sábado 20 de abril de 2024

LOCALES | 22 ago 2019

EDITORIAL

Reproche de la soberbia

“Seis cosas hay que el Señor odia, y siete son abominación para El”. Así lo dice el viejo y sabio Salomón. Y encabezando la lista de estos siete pecados capitales están los “ojos soberbios” (Proverbios 6:16-17).


Por: Semanario

Siguiendo el hilo expresado por algunos votantes de Mauricio Macri en 2015, quienes aseguraan que “no necesita robar porque es rico”, es probable que algunos pensaran que el actual intendente Pablo Petrecca, por ser de familia pastoral, cumpliría a rajatabla de las enseñanzas religiosas, pero seguramente el pecado de la soberbia haya sido el más vulnerable para él y quedó reflejado en los resultados de la PASO del domingo pasado.

“Seis cosas hay que el Señor odia, y siete son abominación para El”. Así lo dice el viejo y sabio Salomón. Y encabezando la lista de estos siete pecados capitales están los “ojos soberbios” (Proverbios 6:16-17).

La campaña de Petrecca para llegar al sillón de la calle Rivadavia en 2015 se basó en un inmenso pedido de favores a diestra y siniestra. Hay ejemplos por montones que hablan de aquel “Pablito” de sonrisa ancha, palmeo caluroso y abrazo confortable.

El joven candidato que invitaba a “compartir” a “participar”, el que “comprometía” al otro y halagaba las ideas que traía, las cuales encarpetaba prolijamente en su memoria y en sus archivos privados, para usarlas luego como bien propio.

Todos recuerdan al Pablo abierto y generoso en halagos, pero también pedigüeño de cuestiones que tenían que ver con ese momento tan significativo en el que hay que captar voluntades.

¿Me podés venir a sacar fotos? ¿Me juntás gente en el barrio? ¿Me ayudás con la colecta? ¿Me llevás? ¿Me traés?

Ese cúmulo de buenas almas -generosas e inocentes- fueron las que ayudaron a construir un personaje que en base a otras oportunidades bien aprovechadas, pudo ganar las elecciones y llegar a la intendencia.

Sin embargo, después del 10 de diciembre de 2015, el entronizado jefe comunal dejó de atender los teléfonos de los que le tendieron una mano y se rodeó interesadamente de un grupo político que cada vez tuvo menor participación, menos diálogo y, por ende, menos decisión.

Entusiasmado tal vez por ser el primero de los intendentes desde 1.987 para acá que tuvo socios en provincia y Nación de su mismo partido (a Abel Miguel le tocó los primeros cuatro años del gobernador Alejandro Armendáriz y Raúl Alfonsín hasta el 9 de julio de 1989), Petrecca prefirió armar un club de amigos local con llegada directa al intendente de Vicente López, Jorge Macri, el director de Cultura y Educación bonaerense, Gabriel Sánchez Zinny (con quien pergeñó el cierre de Casahuerta) y el vecino de Agustina y senador nacional Esteban Bullrich.

Confiado como su jefe máximo, creyó que llegarían los “brotes verdes” a Junín del lado de los gobiernos nacional y provincial y en el primer lugar que se puso a trabajar fue en la refacción de su nuevo hogar y la posterior mudanza.

Todo bajo un paraguas protector mediático que le hizo acrecentar su capital en soberbia y no le importó conseguir puestos políticos para sus familiares y otorgar obra pública a sus allegados.

De modo impune y creyendo que con sonrisas, chupines y autofotos se ganan elecciones, sorteó la ola en 2017, con un empuje de sus generales que bajaron el pie del acelerador en materia de ajuste.

En 2018 entró en el ostracismo al ver como sus promesas se caían al igual que las del Presidente y sus colaboradores.

No se preparó, no capacitó a los suyos, no se rodeó de profesionalismo, no escuchó ni tuvo en cuenta las necesidades de los otros.

Tuvo encendida la tv todo el tiempo en los canales, particularmente en aquellos que le decían que la gestión era brillante y que todo venía de maravillas en la Argentina.

Cosechó interesados aduladores locales y en su profundo dogmatismo creyó erróneamente que las ovejas seguirían a su pastor, olvidando el pecado capital de la soberbia.

El domingo 11 de agosto se fue a su casa en silencio, no sin antes ensayar una ecuación aritmética como para seguir manteniendo la tenue llama de la falacia al desnudo.

No hubo globos, ni promesas, ni sonrisas. El orgullo y el papel picado quedaron en el placard.  

Resultó que los fieles no eran fieles y que las ovejas nunca existieron.

De la soberbia no se vuelve.

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