jueves 08 de mayo de 2025

LOCALES | 15 ene 2022

entidad local

Club Junín: cien años de grandeza

El Club Junín (1921-2021) acaba de cumplir su centenario, cargado de esfuerzos, sacrificios y sueños hechos realidad. Conducida por Hugo de Benedetto, la institución albirroja es todo un orgullo para la ciudad, tanto en el ámbito social y cultural, como en el deportivo.


Por: Ismael A. Canaparo

El colectivo atraviesa a bocinazos la calle Frías. Viene por Coronel Suárez repleto de pasajeros, dobla en Garibaldi y frena delante del portal, casi pisando Moisés Lebensohn. El conductor de la “Chinche Verde” abre las puertas y se afloja contra el respaldo al bajar una barrita de amigos, un coqueto grupo de adolescentes y algún que otro solitario viajero, con otro rumbo. Mientras pone primera, ve a los jóvenes perderse entre las ligustrinas del club, dispuestos al esparcimiento diario, casi único en aquellas tardes interminables del verano juninense de los ´60. Presurosos corren al vestuario a buscar la ficha, mientras el Negro Campos ensaya su rezongo habitual, ante el jolgorio retroalimentado por la sensación de felicidad que se viene. El reloj de San Ignacio había sacudido poco antes la modorra pueblerina, con cuatro campanadas.

El club de mi barrio, la pileta de tantas horas felices, el básquet del Toti Garro, los bailes con Pichuco Troilo y Osvaldo Pugliese, acaba de cumplir cien años. Aunque uno se haya ido del lugar, siempre está volviendo, como sostiene el Gordo Troilo. La pertenencia nunca se pierde, máxime cuando se transitó aquellos pasajes imborrables de la niñez y la adolescencia, confundida con la juventud. El natatorio se inauguró el 6 de diciembre de 1936, con la presencia de los brillantes nadadores Jeannette Campbell y Pedro Candiotti, acompañados por Miguel Lonegro, primer olímpico juninense. La monumental obra fue para la época una verdadera revolución. “Para la gente del centro, esto era el campo”, observó un testigo del momento, recordando que por esos tiempos también se realizó el entubamiento de la calle Garibaldi, que llegó hasta el arroyo del Parque Borchex. Los terrenos, por entonces extremadamente lejos de la urbanidad, se conocían como “Quinta Ataliva Roca”.

Hace falta treparse al puente de los recuerdos, gambeteando a las nostalgias para apreciar desde la cima la edificación y la infraestructura que ofrece hoy el Club Junín. Y escuchar cómo, melancólicamente, un hombrecito sentado en el banco de la plaza Marcilla, tararea, con socarrona sonrisa, aquellos versos de Homero Manzi…

 

             Un coro de silbidos, allá en la esquina,

                 y el codillo llenando el almacén.

                 Y el dolor de la pálida vecina

                 que ya nunca salió a mirar el tren.

                 Así evocó tus noches, barrio tango,

                 con las chatas entrando al corralón

                 y la luna chapaleando sobre el fango

                 y, a lo lejos, la voz del bandoneón.

 

Los argentinos (pero antes que nada los juninenses), de cualquier edad (pero especialmente los “maduros”), de ambos sexos (pero en esencial los hombres) y de distintos niveles socioeconómicos (aquí sí, todos), son irrecuperablemente clubeinómanos. Esa infusión alegre y cálida, excitante y ladrona de sueño, todavía se resiste a dejar de ser una verdadera institución nacional, pese a los olvidos de dirigentes y gobernantes, empecinados en darle el empujoncito del final. Pese a la ceguera de muchos, aún hoy el club establece un espacio acogedor de relaciones  -“si sos lo único en la vida que se pareció a mi vieja”-, donde se ejerce la socialidad, la pertenencia, el reconocimiento.

La institución del club es todo un fenómeno cultural, aun en su pequeñez o en el sentido amplio de la expresión. Se trata de un “producto” y un continente de prácticas sociales con una dimensión simbólica sometida a diferentes grados de transformación y especificidad. Obviamente, clubes existen en todas partes del mundo y, en especial, en las ciudades europeas, y más especialmente todavía en las ciudades latinas como París, Roma y Madrid, con características muy similares a las argentinas. Sin embargo, en nuestro país los clubes han sido y son espacios privilegiados, así como de prácticas sociales, culturales y musicales, como de grandes acontecimientos deportivos. 

Dos campeones de 1931: Mario Pajoni y Fernando Moilinari.

El Club Junín, como todo en una gran ciudad, está plagado de historias, fragmentos, anécdotas y relatos, que dejan entrever en sus rasgos las costumbres de quienes la cobijaron desde su origen hasta hoy, desde Juan P. Bussalino, el primer presidente, hasta el actual, Hugo de Benedetto. En el largo camino recorrido, surgen nombres de personajes que aportaron desde lo chiquito hasta lo grandote, pasando por esfuerzos, trabajos y utopías. En un apresurado repaso, recordamos a Chicha Comes, Aldo “Comisario” Rodríguez, Arturo Vázquez, Albino y Arnaldo Sabus, Juan Pepe, Félix y Francisco Abdelnur, Edgar y Mario Calvo, Toti Garro, Cacho Muscariello, Pedro Garavaglia, Ignacio Espila, Herminio Cosso, Osvaldo Blanc, Julio Dell Orso, Omar Valdez, Juan Pierro, Ismael Cordero, Héctor Batac, José Aguinalde, Jesús Cattelani, Raúl Ordoñez, Santiago Grillo, Oscar León, Roberto Maggio, Victorino Rivas, Rufino Eguren, José M. Lagos, Ismael Mansilla y Miguel Galván. La enumeración sólo puede ser tan desordenada como es la presentación de los recuerdos. Y, lo que es peor, injusta en los olvidos. Sumado a este panorama caleidoscópico, aparecen los pretendidos dueños de casa, esos grupos de amigos que midieron fuerza en la disputa por el espacio o se enfrentaron en el cariño y en la posesión. El club, en muchos sentidos, fue como una verdadera “guardería”.

Fútbol, natación, tenis, bochas, básquet, pelota a paleta y el tango fueron los grandes amores del Club Junín desde los albores del siglo pasado. En el más popular de los deportes, el prestigio alcanzó picos elevadísimos, gracias al aporte de figuras memorables (Dionisio Tablada, Francisco Ginzo, Fernando Molinari, Adolfo Pepe, Santos D´Anunzio, Romualdo Trinca, Raúl Pajoni, Paulino Ferreyra, Antonio Fulgenzi y Atilio García) hasta que llegó la (¿sabia?) decisión de parar la pelota, “porque tolerar las imponencias de los jugadores y traficar con sus esfuerzos pagados, era cambiar rumbos, propósitos, anhelos de sus fundadores”, según expuso un ex presidente, en 1946.

La pelota a paleta fue siempre una actividad emblemática en el club. Hay un dato actual que lo certifica: es la única cancha que todavía resiste al ímpetu devastador de la piqueta, después de una larga tradición juninense, con casi veinte escenarios en el ámbito del distrito para pegarle a la pelotita y sentir el sabor mágico de un certero revés.  Por allí desfilaron los más grandes valores, en encuentros memorables: Oscar Messina, Anastasio Larrañaga, Roberto Ponce, Arnaldo y Domingo Olite, Aarón Sether, Rodolfo Ibarra, Néstor Delguy, Miguel Utge,  Hildomar León,  Juan Sangiovani, Carlos Molinari, Noel Madama, Horacio Silvetti, Saccardi, el Rana, los hermanos pampeanos, Carlos Franco, Santos Sánchez, el Perro Elisei, Cacho Muscariello, el Zurdo Mena, entre tantos otros.

Al margen del ocio al sol que ofrecía de día el club, el tango vivió allí una historia paralela, que llegaba de noche, con un quiebre hacia el dos por cuatro, sencillo y querendón. Cualquier desprevenido que recorra hoy las ilustres visitas que llegaron al “palco escénico” albirrojo, puede creer que se equivocó de lugar. Pero no. A la hora de bailar o de escuchar, la onda venía de la mano de las orquestas de Héctor Stampone, Horacio Salgán, Aníbal Troilo, Angel D´Agostino, José Basso, Osvaldo Pugliese, Juan D´Arienzo y de Francini-Pontier. Las épocas de apogeo del tango, en las que era poco más o menos el género y el negocio de un espectáculo masivo, encontró en el lugar un circuito ideal.

La evolución urbana también le cambió la cara al Club Junín. Hoy sus estructuras son distintas a la de aquella época. Cambiaron las costumbres, se modificaron las necesidades. Sin embargo, sigue siendo –como todas las instituciones- un espacio social imprescindible, un remedio ideal para charlar con los amigos y, especialmente, cuando nos ataca la soledad y la melancolía.

 

 

 

 

 

 

 

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