viernes 19 de abril de 2024

CULTURA | 1 ago 2017

JOSÉ AGUSTÍN “POCHO” LUCA

Un año atrás se silenciaba un bandoneón sinfónico

Como compositor e intérprete, José Agustín “Pocho” Luca dejó una huella profunda. Personaje de la noche juninense, hizo brillar a cantores como Omar Decarre, Tito Peters, Raúl Ledesma y Jorge Gallardo. Fue un emblema y baluarte por peso propio.


Por: ISMAEL CANAPARO

No tuvo ni siquiera un ápice de vanidad. Solamente su nombre o su apodo, sin otro aditamento de identificación, lo decían todo. Siempre desdeñó el lucimiento personal. Compartir con otros músicos la misma lealtad con el tango, fue el verbo que utilizó en su extensa y bellísima trayectoria. El corazón y el bandoneón de José Agustín Luca dejaron de latir el 17 de julio del año pasado, en medio del dolor popular. Tenía 87 años.

La historia menuda, esa que queda registrada más allá de las notas periodísticas o de los libros, ubica a Pocho como uno de los músicos más importantes que ha dado el tango en Junín. En una trayectoria de más de setenta años, discurre un talento que tiene su punto de origen en las primitivas y primarias manifestaciones instrumentales de los primeros bostezos del siglo pasado y obtiene sabia maduración hasta estos días, para transformarse en un auténtico magisterio musical.

El tango, como materia viva, atravesó, en el lapso que transitó Luca, todos los inconvenientes  imaginables de un proceso dinámico de otra Argentina, bien distinta. Pese a los aparentes momentos de declinación, de luces y sombras, de alegrías e ingratitudes, él no alcanzó al contraste: se sustrajo, por amor, por vocación, o por las dos cosas juntas, a las veleidades de las modas y los gustos.

José Luca, cuyo desenvolvimiento en el tango forma parte del paisaje de Junín, fue el dueño de una mirada capaz de sumergirse en pliegues e intersticios de la vida pueblerina o en la indagación de los personajes que habitaron la noche localista, como Rubén Massari, Maito Ceratto, Rubén Lencina, Raúl y Jorge Gallardo, Alfredo Peters, Arturo Viora, Raúl Ledesma y Agustín Prezioso, sin olvidar a su entrañable hijo Ever, fallecido a muy temprana edad.

Se inició en el estudio del bandoneón cuando tenía apenas 9 años, de la mano de otro histórico: Aurelio Rodríguez. A los 12 comenzó a tocar en la orquesta que tenía su maestro y luego, a los 15, formó su propio quinteto, al que llamó Ideal. Cinco años después acometió un gran desafío: se radicó en Mendoza para integrar la orquesta de Osvaldo López, con la que realizó una extensa gira por suelos cuyanos.

Charlar con Pocho fue todo un deleite para quien esto escribe. Resultó algo así como estar frente a un testigo privilegiado de la historia del tango juninense. Solía recibirnos en su casa de calle Guido Spano junto a la dulce y encantadora Elena, la mujer de toda la vida, a quien le dedicó un hermoso vals, el que varias veces nos hizo escuchar en medio de la emoción que irradiaba el rezongo de un fueye y del testimonio a una persona querida y presente. Luca siempre fue un estudioso, un vanguardista y hablaba de los tangos de antes y de los de ahora, de los sentimientos, las frustraciones, el escepticismo, la madre, la fractura de una relación amorosa, la venganza, el duelo criollo, el amor fugaz, el alcohol, el juego, las tristezas y desengaños nativos que están condensados en la suma de relatos de tres minutos de duración. No se trata de una simple acumulación de referencias, sino de un recorrido que se interna en el contexto de la historia criolla, en los vaivenes y altibajos de la biografía nacional, de la cual el tango no es más que un reflejo.

Ese diálogo, abierto y distendido, ofreció los momentos más deliciosos que un amante del tango pueda pretender. El toque y el swing de Pocho Luca, donde convergían todo ese universo sonoro de formación erudita y popular, estilizaban cada pieza tanguera que nos hizo escuchar, volviendo a sorprender con los arreglos de su admirado Leopoldo Federico (contó que iba a comprar sus partituras en el recordado negocio de Primo Arini) y que no necesitó cambiar más. 

También, como un estudioso permanente, dejó picando una opinión para pensar: “Se puede suponer que la música se disfruta cuando es conocida, pero yo me pregunto, ¿qué alternativa tiene entonces la música nueva? Pensando de esa manera, podría sonar medio cobardón que uno se refugie solamente en temas viejos, porque sería poco menos que remar hacia atrás. El estudio es una inyección para seguir avanzando, aunque no me proponga hacer arreglos ultramodernos”. Esto lo decía entonces un jovencito tanguero de 85 años.

Músico culto y popular, cronista de la noche tanguera, minucioso en el estudio y en la búsqueda de nuevas melodías, romántico y curioso, siempre representó una manera de conducirse desde el bandoneón y desde el balcón de la vida: sobriedad y buen gusto. Además de integrar las orquestas Bristol, de Enrique Fusé, la Astral, del pianista Pedro Guglielmino, también participó en la agrupación de Arturo Viora, junto a otros grandes, como José Balduzzi, Atilio Peruggini, Luis Linguido, Walter Dujesiesken, Obdulio Medialdea, Rosendo Singla, Roberto Gnazzo, Rubén Broggini, Ricardo Pérez (cantor) y Eduardo Mattiazzi (presentador).

Dentro de su largo historial, existe un mojón que retuvo para sí con emoción y cálido recuerdo. Es la formación de un trío junto a su hijo Ever y Rubén Lencina, ambos en guitarras, y la animación de otro testigo de lujo de toda una época: Agustín Prezioso. Tocaron en la recordada confitería Gran Prix, en el marco de una serie que se llamó Show Tango Color, con la presentación de voces locales: Miguel Suárez, Jorge Gallardo, Héctor Bargueño, Luis Fernández y Tito Francia, entre otros. Además, el terceto acompañó en varias giras a Raúl Ledesma, al margen de darles apoyo a distintos solistas que llegaban a Junín.

Se le hacía un nudo en la garganta cuando recordaba a su hijo: “La guitarra de Ever fue para mí un acompañamiento de lujo, un guitarra que contestaba, soportaba, contenía, rellenaba. Melódica y rítmica, con gran economía musical. No hacía falta más para complementarnos a la perfección”.

Un toque mágico con la música de su venerado Astor Piazzolla, tuvo lugar en el Sheraton porteño. Integró el conjunto orquestal y coro dirigido por Juan José Martín, que interpretó la operita “María de Buenos Aires”, con exclusivos arreglos suyos, obra del propio Astor y el fantástico uruguayo Horacio Ferrer. Esa noche embriagadora, dedicada a las embajadas extranjeras, luego se trasladó a distintos puntos del territorio bonaerense.

Tuvo que festejar sus 55 años con la música para que muchos se dieran cuenta de una vigencia inalterable, esa que jamás perdió. Formó una orquesta para la ocasión, con intérpretes y vocalistas locales, a la que denominó Típica Junín Tango. El recital, a sala llena, se concretó el 14 de setiembre de 1999, en La Ranchería. Con la animación de Daniel Ganci, desfilaron cantores de la talla de César Diotti, Miguel Suárez, Luis Fernández, Rosana Ferreiro, Jorge Gallardo, Hugo Casanova, Julio Pulido, Omar Decarre y Omar Pagano. Allí, en medio del entusiasmo del público, Luca demostró que no fue un músico fortuito, sino surgido de un barro común, con identidad, como un protagonista de una ciudad que progresaba en la diversidad y en la integración cultural. Pocho encontró la manera de expresar artísticamente, a través de la complejidad y la belleza de un bandoneón,  sus sueños, sus utopías y su encendida inspiración.

José Agustín “Pocho” Luca, acaso sin proponérselo, se ha transformado en un fragmento imprescindible de la historia del tango de Junín. Recuerdo que una de nuestras charlas, finalizó con un elogio a Carlos Gardel, a quien siempre –dijo- podrá recurrirse como a un “hermoso barrilete hundido en la memoria”, ya que “sigue siendo un cantor único, irrepetible, por su voz prodigiosa y repleta de musicalidad”.

También en la música hay quienes solo duran y quienes siempre están. La partida de Pocho Luca no es una ausencia definitiva. Lo recordamos siempre como una persona digna, talentosa y comprometida. Y muchísimo más cuando oímos rezongar un bandoneón…

Su gran amor por la enseñanza

Las nuevas generaciones, que no llegaron a ver a las orquestas locales de Arturo Viora, Héctor Bianco, Enrique Fusé y Osvaldo López, como tampoco a Aníbal Troilo, a Osvaldo Pugliese, a Astor Piazzolla, a Alfredo Gobbi, ni siquiera a José Basso, sólo podrán medir la importancia de Pocho Luca si alguna vez escucharon en vivo su estilo clásico y moderno. Claro, para ello tendrían que haberlo oído en los últimos años en su domicilio de Guido Spano 27, donde dictaba clases de bandoneón, o bien en la Dirección de Cultura de Lincoln, contratado por la comuna vecina para la enseñanza del fuelle.

En Junín, tuvo su espacio para la enseñanza durante la administración municipal de Abel Miguel, pero no en el pasado gobierno de Mario Meoni, que no se interesó por la propuesta, si bien –como un contrasentido- todos los años organizó un festival tanguero con luminarias locales y foráneas.

 

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