jueves 25 de abril de 2024

OPINIÓN | 1 oct 2019

MIRADA EXTREMA

Aquellos fueron los días

Escribe Andrés Rissolo, especial para Semanario


Escribe Andrés Rissolo, especial para Semanario

Las década del 1960 fue la de mayor prosperidad y confort social para la sociedad occidental porque la política internacional consintió un sistema de vida que permitió a las clases medias y bajas acercarse al paraíso. Por ese entonces la Reserva Federal Norteamericana no tenía en su comisión directiva a economista alguno. Sus puestos más relevantes estaban ocupados por abogados, banqueros y empresarios, que desde la altura miraban a los economistas ubicados en los sótanos del edificio. “Es gente que no conoce sus propias limitaciones”, habría dicho un tal  William Mac Chesney Martin, por entonces presidente de la FED, de cuyo vaticinio hoy se padecen las peores consecuencias.

La presidencia de Franklin Delano Roosevelt desconsideró a John Keynes por considerarlo un “matemático impráctico”, en tanto otro presidente, Dwight “Ike” Eisenhower, instó a mantener a los tecnócratas fuera del poder. El Congreso norteamericano rara veces consultaba a economistas y  los tribunales ignoraban la evidencia económica al tacharla de irrelevante. Así lo revivía The New York Times y en su artículo añora la época donde los aires de igualdad económica  se respiraban en toda América.

En 1970, los economistas entraron a los corredores del poder para bajar en cuatro décadas los impuestos para los ricos y frenar la inversión pública, supervisaron la desregulación, idolatraron las grandes empresas y defendieron la concentración del poder corporativo, satanizaron los sindicatos laborales y se opusieron a las protecciones de los trabajadores como las leyes del salario mínimo. También advirtieron que una sociedad que buscara limitar la desigualdad pagaría el precio en un menor crecimiento.

Al principio fueron contratados para racionalizar la administración de políticas, pero pronto empezaron también a dar forma a los objetivos políticos. Ellos indicaron a los creadores de políticas que el crecimiento podría ser revivido minimizando el papel del gobierno en la administración de la economía. El crecimiento disminuyó y la desigualdad se disparó. Es quizá la medida más severa del fracaso de las políticas económicas de EE.UU. en desigualdades.

El que más se destacó fue Milton Friedman, un estadista, economista e intelectual estadounidense ganador del Premio Nobel de Economía de 1976, quien aconsejó  Richard Nixon que el gobierno no debería meterse en los problemas de la economía, debía eliminar el servicio militar obligatorio y permitir que los mercados determinaran el tipo de cambio entre el dólar y las divisas extrajeras.

De esta manera se estableció “el gran gobierno”, el gobierno dentro del gobierno, el gobierno “fantasma”, el paralelo, que instituyó que el objetivo primario de la política era incrementar la protección de la producción del dólar aún cuando el resultado sean significativas pérdidas de ingreso de determinados grupos particulares. A nivel mundial la imposición del dólar como moneda transaccional debía ser el primer mandato a cumplir.

No hace mucho tiempo el periódico The Wall Street Journal, en una edición se animó a editorializar que la mejor idea para nuestro país es la de reemplazar el dólar estadounidense como moneda legal de Argentina para romper con el horrible ciclo de crisis económicas.

El artículo, firmado por la Junta Editorial del periódico y titulado A Dollar for Argentina ("Un dólar para Argentina"), comienza con un repaso de los sucesos políticos y económicos que ocurrieron en los últimos meses y derivaron en las medidas económicas de control de capitales y la reperfilación de la deuda anunciadas por el Gobierno.

Una objeción a la dolarización es que Argentina perdería los beneficios de un Banco Central y el de imprimir su propia moneda aunque el diario considera que esto es “una excusa política disfrazada de economía”. La partida hacia el dólar sería un hecho sin retorno. Además con un monto limitado de dólares la Argentina deberá arreglar todos sus problemas.

Para la economía doméstica la dolarización significaría que los comerciantes deberán mantener el precio de los productos por años sin poder hacer una estampida de precios, para después no bajar los precios nunca más. ¿Qué pasará con la querida inflación que permitió enriquecer a tantos? ¿Crearemos la inflación al dólar?

En tanto, la recientemente nombrada presidente del Banco Central  Europeo y ex titular del FMI,  Christine Lagarde, en su primer minuto al frente de la nueva entidad advirtió a la Unión Europea la necesidad de vigilar los efectos secundarios negativos de una política monetaria no convencional, como el daño a la rentabilidad del sistema financiero.

En opinión de la francesa, los bancos centrales actuales se enfrentan a un entorno de tipos bajos e inflación débil que plantea "cuestiones estratégicas". Por ello, los gobernantes deben "entender mejor" las dinámicas de los precios y "reflexionar sobre si sus marcos de política monetaria son suficientemente sólidos para futuros retos".

Bancos centrales, tipos cambiarios, inflación débil, cuestiones estratégicas, dinámicas de precios, políticas monetarias… Y de los ciudadanos, genuinos propietarios de los países, productores de las divisas que estos administradores manipulan para su provecho propio ¿se acuerda alguien?

El premio Nobel de Economía, Paul Krugman, comparó la situación argentina con lo vivido en el año 2001 y se sorprendió de la “increíble” similitud de la crisis de 1998 – 2001 y la actual donde la política local y el FMI cometieron los mismos errores, con problemas de doble déficit presupuestario y exterior y un desequilibrio significativo en las cuentas corrientes.

Es imposible coincidir con Krugman y su sorpresa por la similitud de los hechos económicos ocurridos entre el 2001 y el 2019. Antes bien, todo es más parecido a la repetición de una exitosa receta para obtener los mismos resultados.

Sobre el final, da para pensar el remate de nota de The New York Times: “Los reportes del ascenso de la desigualdad a menudo adquieren una visión fatalista. El problema es descrito como una consecuencia natural del capitalismo, pero gran parte de la culpa radica en nosotros mismos, en nuestra decisión colectiva de acoger políticas que daban prioridad a la eficiencia y alentaban la concentración de riqueza, que descuidaban las políticas que igualaban las oportunidades y distribuían recompensas. El ascenso de la economía al poder es la razón principal del ascenso de la desigualdad.

Es tiempo de descartar el juicio de los economistas de que la sociedad debería hacer la vista gorda ante la desigualdad. Reducir la desigualdad debería ser un objetivo principal de política pública.

La medida de una sociedad es la calidad de vida en toda la pirámide, no sólo en la parte superior, y cada vez más investigaciones muestran que los que nacen en el fondo hoy tienen menos oportunidad que las generaciones anteriores de lograr la prosperidad o contribuir al bienestar general de la sociedad. Cuando la riqueza está concentrada en manos de pocos -muestran los estudios-el consumo total disminuye y la inversión se rezaga”.

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