Por: Redacción Semanario

El siglo XXI, pletórico de tecnologías y avances digitales, se está convirtiendo en un tiempo difícil de ser vivido no sólo por la vulnerabilidad que aporta el desprecio por la salud, sino que ese desprecio también se denota en las relaciones humanas y, con ello, en la política.

El desarrollo de los pueblos, entendido como una amalgama de ideas en conjunto para tender al beneficio de las mayorías y al bienestar de todos, aparece convertido en un juego cruel de algunos pocos egoístas del poder que prefieren, a la hora de perder, que todos pierdan.

El ejemplo de la semana, dado por el ex Presidente estadounidense Donald Trump en perjuicio del electo Joe Biden, que desató un caos inédito en el congreso del país que muchos consideran “de avanzada”, demuestra que si hay una cosecha que no se detiene, es la del odio.

Odio que se manifiesta a nivel nacional, cuando desde algunos sectores boicotean la búsqueda de soluciones comunes que permitan salvar la vida de la gente y la angustia de la enfermedad a la que nos enfrenta el coronavirus.

Incluso hasta el odio interno, propio del político parasitario que sólo busca aferrarse a un cargo para sentir poder y tintineo de monedas, socavando los logros ajenos sólo por el hecho de seguir prendido de la teta de ese Estado al que en verdad aborrecen.

En estos días, el ex concejal y dirigente del Frente de Todos, Patricio Fay, dejó al descubierto la campaña del odio emprendida por fracasados dirigentes de segunda, tercera y cuarta línea, ávidos de la moneda oficialista local, que desde la llegada de obras para Junín, promovidas por el ahora ministro Mario Meoni, han estado batallando para devaluarlas, cuando se trata sin dudarlo de beneficios para todos, más allá de quienes los consigan.

Lo mismo ocurre con la salud de Junín frente a la pandemia, donde se ha puesto en tela de juicio desde la atención en el hospital público hasta la posibilidad de dar fin a la pandemia a través de la  vacuna.

Peor aún, cuando vemos que esas maniobras son emprendidas por “odiadores del pueblo” que se esconden en los vericuetos de las redes sociales, sin mostrarse públicamente debido a su pobreza argumentativa y con la finalidad de no terminar develando a los verdaderos hacedores de este caos, del cual se aprovechan para sacar partido y captar voluntades a la hora del voto.

Cuando se mueren entre uno y dos vecinos por día, hay quienes desde la oscuridad se están calzando cargos políticos en un nuevo año de elecciones legislativas.

Son tiempos de recordar a Montesquiú en aquello de que “para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder” y que sea precisamente a través del voto, que se logre detener a los odiadores que juegan a favor de sus propios intereses y en contra de los del resto.