martes 23 de abril de 2024

OPINIÓN | 31 jul 2019

MIRADA EXTREMA

Sin salida

“No nos une el amor sino el espanto” (J. L. Borges). Escribe Andrés Rissolo, especial para Semanario.


Escribe Andrés Rissolo, especial para Semanario

Las próximas elecciones de autoridades gubernamentales, tal como lo demanda el ejercicio de la democracia, se ha convertido en una verdadera muestra de la impunidad, degradación, ignominia e impostura de los candidatos, quienes exhiben impúdicamente y sin ningún tipo de recato alguno sus más claras apetencias personales e intenciones supra sociales desde los antros más repugnantes de la sociedad, sin que ésta reaccione en consecuencia contraria.

Desde las celdas de las cárceles, dónde se encuentran alojados por delitos de defraudaciones, estafas, robos, prevaricato, vinculaciones con el mundo de la droga, corrupción de menores y una larga lista de aberraciones que los envuelven en las generales de la ley, los pretendientes (en un gran número, no en su totalidad) no cejan en la puja por un puesto político que los aventaje del resto de los conciudadanos y los expíen de cualquier responsabilidad sobre los delitos cometidos con anterioridad, de los cuales tampoco se arrepienten. Ergo, van por más.

Tras la inmensa paradoja de haber destrozado los “partidos”, ya no hay quién pueda permanecer fiel a una ideología, movimiento popular o corriente de opinión, dado que las alianzas entre tránsfugas, es decir, de aquellas personas que huyen de una parte a otra o, más precisamente, como lo determina el diccionario (“entre aquellos representantes que, traicionando a sus compañeros de lista o de grupo con la formación política que los presentó en las correspondientes elecciones”), han destruido cualquier tipo de diferenciación.

En vana espera de una alternativa superadora, repetimos la historia de que “todo es igual, nada es mejor”, un muy indigno placebo que nos auto medicamos para no asumir las responsabilidades que conlleva mantener el benemérito sistema de premiar al bien y castigar al maligno. Sin poder determinar a ciencia cierta desde cuándo los maléficos quedan impunes, y peor aún, son premiados con puesto de relevancia.

Este perverso accionar ha perfeccionado un modelo que hoy los profanos son reverenciados por las sucesivas traiciones y por permanecer impunes ante una justicia cuadripléjica. Es totalmente fútil e insustancial entonces pretender exigirles las bases sobre las cuales estarán fundados los lineamientos de los próximos emprendimientos, cómo se crearán las nuevas fuentes de trabajo genuino, de qué manera se manejará la macro economía y qué repercusión tendrá en la economía doméstica.

Nada de esto parece importar más que la forma de cómo llegar al sillón del “rey”, aunque no del “presidente,” dado que quién sienta sus posaderas en dicho trono sufre del sortilegio que olvida sus orígenes y no reconoce erudición superior. En ese preciso momento es cuando se pierde la noción y el conocimiento de la realidad, entonces hacer girar la maquinita para imprimir billetes o pedir plata al Fondo es lo mismo, si lo que en definitiva se pierde es la sensibilidad y la razón y con ellos, el rumbo de un país esperanzado en un futuro mejor. Sólo se gana en degradación y en el sufrimiento de sus habitantes.

Este embudo, en el cual nos encontramos metidos, tiene como límite, por un lado, al tradicional movimiento de los trabajadores, que en su cúpula ostenta a quienes otrora se despreciaron mutuamente y hoy están reunidos para las próximas elecciones. La nueva demarcación está impuesta por el hombre que promovió el cambio, profundizó el marasmo, y en el entremés,  sin vacilar, desarticuló al partido que le sirvió de base y plataforma para llegar a la presidencia.

El acto demoledor no fue una apesadumbrada maniobra del primer mandatario, antes bien, fue una maniobra arteramente premeditada, porque en lo profundo del cambio, la destrucción del partido centenario es apenas un daño colateral sin importancia cuando del objetivo primigenio se trata: la mutación está destinada para el movimiento de los trabajadores, donde al jefe ambiciona pertenecer. De ahí, la bienvenida a la llegada de un hombre de la segunda hora a la vicepresidencia.

Con el movimiento obrero en plena degradación, la inseguridad económica que se acentúa, la clase media transmuta para convertirse en clase baja, y así se acredita la investigación científica que testifica “la pobreza conservadora”. La fría sinceridad del pensamiento universitario refleja cómo la derecha se proletariza.

Esta entelequia es atribuida muchas veces a la ineptitud de los políticos acusados de propiciar y mantener un derecho a la pereza, al fraude, al asistencialismo, a la inmoralidad de una cultura demasiado acomodaticia con los corporativismos, de las ventajas adquiridas, a dirigentes gremiales devenidos en empresarios y en las eternas “renovaciones” de la izquierda nunca logradas.

En Junín, el perpetuo retorno a la administración pública de aciagos personajes, de cuyo paso no sólo quedaron una abultada deuda pública y una auto denuncia, la misma que aporta más sospechas que luz a la causa por la imposibilidad de realizar una investigación más profunda, seria y neutral.

Poco más falta saber si por todo éste accionar se lo premió con una súper gerencia general otorgada en mérito a la fidelidad con un colega en desgracia. La presentación como aspirante otra vez a dirigir los destinos de la ciudad sería el colmo, si no se tiene en cuenta que, previamente, deberá dirimir una interna por estar alineado con quienes antes había traicionado.

También tentará a la suerte quien tristemente sólo supo lograr la atención nacional para las cámaras y los medios de comunicación, concatenado con una labor acorde a una función sin sobresaltos, y sin máximas pretensiones. Por los rincones del culto, pide, ruega, suplica y clama, por una continuidad acompañada por el “supremo”, de quien siempre espera respuestas a sus súplicas.

Un repugnante guiso se cocina en el caldero del infierno, el mismo que estamos obligados a deglutir so pretexto de cumplimentar las normas vigentes del sistema democrático gubernamental, donde los dos más acérrimos competidores van a dirimir en elecciones con un mismo objetivo: darnos más de lo mismo.

No nos une el amor al país sino el espanto político. Ya casi sin ánimo por más, como un mero acto involuntario de escuchar, hay ciertas voces que proclaman: el producto mejor desarrollado por el capitalismo son trabajadores de derecha y ricos de izquierda.

Sin embargo, nada es nuevo. Encuerda en la memoria un paso repetido del sainete nacional, que persiste con ese gemido histórico que evoca aquellas épocas donde tampoco había alternativas y atentamente se invitaba… “Sin odios ni rencores, vote por los conservadores”.  

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