

Por: Ismael A. Canaparo
La hermosa costumbre de la noche con amigos, aún en la pequeñez que eso significa, es un fenómeno cultural. Y más todavía: se trata de un producto que arrastra a prácticas sociales bien diferenciadas de otras, con una dimensión simbólica y específica, dada en la amistad.
Hay lugares de Junín en los que todavía se puede rastrear la historia y las entrañables anécdotas que acompañaron el crecimiento sostenido de nuestro pueblo. Recorrerlos, revitalizarlos y recordarlos puede servir para entender la belleza de estos sitios maravillosos, verdaderos paisajes urbanos, tan caros a nuestras añoranzas. La confitería Madoc´s, por ejemplo, es uno de esos sitios, todo un símbolo para varias generaciones, que compartieron momentos hermosos, una copa, acaso romances, quizá un café y mucha, muchísima música. Aunque la geografía callejera haya cambiado, aún es posible ver sobrevolar los duendes sobre la avenida Benito de Miguel al casi 800, a poco que la imaginación nos ayude a revivir aquellos momentos maravillosos de los años felices.
El 18 de julio de 1971 el delirio se apoderó de Madoc´s. Esa noche se presentó Floreal Ruíz, acompañado por el maestro Osvaldo Requena y cuatro músicos más. El Tata, que venía de grabar quince registros, demostró que su calidad estaba intacta, con excelente buen gusto y una creatividad extraordinaria, pese a la declinación de su garganta. Sus interpretaciones de los tangos “Buenos Aires conoce”, “Y no puede ser”, “Perfume de mujer”, “Cuándo volverás” y “Divina” fueron conmovedoras.
Meses después, el 5 de setiembre, Madoc´s festejó su segundo aniversario, nada menos con la presencia de Roberto Goyeneche, acompañado por Raúl Garello en bandoneón y dos guitarras. Transformado como solita desde seis años antes, El Polaco estaba en su mejor momento. La platea murió con varios temas que no dieron respiro para el aplauso emotivo: “Pompas de jabón”, “Intimas”, “Garúa”, “Gricel”, “Tú”, “Cuando tallan los recuerdos”, “Ya vuelvo” y otros temas inolvidables.
CUANDO EN SUEÑOS TU IMAGEN SE AGIGANTA…
Floreal Ruiz fue un cantor cálido e íntimo, que giró en el circuito del tango más elaborado, como demuestra su trayectoria junto a directores de alta calidad. Perteneció a una hornada de cantantes inteligentes, finos y cuidadosos, que incluyó a Alberto Marino, Oscar Serpa, Carmen Duval, María de la Fuente y otros. En muchas versiones alcanzó un nivel parangonable al de Gardel. Como éste, contribuyó a establecer un estilo emocional pero austero, exento de efectismos, de perfecta afinación y cuidada musicalidad.
Pese a ser un hincha empedernido de Independiente, curiosamente arrancó su carrera en Radio Belgrano, en 1939, grabando enseguida la “Marcha del Club Platense”, como vocalista de la orquesta de José Otero, bajo el seudónimo de Fabián Conde. Tres años después debutó con su nombre verdadero en Radio Prieto. Su padre lo va a escuchar y allí se trenzaron en un emocionado abrazo de reconciliación.
El “Piruco” de Flores, como lo llamaban sus amigos, hizo de “Muriéndome de amor” un éxito rotundo, lo mismo con las picarescas letras de “La fulana” y “El peluquero”. Después, la piel de gallina originada por “Naranjo en flor”, “Romance de barrio”, “Flor de lino”, “De todo te olvidas”, “Corazón de papel”, “La noche que te fuiste”, “Tormenta” y “Qué me van a hablar de amor”. No hay caso, su voz comenzaba a oírse cuando uno va cerrando los ojos, producto de un hermoso y curioso cosquilleo, al dibujar la amistad en “Por la vuelta”.
El Tata llegó a la orquesta del Gordo Troilo en agosto de 1943, por instancia de Alberto Marino, reemplazando a Francisco Fiorentino. Floreal marcó toda una época, porque fue un verdadero maestro de la interpretación y uno de los primeros vocalistas que hizo especial hincapié en la articulación y en la acentuación de determinadas palabras. Su estilo influyó de modo especial en distintos cantores y dos de los más grandes, como Julio Sosa y Roberto Goyeneche, confesaron haber aprendido mucho de él.
La exquisita poeta tanguera, Haydée Breslav, habla de “la sabiduría que demostró el Gordo Troilo en la elección de cantores: sólo los mejores pasaron por la orquesta, que exhibió un equilibrio perfecto entre la voz y los instrumentos, y en ocasiones memorables logró abolir el límite entre música y poesía. Francisco Fiorentino, Alberto Marino, Floreal Ruiz, Edmundo Rivero, Jorge Casal, Raúl Berón y Roberto Goyeneche fueron en su momento cantores de Troilo; hoy son parte de la mitología porteña. Pero el estilo Troilo no habría sido completamente el estilo Troilo sin su fueye cadenero y la voz de El Tata Floreal Ruiz, quizá el mejor de todos”.
Floreal dibujó como pocos una hermosa acuarela en el tango “Marioneta”, haciendo una descripción magistral de una típica y antigua casa de barrio con su jardín, tras la cual uno podría percibir el aroma de las flores y a la hermosa niña de los bucles despeinados. De la misma manera canta las finísimas poesías de Homero Expósito “Naranjo en flor”. Románticos y melancólicos versos con diversas metáforas: “De tu país ya no se vuelve, ni con el yuyo verde del perdón” o “Eterna y vieja juventud, que me ha dejado acongojado como un pájaro sin luz”, que se ensamblan a la perfección con la melodía de su voz.
Después del memorable ciclo con Pichuco, que se extendió hasta setiembre de 1948, con 31 grabaciones, El Tata ancló con Francisco Rotundo, uno de los directores más brillantes que tuvo el tango. Allí empezó inmortalizando “Sur” hasta lograr versiones antológicas con “Infamia” (un Discepolo poco frecuentado), “Melenita de oro”, “Muchachos, silencio” y “Bandoneón arrabalero”, hasta llegar a “Esclavas blancas”, pieza de una fuerte denuncia social, que generó un gran escándalo por su crudeza. Con Enrique Campos y Carlos Roldán, formaron un trío incomparable. En 1953, justo cuando llega a la orquesta Julio Sosa, se produce una grabación antológica, que a tantos años sigue paralizando los corazones sensibles: “El viejo vals”, con el dúo Floreal-Campos.
A medida que la Argentina se fragmenta cada día un poco más y que abandona su propia raíz cultural, figuras como la de Floreal Ruíz se convierten en referencias casi exóticas, que ilustran otras actitudes posibles. Durante muchos años marcó con su voz una manera comprometida de entender el tango. Murió hace casi cuatro décadas. Y así como conserva miles de fanáticos, millones de argentinos no saben hoy ni siquiera que existió. Nadie lo transformó en mito ni emblema ni marca, quizá porque fue algo más humilde y auténtico que todo eso...
CANTA, GARGANTA CON ARENA…
Roberto Goyeneche fue el último símbolo indiscutido del tango. La continuidad exacta, una especie de mezcla maestra con Piazzolla. Como a Astor, a él se lo discutió durante décadas por su falta de fidelidad a los modelos. Pero no hizo otra cosa que responder a la esencia de la música de Buenos Aires: la apropiación de tradiciones, la incorporación de formas nuevas de expresión. Inventó, casi sin saberlo, algunas técnicas armónicas contemporáneas, repletas de un gusto personal muy acentuado. Lo suyo fue también un rechazo a los moldes tradicionales, a la repetición y a la utilización de esquemas formales, a veces muy obvios.
Cuando murió tenía 68 años, dos hijos, una nieta. Dejó grabados más de 100 discos, con tres mil temas, sin repetir ni uno. Empezó a cantar en los 50, cuando ya el tango iniciaba su interminable tobogán. Tuvo que luchar contra la irreversible declinación de la sublime música del cordón. Fue de los pocos que supieron encontrar un corcho para no zozobrar. Mucho después de Troilo, a medida que el cantor enronquecía, inventó al decidor, artimaña que resultó, sorprendentemente, su mejor as, porque le encontró el sonido a las palabras, cada una de ellas eran un látigo o una caricia; lo que debían ser; casi como manos. Naciéndoles desde las entrañas.
Distintas fuentes aseguran que grabó con Horacio Salgán los tangos “Naranjo en flor”, “La mesa de un café” y “Nunca tuvo novio”, pero no fueron editados. El propio cantor aseguró varias veces que también ingresó a estudios con la primera orquesta en la que actuó como vocalista, dirigida por Raúl Kaplún, pero que sus grabaciones con esa formación corrieron igual suerte.
De la puerta para afuera, Goyeneche ha tenido un recuerdo sutil pero continuo de tantos años de ausencia. Aunque éste sea el país de la desmemoria y las descalificaciones. Aunque en las radios ya casi no se lo escuche. Hace algunos años, el brasileño Caetano Veloso dedicó uno de los mejores momentos de su concierto en el Gran Rex a la memoria del Polaco, interpretando “Un boliche”, esa monumental obra de Cabano y Acuña. También Luis Eduardo Aute, en un escenario madrileño y bajo otras luces, se dio el gusto de entonar “Garúa”, una joya de Troilo y Cadícamo, como un tributo emocionado al hincha empedernido de Platense. Más acá de la sutileza, pero cerca del corazón, el Flaco Spinetta solía sentir el placer de escucharse a sí mismo, a través de temas que dignificó el Polaco.
Pero como en todo este tiempo el mundo siguió andando, quizá corresponda preguntar qué quedó vivo de su talento, de aquella voz acompañada por el bandoneón camorrero y serpeteante de Pichuco, dónde está su desafío. Porque en la radio suenan otros idiomas, incluso cuando nadie canta.
No todo Roberto Goyeneche es genial, pero en todo lo que hizo hay mucho de genial. En esto, habría que recorrer sus últimos años para entender por qué volvió a animarse por afuera de los seguros terrenos ya recorridos, apareciendo –en tonos más apagados- versiones antológicas de “Sur”, “Un boliche”, “Barrio Pobre”, “Pa´lo que te va a durar”, “San Pedro y San Pablo”, “La última curda”, “El Motivo”, “Mi luna” y “A Homero”, proponiendo el regreso a las sonoridades más oscuras y descarnadas.
Poco antes de su fallecimiento, en Michelángelo, donde compartía el cartel con Adriana Varela, un periodista le preguntó si seguía trabajando por necesidad o por gusto. “Por necesidad siempre se trabaja. Pero hay dos necesidades: una, la de ganar dinero, y la otra, espiritual. Yo canto por esta. Tengo que cantar porque Dios me dio ese don, y no lo puedo defraudar. Por ahí me duele hasta la ropa, pero yo subo igual. Soy honesto. Una vez me dijo el querido Gordo Pichuco que el exceso de responsabilidad es perjudicial. Y yo no soy medido, voy a cara e´perro con todo. Pero no a pelearme, ni a matar a alguien. Voy a hacer lo que sé hacer. No voy a ir a cara e´perro con Pavarotti, viejo...”.
Si hiciesen falta rasgos de humanidad en el gran cantor, también están guardados por allí su malhumor, sus contradicciones evidentes y sus exabruptos a veces innecesarios. El resto, sobre todo hoy, es un recuerdo agradecido, reverencia de respetuosa admiración. Y a la vez todo sigue intacto en cada pecho que elige latir al ritmo de su cadencia tan porteña, troileana y spinettiana, paredón y después.