes orígenes. En ese activo reducto de cultura popular transcurrió su infancia y su adolescencia, convirtiéndose en los años 20 en poeta y letrista de gran popularidad. Sus tangos, muchas veces sentenciosos y moralizantes, con magistrales descripciones de personajes, recurrían abundantemente al lunfardo, el argot local. Como en el caso de otros célebres letristas, Flores fue, al mismo tiempo, poeta culto y popular. De hábitos bohemios, fue también boxeador. Su mejor etapa creativa abarcó hasta los primeros años 30, pero la vigencia de su obra se mantuvo.

“Ya no sos mi margarita” o “Mano a mano hemos quedado” son ideas condensadas, resúmenes que descubrió el compositor y se convirtieron en moldes de mensaje para cualquier argentino. Están vivos hoy, cuando en agosto próximo Celedonio Esteban Flores cumpliría 123 años. Sus letras, denuncias sociales, vestidas siempre con ese viejo smoking de la implacable regla moral que, sin embargo, él mismo remojaba en una ironía inofensiva. Los versos del Negro Cele suelen ser, como analiza Blas Matamoro en su libro “La ciudad del tango”, “… respuestas pasivas a una realidad social fuertemente codificada y solidificada, entre cuyas clases no hay movilidad alguna y cuyos estamentos están fuertemente diferenciados”.

Celedonio fue capaz de tomar el tema trivial de una esquina y convertirlo en un motivo inmortal. Sobre el cruce de “Corrientes y Esmeralda” hace confluir a las prostitutas francesas que vienen del Retiro y a las cacatúas que sueñan con la pinta de Carlos Gardel, luego de una presentación de cronista del cambio social: “Amainaron guapos junto a tus ochavas / cuando un cajetilla los calzó de cross”. Eso, apenas, para la precisión y la rima, en 1902.

Escribió el periodista Julio Nadler: “Boxeador, poeta y mistongo, la tristeza agridulce de Celedonio llueve en letras incomparables, como la de aquel “Bulín de la calle Ayacucho”, el bulín donde tantos muchachos / en sus rachas de vida fulera / encontraron marroco y catrera, donde bulle la pava, donde una tarde de invierno fulera murió la muchacha enferma. Flores pinta y ama la armonía, la dulce policromía / de las tardes de arrabal. A él le llora el alma cuando gime un bandoneón, y agradece esta sensibilidad a la pobreza”.

Al Negro Cele no le gustan los que escapan a esta ley de humildad y resignación. Delata a la Margarita que se disfrazó de “Margot”: “Desde lejos se te embroca, / pelandruna abacanada / que has nacido en la miseria / de un convento de arrabal. / Hay un algo que te vende, / yo no sé si es la mirada, / la manera de sentarte, / de charlar, de estar parada / o tu cuerpo acostumbrado / a las pilchas de percal”. No es menos crítico del “Muchacho” enriquecido que no sabe del encanto / de haber derramado llanto n/ sobre un pecho de mujer, y se jacta de no perder la calma al oír un tango rante.

La piadosa ingenuidad de estas rimas fue, de todas formas, sólo uno de los ropajes que vistió la inventiva de “Cele”. También asumió las arrogancias del “Canchero”, el jactancioso burrero que le arroja a la mujer sus metáforas: “Para el récord de mi vida sos una fácil carrera / que yo me animo a ganarte sin emoción ni final”. Y también su desprecio: “Vos sos una potranca para una penca cuadrera”.

Pero cuando sobreviene la catástrofe económica y política, Flores percibe y condena la injusticia de aquella sociedad desigual y represiva. Su poética se pone del lado del desocupado: “Trabajar, ¿adónde?; extender la mano / pidiendo limosna al que pasa, ¿por qué?”. Es la dramática letra de “Pan”, que también Carlos Gardel cantó admirablemente, confirmando, ya en la década infame, que El Negro y El Morocho se necesitaron mutuamente, que ninguno de los dos hubiese llegado artística y popularmente tan lejos sin la ayuda del otro. La posta de inmortalizar a Celedonio sería tomada años después por Edmundo Rivero, quien también supo que cantar las letras de Flores era una manera de compartir la gloria.

Su primer contacto con Gardel

Celedonio Flores había sido el autor de los versos de “Por la pinta”, con los que ganó cinco pesos, que el vespertino “Ultima hora” otorgaba a las poesías que publicaba. Esas letras las leyó Carlos Gardel y se dedicó de inmediato a cantarlas. Cuando el tango fue grabado, apareció el autor.

Cuando Gardel se encontró con “Cele” le dijo: “¿Vos sos el sobrino?”. ¿De quién?”, contestó Flores, y El Morocho agregó: “De tu tío, el que escribió esos versos rantes de Margot”, título posterior de “Por la pinta”. El Negro lo miró y con la mejor sonrisa le aclaró: “El que escribió esos versos soy yo, señor Gardel…”. “Está bien  -le respondió el cantor-, si vos lo decís. Pero ese lío de la mina bacana le pasó a tu tío”. Celedonio aprovechó la cordialidad y le ofreció otros versos que también había compuesto. Empezaba: “Rechiflao en mi tristeza…”. “¡Qué me contás, José!”, exclamó, con entusiasmo, Gardel a Razzano. Resolvieron de inmediato ponerle música y grabarlo, lo que de hecho se convirtió en uno de los grandes sucesos de “El Zorzal”.

Es así que “Por la pinta” (después “Margot”) y “Mano a mano” marcaron el comienzo de una colaboración permanente entre el poeta del suburbio y “El Morocho del Abasto”.

“Mano a mano” fue una de las principales víctimas de la moralina del gobierno militar filofascista del 4 de junio de 1943, dentro de una campaña iniciada por esa dictadura, que obligó a suprimir el lenguaje lunfardo, como así también cualquier referencia a la embriaguez o expresiones que en forma arbitraria eran consideradas inmorales o negativas para el idioma o para el país.

“Chapaleando el barro”

“El fenómeno ciudadano del tango extendió sus voces desde la periferia para buscar las liras diferentes que habían de cantarlo por la boca de un predestinado, casi cósmico, que se llamó Carlos Gardel. En este meridiano, un tanto indefinido de transición, surgieron los poetas de la ciudad de adentro, con el lenguaje recio de la ciudad de afuera. Y para hallar un nombre que asuma la representación de ese momento, que es trascendental, nada mejor que el de este verdadero prócer de la musa porteña que se llamó Celedonio Flores. Pareciera el suyo, un nombre de composición lunfarda. Tal es la eufonía porteña que lo asiste. Arraiga en lo más viril de las costumbres criollas al lado de otros que podrías ser éstos: Presentación, Eulogio, Eufemio, Anselmo. Y Flores, su apellido es el de un trovador de España, de los tiempos de Alfonso El Sabio.

Celedonio Flores apareció de pronto, con esa cosa recia, pintoresca y cabal que es el lenguaje poético. Sus letras andan en el tráfico vivo de todos los tangos que forman la antología verdaderamente porteña. Tienen un sabor de extramuros y el claro oscuro de todas las ochavas que vieron los faroles de antaño: los del tango. Y su lenguaje es suyo, como su rima. Y son suyos sus dramas, no importa si de hampones, pero que tienen la vibración más neta que es exigible al tango y a una estética particularísima, que no puede ser suplantada por el purismo ni por la elaboración académica. La academia de Celedonio Flores fue la propia calle. Pero la calle de él, con sus ligustros y sus cercas de pita. La calle de la tarjeta postal, que tenía las huellas de las chatas y conservaba el grito del cuartiador lejano, en camiseta, de látigo en la zurda y pantalón cambrona”. (Cátulo Castillo, en el prólogo al libro “Chapaleando el barro”, de Celedonio Esteban Flores).  

 

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