

En Maipú, provincia de Mendoza, en el año 1896, dos avezados inmigrantes provenientes de Europa (el suizo Bautista Gerónimo Gargantini y el italiano Juan Giol) se asociaron y, un año después, iniciaron la construcción de una bodega para la elaboración de vinos. Este vínculo comercial surgió de una estrecha amistad que logró, con el tiempo, consolidar la empresa alcanzando un alto crecimiento económico. Necesitaron apenas 15 años para convertir su modesto sueño en la bodega más grande del mundo.
En esas comunes reuniones dominicales de italianos, Giol y Gargantini conocieron a dos hermanas: Margarita y Oliva Bondi. Giol se casó con la primera y su amigo formó hogar con Oliva.
Los dos amigos aterrizaron en Maipú en la década de 1880 y ya una década y media después encontraron la fórmula del vino que llegó a ser el más tomado por los argentinos: “Toro”, una marca que hoy factura $ 10.000 millones por año en todos sus formatos, vende 200 millones de unidades y reúne una porción de mercado de 20% en el país.
“Alto, bien alto sobre el mar y cerca del sol. Ahí en donde las muchas horas de luz, un riego esmerado y un suelo sorprendente puede terminar de obrar la maravilla: uvas de excepción que dan origen a vinos inolvidables y hoy reconocidos en todo el mundo. Hasta Mendoza, en Cuyo, llegaron hace más de cien años las primeras familias de inmigrantes que pusieron todo el esfuerzo no sólo en progresar, sino en hacer de esa región la cuna de grandes vinos. Y lo lograron, claro. Tanto que hoy ésa frase (“cuna de grandes vinos”) es hasta ahora el eslogan con el que se promueve el turismo, la gastronomía y las degustaciones de vinos y demás delicias en el departamento de Maipú, donde se concentran nada menos que 167 bodegas y en donde se produce casi 50% del total de uvas Malbec del país. Es hermoso intentar un recorrido sobre todo esto, que huele a cubas de roble y racimos al sol, y que esconde en cada vuelta del camino una leyenda, una sorpresa, una maravilla”, subraya la docente y periodista Fernanda Sández, al referirse a esta industria tan adentrada en los argentinos, por el cariz familiar que tuvo a partir de los primeros años del siglo pasado.
En 1887, los concuñados compraron 33 hectáreas en Maipú para darle vida a su proyecto vitivinícola. De inmediato procedieron a construir una humilde bodega, a la que llamaron “La Colina de Oro” (se la consideró en su momento como “nacida gigante”: producía cerca de 50.000 hl en esos años, una de las más grandes del mundo) y comienzan, con apenas tres toneles, a elaborar su propio vino. Pasaron algunos años de pruebas con productos de escasa calidad, hasta que seis años más tarde tantos sacrificios dieron sus frutos al llegar al gran éxito que luego sería “Vino Toro”. Ellos lo describieron con pocas palabras: “Un vino hecho por laburantes para laburantes”. Recién a partir de 1904 empezaron a ver los beneficios de tanto esfuerzo y compraron 7.000 hectáreas de viñas y campos para anexar a la bodega. Pasaron así a ser los bodegueros más ricos del país.
Según cuenta la docente Natalia Estefanía Palazzolo en la revista “Estudios Sociales Contemporáneos”, “El emprendimiento siguió creciendo y en pleno apogeo de la empresa, en 1911, Bautista Gargantini decidió retirarse de la sociedad y regresar a Italia.
Juan Giol crea entonces “Bodegas y Viñedos Giol S.A.”. Es aquí cuando se registró la marca de vino “Cabeza de Toro”. Giol, para poder comercializar sus vinos haciendo uso del ferrocarril, buscó apoyo financiero asociándose con el Banco Crédito Español, constituyendo una Sociedad Anónima (diario Los Andes, 03/12/1990, página15). Es en este momento cuando Juan Giol pensó en una obra inédita: la construcción de un vinoducto aéreo de 1700 metros, el primero en el mundo, para unir esta bodega con la recientemente adquirida “El Progreso” y que contaba con la ventaja de tener desvío propio de ferrocarril.
En el año 1915, Giol decidió volver a Italia y vendió su parte al Banco de Crédito Español, quien amplió ambas bodegas, plantó viñedos y abrió nuevas sucursales, como las de Junín, Palermo, Mar del Plata, Bahía Blanca, Rosario, Santa Fe, Barranqueras (Chaco), Córdoba y Tucumán. Estas sucursales estaban dedicabas exclusivamente al fraccionamiento y comercialización de los productos.
Hacia la década del 40, Giol se constituyó en una de las tres bodegas más importantes, controlando aproximadamente el 50% del mercado vitivinícola. Las otras bodegas en cuestión eran la bodega Arizu y la bodega El Globo, ambas pertenecientes a capitales ingleses.
No obstante el crecimiento, hacia 1954 la empresa atravesaba una difícil situación financiera debido a las cíclicas crisis de la vitivinicultura y al próximo vencimiento de una deuda que mantenía con el Instituto Movilizador de Inversiones Bancarias, dependiente del Banco Central.
Una de las causas de este endeudamiento fue el desfasaje financiero que le imponía el mantenimiento de una gran estructura. La empresa contaba con el financiamiento del Banco Español, pero con la nacionalización de los depósitos bancarios realizada por el Gobierno de Juan Perón, el titular del crédito pasó a ser el Banco Central.
Ante la imposibilidad de pago y considerando que el gobierno tenía la intención de intervenir en el mercado de vinos, el gobernador mendocino Carlos Evans decidió en 1954 que la provincia comprara el paquete accionario para hacerse de una herramienta capaz de regular la vitivinicultura mendocina, proteger a los pequeños y medianos productores, ya sea comprándoles su uva o poniendo a su disposición la infraestructura de elaboración y comercialización así como también propender a su integración y a la formación de cooperativas.
El 30 de abril de 1954, el gobierno provincial decidió por Ley Nº 2301 adquirir las acciones de la bodega al Banco Español del Río de la Plata convirtiéndose en el accionista mayoritario. Diez años después, el 12 de diciembre de 1964, se promulgó la ley provincial Nº 3137, que dispuso el funcionamiento de Giol como empresa estatal, cercenando así toda posibilidad de integración del sector privado. De esta forma, Giol se transforma, con la compra de las acciones restantes, en empresa del Estado y adquiere la función de regular la vitivinicultura de Mendoza durante la gobernación de Francisco Gabrielli.
En la ley se enumeran los objetivos fundamentales, entre los cuales se destaca (Ley 3137/64: a) Cumplir la función reguladora de nuestra industria vitivinícola; b) La explotación de la industria vitivinícola y olivícola en todas sus formas y aspectos, procurando la obtención de precios remunerativos para productores y elaboradores, especialmente los de menor capacidad económica que siempre tendrían prioridad en sus ofertas y c) El comercio de exportación e importación de vinos y demás productos derivados de la uva.
De esta forma, la intención del Estado al comprar Bodegas y Viñedos Giol era orientar la actividad de la industria vitivinícola y ofrecer una infraestructura al servicio exclusivo de las necesidades e intereses de los productores que no poseían medios propios de elaboración ni estructura para la comercialización de sus productos.
El patrimonio de Giol era enorme. Comprendía tres fincas; tres bodegas (Maipú, San Rafael y General Alvear); una planta de elaboración y concentración de mostos; una para el procesamiento de frutas y hortalizas “La Colina” con su propia procesadora de hojalata; y dieciséis plantas de fraccionamiento: tres en Mendoza, dos en Santa Fe, cinco en Buenos Aires y seis más en otras provincias: Córdoba, Tucumán, Chaco y Santiago del Estero. Además era dueña del 51% de Provica, una empresa vitivinícola argentino-colombiana y la conocida enoteca del barrio Cívico.
Durante los años 1979/1982 el sector atraviesa una dura crisis, lo cual se refleja en los estados contables a través de una notoria disminución de su liquidez. Las deudas pasaron a tener un gran peso dentro de la estructura patrimonial, llegando al año 1981 a representar el 88.53% del pasivo más el patrimonio neto. De allí en más, el endeudamiento fue incrementándose. El crecimiento mensual de la deuda desde el 31/08/1985 al 31/08/1987, fue de 500 mil dólares por mes. En los últimos cuatro meses de 1987, la deuda creció a un promedio de 977 mil dólares mensuales. Durante años, Giol subsidió a pequeños y medianos viñateros comprando a precios de protección y vendiendo a precios de mercado, con la financiación de los bancos de Mendoza y Previsión Social.
El endeudamiento creciente con los bancos oficiales, fue el argumento que más se instaló en los discursos privatistas. Lo lanzaron al ruedo y lo repitieron incansablemente los medios de comunicación (Los Andes 27/06/90: “Giol privatizada, ¿cumplirá su función?”; Los Andes 6/07/1990: “Sancho: la privatización de Giol ha sido transparente”).
En diciembre de 1987, asume como presidente de Bodegas y Viñedos Giol designado por el gobernador electo José Octavio Bordón, el Ingeniero Eduardo Ramón Sancho, quien hasta ese momento se había desempeñado como presidente de la cooperativa de segundo grado FeCoVita, que fue inscripta, de acuerdo al registro del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES), el 23 de Noviembre de 1981.
En una nota publicada en el diario Los Andes con motivo de la asunción de Sancho, se resalta el discurso que dio el Gobernador Bordón en relación a Giol: “A nosotros no nos asusta desregular, no nos asusta descentralizar, no nos asusta privatizar. Pero no estamos dispuestos a desregular ni a desestatizar para entregar lo que es del pueblo a la voracidad de grupos minoritarios que viven de la especulación y que viven atados al centralismo”.
En ese contexto, comenzó a penetrar con gran fuerza el modelo de acumulación rentístico-financiero, y con ello las voces a favor de la desestatización de la economía y el retiro del Estado de actividades productivas y empresarias. Lo expuesto por Bordón trascripto en el párrafo precedente es un claro ejemplo de ello.
Finalmente, se decidió privatizar a favor de FeCoVita la casa matriz y 14 sucursales, la planta frutihortícola, las marcas, la destilería y 5 fincas, aplicando procesos de despido y reducción del personal como con las posteriores privatizaciones de empresas públicas en la Argentina durante la década de los noventa. Existieron tres sistemas para “liquidar” al personal: 1) Retiro voluntario: se ofrecía a los que optaran por retirarse de la empresa una parte de la indemnización por despido que les correspondía según la Ley de Contrato de Trabajo; 2) Jubilación anticipada: a aquellos que se encontraban a menos de cinco años de jubilarse, recibiendo una indemnización en compensación por el menor monto de haberes jubilatorios que les correspondía y 3) Sistema de garantía de trabajo: el empleado tenía dos alternativas, ser reubicado en la administración pública provincial o ser indemnizado por cualquiera de los dos métodos anteriores.
FeCoVita se comprometió a pagar el 20% al contado y el resto en cuotas anuales, con dos años de gracia, durante 8 años. Pagó la primera cuota, pero la segunda la refinanció en doce cuotas mensuales. De allí, nunca se volvieron a efectuar pagos por la compra de Giol, hasta que el gobierno provincial decidió condonar su deuda de contado y mantener la financiada. Sin embargo, esta tampoco fue pagada hasta el día de hoy. Asimismo, tampoco se pagó nada por las marcas “Toro” y “Canciller” y además la deuda vieja de Giol fue asumida por el Tesoro Provincial (Diario Los Andes, 15/04/1992, p.3)”.
En su época de mayor esplendor, la sucursal juninense (una de las nueve en el país) tuvo gran importancia en la región, abarcando una extensa franja territorial. Su poder de fraccionamiento y distribución fue intenso y los productos de la bodega estaban abroquelados en el paladar de la gente, gracias también a comerciales históricos como “Al pan, pan y al vino, Toro” y “Brindamos por los que se brindan”. Además, por tener en sus publicidades a iconos de la cultura criolla, como el cantante Carlos Gardel, el boxeador Carlos Monzón y el conductor televisivo oriundo de Junín, Orlando Marconi, entre otros.
La bodega local, emplazada en la calle Jorge Newbery casi Sarmiento, al lado del ingreso a los talleres ferroviarios, contó en su momento con más de 500 operarios, diseminados en varias secciones, con transporte propio.
Así, al pasar, recordamos los nombres de algunos trabajadores del sector, muy identificados con la comunidad local: los hermanos Didio, el contador Mario Sclarandi, los futbolistas Marcelino Artime, Carmelo Commisso y Orlando Tablada, Alfredo Baleani (jugador profesional de Sarmiento), Jorge Canaparo, Saccani, Ferro, Ojeda, Pinaca, Bilbao, Angel Giorgetta, el vasco Iturbide, Camilo Trigo, Inchauspe, Stamponi, Gorosito, Abú, Peroni, Lovera, Mario Ponti, Wanioski, Elías Yarmuch, Ramírez y Carucha López, entre muchos otros.