sábado 20 de abril de 2024

CULTURA | 8 sep 2019

LA CIUDAD QUE CORTEJÓ CON ENORME CALIDAD

Raúl González Tuñón, el mayor poeta de Buenos Aires

“(…) virtual fundador de la moderna poesía política en lengua castellana, precursor en el hallazgo de una entonación argentina -o porteña o rioplatense- para el discurso poético, maestro de poetas de generaciones posteriores (…)”. (Daniel Freidemberg).


Por: Ismael A. Canaparo

Raúl González Tuñón fue uno de los más importantes poetas argentinos del siglo XX. "Amigo de las gentes, de las mujeres amantes y del vino, una suerte de François Villon criollo, cantor de las tabernas, las grandes fiestas y duelos e insurrecciones populares", según lo definió Pedro Orgambide. Nació en Buenos Aires el 29 de marzo de 1905 y murió en la misma ciudad el 14 de agosto de 1974, mientras trabajaba en un poema en homenaje a Víctor Jara, cantor asesinado por la dictadura de Pinochet. Tenía 69 años.

Según cuenta la escritora Marcela Grosso, “Caso singular, el de Raúl González Tuñón, poeta con la rara virtud de haber resuelto la tensión entre arte y vida  -literatura y política, praxis individual y compromiso social-, con una coherencia inusual, construyendo una obra tan emotiva como agitadora, que late al pulso de acontecimientos fundamentales de la primera mitad del siglo XX, como el proceso abierto con la revolución bolchevique, el ascenso del fascismo, la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial. Nacido en el barrio porteño de Once, en un hogar de inmigrantes españoles, su condición de escritor “recién llegado” al campo intelectual explica en gran medida su itinerario estético e ideológico: ajeno al legado cultural, tradiciones y pasado prestigiosos de los criollos viejos, no hay para él –como señala Beatriz Sarlo- “nada que reivindicar sino las posibilidades de futuro”, y este pasará a llamarse “revolución”. Del abuelo Tuñón, minero asturiano socialista que llevaba al nieto a las manifestaciones del 1º de mayo  -donde los encendidos discursos anarquistas eran seguido invariablemente por la represión policial-, heredó su inclinación social; del abuelo paterno, estatuario y pintor de imágenes, el espíritu andariego”.

“La trayectoria del joven Tuñón se inicia con su precoz lanzamiento en la bohemia literaria y su quehacer periodístico en el mítico diario “Crítica”, donde ingresa con apenas veinte años, de la mano de su hermano Enrique, integrando un staff que reúne nada menos que a Roberto Arlt, Olivari, Nalé Roxlo, Córdova Iturburu, Jorge Luis Borges y otros notables. Como corresponsal en el vespertino de Natalio Botana recorre la ciudad, el país y el mundo, en los años que rodean a la crisis del ´30. Fue enviado a dos guerras.  Aquella entre Bolivia y Paraguay, en 1932, sucedida en el Chaco paraguayo, y a la Guerra Civil Española. En Madrid traza amistad con los poetas de la generación del 22´, Federico García Lorca, Miguel Hernández, y el chileno, Pablo Neruda. Nace así su obra poética insurreccional “La Rosa Blindada” (1936), en homenaje a la huelga revolucionaria de los mineros asturianos. Cubre también la huelga de los cañeros en Tucumán, “Villa Desocupación” (una de las primeras “villas miseria”, en Puerto Nuevo)”.

“Mientras se desempeña en medios periodísticos, desarrolla su tarea poética: “… la realidad me suministraba material, la savia nutricia que en algún rincón de la conciencia estimulaba el embrión del poema” (Contempla el mundo., Periodismo vital, autobiografía inédita). Por entonces, Tuñón ya se ha integrado al tumultuoso espacio de la vanguardia rioplatense y colabora con Inicial, Pro y Martín Fierro. Su primer libro, “El violín del diablo” (1926), lo sitúa como poeta vanguardista por su estética de la fragmentación y la mezcla, procedimientos con los que imprime un mayor dinamismo a la representación de lo urbano  -núcleo temático relevante para las vanguardias-. El libro acusa influencias ajenas al martinfierrismo: de Carriego, la temática barrial; de Blomberg, la atmósfera portuaria; en tanto que la consigna baudeleriana del “odio por el domicilio y la pasión del viaje” instiga al yo lirico a internarse en los pliegues más sórdidos de la ciudad y confraternizar con los excluidos de la sociedad burguesa, de la que el poeta reniega. En “Eche veinte centavos en la ranura”, el texto más famoso del poemario, se perciben ciertas constantes de la obra inicial, que comprende, además, “Miércoles de ceniza” (1928) y “La calle del agujero en la media” (1930): la fascinación por el mundo “canalla”, que deviene en la estetización de lo convencionalmente feo; el acento en lo coloquial, mediante onomatopeyas, exclamaciones, giros populares (“Salta la cuerda, sátala,/ojos de rata, cara de clown,/y el trala-trala-tralalá/ritma en tu viejo corazón”); el tono entre irónico y zumbón; la invitación al diálogo, con vocativos o preguntas: “Y no se inmute, amigo, la vida es dura (…) Si quiere ver la vida color de rosa/eche veinte centavos en la ranura”.

“De la ciudad moderna, Tuñón selecciona ámbitos relacionados con el margen social y los bajos fondos (piringundines, bodegones, mercados de pulgas, circos pobres), habitados por un elenco de fracasados y excluidos (malandras, marineros, vagabundos, rameras), sobre los que pesa la mirada fraternal e indulgente del poeta. Personajes exaltados poéticamente, que en el envés de su degradación y cursilería encuentran la posibilidad de redención por la vía de los sueños y la aventura. En esos mismos años (la asociación se impone, inevitable), Borges funda su arrabal metafísico. Sus nombres conviven en la significativa dedicatoria del ejemplar de “Luna de enfrente” (1925) que Borges entrega a Tuñón: “Al otro poeta del suburbio”.

“Fruto de su viaje a Paris en 1929, “La calle del agujero en la media” revela el impacto de las vanguardias europeas, sobre todo del surrealismo, cuyo influjo se traduce en la libre asociación, el poema en prosa, la yuxtaposición de imágenes y una mirada subversiva, cultivada por la magia de lo cotidiano, que arranca al objeto de su entorno habitual, desnaturalizándolo y destacándolo (el objet trouvé surrealista). Esta celebración del mundo como acontecimiento maravilloso se intensifica en los poemas atribuidos a Juancito Caminador, personaje nacido en “Miércoles de ceniza”, que reaparece en “Todos bailan, Poemas de Juancito Caminador” (1935) y atraviesa la obra de Tuñón, asumiendo la autoría de muchos de sus poemas”.

“A partir de “La rosa blindada” (1936), escrito durante su primer viaje a España e inspirado en la insurrección y masacre de los mineros asturianos en 1934, su lirica toma un giro decisivo: se trata de textos eminentemente políticos, de tono exaltatorio, agitación y denuncia. La Guerra Civil Española resulta la coyuntura propicia para la materialización de su proyecto poético. Retorna a España, donde prosigue su labor periodística en publicaciones antifranquistas y como corresponsal de la prensa republicana en Buenos Aires. Representa a la Argentina en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que reúne en Valencia a intelectuales revolucionarios y antifascistas”.

“Tras sus libros consagratorios, Tuñón continúa una vasta producción en la que perduran sus motivos más entrañables, así como sus inquietudes estéticas e ideológicas. Un grupo de textos, centrados en el acontecer histórico y el empecinado ejercicio de la memoria, puede inscribirse en una suerte de “poesía civil”: “Canciones del Tercer Frente” (1941), “Primer canto argentino” (1945), “Hay alguien que me está esperando” (1952), “Todos los hombres del mundo son hermanos” (1954), “Demanda contra el olvido” (1963)”.

“El protagonismo de la ciudad retorna con fuerza en “A la sombra de los barrios amados” (1957) y persiste hasta el final: “Poemas para el atril de una pianola” (1965), “Crónica del país de nunca jamás” (1965), “El rumbo de las islas perdidas” (1969), “La veleta y la antena” (1969), “El banco de la plaza” (1977, póstumo). La ciudad aparece teñida  -ahora sí-  por una mirada nostálgica, que intenta atrapar “el antiguo rostro del barrio” y “la magia de las cosas corrientes” (“Dictado en el entresueño”). Pero el gesto evocativo queda superado dialécticamente: el ayer encierra la clave del mañana. El recuerdo coexiste con la utopía. Como confiesa el poeta en “Poetango de la Belle Epoque”: “Nunca olvidé al bohemio ni al francotirador/que vigila en mi sangre”.

Tuñón textual

-De todos tus libros, ¿cuál preferís a la distancia?

-“Siento una gran piedad y ternura por el primero, “El violín del diablo”, con sus balbuceos, y una especial predilección por La calle del agujero en la media, pues la ida a Europa, y en especial a París, tuvo algo de deslumbramiento en mi vida (bien se dijo con razón, por otra parte, que se ve que esos versos fueron escritos por un porteño) y asimismo me es entrañable La rosa blindada, porque aquí se produjo una ruptura dramática, y a ese libro siguieron grandes tragedias, muchas muertes y exilios”.

-¿Te gusta sentir que has descubierto algún nuevo poeta? ¿Descubriste alguno?

-“Mirá, me encanta, e insisto en que me tocó descubrir a Juan Gelman, a Héctor Negro, entonces desconocidos que leían sus versos en un teatro independiente, y luego a Julio César Silvia. Fuera del país, si no descubrí en España a Miguel Hernández, pues antes ya lo habían hecho Neruda y Aleixandre, intervine estimulándolo, en su tránsito de los sonetos muy brillantes, pero dentro de una retórica tradicional, a Viento del pueblo, gran libro, en el que se anunciaba como la nueva voz de la poesía española. Y en Chile puede decirse que descubrí a Nicanor Parra -no el actual, divagador, convencional, un poco reaccionario, con resabios dadá-surrealistas que ya no sorprenden a nadie- sino al lúcido poeta a quien alenté desde las páginas del suplemento dominical de El Siglo, que yo fundara con otro notable chileno: Julio Moncada”.

 

 

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