

En los años 90, cuando aún el sacrificio de tiburones en la pesca deportiva estaba permitido, miles morían por esa causa. La tesis doctoral del doctor Luis Lucífora, publicada en 2003, le puso cifras a lo que ocurría en San Blas, el paraíso piscatorio ubicado a 800 kilómetros de Junín por la RP 65. Él constató que cada barco sacaba hasta 18 tiburones por marea, es decir, en medio día de pesca. Era una matanza, más de 3000 tiburones por temporada.
A partir de ese momento, sin ningún apoyo y a partir de la experiencia de haber pescado truchas, dorados y surubíes siguiendo la práctica de devolver los ejemplares con vida una vez capturados, el pescador y guía de pesca David Dau decidió emprender una tarea ciclópea: cambiar el paradigma de la visión de los pescadores. ¿Por qué el pez tiene que morir?”.
Hoy, unos 150 pescadores deportivos participan de un proyecto científico llamado “Conservar Tiburones” en la Argentina, que promueve la instalación de un pequeño dispositivo de plástico en la aleta dorsal de los escualos capturados. Dicho dispositivo contiene un número de identificación que permite a los investigadores recoger información valiosa acerca de los comportamientos migratorios de estos amenazados animales y así crear estrategias para conservarlos.
ESPECIES ENDÉMICAS AMENAZADAS DE EXTINCIÓN
La porción sudoccidental del océano Atlántico (ASO), es decir, las aguas que bañan las costas de Brasil, Uruguay y Argentina, son el hogar de 57 especies endémicas de rayas, tiburones y peces gallo, peces cartilaginosos que se caracterizan por carecer de una estructura ósea. 22 de ellas son tiburones y sobre la mitad pende algún grado de amenaza de extinción. Clasificados en diferentes categorías de la Lista Roja de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza, el escalandrún, el cazón, el gatopardo, la bacota y el gatuzo integran la lista de los más vulnerables.
El informe final del taller trinacional convocado en 2020 y en el que participaron organizaciones públicas y de la sociedad civil de Brasil, Uruguay y Argentina, dio cuenta de una disminución de población en torno al 82 por ciento en Argentina y hasta un 90 por ciento en Brasil.
En promedio, se estima que el número de escalandrunes en el ASO sería de un 70 por ciento menos que hace 50 años. El estudio determinó que la pesca artesanal y deportiva entre 1980 y 2000 tiene relación directa con estas cifras y además el alto grado de captura incidental de los barcos industriales, es decir, la que ocurre por “accidente” al intentar pescar otras especies, completa la debacle.
Las características físicas y biológicas de esta especie conforman una mezcla explosiva que atenta desde varios frentes contra su supervivencia. Por un lado, su longitud —superior a los tres metros en las hembras y en torno a los 2,75 metros en los machos—, y un peso que puede alcanzar hasta 100 kilos, resultaron siempre muy atractivos para los aficionados a la denominada “pesca pesada”. Por otro, se trata de un animal de crecimiento y madurez sexual lentos, ya que las hembras comienzan a tener cría a partir de los ocho años de vida y solo paren un par de descendientes en cada ocasión.
Un ingrediente más termina de complicar su situación. Al contrario de otros tiburones que mastican su comida, el escalandrún la engulle de un bocado. De ese modo, el anzuelo puede ser tragado y acabar enganchado en cualquier punto del aparato digestivo del animal. En su pelea posterior para tratar de escapar, el anzuelo desgarra los tejidos del estómago, la garganta o la lengua provocándole la muerte
Para combatir su posible extinción y a raíz de los talleres trinacionales, en julio pasado fue presentado el documento “Aportes para la planificación estratégica de la conservación del Carcharias Taurus” en el ASO, una agenda regional donde se definieron prioridades, 16 objetivos y 44 acciones, con la idea de implementarlos en los próximos diez años.
UN PROYECTO QUE ASOCIA PESCADORES Y CIENTÍFICOS
En este sentido, el proyecto de ciencia ciudadana Conservar Tiburones en la Argentina, puesto en marcha hace diez años, está brindando los primeros resultados. El objetivo es que cada vez que un pescador deportivo capture un tiburón, instale en él un pequeño dispositivo de plástico —que lleva un número de identificación— antes de devolverlo al mar. Así, la próxima vez que el tiburón es capturado, los científicos pueden recopilar datos acerca de sus trayectorias migratorias.
Hasta ahora los 150 pescadores que participan del proyecto han logrado marcar a más de 800 ejemplares. El caso más llamativo, que se publicó en el Journal of Fish Biology, es el de una hembra adulta de 2 metros de largo pescada en diciembre de 2018 en Mar del Plata que fue recapturada 397 días más tarde frente a Espíritu Santo, Brasil, a 2566 kilómetros de distancia. “Se trata de una ruta hacia el norte que era desconocida para la especie”, resume Cuevas.
EL HOMBRE QUE CAMBIÓ EL PARADIGMA
La educación ambiental es, sin duda, el mecanismo más exitoso en la lucha para reducir la mortalidad de los escualos en los mares del sudoeste atlántico. En ese aspecto, David Dau jugó un papel fundamental. Su empeño por convencer a los pescadores en no sacrificar tiburones fue transformándose casi en obsesión. Sus artículos en revistas especializadas, la difusión por televisión y las charlas en clubes de pesca fueron complementados con estudios para conocer mejor a los tiburones y para diseñar técnicas de extracción del anzuelo de sus poderosas bocas sin provocarles daños ni correr riesgos. “Al principio la resistencia fue terrible. Mis clientes creían que estaba loco. Querían la foto con el animal colgado, llevárselo expuesto sobre su camioneta 4×4 y poner la mandíbula en el living de la casa. Mis colegas de trabajo querían matarme porque veían peligrar su negocio”, rememora.
Hasta que su lucha y su prédica consiguieron el eco esperado. “Un día me llamaron del Ministerio de Asuntos Agrarios de la provincia de Buenos Aires. Hablaron conmigo y me pidieron que los ayudara a crear un reglamento de pesca deportiva en el mar”, cuenta. “Mi idea era convencer al pescador. Soltarlos era por el bien de la especie, pero también a favor de los pescadores, porque entendía que dejarlos tener crías aseguraba que siguiera habiendo pesca en el futuro. Prefería que lo hicieran por su propia voluntad, pero un reglamento que prohibiera matar los tiburones podía colaborar. Así, en noviembre de 2007, toda esa pelea de años llegó a ser ley”, dice con emoción en la voz.
La medida, pionera en el ASO, sin embargo no ha tenido continuidad en el resto de la región. Ni las provincias de la Patagonia argentina, ni en Uruguay, ni mucho menos en Brasil se han sancionado normas semejantes. Pero pese a ello, la semilla plantada da frutos por sí misma.
David Dau fue también quien introdujo el anzuelo circular para la pesca del muy amenazado escalandrún. “Lo conocí en Estados Unidos. Tiene la punta doblada hacia adentro, no se clava en las vísceras del pez y cuando el pescador tira del reel acaba enganchándose entre la fila de dientes y la mandíbula, sin lastimarlo, lo que permite la devolución sin mayor daño. Por ahora hay pocos y son caros, pero habrá que hacer el esfuerzo porque es una de las pocas artes que pueden salvar al escalandrún”, sugiere.
En Punta del Diablo, Uruguay, donde existe una tradicional pesquería de grandes tiburones piensan en trampas o jaulas para sustituir las redes agalleras de malla grande especialmente diseñadas para capturar tiburones. “Venimos desarrollando un proyecto llamado ‘Pesca Sostenible a pequeña escala’ para erradicar esas redes. Con las jaulas, las barcazas que operan en el lugar podrían incluso capturar peces de mayor valor comercial”, cuenta el biólogo uruguayo Andrés Milessi.
DEVOLUCIÓN, UNA CUESTIÓN ECONÓMICA
La cuestión económica es un aspecto que también se tiene en cuenta a la hora de convencer a los más reacios. “Los pescadores deportivos se dieron cuenta que devolviendo el animal al mar, el mismo tiburón podría ser pescado cuatro o cinco veces; en cambio si lo matas a la primera ya está. Se le puede sacar un rédito económico al no matarlo”, sentencia Milessi, quien aboga por trazar en su país un plan conjunto con las autoridades, los pescadores y los operadores turísticos para marcar y retornar los individuos al mar.
“Hoy el trofeo es mostrar el video con la liberación en lugar de mostrarlo colgado de un gancho. Cambió el paradigma. Se logró que lo que antes daba prestigio ahora dé vergüenza. Si alguien muestra un tiburón muerto, el repudio social es muy grande. Estoy obligado a ser optimista porque los resultados demuestran que cuando se tiene éxito hay convocatoria. El desafío ahora es no bajar la guardia ni un segundo durante los próximos diez años”, concluyó.
La situación es compleja, pero la ilusión está en marcha.