

Por: Ismael A. Canaparo
No lo conocí personalmente ni lo vi tocando, pero su música me acompaña desde hace años, primero en casetes de cinta, luego en CD y ahora en la compu: Gabriel “Chula” Clausi (Buenos Aires, 30 de agosto de 1911 - Buenos Aires, 17 de febrero de 2010), fue un bandoneonista de excepción y célebre por sus variaciones, además de compositor y director de orquesta.
En la página Todo Tango, el periodista Néstor Pinsón recuerda una larga charla que mantuvo con Clausi, donde el “Chula” toma la iniciativa y cuenta casi toda su vida: “Fuimos doce hermanos y varios dedicados a la música. Mi primer maestro fue mi hermano mayor, Pascual, que tocaba de oído, también aprendí de dos amigos, Pepino y Toyo Marmong.
Trabajé un tiempo de carnicero, todavía se me notan los tajos que me di por impericia. Mi hermano al ver que no tenía instrumento me aconsejó que estudiara con el maestro Criscuolo, que tocaba flauta y violín, pero mi vieja se dio cuenta de que no me gustaba. Nosotros vivíamos inmersos en una pobreza franciscana. Todavía no sé cómo pudo, pero un día ella me dio 160 pesos para comprarme un bandoneón. Fui con mi hermano a Casa Núñez, era un fueye negro y liso. Con los años Pascual se quedó sin trabajo y se lo regalé, yo me compré uno nacarado. Me las rebuscaba con las partituras comprándolas a menor precio en la editorial Ortelli hermanos.
Mis primeros pesos los gané formando parte de un quinteto en el año 1924. Lo dirigía el pianista Andrés Dáquila, quien fuera maestro de Piazzolla. Anduve por lugares prehistóricos, como el Café Benigno de la calle Rioja, en La Fratinola de la calle Patricios y tuve de compañeros a importantes músicos de la época: Arturo Severino (La Vieja), Luis Addesso (Pucherito), Bernardo Germino, Arturo Abrucesse y Juan Carlos Ghio, entre otros.
El bandoneonista José Antonio Scarpino, vecino del barrio, me pasó el dato de que Francisco Pracánico me andaba buscando para trabajar en su orquesta para una temporada en el teatro Astral. Fue en 1926, en ella estaban sus hermanos Domingo y Alejandro, dos buenos bandoneonistas, también integraban la orquesta, Miguel Caló, Domingo Precona y el cantor Carlos Dante. Intervine en casi todas las grabaciones de Pracánico.
Me acuerdo que en una oportunidad el guitarrista Juan Caldarella, compositor junto a los hermanos Scarpino del famoso tango “Canaro en París”, me contó que esa melodía provenía de una vieja mazurca italiana, que trajeron los Scarpino. La famosa variación es del propio Caldarella, quien además me contó que se inspiró una noche tocando un peine forrado con celofán en el patio de un boliche.
Con el tiempo me mudé al barrio de Flores y en una peluquería del barrio donde se reunían varios músicos, vi por primera vez a Juan Maglio (Pacho), quien ya conocía a mi hermano Pascual, pues le había grabado el tango “El pueblo te reclama”, dedicado a Hipólito Yrigoyen. A los dos días yo ya estaba grabando con su orquesta, era a mediados de 1928.
Pacho venía a mi casa todas las tardes, y los domingos se aparecía con su Studebaker para ir al hipódromo. Grabó varios temas míos: “En un rincón del café”, con letra de Francisco Laino, el estribillo lo cantó Carlos Viván y años más tarde “Mi linda chirusa”. Con el Trío Pacho: “Lluvia de penas” y “En capilla”. Por entonces el Trío Pacho lo componíamos Ernesto Di Cicco, Federico Scorticati y yo, y Maglio nos dirigía. El maestro se había dado cuenta que había sido superado por los más jóvenes.
Por Ernesto Di Cicco conocí a su hermano Minotto Di Cicco con quien empecé a grabar y me pagaba 600 pesos por mes por actuar en el Armenonville. Un día se apareció Roberto Firpo y me ofreció 19 pesos por día para tocar con él en el Palace. Cuando Minotto se enteró que yo había aceptado, me dijo que lo continuara haciendo y que, cuando terminara la actuación con Firpo, me tomara un auto para poder tocar también con él. Con Firpo tuve mucho éxito por mis variaciones y tenía hinchada propia. Tenía mucho trabajo, grababa al mismo tiempo con Minotto, Maglio, Bonavena, Donato y Geroni Flores.
En setiembre de 1929 ingresé en la orquesta de Pedro Maffia, hasta 1934. Grabé con él en Columbia y en Brunswick, donde estuve en todas las grabaciones, salvo en la primera en la que está Alfredo De Franco.
Después de Maffia, llegó Julio De Caro, con quien estuve hasta 1940. Lo primero que hice fue actuar en radio Splendid, en una formación integrada por: Francisco De Caro (piano), Carlos Marcucci y Rolando Marcucci, Félix Lipesker y Gabriel Clausi (bandoneones), Luis Gutiérrez del Barrio y Mauricio Saiovich (violines), Francisco De Lorenzo (contrabajo) y Juan Carlos Otero (cantor).
De su orquesta no me fui del todo bien, aunque después tuvimos cierta amistad, hasta su muerte. De Caro era un tipo muy difícil, una vez se molestó porque otros directores me ofrecían más del doble de lo que yo ganaba con él. El verdadero motor de la orquesta era su hermano Francisco. Julio no tenía gran capacidad para escribir música, él era un empresario, un hombre de negocios. Sus tangos “Viña del Mar”, “1937”, “Ja, ja, ja” y otros que son suyos, no tienen el vuelo que los que firmó con Francisco o con Laurenz y que, en realidad, son de ellos. Con los años Laurenz me dijo: “Mirá esos tangos que regalé. ¡Qué bien me vendrían ahora!”. Ya estaba jubilado y necesitaba unos pesos más. El comentario se refería a “Tierra querida”, “El arranque” y “Boedo”.
Por 1940 las cosas comenzaron a cambiar, se acentuó el egoísmo entre los músicos. Lo que tocaba uno no quería hacerlo otro. Yo que estaba acostumbrado a señores como Maglio, Firpo y Canaro, no concebía esas actitudes.
Luego me fui con Juan Canaro a una gira por Centro América. Con el tiempo Juan regresó a Buenos Aires y yo me hice cargo de la orquesta, terminé en Chile actuando con gran éxito.
Al regresar, en 1942, ingresé en la orquesta de Arturo De Bassi que actuaba en radio Splendid. Al mismo tiempo, reorganicé mi orquesta ante un ofrecimiento del director de Radio El Mundo, Pablo Osvaldo Valle, quien me invitó a firmar un contrato. Pero al poco tiempo renunció, sin que pudiera concretarse mi incorporación. Estaba dicho que esa radio no era para mí.
Fue entonces que me llega un telegrama de los hermanos José y Alberto De Caro para irme nuevamente a Chile y me fui. Pensaba que iba a irme por un año y me quedé diez. Desde 1944 hasta marzo de 1953 mi carrera se desarrolla allí, con mucho trabajo y mucho éxito. Conmigo viajaron el violinista Antonio Rodio —quien se quedó a vivir en Chile—, y los cantores Ricardo Ruiz y Héctor Insúa.
En Chile grabé alrededor de 150 registros y tuve como vocalistas los más importantes cantores chilenos: Pepe Aguirre y Chito Faró. Otros cantantes chilenos fueron: Carmen Carol, Víctor Acosta, Arturo Roa, Carlos Morán y las hermanas Sonia y Miriam, hijas de la entonces famosa compositora Cora Santa Cruz, entre otros. También grabaron conmigo: Carmen Idal, Roberto Rufino, Andrés Falgás, Ricardo Ruiz, Raúl Garcés y Armando Arolas, un muchacho mendocino, casi aficionado.
Cuando volví de Chile integré la orquesta que habían formado Pedro Maffia y el cantor Alberto Gómez. Después me di el gusto de grabar por mi cuenta, en un sello mío: Chopin, donde entre otros grabó Jorge Falcón, con su nombre verdadero Luis Iglesias”.
Aquellos que frecuentan habitualmente estas columnas, saben que suelo citar al gran periodista gráfico que fue Julio Nudler. Pues bien, me parece interesante reflejar una semblanza suya sobre Clausi, publicada en Página/12, cuando “Chula” cumplió las nueve décadas: “Gabriel Chula Clausi nació en el barrio de Almagro, hace hoy 90 años, de padres calabreses, que tuvieron once hijos, tres de ellos muertos en la infancia. Tres de los hermanos –Pascual, Luciano y Gabriel– fueron bandoneonistas y compositores de música popular argentina. Cercados por la miseria, la alternativa a la música era la fábrica. Pascual, 18 años mayor que Gabriel, fueyero y policía, compositor de “Paja brava” (es evidente el doble sentido), “La viuda misteriosa” (grabado por Tita Merello) y “Echando mala” (grabado por Carlos Gardel), entre otros 400 temas, lo introdujo al mundo del tango y fue orientador de su vida, ya que el padre murió cuando Gabriel tenía 6 años. Como éste nació muy piloso, le adosaron como apodo el nombre de un monito común en Brasil, el chula.
En 1913 la familia se mudó a Mataderos, que era como irse al campo. Así, de muy pequeño, Gabriel ya cabalgaba junto a su padre. Fue uno de esos días cuando divisaron a Pascual cargando una caja negra. Volvieron entonces a la casa y allí, bajo la llama azul de una lámpara de carburo, vieron emerger del estuche un bandoneón. Pascual lo apoyó sobre sus rodillas y empezó a tocar “El fulero”, un tango de Ricardo Mochila González, y luego otro y otro. Clausi asegura que se sintió atraído y atrapado definitivamente por el sonido de aquel instrumento.
La coz de un caballo en los riñones, mientras lo herraba, le provocaría al padre la muerte. Renuente a los médicos, intentó curarse la herida con hierbas. Finalmente, murió a comienzos de 1918 en el Hospital San Roque (hoy Ramos Mejía). Para entonces la familia se había vuelto a mudar dos veces, una de ellas a una vivienda en Muñiz y Las Casas, junto al alambrado de la cancha de San Lorenzo. Tras enviudar, la madre, Francisca, comenzó a trabajar en una fábrica de bolsas, en La Rioja y Garay, además de coser pantalones en casa. Toda la familia se hacinaba en una pieza. El dueño de la casa cerraba la puerta de calle a las 19, de modo que quien regresara después debía dormir en el umbral. Un mes en que no pudieron pagarle el alquiler de 30 pesos, exigió la entrega del colchón de la cama grande, el espejo del ropero y un reloj de pared.
El Chulita, a quien su madre solía llevar consigo para no dejarlo solo, un día consiguió fósforos y prendió fuego a unas cajas de cartón, provocando un incendio. “Cosas de pibe inocente”, sonríe Clausi al recordar aquel precoz atentado. También recuerda que cada mañana llegaba a la cuadra el farolero, con una escalerita, una gran lata de kerosene, un embudo y unas tijeras para cortar la mecha cuando estaba quemada, recargando la cisterna de la lámpara. A las cinco volvía para encenderla. Cuando se iba, Gabriel trepaba hasta el farol, lo apagaba y sacaba la mitad del combustible para poder prender la lámpara de la pieza.
La vivienda contaba con un patiecito, donde en las tardes se reunían músicos hoy olvidados, en general orejeros, como José Marmón, Pepino, compositor de “Uva fresca” y otros tangos, entre ellos “Chula”. Este, fascinado por la música, soportaba el humo de aquellos toscos cigarrillos “Excelsior”, “Brasil” o “Reina Victoria”, que eran los más bacanes y livianitos. Pascual y los demás contaban historias como la de Angel Villoldo, el autor de “El choclo”, que salía a vender sus obras con su charrecito (sulky), colgando las partituras de un cordel y estacionándose frente a las casas de la gente bien, donde las niñas aprendían el piano.
Pascual empezó a enseñarle bandoneón a Gabriel con el tango “La racha”, del gran Agustín Bardi. Cuando lo hubo aprendido, el Chula compuso un tango propio sobre los mismos acordes. ¡Su repertorio ya constaba así de dos obras! De modo que hacia 1919, antes de cumplir los ocho, comenzó a tocar en algunos bailes de patio, con Marmón en fueye y el tío Miguel en guitarra. A esos bailongos los llamaban “formativos”, porque para entrar había que formarse, a razón de 1 peso los varones. Las mujeres, gratis. Seorganizaban en alguna casa grande del barrio, desechando los conventillos, porque en éstos los patios estaban ocupados por los piletones y los baños.
Gabriel debió emplearse en la carnicería de un tal Pepino, en Salas y Asamblea, ganando 10 pesos al mes, para indemnizar a José Pino Palmieri, que le había prestado un bandoneón para que pudiera tocar en un casorio. Al regresar de madrugada, tras descender del tranvía 26 una patota le robó al Chula el instrumento. “¡Yo sí que lo pagué con sangre!”, evoca. Pero llegó el día en que tuvo bandoneón propio, comprado en la Antigua Casa Núñez con los 160 pesos que ahorró la madre a ese fin.
Resuelto a mejorar su formación, Clausi estudió música con Nicolás Blois y Gaetano Grossi. Entretanto, debutaba en 1923 con el cuarteto del admirable José Martínez en el café La Fratinola, de Patricios y Martín García. Luego pasaron a El Estribo, en Entre Ríos e Independencia. En 1925 integró una orquesta de señoritas, y en octubre de 1926 ingresó, con sus 15 años y sus pantalones cortos, al conjunto de Francisco Pracánico, con quien empezó a grabar para el sello Electra. Luego se entreveraron en su camino Anselmo Aieta, Azucena Maizani, Juan Maglio Pacho, el propio Gardel, entre otras glorias. Hasta que en 1929 ingresó con su idolatrado Pedro Maffia, aun ganando mucho menos. Tras cinco años plenos y azarosos, en mayo de 1934 comenzó con Julio De Caro, quien llegó a tener cuatro orquestas al mismo tiempo. Clausi siguió así construyendo una de las biografías más impresionantes del tango, iniciada el 30 de agosto de 1911”.
SU SOBRENOMBRE Y SU ESTILO
“¿Por qué todos me llaman “Chula”? Es porque cuando nací mi viejo exclamó: “¡Parece un chula!”. Había llegado al mundo con el pelo muy largo y con flequillo en la frente, lo que recordó a mi padre —que había vivido en Brasil y conocía bien el campo—, a un tipo de monos denominados Chula.
¿Mi estilo? Yo siempre toqué igual, desde que empecé. Trato de hacer lo que siento. El artista no está en el virtuosismo, hay un millón que lo hacen y tienen buena técnica. El artista está en la expresión. Nunca toqué con los dedos ni con el cerebro, sino con el corazón”. (Definiciones de Clausi, en una larga entrevista que concedió a Gabriel Plaza, de La Nación, el 16 de julio de 2005, por entonces con 94 años).