viernes 20 de septiembre de 2024

LOCALES | 5 sep 2020

Análisis SEMANARIO

Si la escuela no entiende que tiene que aprender, difícilmente pueda enseñar

Los ministros de Educación de todo el país coincidieron en que los aprendizajes que tuvieron lugar durante 2020 serán evaluados y acreditados este mismo año, pero que no serán definitorios y todos pasarán de grado. Sin embargo nadie repara en la creciente desigualdad a la hora de estudiar y los obsoletos sistemas de enseñanza. Una vuelta por “los cuatro pilares de la educación”, de Jaques Delors.


El Consejo Federal de Educación, que reúne a los ministros del área de todo el país, resolvió que ningún estudiante repetirá este año, al tiempo que se formará una única “unidad pedagógica” con el año próximo y así se dejará la definición de la promoción para fin de 2021.

La información que se conoció indica que “dado el contexto de educación en emergencia por la pandemia de coronavirus, los ministros consensuaron que los aprendizajes que tuvieron lugar durante 2020 serán evaluados y acreditados este mismo año, pero que no serán definitorios a la hora del paso de grado”.

De este modo, las autoridades escolares están poniendo el foco puntual en la evaluación y acreditación, cuando más que nunca, la escuela ha mostrado en tiempos de pandemia la tremenda desigualdad que existe.

Lamentablemente, aún no se oyen voces que propongan cambios estructurales adaptados a la realidad sanitaria y al mismo tiempo, tecnológica.

Si en estos tiempos la escuela no entiende que es tiempo de aprender, seguramente tampoco podrá enseñar.

Tampoco se estiman los tiempos en que se podrá volver a la escuela con inmunidad, sin poner en riesgo a los niños y adolescentes.

Se piensa en la pronta “normalidad”, para que todo vuelva al cauce rápidamente con alumnos en clase contentos por el reencuentro con los amigos, pero extremadamente aburridos con los mismos contenidos se siempre.

Los equipos ministeriales se apuran a indicar que el “paso de grado” no incluye en ninguna de las instancias una idea de “promoción automática”, sino que se propone reorganizar los contenidos, en una unidad pedagógica que “junta” este año al próximo, para que “el año que viene puedan ser acreditados”.

Mientras que con respecto al sistema de evaluación, la asamblea del Consejo determinó que todos los aprendizajes que tuvieron lugar durante 2020 serán “evaluados y acreditados”, para continuar en una progresión de aprendizajes “que abarcará el ciclo 2020 y el 2021 como una única unidad pedagógica”. 

Tal como viene ocurriendo, esa evaluación será conceptual y no con nota, “para que cada jurisdicción decida cuándo y con qué finalidad repone el uso de escalas de calificaciones”.

Y mientras parece que sólo se apunta a la “valoración” del alumno en sus respectivos ítems, quedan por fuera los efectos colaterales de sus “padeceres”.

Entonces, esta escuela sigue apareciendo fría y distante respecto al verdadero “aprendizaje”, ya que los docentes deberán “evaluar” de modo general, dejando de lado -como en estos últimos 200 años- las cuestiones de desigualdad en cada uno de los casos y que ya a estas alturas debieran ser revertidos después de tantas páginas escritas de psicopedagogía.

¿SE PUEDE DELORS?

Preguntarnos si se puede revertir un proceso añoso de desaprendizaje e individualismo, cuando todavía hacen falta mejorar cuestiones de infraestructura escolar, puede resultar inquietante, sin embargo se trata de  “educación e igualdad”, palabras que todos gustan de poner en sus discursos pero finalmente no lo hacen en sus acciones.

Considerar a los alumnos como un producto destinado a la fuerza del trabajo, y a la escuela como la industria fabricante de éstos, tiene que ver con el resultado de transitar en la actualidad por una sociedad apasionada por el consumo, clasista, desintegrada y con profesionales con buena hoja de vida, pero ignorantes de valores para interactuar en ella.

Hace ya más de 20 años Jacques Delors elaboró un informe a la UNESCO de la Comisión internacional sobre la educación para el siglo XXI al cual denominó “Los cuatro pilares de la educación”.

En su trabajo, quien fuera presidente de la Comisión Europea y miembro del partido Socialista francés, sostenía que “la educación a lo largo de la vida se basa en cuatro pilares: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos, aprender a ser”.

Para Delors, era importante “aprender a conocer”, combinando una cultura general suficientemente amplia con la posibilidad de profundizar los conocimientos en un pequeño número de materias. Lo que supone además: “aprender a aprender para poder aprovechar las posibilidades que ofrece la educación a lo largo de la vida”.

Consideraba el “aprender a hacer” a fin de adquirir no sólo una calificación profesional, más generalmente una competencia que capacite al individuo para hacer frente a gran número de situaciones y a trabajar en equipo. Pero, también, “aprender a hacer en el marco de las distintas experiencias sociales o de trabajo que se ofrecen a los jóvenes y adolescentes bien espontáneamente a causa del contexto social o nacional, bien formalmente gracias al desarrollo de la enseñanza por alternancia”.

Delors, planteaba el “aprender a vivir juntos”, desarrollando la comprensión del otro y la percepción de las formas de interdependencia ⎯realizar proyectos comunes y prepararse para tratar los conflictos⎯ respetando los valores de pluralismo, comprensión mutua y la paz.

Mientras que el “aprender hacer”, lo expresaba “para que florezca mejor la propia personalidad y se esté en condiciones de obrar con creciente capacidad de autonomía, de juicio y de responsabilidad personal”.

De este modo, el dirigente buscaba como fin no menospreciar en la educación ninguna de las posibilidades de cada individuo, esto es “memoria, razonamiento, sentido estético, capacidades físicas, aptitudes para comunicar” ya que sostenía que “los sistemas educativos formales propenden a dar prioridad a la adquisición de conocimientos, en detrimento de otras formas de aprendizaje, importa concebir la educación como un todo. En esa concepción deben buscar inspiración y orientación las reformas educativas, en la elaboración de los programas y en la definición de nuevas políticas pedagógicas”.

En su informe a la UNESCO destinado a pensar este siglo XXI del cual ya cumplimos dos décadas, el político planteaba para estos tiempos que los “recursos sin precedentes tanto a la circulación y al almacenamiento de informaciones como a la comunicación, planteará a la educación una doble exigencia que, a primera vista, puede parecer casi contradictoria: la educación deberá transmitir, masiva y eficazmente, un volumen cada vez mayor de conocimientos teóricos y técnicos evolutivos, adaptados a la civilización cognoscitiva, porque son las bases de las competencias del futuro”, mientras que “simultáneamente, deberá hallar y definir orientaciones que permitan no dejarse sumergir por la corriente de informaciones más o menos efímeras que invaden los espacios públicos y privados y conservar el rumbo en proyectos de desarrollo individuales y colectivos”.

Sin imaginar siquiera los tiempos de pandemia como el actual, Delors planteaba ya en 1996 que “en cierto sentido, la educación se ve obligada a proporcionar las cartas náuticas de un mundo complejo y en perpetua agitación y, al mismo tiempo, la brújula para poder navegar por él”.

Por lo tanto, y con buen criterio, manifestaba que “se ha vuelto imposible, y hasta inadecuado, responder de manera puramente cuantitativa a la insaciable demanda de educación, que entraña un bagaje escolar cada vez más voluminoso”, poniendo énfasis en que “ya no basta con que cada individuo acumule al comienzo de su vida una reserva de conocimientos a la que podrá recurrir después sin límites. Sobre todo, debe estar en condiciones de aprovechar y utilizar durante toda la vida cada oportunidad que se le presente de actualizar, profundizar y enriquecer ese primer saber y de adaptarse a un mundo en permanente cambio”.

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