domingo 27 de abril de 2025

LOCALES | 25 sep 2020

Análisis SEMANARIO

Meritocracia: El falso reconocimiento que atenta contra los trabajadores

En los últimos días se abrió nuevamente el debate a partir de las expresiones del Presidente de la Nación, Alberto Fernández, pero no se trata de una disputa local sino global.  


Por: Redacción Semanario

Esta semana, la “meritocracia” terminó siendo una de las palabras más escuchadas y discutidas a partir de que el Presidente Alberto Fernández, durante un discurso, hizo alusión a que "lo que nos hace crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años, porque el más tonto de los ricos tiene más oportunidades que el más inteligente de los pobres. Cuando las oportunidades son para algunos, se generan desigualdades. Y contra esas desigualdades hay que pelear todos los días".

Es indudable que Fernández apuntó al otro lado de la brecha trazada en Argentina, ya que en los cuatro años de gobierno de Mauricio Macri, la meritocracia fue uno de los estandartes de Cambiemos y sus políticas también giraron en el mismo sentido.

Y mientras creemos que se trata sólo de una chicana argentina entre líderes de los partidos mayoritarios, la meritocracia se debate en todo el mundo y más aún en medio de una pandemia que ha dejado al desnudo las desigualdades pero también la discapacidad por parte de algunos sectores de tener una mirada más igualitaria de la sociedad, prosiguiendo con sus miserias egoístas.

Ejemplo de que el tema del reconocimiento al mérito excede nuestras tierras lo es que justamente esta semana el diario El País de España, ha dado a conocer en su suplemento cultural Babelia, un fragmento de 'La tiranía del mérito', del famoso profesor de Filosofía estadounidense Michael J. Sandel, que desmonta la retórica del ascenso social.

Michael Young, que acuñó el término meritocracia a finales de la década de 1950 y lo utilizó en sentido peyorativo, observó cuatro decenios más tarde que "en una sociedad que valora tanto el mérito es realmente duro que los demás consideren que uno carece de mérito. Nunca antes se había dejado a las clases bajas moralmente tan desprotegidas".

Para Sandel, hay un malestar de la clase trabajadora “ligado a la perplejidad y el desencajamiento causados por el veloz ritmo de los cambios en una era de globalización y tecnología”.

El profesor sostiene que “en el nuevo orden económico, la noción del trabajo vinculado a una carrera laboral para toda la vida es ya cosa del pasado; lo que ahora importa es la innovación, la flexibilidad, el emprendimiento y la disposición constante a adquirir nuevas aptitudes”.

Sin embargo “el problema, según esta explicación, es que muchos trabajadores se sienten molestos por esa obligación de reinventarse que se deriva del hecho de que los puestos de trabajo que antes ocupaban se deslocalicen ahora hacia países donde los salarios son más bajos o se asignen a robots. Añoran -incluso con gran nostalgia- las comunidades locales y las trayectorias laborales estables del pasado”.

Sandel hace hincapié en un dato incuestionable y que forma parte de los intríngulis que surcan las cabezas de los trabajadores en todo el mundo y no sólo en nuestro país.

Ocurre que desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la década de 1970, “quienes carecían de titulación universitaria podían encontrar un buen trabajo que les permitiera mantener a su familia y llevar una vida cómoda de clase media. Hoy en día, eso es mucho más difícil. En las últimas cuatro décadas, la diferencia de ingresos entre los graduados de secundaria y los universitarios, lo que los economistas llaman la "prima universitaria", se ha multiplicado por dos”.

“La globalización proporcionó –según es escritor- cuantiosas ganancias a quienes contaban con buenas credenciales -los triunfadores de la meritocracia- pero no aportó nada a la mayoría de los trabajadores. Si bien la productividad fue en aumento, los trabajadores cosechaban una parte cada vez menor de lo que producían. Aunque la renta per cápita de los Estados Unidos ha aumentado en un 85% desde 1979, los hombres blancos sin titulación universitaria superior ganan menos ahora, en términos reales, de lo que ganaban entonces”.

LA RETÓRICA DEL ASCENSO SOCIAL

Así pues, ¿qué es lo que ha incitado ese resentimiento hacia la élite que albergan muchos votantes de clase obrera y de clase media? La respuesta comienza por la creciente desigualdad de las últimas décadas, pero no termina ahí. En última instancia, tiene que ver con el cambio de los términos del reconocimiento y la estima sociales.

Sandel explica que “la era de la globalización ha repartido sus premios de un modo desigual, por decirlo con suavidad. En Estados Unidos, la mayor parte de los incrementos de renta experimentados desde finales de la década de los setenta del siglo XX han ido a parar al 10% más rico de la población, mientras que la mitad más pobre prácticamente no ha visto ninguno. En términos reales, la media de la renta anual individual de los varones en edad de trabajar, unos 36.000 dólares, es menor que la de cuatro décadas atrás. En la actualidad, el 1% más rico de los estadounidenses gana más que todo el 50% más pobre”.

Sin embargo, “ni siquiera este estallido de desigualdad es la fuente principal de la ira populista. Los estadounidenses toleran desde hace mucho tiempo grandes desigualdades de renta y riqueza, convencidos de que, sea cual sea el punto de partida de una persona en la vida, ésta siempre podrá llegar muy alto desde la nada. Esa fe en la posibilidad de la movilidad ascendente es un elemento central del ‘sueño americano’”.

Y tal como vemos hoy día y merced a esta pandemia que ha dejado a todos desnudos en sus argumentos más básicos, el profesor de filosofía destaca que “los partidos tradicionales y sus políticos han respondido a la creciente desigualdad invocando la necesidad de aplicar una mayor igualdad de oportunidades: reciclando formativamente a los trabajadores cuyos empleos han desaparecido debido a la globalización y la tecnología; mejorando el acceso a la educación superior, y eliminando las barreras raciales, étnicas y de género. Esta retórica de las oportunidades la resume el conocido lema según el cual, si alguien trabaja duro y cumple las normas, debe poder ascender ‘hasta donde sus aptitudes lo lleven’”, pero “la retórica del ascenso suena ahora a vacía. En la economía actual no es fácil ascender”.

Y aún en Estados Unidos, la región geográfica que muchos argentinos añoran imitar ocurren hechos desgraciados en materia laboral y desarrollo social.

Sandel indica que “los estadounidenses que nacen en familias pobres tienden a seguir siendo pobres al llegar a adultos. Solo alrededor de una de cada cinco personas que nacen en un hogar del 20 por ciento más pobre según la escala de renta estadounidense logra formar parte del 20 por ciento más rico durante su vida; la mayoría no llegan siquiera a ascender hasta el nivel de la clase media. Resulta más fácil ascender desde orígenes pobres en Canadá, o en Alemania, Dinamarca y otros países europeos, que en Estados Unidos”.

Pero hay un pensamiento singular en la comunidad estadounidense y es que “el 70 por ciento de los estadounidenses creen que el pobre puede salir por sí solo de la pobreza, cuando solo el 35 por ciento de los europeos piensan así. Esta fe en la movilidad tal vez explique por qué Estados Unidos tiene un Estado de bienestar menos generoso que el de la mayoría de los grandes países europeos”.

Y aunque creamos que las universidades son “para todos”, resulta que aún en países del primer mundo, el truco para acallar los reclamos ha dado buen resultado ya que tal como lo indica el filósofo y escritor, “el estallido de desigualdad observado en décadas recientes no ha acelerado la movilidad ascendente, sino todo lo contrario; ha permitido que quienes ya estaban en la cúspide consoliden sus ventajas y las transmitan a sus hijos”.

Añade que “durante el último medio siglo, las universidades han ido retirando todas las barreras raciales, religiosas, étnicas y de género que antaño no permitían que en ellas entrara nadie más que los hijos de los privilegiados. El test de acceso SAT (iniciales en inglés de «test de aptitud académica») nació precisamente para favorecer que la admisión de nuevo alumnado en las universidades se basara en los méritos educativos demostrados por los estudiantes y no en su pedigrí de clase o familiar. Pero la meritocracia actual ha fraguado en una especie de aristocracia hereditaria”.

Por ello Sandel termina expresando en este fragmento de su libro: “la movilidad ya no puede compensar la desigualdad. Toda respuesta seria a la brecha entre ricos y pobres debe tener muy en cuenta las desigualdades de poder y riqueza, y no conformarse simplemente con el proyecto de ayudar a las personas a luchar por subir una escalera cuyos peldaños están cada vez más separados entre sí”.




 

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