

La educación en la Argentina y en tantos lugares del mundo, da infinitas vueltas pero casi siempre termina mordiéndose la cola. Propuestas “explosivas” por parte de cada nuevo funcionario, revitalizan ideas arcaicas que ya fracasaron en el pasado, mientras el núcleo permanece inalterable.
Una hora más de clases por día en las escuelas primarias de todo el país. Esa es la propuesta que llevó el ministro de Educación de la Nación, Jaime Perczyk, a la asamblea del Consejo Federal de Educación (CFE) que se realizó en Tierra del Fuego.
"Significaría tener 38 días más de clase por año. Sumar horas de clase es más conocimiento y mejor educación", sostuvo el ministro y señaló que el objetivo es "crear las condiciones para universalizar la jornada completa".
“Tenemos que impulsar esta discusión. Estamos convencidos de que más días y horas de clases son fundamentales para mejorar los aprendizajes de los chicos”.
Precisó que este debate de ampliar las horas de clase “empieza escrito por todos en la Ley de Educación” y aseguró que la escuela primaria “tiene que ser de 40 horas semanales”.
¿CANTIDAD O CALIDAD?
¿Cantidad o calidad? A la hora de plantear la cuestión resulta la pregunta invalorable, pero se suceden otras tantas sin respuestas en un andarivel plagado de diagnósticos, pero con resultados de fracaso.
Un fracaso dado porque llevó dos siglos ubicar en una zona de confort a una burocracia educativa proclive al “statu quo” que nadie intenta desarmar y, en el caso de intentarlo sería rápidamente borrado del sistema.
Entonces proponer más horas es más de lo mismo cuando no se ha logrado primero que la mayoría de los chicos concurran a la escuela y terminen los respectivos ciclos.
El tema de la “retención escolar” no es novedoso y se relaciona más con la idea de la escuela como depósito de estudiantes, que de usina de conocimientos.
Durante la “Convocatoria de estrategias y materiales pedagógicos para la Retención Escolar”, realizada en la sede del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la República Argentina en 2003 ya se planteaba en detalle el “fracaso escolar masivo” y resulta preocupante observar que después de casi dos décadas sigue ocurriendo lo mismo con o sin pandemia.
Por lo tanto, cabe entender que, si no hay una mejora de la calidad educativa poniendo un mayor énfasis en la formación docente, los resultados seguirán por el mismo camino de la frustración.
EQUIDAD SI O NO
Si el discurso es a favor de la equidad entonces es imposible seguir en el mismo camino por el que viene transitando el sistema educativo al que, como una pesada mochila se le han sumado dos años de pandemia, con restricciones y demás.
La persistencia de errores conceptuales en funcionarios y directivos es exasperante ya que desde hace décadas se intentan y reintentan fórmulas extraídas de marcos teóricos o foráneos, con la pérdida de tiempo y recursos que eso ha demostrado.
Ya en 2003 se planteaba que “la situación de inequidad educativa que padecen vastos sectores de la población es uno de los problemas sociales más graves y complejos. Es grave por su magnitud y sus consecuencias; es complejo por la multiplicidad e interacción de los factores que se conjugan en su producción. En este sentido, la educación no puede ser uniforme, debiendo preverse diferentes acciones y estrategias para lograr objetivos educativos de calidad”.
Y añade que “la igualdad de oportunidades se logra cuando todos los alumnos alcanzan resultados de aprendizaje equivalentes. Para alcanzar esta meta, es necesario una oferta educativa no homogeneizante en las formas, pero sí, en cuanto a la pertinencia social y académica de los saberes a transmitir”.
Sumar más horas de clases sin tener resuelto el tema central de la inequidad no es seguir caminando por el precipicio, sino ya caer directamente en él.
INCLUSIÓN O EXCLUSIÓN
De qué serviría la mayor carga horaria si tal como lo expresa el diagnóstico de dos décadas atrás “existen estudios que han indagado sobre las representaciones que portan los docentes frente a las posibilidades de éxito o fracaso escolar de sus alumnos, concluyendo en que las expectativas de logro o fracaso que tienen los docentes respecto a sus alumnos inciden en el desempeño de éstos”.
Y además puntualiza que “algunos docentes construyen conceptos negativos sobre las habilidades de los estudiantes que presentan otros tiempos y ritmos para la adquisición de aprendizajes y en consecuencia limitan la atención que les brindan, mientras que una mayor atención les ayudaría a mejorar su situación académica”.
Por lo tanto, es imprescindible que antes del “facilismo” de aumentar la carga horaria escolar, se reviertan algunos de los conceptos que se arrastran desde hace más de 100 años y que muestran que en diversas ocasiones “las expectativas de los docentes suelen estar influenciadas por el origen social de sus alumnos y pueden condicionar no sólo lo que el docente haga con ellos sino en la opinión que el propio alumno se forma de sí mismo”.
Cuando un alumno se percibe como hábil, estará más estimulado y sus esfuerzos serán mayores. Las bajas expectativas son producto de una autopercepción negativa respecto de sus habilidades y saberes adquiridos. La falta de confianza en sí mismo afecta la autoestima y termina por condicionar las posibilidades de aprender.
MIL HORAS
Se podrían agregar mil horas más de “asistencia” lo cual no implica que lo serán de “aprendizaje” y menos aún que “todos” aprenderán del mismo modo.
Hay factores mucho más relevantes que debe alcanzar la comunidad educativa para que la escuela -tanto primaria como secundaria- resulte un ámbito al que los estudiantes concurran con la misma intensidad como lo hacen cuando van a un club a practicar un deporte.
Es común que un docente crea que su materia es la más relevante para la vida o que alguno de los funcionarios que no funcionan, opinen que lengua y matemática son el futuro en lugar del arte, cuando sin arte la tecnología aplicada sería la nada misma y más aún cuando la comunicación está reemplazando a las palabras por otros símbolos.
Romantizar la escuela del siglo XIX ha de ser uno de los mayores problemas que existen para abordar soluciones efectivas para el siglo XXI, ya que quienes conducen los hilos se niegan a entender que el mundo en que vivían ha desaparecido para dar lugar al presente, un presente donde es necesario una convivencia con justicia social, por lo tanto, cualquier idea que no contenga ese precepto no hará más que ampliar las diferencias e incrementar el caos social.
Existen innumerables acciones propuestas desde hace décadas para evitar el fracaso escolar, tanto sea en aquellas destinadas a motivar la participación de los alumnos y sus familias en la escuela, con talleres de ciencias, literarios, de comunicación, huertas, elaboración de productos, reflexión sobre temas comunitarios o ambientales.
La integración de la familia a la escuela debiera tener preponderancia a la hora de establecer nuevas prácticas y no quitar horas de “familia” al alumno.
“Motivar y generar condiciones para la participación de los padres en aspectos que aparentan ser sólo atribución exclusiva de la escuela, contribuye a que ellos valoren a la escuela, colaboren con el docente, sigan los progresos y obstáculos de sus hijos y puedan acompañarlos mejor. Cuando los padres comprenden la importancia de los contenidos que sus hijos aprenden en la escuela, cuentan con elementos para apoyarlos y se involucran en el proceso de aprendizaje de sus hijos”.
Seguir creyendo que “más tiempo” en la escuela aportará mayores conocimientos, cuando una canción de moda le enseña a los más chicos el abecedario en un par de minutos, es soslayar el aporte (positivo o negativo) que tiene hoy la tecnología en la vida de la niñez y adolescencia, un mundo virtual inmerso en el presente educativo y en el que buena parte de los que “enseñan” todavía no lo pueden aprender.
Sin dudas que se requiere de mayor creatividad y voluntad para acercar la grieta entre adultos y jóvenes y no seguir empantanados en propuestas mojigatas con olor a encierro.