martes 06 de mayo de 2025

CULTURA | 30 ene 2022

ORIGINALIDAD Y FRESCURA

Rafael Alberti: el poeta de la calle

En la generación del 27, la obra del español representa la poesía de todos lo ámbitos, de todos los vientos y de todos los manantiales.


Por: Ismael A. Canaparo

Rafael Alberti murió el 27 de octubre de 1999, en Cádiz, la misma ciudad donde había nacido 96 años antes. Toda su brillante obra (fue poeta, pintor y dramaturgo) la desarrolló durante 58 años de exilio permanente, 24 de ellos en Buenos Aires. Después de regresar a España en abril de 1977, simbolizó a través de un espíritu inclaudicable la verdadera reconciliación política en la transición de su país.

En verdad, el recuerdo de Rafael Alberti no puede escapárseme de las raíces del corazón. Su rostro era el rostro de España. Cortado por la luz, arrugado como una sementera, con algo rotundo de pan y de tierra. Me lo imagino con esos ojos penetrantes, ardiendo dentro de una superficie quemada y endurecida al viento. Con el paso del tiempo me di cuenta que lo que yo había visto eran dos rayos de fuerza y de ternura.

Conocí personalmente a Rafael Alberti en la platea de Sarmiento, si bien lo había frecuentado mucho antes a través de su poesía. Me lo presentó “Pocho” Sabella, con quien mantenía un afectuoso trato. Por ese entonces yo trabajaba en otro medio gráfico, ya desaparecido. Llegó aquí “acompañando a alguna gente de mi amistad, loca por el fútbol”, dijo así como al pasar, señalando a los jugadores de Deportivo Español, que se iban camino a los vestuarios, luego de cumplir con el trámite del primer tiempo. Muy poco estuve charlando con él, pero sin embargo en ese ratito me dejó marcado con su aureola de sensibilidad e inteligencia, tras evocar rápidos giros de “Baladas y canciones del Paraná”, recordando que “es un libro muy querido, que se refiere en cierto modo a las tierras que yo visité y en las que he escrito cosas”. Todavía sobrevuela con perfecta nitidez una reflexión, que además tengo grabada: “Pienso que la poesía se hace para decirla y no para guardársela en el bolsillo. Siempre hice poesía ligada a los lugares y los paisajes donde he estado”. Luego, después de pegarle una larga pitada a un cigarrillo negro, disparó: “Mirá, pibe, no soy un tránsfuga de esos, simplemente me considero un embajador de las causas perdidas”.

Aquella charla, inesperada y vibrante, como todas las cosas impensadas, grabó a fuego en mi la personalidad cálida y desbordante de ese hombre robusto, macizo, pero repleto de “fueguitos” internos. Después, con el tiempo, supe que había sido el autor de una canción entrañable y repleta de vida: “Se equivocó la paloma”, a la que le puso bellísimas notas el olvidado Carlos Guastavino. Un poema hermosísimo que ha recorrido las voces de miles de coreutas argentinos, popularizada hasta las lágrimas por Joan Manuel Serrat, en una versión sui generis de aquellos años tempranos de Ricardo Miralles. Tal vez porque adivinó que el escritor-poeta también amaba la música, como pocos poetas, Guastavino escribió “Siete canciones sobre poesías de Alberti”, que en un precioso álbum publicó Editorial Lagos, en 1992: “Jardín de amores”, “¡A volar!”, “Nana del niño malo”, “La novia”, “Geografía física”, “¡Al puente de la golondrina!” y “Elegía”.

Los que aman a la poesía pueden frecuentar a Alberti en sus versos, que viven por él. Los de “Coplas de Juan Panadero, “Marinero en tierra”, “A la pintura”, “Oda marítima”. También es imprescindible encontrarlo, dentro de una actitud comprometida y solidaria, en la prosa autobiográfica de los cinco tomos de “La arboleda perdida”, en cuyos maravillosos trazos anida la Argentina que habitó los años centrales de su vida, entre 1940 y 1963. Por ejemplo, en “Baladas y canciones del Paraná”, emerge entre la nostalgia por su Andalucía, el paisaje del río y las barrancas, con sus barcos, sus naranjales y azahares, sus caballos, sus jacarandaes...

Como un duende precoz, a los 23 años conquistó el Premio Nacional de Literatura por su libro “Marineros en tierra”, que significó el rescate definitivo de las formas populares y la revalorización para la modernidad de la cultura poética hispánica, de los versos de arte menor provenientes de la más profunda y arraigada tradición popular.

Después, logró el Premio Cervantes 1983 y el de Roma, en 1991. Luego de sus surrealistas y metafísicos “Sobre los ángeles” y “Sermones y moradas”, su poesía se hizo más transparente y terrenal. Sin embargo, no abandonó jamás esa forma oblicua del sermón: “Se equivocó la paloma, se equivocaba”, rezó en sus versos más famosos para convencer a los sentimientos, no a la razón.

Alberti volvió a la Argentina en 1991. “Yo sabía que tenía que regresar, darme una vuelta para recitar mi poesía, hablar de la poesía española o de la universal”. Los últimos años de su vida los dedicó a dar recitales (“conciertos”, los llamaba él) de poesía, porque consideraba que ese contacto con el público es el sentido último del poema escrito: circular. Compartió escenarios con el cantante rosarino Enrique Llopis y también con el uruguayo Daniel Viglietti.

Cuando en 1992 se realizó en España la Cumbre de Presidentes Iberoamericanos, Carlos Menem quiso otorgarle una condecoración por su labor cultural en la Argentina, que él rechazó. “Se la agradecí, sí, pero no la acepté pensando que yo había estado en la Argentina siempre al lado de otra gente”, explicó.

Quizá Rafael Alberti se haya convertido, a partir de su exilio en nuestro país, en una figura definitivamente impostergable del mundo literario. Y lo fue por sus poemas, no por su presencia. No era fácil verlo por aquellos lugares (bares, librerías, presentaciones, etcétera), que hacen a la vida intelectual. Nunca frecuentó la vanidad ni se demoró, gozoso, ante el elogio. Su vida siempre fue el trabajo, la poesía, la militancia política y la fidelidad por la amistad.


UN LEGADO CULTURAL EN NÚMEROS ROJOS


Según cuenta el periodista Jesús A. Cañas en EL PAIS de España, un juzgado decidirá sobre el millar de bienes que componen la herencia, que se disputan desde 2014 su hija Aitana Alberti y su viuda, María Asunción Mateo, mientras la fundación del poeta prepara su liquidación.

Tras su agitada vida, marcada por el exilio, el activismo y una creatividad desbordante, Rafael Alberti era consciente de que le iban a quedar deberes por hacer cuando su tiempo se agotase. “El problema es que, al final, han sido demasiados cabos”, resume alguien que le conoció y admiró. Tantos que, 22 años después de su muerte, componen ya el triste soneto de un legado cultural en decadencia. Asediada por las deudas, la fundación que el artista creó en su ciudad natal se prepara para su extinción como única salida digna por decisión del Ayuntamiento, patrono de la entidad. Su obra atraviesa horas bajas de ventas, envuelta en dudas sobre si su gestión ha sido la correcta. Y su herencia, de más de 1.000 bienes, lleva atascada desde 2014 en un juzgado, que tendrá que dirimir qué parte corresponde a Aitana Alberti, la hija que tuvieron el poeta y la escritora María Teresa León, y qué parte a su viuda, María Asunción Mateo.

En el interior de la Fundación Rafael Alberti se conservan más de 500 obras artísticas de gran valor, como manuscritos y dibujos del poeta, piezas de Picasso y Miró, además de 7.000 ejemplares de su biblioteca personal, según detalla Enrique Pérez, secretario de la entidad. Pero la sede, creada por Alberti y el consistorio en 1994, también atesora impagos de 100.000 euros, que debe afrontar el Ayuntamiento. El espacio no es más que el espejo del decaimiento de un legado que “merece una activación radical”, como apremia Luis Muñoz, poeta y pupilo de Alberti.

Hace dos décadas que en El Puerto no se celebran los cumpleaños de su literato más ilustre. “El centenario de esa fecha —celebrado el 16 de diciembre de 2002— fue el punto más alto, luego comenzamos a desinflarnos”, asegura Pérez, único empleado de la entidad. Ya entonces las desavenencias por el reparto de su herencia y la gestión de los derechos de autor llevaban años aireadas en la prensa.

 

 

 

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