jueves 25 de abril de 2024

CULTURA | 14 sep 2019

JUNIN TIENE QUIEN LE ESCRIBA

“Veinte años no son nada”, un cuento de Silvia Mendizábal

La autora nació en Victorica, La Pampa. Vive en Junín hace 28 años. Refugiada siempre en la lectura y la escritura como un vehículo liberador de emociones y fantasmas, publicó su cuento “Borcegos” en la antología “Cuatro bodas y un funeral” de la editorial Rama Negra.


Aquella noche decidimos juntarnos en la casita que Mariana tiene en la laguna. La idea del asadito, el fuego y el ritual del vinito compartido entre charlas mientras alguna preparaba las ensaladas y otras cortaban el queso me había estimulado durante toda la semana; nuestros encuentros después de un poco más de tres años de habernos conocido se nos habían transformado casi en una necesidad. Las cuatro vivíamos en una ciudad prestada, casi casi por obligación más que por gusto, trabajos de maridos para algunas, colegios de los hijos para otras, padres ancianos imposibilitados de construir una nueva vida en otro lugar, en fin… todas habíamos armado “nuestro circo” en un sitio que al principio no nos recibió con los brazos abiertos, pero desde que nos conocimos y empezamos a tejer estos hermosos lazos de amor, complicidad y sinceridad, se fue transformando en un lugar lindo para vivir, de hecho nos reíamos parodiando al intendente cuando, luego que alguna contara lo mucho que extrañaba su tierra de origen, instantáneamente, entre miradas compinches, enunciabamos la frase “¡pero ahora Junín está lindo!”.

 

Tal cual me caracteriza no pude llegar a horario, fui la última, y en cuanto atravesé el portón de entrada escuché el grito de Mariana:

-¡Lucre, ponele llave y dejala colgadita al lado de la parrilla, que después de vos no hay nada mi amor! -y enseguida la acompañaron las risas de las dos que entre lechugas, tomates y rúculas le hacían guardia a la asadora.

Ahí estaban mis amigas, cada una tan diferente a la otra, cada una con una vida tan disímil entre sí, y sin embargo, cuando estabamos juntas, era como si una estela de amor nos envolviese. Una vez mi marido, después de haber compartido una salida “con parejas”, me dijo que se notaba lo mucho que nos queríamos por la manera en que nos mirábamos. Y así nos sentíamos entre nosotras: queridas. La casita estaba tal cual era su dueña, cálida, generosa, divertida y simple, un lugar donde uno quiere estar y quedarse. La noche calurosa de diciembre nos acompañaba con esa frescura aliviadora del jardín lagunero en donde estaba armada la mesa, amén de los sapos colados en la cena que saltaban de un lado al otro. Huían de la lluvia de sal gruesa que Paula, antinaturaleza total, les tiraba cada diez minutos.

-¡Pau! ¿Con tacos de diez centímetros a un asado en la laguna? ¡no podes! ¡Dejá un ratito el glamour en Capital y ponete las zapas! -la embromó Romina.

-Bueno, che, no todas tenemos tu altura —le contestó Paula subida a unas hermosas sandalias azules nuevas que hacían juego con su solero y sus pulseras en un cuerpo que gracias a las tantísimas horas de gimnasia semanales no denotaban sus cuarenta y seis años.

-En diez largo el asado -dijo Mariana. Enseguida empezamos con Paula a condimentar las ensaladas, mientras Romi destapaba cerveza y el cosecha tardía que yo había llevado.

-Por nosotras -dijo Mariana levantando la copa.

-Por nosotras -repetimos sonriéndonos.

-¿Cómo te fue en Capital, Pau? —disparó Romina.

-Muy bien, la pasamos genial, charlamos mucho, paseamos, estamos conectándonos de otra manera, aunque me cuesta mucho volver…

Todas compartimos lo mucho que la entendíamos, que seguramente no ha de ser ese un momento fácil en su vida, pero que debía ser fuerte y no transmitirle sus miedos, que se los guarde para sacarlos en noches como estas, acá, con nosotras, que para eso estábamos y que todo esto iba a pasar. Paula nos interrumpió:

-¿Saben qué pasa, chicas? Ustedes no tienen la dimensión de mis miedos, mis miedos son como pulpos que con sus infinitos brazos me atrapan sujetándome y no me permiten mover, avanzar…

-Pero, ¿qué es lo que vos querés, Pau? -interrumpió  Mariana.

-Quiero que pase el tiempo -dijo Paula en voz muy bajita y grave, quiero que pasen veinte años de mi vida y que la ida de ellos me den la seguridad de que todo fue para bien, que nada sucedió. Poder mirar ese futuro tan temido como algo ya pasado sin haberlo sufrido.

-¡Ay, Pau! ¡Dejate de joder, nena! -saltó Romina, fiel a su estilo directo y sin vueltas- ¡Vos estás loca! ¿Te vas a perder veinte años de tu vida solo por no vivirlos? No, querida, no es así la cosa!

-Y bueno -dije yo que por primera vez abría la boca en toda la noche-, deseos son deseos y cada quien con los suyos.

-Por nuestros deseos -brindó Mariana.

-Por nuestros deseos -repetimos. Luego de chocar las copas nos fundimos en un cálido y apretado abrazo.

La noche siguió entre los más disparatados y diversos temas de conversación, no faltaron las numerosas fotos tomadas con los celulares de Paula y Mariana subidas inmediatamente al facebook con comentarios sobre el asado, o las ya más de tres botellas vacías que dormían al lado de la parrilla. A la mesa trajimos a nuestras parejas, a nuestros hijos, a nuestros ex, estuvo también algún que otro señor prohibido, nos reímos de situaciones laborales y de alguna conocida en común, pusimos fecha para nuestro viajecito de verano y nos consolamos cuando alguna lágrima de emoción o tristeza asomaba. Una noche en la que nos hubiera gustado que todo se detenga para poder atraparla y atesorarla muy bien.

Creo que faltaban poquitos minutos para las doce cuando Paula se levantó para ir al baño, lo recuerdo así, ya que yo la seguí llevando los platos sucios a la cocina y pispeé el reloj que estaba arriba de la alacena. Mientras lavaba y secaba la vajilla podía escuchar las risas de las chicas en el patio, habían subido la música, seguro Romi estaba haciendo su ya clásico pasito de reguetton, tan torpe que nos hacía llorar a carcajadas.

 

-¿Llevo más cerveza? -pregunté asomándome por la ventana.

-¡Obvio! —gritaron Romina y Mariana a la vez.

Cuando Mariana sirvió la cuarta copa, notó que Paula no estaba.

-¿Y Pau? -preguntó.

-En el baño -respondió Romina.

-¿Todavía no volvió? ¿Le pasará algo? -acoté.

-Voy a ver -dijo Mariana levantándose rápidamente.

Enseguida volvió con cara de pregunta:

-No está en el baño –dijo- ni en los cuartos.

-¿Habrá salido? -dije preocupada.

-Pero por acá no pasó -aseguró Romina.

 

Automáticamente las tres nos paramos y salimos de la casa por la única puerta que lleva el exterior, nos asomamos a su auto estacionado debajo de los árboles y lo encontramos vacío y  cerrado herméticamente; nos miramos sin entender, y decidimos salir a buscarla en el coche de Romina. Mariana dijo que se quedaba por si regresaba, porque seguramente iba a volver, sin auto y con su cartera y celular sobre la silla, muy lejos no debería haberse ido. Yo caminé por los alrededores.

Al cabo de una hora nos volvimos a encontrar en el patio sin ninguna novedad de Paula, la preocupación estaba reflejada en nuestros rostros, no sabíamos nada de ella, ¿dónde se habría ido? Pero… ¿Se había ido? Ninguna la vio pasar desde el baño hasta el portón de la calle, yo misma lo había cerrado con llave y la había dejado donde Mariana me dijo.

No iba a irse así como así, sin despedirse y sin cartera, ni celular, dejando su auto estacionado. ¿Tendríamos que llamar a su casa? ¿Qué le diríamos a su marido? ¿Paula fue al baño y desapareció? ¡No! ¡Era muy fuerte!

Estábamos inmersas en un sinfín de preguntas sin respuestas cuando vimos a una hermosa mujer muy arreglada, toda en composé y exquisitamente perfumada aproximarse a nuestra mesa, sus manos tenían las manchas que el tiempo va dejando como huellas de que la vida transcurre queramos o no, su cara estaba marcada por las líneas que nos dan los años.

Las tres supimos sin decirnos palabra que estábamos frente a Paula, que en su ida al baño se le había cumplido el deseo. Veinte años le habían pasado en menos de dos horas, y sólo cuando vimos su mirada vacía, entendimos que esos veinte años que nuestra amiga tan intensamente anheló que le pasaran sin tener que transcurrirlos estaban llenos de nada, le habían dejado la seguridad de que nada había sucedido… Veinte años de nada, veinte años que no fueron nada.

-Por nosotras -levanté la copa.

-Por nosotras -brindaron las tres al unísono, fundiéndonos en un apretado abrazo.

 

Perfil de autora

 

Silvia Mendizábal nació en Victorica, La Pampa. Vive en Junín hace 28 años. Refugiada siempre en la lectura y la escritura como un vehículo liberador de emociones y fantasmas, publicó su cuento “Borcegos” en la antología “Cuatro bodas y un funeral” de la editorial Rama Negra. Es feminista y defensora del aborto legal, y del campo nacional y popular.

 

                                                                                                                                                                                             

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